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Cuenta Patricio Guzmán (Santiago de Chile, 1941) que cuando apenas comenzaba sus andanzas en el cine, el veterano director Chris Marker le dio un consejo: “cuando quieras filmar un incendio, hay que estar en el lugar antes de que se produzca la primera llama”.
Cinco décadas más tarde, Guzmán cita aquel consejo en los primeros minutos de su más reciente película Mi país imaginario, la cual tuvo estreno mundial en el Festival de Cannes.
Mi país imaginario recoge la explosión social que se registró en Chile en 2019, con la toma de las calles por millones de personas exigiendo una vida digna, mejor educación, mejor sistema sanitario, más democracia y una nueva constitución.
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Puede que para las primeras llamas, Guzmán haya llegado cuando el incendio estaba en pleno apogeo. Sin embargo, Mi país imaginario es un retrato minucioso, exhaustivo y honesto de las entrañas de ese estallido, de sus mujeres protagonistas, así como de ciertos cambios generados.
“¿Qué ha pasado para que Chile se despertara?”, inquiere en su nuevo documental, hallando explicación en las nuevas generaciones, esas que nacieron despojadas del miedo.
“Chile siempre ha sido un país desvariado”, profundizaba Patricio Guzmán tomando con parsimonia uno de los tantos cafés que bebería ese día de encuentros con la prensa en el Festival de Cannes, “pero últimamente se ha aglutinado una cantidad de gente muy variada que desea cambios, que el país se transforme en algo más moderno y digno”, apuntaba.
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En Mi país imaginario, Guzmán hace notar que a diferencia del estallido social que se produjo en los años 70 con Salvador Allende, este movimiento telúrico del siglo 21 tiene la particularidad de que no está aupado ni enmarcado por un partido político, lo cual es una clara respuesta a la desconfianza y hartazgo hacia las formaciones políticas e instituciones.
“La revuelta me dio fuerza, me dio vida”, dice una mujer encapuchada, con flores de colores en la cabeza. Las mujeres son las que tienen la palabra en Mi país imaginario; desde una madre que se ha visto en la situación de no poder alimentar a su hijo, pasando por la estudiante convertida en ministra, la escritora que dice “estamos encendidos”, la mujer que se queda en el anonimato o la fotógrafa que mientras muestra las imágenes captadas en las manifestaciones, cuenta cómo perdió la visión total de su ojo izquierdo a causa de un perdigón disparado por la policía.
“Los movimientos feministas en Chile son sólidos, están bien organizados, no se disuelven y van a continuar, por lo tanto, elegí solamente mujeres para la película”, comenta el cineasta, que las describe como “más claras, de ideas más radicales y razonables”.
Guzmán ubica en la historia chilena la génesis de “esta especie de conciencia femenina” en los años 50, “desde entonces ha ido creciendo y hoy en día es la principal fuerza”.
Así mismo, recuerda la fuerza, la constancia, resistencia, importancia y resolución de las mujeres en la sociedad chilena, “fueron ellas las que durante 30 años buscaron a los desaparecidos de la dictadura”, apunta.
Los movimientos feministas representan pues “una garantía y solvencia para Chile, es muy bueno que existan y no se van a acabar. Todo lo contrario”, sentencia el director.
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El nuevo gobierno chileno, encabezado por Gabriel Boric, tendrá muchas pruebas que superara e infinidad de incendios que apagar.
“El gobierno duda y hace lo que puede, pero está sobrepasado”, analiza el cineasta, “la derecha está más agresiva, tratan de bloquear todo, pero no lo van a conseguir. La lucha continúa”.
Después de ponerle punto final a la trilogía compuesta por Nostalgia de la luz (2010), El botón de nácar (2015) y La cordillera de los sueños (2019), con Mi país imaginario, Guzmán se ratifica como uno de los cineastas más importantes de la cinematografía hispanohablante, cuyo trabajo constituye en la disección de Chile desde todos los ángulos posibles.
A de su trayectoria, Patricio Guzmán ha sabido reconocer las primeras llamas que anuncia los grandes incendios, para parafrasear el consejo recibido. Aunque detrás de la habilidad y destreza se encuentran varios factores.
“Tienes que tener la vocación de hacer un cine social, de retratar a tu país tal como es porque te apasiona, te conduce”, describía para concluir que no se trata de un trabajo fácil.
Sin embargo, Guzmán reconoce que el cine documental ha tomado bastante importancia. “Al principio a los documentalistas no nos daban mucha bola”, rememoraba jocoso, “pero ahora nos dejan entrar en festivales de cine como el de Cannes, y eso está muy bien”.