Pablo Montoya: ‘La poesía es lo que hace posible la mejor literatura’ (I)
Primera parte de una entrevista a Pablo Montoya sobre su libro “Lejos de Roma”.
Carlos Alberto Agudelo Arcila
Al leer su obra histórica, poética, narrativa y de particularidades estilísticas, nos damos cuenta de su compenetración con el entorno, su imaginación sin límites, cómplices en el momento de trasladar sus pensamientos a la página en blanco.
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Al leer su obra histórica, poética, narrativa y de particularidades estilísticas, nos damos cuenta de su compenetración con el entorno, su imaginación sin límites, cómplices en el momento de trasladar sus pensamientos a la página en blanco.
Pablo Montoya ha escrito los libros Viajeros (1999), La sed del ojo (2004), Réquiem por un fantasma (2006), Cuaderno de parís (2007), Lejos de Roma (2008), Adiós a los próceres (2010), Los derrotados (2012), Tríptico de la infamia (2014), Terceto (2016), entre otros.
Ganador del Premio internacional Rómulo Gallegos (2015), Premio José Donoso (2016), Premio José María Arguedas (2017). Como director de la revista colombiana de arte y literatura ZWAAN, Pablo Montoya habló para El Espectador sobre su libro Lejos de Roma.
Desde el primer capítulo de Lejos de Roma, se lee la desesperanza, que a la vez se traduce en ausencia del todo, ¿este desaliento es un refinamiento del existencialismo sartreano, por parte de Pablo Montoya?
Tal desesperanza está vinculada con el fenómeno del exilio en la antigüedad romana. El exilio entonces poseía una doble condición: por un lado, estaba la experiencia del desamparo, que lo representa el Ovidio de las Pónticas y las Tristes. Y por el otro, la vivencia de él como una apertura al mundo de los otros. Esta última era más propia de los estoicos cosmopolitas, tipo Séneca y Marco Aurelio. Lejos de Roma inicia con un “desaliento” muy propio del Ovidio de sus últimos poemas. Pero después, y de manera gradual, su personaje va abrazando la segunda forma del exilio, que es una expresión más del sosiego y la esperanza. En realidad, nunca consideré el existencialismo de Sartre. Aunque uno de los textos que más estimuló la escritura de la novela fue Bodas, de Albert Camus, un libro que, a su modo, es un exponente de existencialismo poético.
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¿Qué elementos nuevos aporta Lejos de Roma a la novela breve colombiana?
La respuesta se la dejo a los lectores. Son ellos, y sobre todo quienes conocen nuestra literatura, los que podrían contestar. Ahora bien, no creo mucho en la novedad de la literatura en estos tiempos, y sobre todo tratándose de una novela como Lejos de Roma. Es un libro anclado en la antigüedad pero escrito a inicios del siglo XXI. Este vaivén de épocas, claro está, no es nada novedoso. Su poeticidad, su fragmentación, su brevedad y su hibridez genérica tampoco son criterios que la hagan nueva. Acaso lo llamativo es que se trata de una novela, que se la juega todo por alcanzar una cierta sobriedad en el estilo literario y la revelación de ciertos aspectos humanos. Una novela publicada, por lo demás, en un contexto en que la literatura colombiana estaba llena de sicarios, narcotraficantes, guerrilleros, paramilitares y otros personajes similares.
“La culpa de todo hombre en Roma es tener ojos. Una noche yo miré y fui castigado”. Es decir, ¿tener conciencia es llevar el lastre del destierro, de la muerte, del autoexilio?
La conciencia del artista es la que moldea el conflicto en mis libros. ¿Con quiénes? Con los que ejercen brutalmente el poder. Con los políticos, los religiosos y los militares. Mi Ovidio comete faltas de orden político (conspira contra Augusto), de orden erótico y estético (escribe obras peligrosas para la reglamentación sexual de la época de Augusto), y de orden familiar (se ve entrometido en asuntos escabrosos con la hija y la nieta de Augusto). Nada raro entonces que haya sido condenado a la relegación. Por este motivo, Lejos de Roma es la confrontación del artista, ansioso de libertad, con el autoritarismo.
¿Lejos de Roma es una crítica poética a la tiranía, que durante todas las épocas los gobernantes de turno obligan a vivir al ser humano?
Sin duda. Tu oración, sin los signos de interrogación, me parece una excelente definición de Lejos de Roma.
¿Considera que Lejos de Roma es una esfera del simbolismo que rueda por lo inconmensurable de la poesía?
