“Paisajes del tiempo”: La poética-semántica de la imagen
La exposición del artista Jorge Ortiz, que estará en la Fundación Universitaria Bellas Artes y que se realiza como un homenaje a su obra, hace parte del II circuito fotográfico del centro de Medellín que irá hasta el 8 de noviembre.
Úrsula Ochoa
Conocí al maestro Jorge Ortiz cuando tenía 19 años; en aquel entonces, la noción sobre el arte que me había creado gracias a una cándida idea que solo exaltaba la habilidad técnica en dibujo, pintura y escultura me fue cambiada de golpe. Fue gracias al maestro Jorge Ortiz que comencé a comprender que el arte, era prácticamente todo lo demás de lo que yo había considerado, y fue justo por sus clases en Bellas Artes que mi curiosidad y mis intereses frente al arte se transformaron.
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Conocí al maestro Jorge Ortiz cuando tenía 19 años; en aquel entonces, la noción sobre el arte que me había creado gracias a una cándida idea que solo exaltaba la habilidad técnica en dibujo, pintura y escultura me fue cambiada de golpe. Fue gracias al maestro Jorge Ortiz que comencé a comprender que el arte, era prácticamente todo lo demás de lo que yo había considerado, y fue justo por sus clases en Bellas Artes que mi curiosidad y mis intereses frente al arte se transformaron.
Paisajes de tiempo es el título de la exposición que hace parte del II Circuito fotográfico del centro de Medellín, realizado por diez instituciones anfitrionas y la Fundación Universitaria Bellas Artes. La muestra se ha efectuado como un merecido homenaje al maestro Jorge Ortiz quien ha sido una figura invaluable para las generaciones más jóvenes dentro de la institución. Para la decana de la Fundación Universitaria Bellas Artes, Egda Rubi García “el maestro Jorge Ortiz tiene una gran importancia y trascendencia por su valor y trasegar en el arte, pionero de la fotografía experimental en Colombia, pues ha sido con grandes maestros como él, que la institución se ha forjado y se ha comprometido históricamente con la formación artística en Antioquia. Para el Museo de Arte Moderno de New York, “es también por su ejercicio como docente y su didáctica para acercarse a los estudiantes, donde el manejo conceptual y el método que ha desarrollado en su obra lo propone en el aula, problematizando la enseñanza y resolviendo relaciones comunicacionales del trabajo artístico por medio de la fotografía”.
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Perteneciente a la llamada “Generación urbana” comenzó a desarrollar en los sesentas una obra donde ya se vislumbraba esa necesidad de ir más allá de lo que sus ojos y su cámara podían capturar, llegando a ser reconocido por ser “un fotógrafo sin cámara”. De alguna manera, su trabajo parece recordarnos las reflexiones del filósofo y psicólogo Rudolf Arnheim autor de Arte y percepción visual, para quien el arte, era una forma de razonamiento en la que percibir y pensar son actos indivisiblemente entremezclados; esto significa, si somos atentos en la obra de Ortiz, que todo pensamiento por abstracto que sea tiene por horizonte una imagen, y sobre esto, solo nos queda pararnos frente a una obra del maestro, para darnos cuenta de que lo que captamos, es la pura naturaleza visual del pensamiento. Un pensamiento visible, como lo llamaría Pere Salabert, un pensamiento que encarna la necesidad de que el arte sea su objetivo principal, donde el valor estético es algo muy distinto al valor cognitivo que podemos encontrar en aquello que observamos. Por lo mismo, cuando el ojo atento sigue su trabajo, es la imaginación la que acude a la invitación que nos hace cada obra, donde su intención, parece ser la de estimular nuestra percepción para que se agudice en nosotros diferentes formas sensibles de entender y de ver una obra de arte.
La muestra que acoge la Fundación Universitaria Bellas Artes cuenta con obras tan importantes como Cables de 1976, una serie que parte del ejercicio curioso de observar el cableado urbano y encontrar en estos, su potencia realista y, paradójicamente, su configuración abstracta, donde las líneas se presentaban como los fragmentos de un “paisaje” fotográfico y también, como la totalidad de una idea que, además, deviene dibujo. Así mismo, su obra Boquerón (1979-1980), es una serie que se realizó a partir de la observación de las nubes que aparecían y desaparecían, donde la importancia del proceso estaba marcada justamente por ese azar de la naturaleza observada; es decir, por el azar del paisaje que no es otra cosa que aquello que está, como asegura el maestro, al frente de los ojos. Así, la imagen del paisaje ha sido desplazada en pensamientos (ideas) visibles, pero no ha sido abolida en su totalidad. En palabras de la curadora Sol Astrid Giraldo “El paisaje no será ya solo los Horizontes de Cano o los campos verdes de Eladio Vélez, o las montañas, los ríos, los bosques de Chávez, Vieco, Longas. Un paisaje para Ortiz —además de las hojas, las semillas, las flores, las ramas, elementos que usa con frecuencia—, será también las ciudades y la información que traen: las ruinas, los cables, los detritos, las sombras. Es decir, sin jerarquías, la multiplicidad de las cosas que están al frente”.
Paisajes de tiempo presenta tanto un inicio como una continuación en el recorrido por más de cuatro décadas del ojo/cámara y el proceso químico/alquímico en la obra del maestro Jorge Ortiz. Su trabajo como docente ha dejado asentadas las bases para que nuevas generaciones interroguen los cánones técnicos y estéticos de la imagen y del medio fotográfico, para que aprendan a trabajar con el azar que se revela (si se es atento), en una poética que parece magia; una magia que surge del resultado de las experimentaciones formales y conceptuales que por años un fotógrafo sin cámara ha capturado, gracias a la agudeza de su percepción, a la virtud de ser un incansable curioso y a una filosofía de vida que considera que las cosas más sencillas son las más profundas porque, como lo asegura con plena convicción “lo difícil, es llegar a lo fácil”.