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A través del canal cultural Diámbulos, en coalición con Ojo al Eje y Klepsidra Editores, hablamos con el poeta y gestor cultural Giovanny Gómez, ganador del Premio Letras de Pereira para el Mundo (2012) y del Premio Nacional de Poesía María Mercedes Carranza (2006). Además, es director del Festival Internacional de Poesía de Pereira Luna de Locos, director de la revista homónima y también líder de la Feria del Libro del Eje Cafetero, Paisaje, Café y Libro, eventos que acaban de presentar su decimocuarta y su sexta entrega, respectivamente y en forma virtual por la pandemia.
Empecemos hablando del gestor cultural que está al frente de estos procesos locales, pero de proyección internacional, el Festival Internacional de Poesía Luna de Locos y la Feria del Libro del Eje Cafetero. ¿Cómo van esos retos?
Creo que cuando empiezo a hacer el festival y la feria, lo primero que se me viene a la mente es que se trata de cargar dos pianos al mismo tiempo, algo complejo que exige mucha dedicación, porque hay que mantener una agenda con más de 200 personas en dos meses, así que tienes que ser muy cuidadoso de saber qué tarea asumes con cada uno y cómo se respetan y se honran dichos compromisos. Eso es muy clave, porque a la hora de saber en qué consiste el resultado del festival, entiendes que se trata un poco de cómo llevar ese cuidado, cómo pones a la gente en situación, cómo aprovechas las potencialidades de cada uno y de cómo los haces sentir importantes en la actividad donde participan. Porque lo que quiero es que cada invitado se sienta orgulloso de estar en el proyecto, que se sienta aportando, que se sienta protagonista. Esa es la mejor campaña de publicidad que le queda, que la gente salga contenta de haber acompañado, sintiendo la experiencia como suya.
¿Qué disyuntivas se le presentan entre dedicar tiempo a la labor de gestor cultural y a la construcción de una obra poética?
Antes ese era un conflicto muy grande, porque se supone que si tú decides escribir tienes que poner toda la energía vital en eso, y se supone que, si vas a ser productor de estos proyectos, hay que asumir que esto también, pues exige mucho tiempo. Pero en mi caso creo que me hice poeta porque pude lograr también dichos proyectos. ¿Y en qué manera eso me ayudó a crecer como autor?: primero, que estuve cerca de gente que quería para mi proceso de formación, que quería conocer, que quería escuchar, que quería tener cerca de mí, lo cual no hubiera logrado sin el papel de productor. En segundo lugar, el compromiso de escribir no lo atendía con fechas de entrega, pues la exigencia no era con alguien que esperaba lo que escribía y quisiera publicarlo, era conmigo mismo y la posibilidad de hacerlo mejor, con paciencia. En Pereira es más conocido mi trabajo como gestor que como autor. Lo entiendo, a lo mejor por todo esto.
En “Palabras que saben morder en los sueños” tiene unas imágenes muy originales, como pájaros que caminan ebrios o un río que corre desnudo, pero también hay una enorme apología a la levedad, ¿qué autores lo pudieron influenciar?
Fui una persona cercana a Eduardo López Jaramillo, y obviamente su amistad me ayudó a descubrir muchas lecturas y asumir un compromiso vital. De las lecturas más importantes que a mí me marcaron para el autor que soy, en esa etapa, fue Constantin Cavafys. Creo que Cavafys ha sido una de las grandes influencias en mi manera de percibir y de desarrollar mi proyecto, pues marcó para mí una reflexión sobre la vida y sobre el amor que va más allá del lenguaje poético y de contar una experiencia personal. Eso me enseñó muchísimo.