La poesía es lo que vehícula y hace posible la mejor literatura, o al menos, la que más me interesa. Una narrativa ajena a este alto motor, que a mi juicio es la poesía, me resulta un poco desabrida. De alguna manera, sigo una premisa de la antigua literatura china: el genio de la prosa está en la poesía. Además, Lejos de Roma, en tanto que refleja la voz de alguien que se pregunta cómo escribir desde el exilio, es la novela de un poeta.
El lenguaje de los habitantes de Tomos “es apenas un vulgar retazo de la lengua de los helenos”, ¿esta forma de expresarse es por causa de un mundo impregnado de crueldad, ignorancia y melancolía?
Tomos es para Ovidio, en las primeras páginas del libro, un lugar áspero porque los bárbaros lo atacan con frecuencia. Son coordenadas ignaras porque, en ellas, nadie habla bien latín y son ajenas a la erudición y a la cultura helénicas. La ausencia de la gran ciudad, de su familia y sus amigos, hace que Tomos sea visto por Ovidio como un espacio de la melancolía. Pero, poco a poco, se produce un cambio en su precepción. El puerto del espanto del inicio va convirtiéndose en el lugar del amor, en el de la revelación del poema y del conocimiento de un mundo que se efectúa desde el margen y no desde el centro.
En Tomos el poeta Ovidio se convierte en un rebelde orgulloso, al no aceptar hablar el griego con los pobladores de esta región, que apenas improvisan el lenguaje helénico, ¿este es un ejemplo más del ego de la raza humana?
Su negativa se vincula con ese rechazo lingüístico que un tipo de exiliado manifiesta frente al nuevo lugar adonde llega. Ovidio no quiere hablar ni siquiera en su propia lengua porque se sabe extraviado y cree que nadie le va a entender. En este sentido, su ego de romano imperial se manifiesta. Es muy posible que el Ovidio histórico no haya tenido ese tipo de problemas en Tomos por su condición de noble. Pero a mí me interesó pronunciar en mi personaje, más que su arrogancia, su fragilidad. Y esta es no solamente física, sino que se trasunta a través del escaso conocimiento de las lenguas bárbaras que tiene Ovidio. Sin embargo, las barreras impuestas por todo exilio se van franqueando en la medida en que el protagonista de Lejos de Roma se descentra, se vuelve paulatinamente excéntrico, y comprende que su prepotencia, expresada a través de su lengua, va despedazándose. Hasta reconocer que la esencia lingüística de todo imperio es de índole espuria y fragmentaria. Cuando Ovidio entiende los niveles de su metamorfosis se le devela, a su vez, la esencia de la verdadera poesía.
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Parodiando el verso de Horacio, ¿moriría usted por su arte poética, como si esta fuera su patria dulce y gloriosa?
Sería una bella forma de morir. Pero en nuestro tiempo, y en este país, se muere por defender la tierra, por pelear por los derechos humanos y de los animales, por denunciar los atropellos que se cometen contra los bosques, por solidarizarse con los desfavorecidos. En Colombia se muere por salir a las calles a protestar por la injusticia, el hambre y la miseria impuestas por sus castas políticas caducas. Con todo, no olvidemos que, así la lengua sea tomada por algunos como la verdadera patria, ella está sometida también a los embates de la globalización y la mercantilización. Hasta tal punto se presenta este nuevo malestar en la cultura, que no sabemos si nuestra palabra, la que a veces creemos limpia de manipulaciones, ya no está envilecida por el consumo y la estupidez gregaria.
Yannis Ritsos afirma que su obra “es esencialmente una lucha por la vida”, ¿Lejos de Roma, como sus otras obras, reafirman en su forma de escribir lo dicho por el poeta griego?
La vida de un escritor es breve. Somos criaturas efímeras sometidas a la implacabilidad del tiempo. En medio de esta carrera vertiginosa hacia la muerte, algunos deciden escribir, pintar, componer música. De todas formas, si no lo hicieran, cualquiera de sus actos, desde el caminar hasta la cópula, está comprometido con la afirmación de la vida. Es Epicuro quien dice, en su epístola a Meneceo, que vivimos solo para la vida y que la muerte es una experiencia que no nos atañe y, por lo tanto, no deberíamos de angustiarnos por ella. En esta perspectiva, casi todo lo que hacemos demuestra nuestra capacidad no solo de luchar por la vida, sino de gozarla o padecerla con la mayor intensidad.
¿Siente y vive esa sicología ovidiana del retiro, del “hastío de las relaciones mundanas”?
