Paloma Valencia y Lisandro Duque hablaron sobre la cultura y el arte para gobernar
El director de cine y la senadora y escritora conversaron sobre la cultura como un concepto que podrían priorizar los presidentes para su labor como gobernantes.
Laura Camila Arévalo Domínguez
Hoy se cumplió un mes desde la reunión de algunos artistas con Gustavo Petro, en la que se le reclamó por “abandonar” una cartera a la que, en campaña, prometió priorizar. Hoy se cumplió un mes desde la reunión de algunos representantes del sector cultural con el presidente de la República, que según su hija Sofía Petro, tiene una biblioteca que nunca será suficiente para los libros que compra o le regalan. Para el jefe de Estado la cultura ha sido fundamental en su vida y en la construcción de sus convicciones. Le tiene una confianza, una fe especial a los libros. Dice que tiene que ver con la forma y los métodos con los que le enseñaron, con los que lo educaron: tuvo un papá lector y espectador asiduo de cine. Su abuelo fue poeta. Es decir, antes de ser presidente ya había comprobado que después del encuentro con un libro, con una película o con la “música del mundo”, algo pasaba. Algo que no tenía cómo tocar ni medir. Algo que ocurría dentro, muy dentro, y que luego se reflejaba en lo que hacía afuera. Algo que lo convirtió en alguien que lo acercó a sí mismo y a la comprensión de la condición humana y de su país.
Pero esto no solo le ha pasado a Gustavo Petro. Sus antecesores, antes de serlo o convertidos en los líderes de Colombia, hablaron alguna vez sobre los efectos de las artes en sus vidas, sobre la importancia de la cultura para la identidad de cualquier país. La paradoja es: si ya saben que son temas tan efectivos, tan profundos y transformadores, ¿por qué siempre hay una queja general de “abandono” a la cultura?
Y las respuestas, desde distintos sectores, tanto culturales como de otros orígenes, varían: que la abandonan porque hay asuntos “más importantes”, como la inseguridad, la pobreza extrema o la economía. Que no la atienden porque los resultados que se derivan de la cultura son valiosos, pero lentos. Que sí han querido, pero se les van la presidencia y la vida atendiendo lo urgente. Que siempre pasa algo que relega lo importante.
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Para Lisandro Duque, director de Los niños invisibles y Visa USA, entre otras películas, el conflicto entre el mediano plazo, la impaciencia, que hace que por lo urgente no acometamos lo importante, afecta mucho a Colombia. Recordó que recientemente pasó por un parque en Chapinero y oyó una “melodía preciosa, un instrumento bellamente tocado”. Miró y era un muchacho venezolano tocando un chelo. Durante los mismos días se discutía sobre el Sistema Nacional de Orquestas en Colombia, y Duque se dijo: “Este muchacho, que tiene 20 años, es resultado de un proceso a largo plazo que emprendió Carlos Andrés Pérez en Venezuela, con la creación del Sistema Nacional de Orquestas desde la base de la infancia.
También recordó que escuchó que alguien de aquí dijo que se estaba perdiendo el tiempo hablando sobre algo “que ya teníamos: Batuta”. “Sinceramente ahí me sentí muy infeliz. Pensé: aquí no tenemos perspectiva a largo plazo ni la paciencia oriental que tuvo el gobierno venezolano y sus sucesores, los sustitutos de Carlos Andrés Pérez, en el 73, cuando crearon el Sistema Nacional de Orquestas. Es como si aquí todo se resolviera de una manera vulgar, en pequeño”.
Mencionó igual una conversación con Guillermo Páramo, en la que dijo que en Colombia teníamos una falla estructural de escala. El antropólogo de la Universidad Nacional le dijo a Duque: “Uno va a México, Caracas o Buenos Aires y ve que la estatuaria, a sus próceres, es inmensa, es monumental. En cambio aquí la propia clase dirigente le hace un bustico a, por ejemplo, Diana Turbay en la desembocadura de la Circunvalar con séptima”.
Sus comentarios se dieron durante la charla “El arte y la cultura para gobernar”, de los Diálogos de El Magazín de El Espectador, en la que él fue uno de los invitados, junto con la senadora Paloma Valencia, quien también es escritora.
Para Valencia, las artes construyen el futuro. Cree que en Colombia hacen falta relatos sobre nuestro horizonte. Cree, además, que el imaginario colectivo compartido solo se crea con el arte y la cultura. “Somos un país olvidadizo, como La peste del olvido, pensando en García Márquez. A nosotros se nos olvida todo, no tenemos memoria de lo que ha pasado, de las cosas buenas que se han hecho. Tal vez por eso tenemos una narrativa tan negativa sobre nosotros mismos”, dijo la senadora, quien además de su formación como abogada tiene una maestría en escrituras creativas de la Universidad de Nueva York. Es autora del libro Otras culpas.