De la poesía colombiana pude invitar una sola vez a Pereira a José Manuel Arango. La forma en que ocurrió ese momento, las palabras amables que tuvo conmigo y Luna de Locos, me ayudó mucho en la dirección de mi obra. Rubén Darío Sierra, desde el colegio, de algún modo su amorosa presencia lo hacía la persona en que podíamos confiar y quien tenía tiempo para nosotros, y sobre todo la persona que lograba poner a su alrededor una generación de muchachos que quise mucho, porque me acompañaron en momentos muy gratos de mi vida. Ahora William Ospina, como persona y como escritor, es una referencia entrañable desde hace más de 20 años. He visto el proceso de creación de sus libros, he visto cómo es su pasión con la lectura, su compromiso incondicional con Colombia, y he crecido con eso. En ellos, y en la poesía de Róbinson Quintero Ossa, siento que están muchas de las claves y de la forma de mi búsqueda en las aspiraciones que tengo para escribir. No escribo como William, o como Eduardo, o como Rubén, mucho menos como Constantin Cavafys o como José Manuel Arango. Sin embargo, ellos me mostraron el camino y me dieron el norte de lo que quería hacer.
¿Cómo logra conectar la metáfora con la palabra?
Hoy, cuando todo el mundo celebra con cierta familiaridad el premio para Louise Glück y hablan de su lenguaje, de su propuesta formal, pienso mucho en lo que me acaba de preguntar, porque la fuerza metafórica que pueda tener un proyecto de escritura como el mío no está cifrado en la recreación del lenguaje que puede proponer un poema, sino en la inmersión del mundo que contiene su lenguaje. He querido hacer una inmersión en el mundo. Manchar, ensuciar, salvar mis palabras e ir soltándolas a partir de su existencia en ese mundo. Para eso trato de hacerlo desde una necesidad vital, en la medida que estoy buscando que eso me dé no solamente palabras o significados, o analogías, sino que me dé búsquedas de sentido. Mi propuesta es más de eso que de recursos del lenguaje. En la evolución de mis poemas a veces pienso que ha ganado más en mí una búsqueda emotiva, pero no por la fuerza de las metáforas, sino por la fuerza de la vida que trato de impregnar en ellos.
“Una palabra como casa” e “Invocación al mar”, son poemas muy representativos pero también imágenes casi que representan el deseo del poeta por su destino, no como fin, sino como el disfrute del viaje, ¿es esta una forma de proyectar tus ideales?
Lo que dices es lo que dice Cavafys. Lo hace con la historia de Ulises, lo que las Ítaca significan, «pide que el camino sea largo» dice el poema, porque es con el camino largo que sabemos lo que ellas significan. Y creo que con esto nos está diciendo lo que vivir significa para la poesía. No es solo tener una experiencia para contar, sino que es la manera en que nosotros nos hacemos por la experiencia de los sentidos, por la fuerza de los recuerdos, por la fuerza de los deseos. “La palabra como casa”, que tú mencionas, es un poema que escribí a los quince o dieciséis años, que sale como una oración, y tenía la ambición de viajar y extraviarme entre horizontes. ¿Qué tiene uno a los dieciséis años?: ambición. Ambición de ir y rodar sin dirección alguna. Ese poema que entonces reflejaba a alguien que no conocía el mar, y que ese era yo también, en el fondo no solamente era el deseo de conocer el mar, sino de ir y encontrar los límites posibles del mundo.
En el poemario se siente una constante fluctuación entre el sonido de la naturaleza (pájaros que cantan, el viento que sopla, la hoja que cae, e incluso la risa), como una forma de música. ¿Cómo logras manejar el equilibrio entre sonido y silencio?
Trato de hacerle caso a la voluntad que tiene cada poema, hay poemas que pueden ir y desplazarse por el mundo, y esa experiencia de mundo es la que se abre como un camino en la escritura, y hay poemas que hablan de los sentimientos y ese es otro camino hacia adentro que todos hacemos. Trato de hacerle caso a lo que puedo encontrar de cada poema. En eso entiendo que cada uno tiene un tono, unas propias palabras, una atmosfera, y yo trato de escuchar la realidad de cada poema. Pienso que tienen vida propia, que tienen que ser ellos mismos, y eso me cruza en la vocación de que no llegaron de otra parte, sino que se construyeron conmigo, y esas eran sus condiciones para llegar a una página en blanco.