Soy un escritor en permanente conflicto con esas relaciones. Es verdad que he ido y voy a eventos donde se me invita para hablar de literatura y de mis libros. Que, como escritor, tengo un vínculo con los lectores y lo he asumido con fuerza en estos últimos años. Pero, en el fondo de mí mismo, esos ámbitos no me atraen demasiado. Mi círculo de amigos, en realidad, es muy estrecho. No tengo una vida social agitada y soy bastante huraño. Evito ir a reuniones familiares y lamento que esto incomode un poco a mis hermanos, que son muchos. Sé que ahora, por otra parte, cierto prestigio pasa por los festivales literarios, por las ferias del libro, por la relación con agentes literarios, por ese loby que algunos escritores cortesanos trabajan con los núcleos del poder cultural hispanoamericano para obtener premios y reconocimientos. Todas esas coordenadas, lo confieso, me fatigan. Prefiero el aislamiento y la calma de ese propio jardín al que se refiere Voltaire al final de Cándido.
Al leer Lejos de Romasentí́ desolación por el Ovidio de todos los tiempos y felicidad por la poesía, ¿Pablo Montoya creyó́ lo mismo al escribirla?
Traté de presentar en la novela los conflictos fundamentales de todo exiliado. Me basé en Ovidio, pero estaba siempre pensando en los vacíos y plenitudes que el exilio me ha otorgado. En tal amalgama, entre Ovidio y yo, fueron apareciendo las impresiones de otros más. En Lejos de Roma procuré que la condición del exilio se manifestara desde una perspectiva universalista. Que se hablara del Ovidio del siglo I y también de los millones de desplazados que hay en la Colombia de ahora. Pero todo esto tenía que decirse de una cierta forma. Y creo que sí logré mi cometido, fue gracias al impulso que me ofreció la poesía.
¿Cuánto tiempo le llevó escribir Lejos de Roma?
Un año y medio. La escribí entre enero de 2004 y julio de 2005.
¿Alguna dificultad histórica con la caracterización de Ovidio?
Las adulaciones de Ovidio hacia a Augusto, sus ruegos un poco vergonzosos para que le perdonara su condena y lo regresara a Roma, o a un lugar menos inhóspito. En Lejos de Roma evité este perfil porque me interesaba resaltar el opuesto: el de la resistencia, la rebeldía, la independencia del poeta desterrado.
¿Dejó por fuera algún personaje que hubiera pensado incluir cuando gestó la novela?
Están los que fui imaginando en la medida en que iba escribiendo la novela.
¿Resaltó más las virtudes o las falencias humanas de Ovidio?
El Ovidio histórico está subjetivado en Lejos de Roma. Aunque traté de que hubiese una suerte de simbiosis entre él y yo. Pero no podría decir con exactitud cuáles virtudes y falencias hay porque este asunto es, en cierta medida, relativo. Una virtud romana, entre la nobleza a la que perteneció Ovidio, era el respeto al padre, al poder, a la guerra. Y mi Ovidio se aleja de estas circunstancias, pues es un hombre solitario que ha sido expulsado por ese gran patriarca guerrero que es Augusto. Quisiera precisar, en todo caso, que las concepciones poéticas de Ovidio en la novela son, en general, mis ideas. Las del amor erótico están más balanceadas, algunas las tomé de sus textos y otras son mías. Las consideraciones frente a la autoridad del político y las alusiones a la rebeldía del artista son más más mías que suyas. El rechazo de Ovidio al exilio, que aparece al principio de la novela, es también una mezcla de lo que él escribió en sus últimos poemas y mis experiencias frente a las diversas extrañezas provocadas por el exilio. Ahora bien, esa especie de expansión que se da hacia los otros, en una buena parte de la novela, no pertenece solo a nuestros días multiculturales y globalizados, sino que ya existía en Roma y sus modos de asumir a los bárbaros. Por tal razón, no es para nada descabellado que Ovidio, un poeta de la nobleza más culta y erudita, termine enamorándose de una bárbara romanizada.
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¿Hay lugares de Colombia que se parezcan a Tomos?
Había un obstáculo frente a la escritura de la novela. Estaban más o menos claros los personajes, los temas, la estructura del libro. Había leído lo suficiente y tomado notas, pero no encontraba el tono de la escritura. Luego me di cuenta de que algo más detenía el inicio del libro: no sabía cómo era Tomos. Jamás pensé en ir a Constanza, en la actual Rumania, para hacerme una idea de ese paraje adonde había sido relegado Ovidio, dos mil años atrás. Por esos días, con mi esposa Alejandra decidimos ir de paseo a Nuquí, en el Pacífico colombiano. Comenzaba el año 2004. Al llegar a la cabaña de pescadores chocoanos donde nos instalamos, tuve la revelación. Así debía ser Tomos, pensé. Una aldea distante, con un mar gris y levantisco al frente y una selva enmarañada detrás donde iniciaba toda la extrañeza del mundo, y con unas playas sin nadie cuyos dueños absolutos eran los cangrejos. Una de esas tardes, fui a dar un paseo y me topé con una especie de escritura diseminada en una de esas playas solitarias y borrascosas. Evoqué aquellas tablillas en donde solían escribir los romanos del siglo I. Me dije estas figuras y signos pertenecen a los cangrejos, pero también pueden ser el mensaje de un dios que se los ha dictado. Atravesé la playa, perplejo, y al llegar a uno de sus límites, una marea sobrevino y deshizo el dibujo. Ahí había una bella, ardua y poética metáfora de lo que significa escribir. Surge la epifanía del texto y luego esta desparece ante la voracidad del tiempo y las contingencias de la naturaleza. Entonces llegué a la cabaña, y con el océano Pacífico ante mis ojos, escribí el primer fragmento de la novela, el titulado “Los Cangrejos”.