Valencia no llegó a la política después de su paso por la universidad. No supo lo que este mundo implicaba, transformaba y consumía, hasta después de que se formó como profesional, sino que nació en él. Su bisabuelo, Guillermo Valencia Castillo, fue poeta modernista y publicó el libro de versos Ritos, que compuso entre 1896 y 1889. También fue miembro del Partido Conservador y candidato a la presidencia en dos ocasiones, además de gobernador y senador. Su hijo, Guillermo León Valencia, abuelo de Paloma, fue presidente de la República desde 1962 hasta 1966.
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La senadora creció con los dos entornos presentes, el de la política y el de las artes. Durante la charla en cuestión contó que decían que su bisabuelo no pudo ser presidente por la “liberalidad de su poesía”, que causó que la Iglesia católica no lo apoyara, y recordó que su abuelo Mario Laserna, fundador de la Universidad de los Andes, fue un apasionado por las artes, la cultura y la ciencia. Que desarrollarse en medio de cargos y decisiones que influían a tantas personas, pero además entre literatura y legados como el de la poesía, le permitió entender que uno de nuestros mayores problemas es que, al no tener una visión de futuro, nos enfrascábamos en problemas que saboteaban nuestro desarrollo como nación.
“Cuando la política se interesa mucho por las artes, la convierte en propaganda, la mata. Cuando conviertes al artista en sirviente, le cortas la cabeza. ¿Cómo hacen los políticos para usar las artes sin la tentación de volverlas propaganda? Ahí hay un reto, una pregunta”, dijo la senadora por el Centro Democrático.
Tanto el director de cine, quien también tiene una columna en este periódico llamada “Lo divino y lo humano”, como la senadora estuvieron de acuerdo en que en un país tan convulsionado como Colombia los políticos tienden a ocuparse en el diario, dejando los problemas estructurales para después, problemas que justamente se atenderían más efectivamente con la cultura. Pero el después nunca llega. “Eso uno lo entiende muy bien con la educación, que es segregada socialmente, pero nadie le pone atención porque si usted lo hace ahora, la persona se gradúa en 12 años y eso a nadie le importa”, agregó Valencia, quien cree, además, que el arte como formador de valores se ha desperdiciado.
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Duque concluyó que el tema era tan extenso como interesante y que debería tenerse en cuenta para un “seminario inacabable de intelectuales diletantes”, pero que para empezar había que tener en cuenta que la cultura era una palabra relativamente hermética, compleja. Que decir Ministerio de la Cultura era mucho más complejo todavía. “Ahora se llama Ministerio de las Artes, los Saberes y la Cultura. Se les fue la mano: si con la cultura no se podía, qué vamos a hacer con los saberes de las comunidades, los botánicos, los lingüísticos, las artes, etc. Todo esto ocupa carriles distintos que de vez en cuando interactúan”.
Hoy se cumplió un mes desde la reunión de algunos artistas con Gustavo Petro, en la que se le reclamó por “abandonar” una cartera a la que, en campaña, prometió priorizar. Hoy se cumplió un mes desde la reunión de algunos representantes del sector cultural con el presidente de la República, que según su hija Sofía Petro, tiene una biblioteca que nunca será suficiente para los libros que compra o le regalan. Para el jefe de Estado la cultura ha sido fundamental en su vida y en la construcción de sus convicciones. Le tiene una confianza, una fe especial a los libros. Dice que tiene que ver con la forma y los métodos con los que le enseñaron, con los que lo educaron: tuvo un papá lector y espectador asiduo de cine. Su abuelo fue poeta. Es decir, antes de ser presidente ya había comprobado que después del encuentro con un libro, con una película o con la “música del mundo”, algo pasaba. Algo que no tenía cómo tocar ni medir. Algo que ocurría dentro, muy dentro, y que luego se reflejaba en lo que hacía afuera. Algo que lo convirtió en alguien que lo acercó a sí mismo y a la comprensión de la condición humana y de su país.
Pero esto no solo le ha pasado a Gustavo Petro. Sus antecesores, antes de serlo o convertidos en los líderes de Colombia, hablaron alguna vez sobre los efectos de las artes en sus vidas, sobre la importancia de la cultura para la identidad de cualquier país. La paradoja es: si ya saben que son temas tan efectivos, tan profundos y transformadores, ¿por qué siempre hay una queja general de “abandono” a la cultura?
Y las respuestas, desde distintos sectores, tanto culturales como de otros orígenes, varían: que la abandonan porque hay asuntos “más importantes”, como la inseguridad, la pobreza extrema o la economía. Que no la atienden porque los resultados que se derivan de la cultura son valiosos, pero lentos. Que sí han querido, pero se les van la presidencia y la vida atendiendo lo urgente. Que siempre pasa algo que relega lo importante.
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Para Lisandro Duque, director de Los niños invisibles y Visa USA, entre otras películas, el conflicto entre el mediano plazo, la impaciencia, que hace que por lo urgente no acometamos lo importante, afecta mucho a Colombia. Recordó que recientemente pasó por un parque en Chapinero y oyó una “melodía preciosa, un instrumento bellamente tocado”. Miró y era un muchacho venezolano tocando un chelo. Durante los mismos días se discutía sobre el Sistema Nacional de Orquestas en Colombia, y Duque se dijo: “Este muchacho, que tiene 20 años, es resultado de un proceso a largo plazo que emprendió Carlos Andrés Pérez en Venezuela, con la creación del Sistema Nacional de Orquestas desde la base de la infancia.