El sueño es un tema recurrente a lo largo de estos poemas, y me hace pensar en el monólogo de Segismundo en Calderón de la Barca. ¿Tiene alguna relación? ¿Es una percepción de la vida misma como ilusoria, vacua o tal vez efímera?
No sabría decirte, porque si hay una existencia de los sueños, y ahora que lo veo en el tiempo, era como un refugio que se quería encontrar, ¿no? Un refugio que no da el mundo, lo buscábamos en los sueños. Pero eso no significa que el mundo fuera mejor, solo era mi mundo, y yo trataba de aceptarlo así. Eso me lleva a un camino, y es que hemos buscado el mundo no por lo que nos dice sino por lo que podemos preguntarle. Hemos apalabrado la realidad no por lo que es capaza de enseñar, sino por lo que somos capaces de escuchar en ella. El mundo no está a mi alrededor; yo hago parte del mundo, mis palabras quieren ser parte de este mundo, mis aspiraciones quieren ser de este mundo, los sueños que tengo están narrando este mundo, y quiero hacerlo lo más transparente posible. La poesía la hago para mí, pero pensando en que es mi manera de estar cerca de otras personas que me importan, o que me gustaría que algún día supieran eso.
Hablemos de la levedad que está presente en el poemario: la hoja deslizándose en el aire, la luz sobre una ventana, unas cortinas que ondean, el cuerpo que se hace invisible, del que solo oyes su respiración, la sombra del silencio, el crujir de la hierba. ¿Es un recurso lingüístico?, ¿es una forma de poner todos los sentidos en el poema?, ¿es un estilo de vida?
Pienso que es una manera de advertir la forma en que el mundo está presente. La levedad que tú dices podría pensarse no porque yo quite peso a las cosas, sino porque todas están correspondiéndose, y cuando se comunica, es más leve, pienso yo. Nosotros cuando hablamos creo que somos más ligeros. Pensar en eso es pensar en un efecto en la comunicación, no en que mis hilvanaciones son ligeras de contenido, o de reflexión, están ligadas con muchas capas de realidad, con muchas capas de sentido, que adelgazan sus pretensiones discursivas y tratan más bien de honrar, en el significado y en las asociaciones libres que eso genera, una posibilidad expresiva. Pero no es nada fácil. ¿Que uno diría que se alimenta de un mundo onírico?: sí, pero eso no es suficiente para decir que es leve. Lo leve no es solo las palabras, lo leve es cómo elaboras con esas palabras una atmósfera y un lugar propio.
Hablemos sobre esta traducción que tiene de Emilio Coco al italiano.
En 2014, gracias a una beca para ir a Italia, conocí a un poeta que se interesó en mi trabajo. Ya sabía por la experiencia en Las líneas de su mano, que Raffaelli Editore era uno de los grandes sellos italianos en Europa con una colección de poesía latinoamericana, y sabía que llegar a esa casa era muy difícil. Sin embargo, conocer a Emilio Coco y Walter Raffaelli fue un gran regalo, pues no solo apostaron por conocer la experiencia de Luna de Locos en Pereira, sino también apostaron por mi trabajo. Era la primera vez que me hacían un ejercicio de ese tamaño, y que lo hicieran en esa colección era un honor. En menos de tres meses tradujeron una selección de mis poemas, con lo cual me regalaron uno de los libros más bellos que se han editado de mi trabajo. Gracias al prestigio de esta editorial italiana, cuando el libro pasó por las manos de Javier Bozalongo, el poeta y editor entonces de Valparaíso en Granada, España, creo que eso abrió las puertas. Cuando el libro está en Italia, Javier sugiere que lo hagamos en español, y le dije que conserváramos la misma selección, así que lo que hizo esa edición española fue abrirme un lugar que no había tenido en las librerías, porque las ediciones que tuve en los premios fueron de circulación más directa por canjes y correspondencia con personas de la vida cultural. Casi todos mis poemas han sido traducidos al italiano. En Italia ha habido muy buenos comentarios, sigo siendo invitado a festivales, mis libros siguen en las librerías, lo cual ha sido una gran alegría para mí.