¿Qué poeta contemporáneo puede estar viviendo la misma situación de Ovidio?
Todos aquellos que hayan sido expulsados de sus moradas por un orden político, religioso o sexual. Los poetas disidentes y rebeldes y jamás los neutrales y los cortesanos. Los que se oponen a toda autoridad exclusiva y espoliadora. Quienes están afuera, o se sienten de ese modo así habiten un supuesto centro, y escriban el poema.
¿Ha experimentado exilios semejantes como escritor y como persona?
Mis primeras impresiones de extrañeza ante los otros las tuve en el seno de mi familia. Crecí en un medio muy conservador y católico y muy inclinado a los intereses bursátiles. Cuando me di cuenta de que no encajaba allí (abomino del conservadurismo antioqueño, no me gusta para nada ese catolicismo iletrado e intolerante que se practica por esos lados, y para los negocios no poseo ningún talento), se produjo el primer remezón. Para superar esa crisis, me fui de la casa, me retiré de los estudios de medicina que hacía a la sazón, y de Medellín, ciudad a la que no termino por adaptarme del todo. En Tunja, adonde fui a estudiar música y literatura, conocí la precariedad y la dureza del clima. Las impresiones ante el frío invernal, por ejemplo, que tiene Ovidio cuando llega a Tomos, son más o menos las que yo experimenté cuando llegué a esa ciudad altiplánica. Luego vino el exilio en Francia, que ha sido uno de los períodos más intensos y duros de mi vida. El saberme raro en otra lengua, la certeza de ser nadie en una ciudad gigantesca, pero al mismo tiempo descubrir la otredad y el anhelo de fundirme en una especie de espíritu cosmopolita desde la aceptación de otros hábitos y culturas, fueron conocimientos esenciales que me otorgó París. Pero más tarde, a mi regreso a Colombia, se presentó la otra faz del exilio, acaso la más compleja y desconcertante. Me refiero a aquella en la que, estando supuestamente en tu terruño, te sientes raro y, por ende, forastero en todas partes. Todo esto creo que está reflejado, pero intermediado por la imaginación literaria, en Lejos de Roma.
¿Está entre sus proyectos escribir una obra semejante a Lejos de Roma, con personajes y épocas similares?
Ahora que he cerrado, con la publicación de La sombra de Orión, la parte de mi obra dedicada a la violencia en Colombia, creo que es hora de volver a la antigüedad romana. Es un período histórico que me fascina. En Roma, como en Grecia, están las bases de una buena parte de la cultura occidental, de lo peor y lo mejor que hay en ella. Por tal motivo, escribir sobre ese período es confrontar los núcleos fundamentales de lo que hemos sido y lo que somos. El advenimiento de la pandemia, la crisis climática y la impresión de que, como civilización, estamos ad portas de una catástrofe planetaria, me ha lanzado al tiempo en que los romanos empezaron a vislumbrar con claridad que ellos también habrían de sucumbir. Hay un personaje, Marco Aurelio, que me atrae por encima de muchos otros pertenecientes a esta época. Ahora estoy tratando de estudiar lo mejor posible su figura, su obra conformada por sus Meditaciones y sus cartas, su imperio, su tiempo, y creo que mi próxima novela girará en torno a él. Sé que el reto es supremo. Muy distinto al que me impuso la escritura de Lejos de Roma. En esta novela el protagonista es un poeta expulsado y se narra todo desde una determinada periferia. La que estoy construyendo ahora está dedicada a un emperador y por ello debo tratar de meterme a un imperio en la cabeza. Pero, como en Lejos de Roma, en este nuevo libro quien habla también lo hace desde un bastión bárbaro rodeado de niebla y olvido. Y lo hace con la certeza de que la embarcación de Roma, que él capitanea y está asediada por diversas tormentas, terminará encallando y hundiéndose en el mar.