Pablo Picasso al ruedo, reseña de Gabriel García Márquez
A propósito de los 50 años de la muerte del artista español, rescatamos este texto que el Nobel de Literatura colombiano escribió cuando era reportero de El Espectador, en agosto de 1954.
Gabriel García Márquez / Especial para El Espectador
Picasso, pintor de toros abstractos, se enfrentó recientemente en Vallauris a un toro tremendamente concreto, al que, sin embargo, el grande artista logró eludir con media docena de verónicas –de cuya belleza plástica nadie se atrevería a dudar– con la misma habilidad con que, armado de pinceles como banderillas y de paletas como capotes, ha sabido lidiar sus toros abstractos. (Recomendamos: Lea la crítica del escritor inglés Jhon Berger sobre un autorretrato de Picasso).
Gánale la carrera a la desinformación NO TE QUEDES CON LAS GANAS DE LEER ESTE ARTÍCULO
¿Ya tienes una cuenta? Inicia sesión para continuar
Picasso, pintor de toros abstractos, se enfrentó recientemente en Vallauris a un toro tremendamente concreto, al que, sin embargo, el grande artista logró eludir con media docena de verónicas –de cuya belleza plástica nadie se atrevería a dudar– con la misma habilidad con que, armado de pinceles como banderillas y de paletas como capotes, ha sabido lidiar sus toros abstractos. (Recomendamos: Lea la crítica del escritor inglés Jhon Berger sobre un autorretrato de Picasso).
Si el toro hubiera sabido quién era aquel torero improvisado –y debió de sospecharlo, al advertir que los atronadores aplausos no correspondían a la pericia del lidiador– seguramente no habría cometido la osadía de embestir, o habría dudado de su propia existencia real, creyendo en ese instante que él mismo no era más que un toro pintado, con tan hermosa estampa, con tanta fuerza simbólica como había tenido en sus dehesas.
Picasso es español y de alguna manera todo español está en la obligación de enfrentarse a un toro –así fuera el formidable y sangriento toro de la guerra civil– porque precisamente la fiesta brava no vive tanto de los toros como de la posibilidad de que siempre haya un español dispuesto a prolongarla.
Si se piensan las cosas con cuidado, un torero es un español que no sabe nada más que lidiar un toro. Si supiera hacer algo más, él sería el primero en consagrarse a su oficio y dejar la lidia para las vacaciones, como lo hace Picasso y como lo hacen otros tantos españoles universales.
En esa forma se tiene la oportunidad momentánea pero intensa de embriagarse con la gloria del ruedo, sin necesidad de ser un buen torero, sino simplemente por enfrentársele a un toro sin serlo oficialmente.
Picasso ha toreado, como sólo podía hacerlo Picasso: con una camisa de flores y pantalones cortos. Uno de sus gloriosos compatriotas, Goya, se habría desconcertado al ver revolucionada por un pintor revolucionario la visión de la fiesta brava que él eternizó en sus cuadros.
Además, como de costumbre, y aunque no lo diga el cable, Picasso debía de estar en sandalias. Por un momento, por diversos motivos, el circo de Vallauris debió de parecerse al circo romano.