A propósito de Louise Glück, la recién galardonada Nobel por la Academia sueca, ¿qué opinión tienes de la poesía estadounidense en general y cómo percibes la poesía pereirana en la actualidad? ¿crees que esta última tiene cabida en el panorama nacional?
Yo ya había publicado un dosier de Louise Glück cuando se alistaba su primera edición al español El iris salvaje, que le valió el Pulitzer en 1993. Tuve un dosier en 2005 gracias a Eduardo Chirinos, quien hizo la traducción de ese libro para Pre-Textos, y yo lo tuve antes de que saliera allí. De hecho Ararat, Averno o El Iris Salvaje están en librerías colombianas. La poesía norteamericana es un influjo muy grande para la poesía en español. Pienso en Aurelio Arturo y en José Manuel Arango. La relación con el inglés se ha planteado incluso en maneras especiales como la aventura de Nicolás Suescún logrando una gran antología de poetas colombianos en versión al inglés. Recuerdo noticias de la visita de John Ashbery a Bogotá en un texto de Jaime Manrique Ardila; en el Gimnasio Moderno se ha consolidado un gran espacio para saber de la poesía norteamericana actual, y ahí he conocido bastantes voces importantes, muy diversas. He visto con mucha atención a varios de ellos, he logrado tener varias de esas voces en mi revista Luna de Locos.
De la poesía pereirana, es extraño decir algo, sin olvidar que es un modo de asumir un diálogo con la ciudad donde vivo. Por supuesto, hay gente con un proyecto de escritura y con deseos de ser trascendentales en su trabajo, pero responder que se escribe para justificar la pertenencia a un lugar es todavía algo que no satisface ni en las preguntas ni en las explicaciones. Como lector, sigo pensando que la poesía de Eduardo López es muy importante para mí; pero una elección no puede ser una forma de imponer algo a alguien. Leo a Luis Fernando Mejía, Héctor Escobar, Alfonso Marín, Rubén Darío Sierra. Leí también la poesía de Gustavo Colorado, Rituales. Las espirales de septiembre, de Juan Guillermo Álvarez, pero a la par mi búsqueda va con todas las voces y los momentos de la historia de la poesía. En cuanto a que la poesía pereirana tenga presencia en el panorama colombiano, siento que eso no responde nada.
Diriges un taller de poesía. ¿Se puede motivar la escritura poética? ¿qué es posible enseñar en poesía y qué no?
Lo más posible es acercar gente que tiene una sensibilidad en común. Para mí fue muy importante cuando hice parte del taller La Fragua en mi época de estudiante en el colegio. Las personas que iban allí tenían una curiosidad verdadera por la literatura y eso me ayudó a crecer. Terminé adorando un montón de personas que hicieron parte de La Fragua, con quienes me sentía reconciliado. No porque pensaran que yo fuera buen poeta, sino porque me gustaba lo que ellos leían, me gustaban las conversaciones de literatura que encontraba en su amistad. Yo quisiera que un taller me diera eso como eje principal, la fascinación por la literatura. Que Elbert enseñe una lectura que está haciendo, y que yo sienta la emoción con que él la lleva, eso irradia y me invita a querer saber un poco más; pienso que eso lo deben hacer los talleres de poesía. Ahora, mucha gente busca un trabajo de edición de su poesía en esto, y la manera en que he respondido a eso es que cada poeta tiene que saber cómo asume la revisión de su trabajo. La mejor forma en que puede editar su propio trabajo es leyendo. El trato es que lean, que lean y se respondan ellos, cosa que no es fácil. Finalmente, la edición de los propios poemas recae sobre una intuición de mundo que se elabora a través del mismo autor.
* Autor del libro de cuentos “Florida Killer” (2019), de Klepsidra Editores.