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¿Cuáles han sido sus retos y aprendizajes en estos años como director del FCE?
Los retos fueron, básicamente, modernizar en el mejor sentido de la palabra el Fondo de Cultura Económica. Introducir en la política editorial cosas que el Fondo no estaba publicando: colecciones hiperpopulares abajo de un dólar, colecciones de literatura de género dirigidas a jóvenes y adolescentes a precios muy bajos y difusión de la ciencia. Eso en el terreno editorial; en el de la comunicación, cambiar las maneras y utilizar los medios de internet. En estos momentos tenemos nueve programas de radio a la semana y cuatro de televisión por cable. Entramos en la red para el fomento de la lectura y la divulgación sobre los libros. En tercer lugar, la idea era llevar a otro nivel la profundidad y racionalidad de los clubes de lectura. En un cuarto punto, quisimos cambiar la forma de distribución y empezamos a usar formatos de ferias de libros locales, en algunos casos con costo cero para los editores. El tema fundamental fue intentar bajar el precio de los libros. Eso resume estos tres años.
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Usted ha hablado de la importancia del pensamiento crítico y el FCE es una editorial que siempre se ha caracterizado por promoverlo. Hablemos de la importancia de seguir generando pensamiento crítico en las sociedades de América Latina.
Al paso del tiempo el Fondo fue consolidando cosas. Lo hizo con las colecciones de breviarios, de economía, de literatura infantil. Ahora el problema es generar pensamiento crítico en otros niveles de la sociedad. Es hacia las literaturas populares que construimos puentes en los que leer significa estimular el pensamiento crítico, la capacidad para neutralizar la moda, el mercantilismo en materia de lectura.
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¿Por qué siempre le ha gustado la historia? ¿De dónde nace esa pasión u obsesión?
No es de siempre. Lo que me obsesionó desde joven fue la novela de aventuras del siglo XIX. Escritores como Julio Verne me aproximaron al pasado de una manera muy vital y fuerte. De ahí, el salto a la curiosidad por la historia formó parte de meterme en mi propio entramado familiar. Yo venía de una familia muy activa en la revolución del 34, en la Guerra Civil Española. Eso me lanzó de lleno hacia la historia. Al llegar a México formé parte de la Generación del 68, que teníamos historia contemporánea, que teníamos de compañeros al Che, a Ho Chi Minh, pero es después del 68 cuando nace esa generación la curiosidad por el pasado, de dónde venimos.
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México y Colombia son dos naciones que han compartido desde fenómenos sociales hasta épocas doradas de literatura y arte, ¿está de acuerdo con esa hermandad que muchos señalan y cómo podría explicar esa similitud y complicidad para contar los problemas y tiempos de estos dos países en la literatura?
No podría explicarla, pero sí podría decir que son tiempos políticos y culturales que caminan juntos y eso es clave. Tenemos que volver a crear puentes que vinculen la literatura y la historia de ambos países. Se fragmentaron durante muchos años y hay que construirlos nuevamente.