También recordó que escuchó que alguien de aquí dijo que se estaba perdiendo el tiempo hablando sobre algo “que ya teníamos: Batuta”. “Sinceramente ahí me sentí muy infeliz. Pensé: aquí no tenemos perspectiva a largo plazo ni la paciencia oriental que tuvo el gobierno venezolano y sus sucesores, los sustitutos de Carlos Andrés Pérez, en el 73, cuando crearon el Sistema Nacional de Orquestas. Es como si aquí todo se resolviera de una manera vulgar, en pequeño”.
Mencionó igual una conversación con Guillermo Páramo, en la que dijo que en Colombia teníamos una falla estructural de escala. El antropólogo de la Universidad Nacional le dijo a Duque: “Uno va a México, Caracas o Buenos Aires y ve que la estatuaria, a sus próceres, es inmensa, es monumental. En cambio aquí la propia clase dirigente le hace un bustico a, por ejemplo, Diana Turbay en la desembocadura de la Circunvalar con séptima”.
Sus comentarios se dieron durante la charla “El arte y la cultura para gobernar”, de los Diálogos de El Magazín de El Espectador, en la que él fue uno de los invitados, junto con la senadora Paloma Valencia, quien también es escritora.
Para Valencia, las artes construyen el futuro. Cree que en Colombia hacen falta relatos sobre nuestro horizonte. Cree, además, que el imaginario colectivo compartido solo se crea con el arte y la cultura. “Somos un país olvidadizo, como La peste del olvido, pensando en García Márquez. A nosotros se nos olvida todo, no tenemos memoria de lo que ha pasado, de las cosas buenas que se han hecho. Tal vez por eso tenemos una narrativa tan negativa sobre nosotros mismos”, dijo la senadora, quien además de su formación como abogada tiene una maestría en escrituras creativas de la Universidad de Nueva York. Es autora del libro Otras culpas.
Valencia no llegó a la política después de su paso por la universidad. No supo lo que este mundo implicaba, transformaba y consumía, hasta después de que se formó como profesional, sino que nació en él. Su bisabuelo, Guillermo Valencia Castillo, fue poeta modernista y publicó el libro de versos Ritos, que compuso entre 1896 y 1889. También fue miembro del Partido Conservador y candidato a la presidencia en dos ocasiones, además de gobernador y senador. Su hijo, Guillermo León Valencia, abuelo de Paloma, fue presidente de la República desde 1962 hasta 1966.
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La senadora creció con los dos entornos presentes, el de la política y el de las artes. Durante la charla en cuestión contó que decían que su bisabuelo no pudo ser presidente por la “liberalidad de su poesía”, que causó que la Iglesia católica no lo apoyara, y recordó que su abuelo Mario Laserna, fundador de la Universidad de los Andes, fue un apasionado por las artes, la cultura y la ciencia. Que desarrollarse en medio de cargos y decisiones que influían a tantas personas, pero además entre literatura y legados como el de la poesía, le permitió entender que uno de nuestros mayores problemas es que, al no tener una visión de futuro, nos enfrascábamos en problemas que saboteaban nuestro desarrollo como nación.
“Cuando la política se interesa mucho por las artes, la convierte en propaganda, la mata. Cuando conviertes al artista en sirviente, le cortas la cabeza. ¿Cómo hacen los políticos para usar las artes sin la tentación de volverlas propaganda? Ahí hay un reto, una pregunta”, dijo la senadora por el Centro Democrático.
Tanto el director de cine, quien también tiene una columna en este periódico llamada “Lo divino y lo humano”, como la senadora estuvieron de acuerdo en que en un país tan convulsionado como Colombia los políticos tienden a ocuparse en el diario, dejando los problemas estructurales para después, problemas que justamente se atenderían más efectivamente con la cultura. Pero el después nunca llega. “Eso uno lo entiende muy bien con la educación, que es segregada socialmente, pero nadie le pone atención porque si usted lo hace ahora, la persona se gradúa en 12 años y eso a nadie le importa”, agregó Valencia, quien cree, además, que el arte como formador de valores se ha desperdiciado.
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Duque concluyó que el tema era tan extenso como interesante y que debería tenerse en cuenta para un “seminario inacabable de intelectuales diletantes”, pero que para empezar había que tener en cuenta que la cultura era una palabra relativamente hermética, compleja. Que decir Ministerio de la Cultura era mucho más complejo todavía. “Ahora se llama Ministerio de las Artes, los Saberes y la Cultura. Se les fue la mano: si con la cultura no se podía, qué vamos a hacer con los saberes de las comunidades, los botánicos, los lingüísticos, las artes, etc. Todo esto ocupa carriles distintos que de vez en cuando interactúan”.