Pedro Carlos Lemus y el libro que le tocó escribir
Con su novela “Lo llamaré amor”, el autor barranquillero presentó credenciales en el mundo editorial, una industria que conoce bien, pues ha sido editor de Laguna Libros desde 2018. Hablamos con Lemus para entender cómo logró tejer su libro.
Valerie Cortés Villalba
El deseo llena de razón a las imágenes. Dos dientes rozándose, un pie descalzo buscando tímidamente al otro, un abrazo extendido, una última mirada. El deseo es el principio y el fin. ¿Cuál es su último deseo? Sople las velas y pida un deseo. El deseo es, entonces, tan ambiguo y poderoso que ha ocupado a la religión, la filosofía y las artes. Lo llamaré amor, el libro escrito por Pedro Carlos Lemus, es una enciclopedia del deseo.
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El deseo llena de razón a las imágenes. Dos dientes rozándose, un pie descalzo buscando tímidamente al otro, un abrazo extendido, una última mirada. El deseo es el principio y el fin. ¿Cuál es su último deseo? Sople las velas y pida un deseo. El deseo es, entonces, tan ambiguo y poderoso que ha ocupado a la religión, la filosofía y las artes. Lo llamaré amor, el libro escrito por Pedro Carlos Lemus, es una enciclopedia del deseo.
Lemus comenzó a escribir este libro, su primera novela, en 2020, en su apartamento en Bogotá, mientras trabajaba como editor en Laguna Libros, una editorial independiente colombiana. “Fue el libro que me tocó escribir”, dijo. No porque lo hayan obligado, lo dijo de manera poética. Como un sueño que llega y se agranda en la profundidad. Como un deseo imposible, diría Clarice Lispector.
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El libro se inicia y se perpetúa con un pensamiento: las pérdidas, la pérdida de un diente y de un amor. Síntomas de la humanidad. Todos perdemos dientes de leche, y todos, en algún momento, perdemos amores. Y con esa universalidad, Lemus le presenta al lector un niño que perdió prematuramente sus dientes incisivos y a un hombre que perdió, quizá también prematuramente, un amor. Ese niño y ese hombre son uno mismo: Pedro. Pedro Carlos. ¿Pedro Carlos Lemus? ¿El autor? No. Solo Pedro Carlos, pero ¿cuántos Pedro Carlos puede haber que hayan nacido en Barranquilla, vivan en Bogotá, trabajen como editores y hayan escrito horóscopos en la revista Arcadia? El lector está entonces en una trampa literaria y romántica.
Sobre esto le pregunté a Lemus y respondió: “No me molesta el término autoficción, probablemente sea el apropiado, pero me desentiendo de qué tiene que ver conmigo y qué no. Pedro seguramente es una versión de mí, y la mayoría de cosas sucedieron, pero no sucedieron así. Al escribirlo uno está manipulado ese material”. Lemus también contó que durante el proceso tuvo que tomar decisiones en nombre de la estructura y no del recuerdo: “Al escribir no estaba siendo fiel a los hechos, sino a las sensaciones, a la literatura”. Una de las decisiones que tomó fue bautizar al personaje principal como él: Pedro Carlos, como lo bautizó su madre y como se llama su padre. “Ya había escrito párrafos enteros pensados en el nombre Pedro y Pedro Carlos, y quería aprovecharlos, aprovechar lo que me había puesto la vida”.
En la novela de Lemus, Pedro, el nombre, es como Barranquilla, la ciudad; lo que quiero decir es que así como en Barranquilla se conectan el mar Caribe y el río Magdalena, Pedro, el nombre, conecta dos universos, a Pedro Carlos, el protagonista, y a Simón, su enamorado. En la ciudad, a esta convergencia se le conoce como Bocas de Ceniza. En el libro, Lemus desarrolla esa convergencia con referencias a los estudios de la Biblia. Pedro, el discípulo de Jesucristo, no era solo Pedro, su nombre completo era Simón Pedro. “Si un nombre es un destino, Pedro es la piedra sobre la que se edifica y es también en la que se niega tres veces”, se lee en las páginas de “Lo llamaré amor”.
Otra cara del deseo es lo que aún no bautizamos como tal. Esos corrientazos esporádicos e indetectables que eventualmente se nos revelan como verdad. En la infancia estos deseos se construyen en la privacidad del pensamiento. En su libro, Lemus destapa esta privacidad en escenas de la infancia y preadolescencia de Pedro. Un niño, acostumbrado a emular a su madre en llantos y cantos, la imita también en su gusto por los varones. Pedro se encuentra deseando a sus compañeros de clase y luego, a un hombre musculoso de pocas palabras. El deseo como temblor de un niño. Lemus describió este deseo como “espontáneo y desinteresado en su valor político, un deseo para satisfacerse a sí mismo”. El niño no tiene como agenda política la opresión, él solo desea, pero sí ha interiorizado la regla de la norma. “Hay deseos que no están permitidos, y eso sucede de maneras muy sutiles, se da a entender así. No hay un aviso en la pared que dice ‘prohibido desear a los hombres’. Es algo que se entiende que está prohibido y uno mismo lo encarna”, dijo Lemus.
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El deseo entre varones no es nuevo en la literatura colombiana. En una columna, el escritor antioqueño Pedro Adrián Zuluaga reflexiona sobre cómo más bien se ha ido naturalizando y en cómo las obras de autores contemporáneos como Lemus habitan la “cuestión gay” (así la llama Zuluaga) desde la cotidianidad y no desde la clandestinidad. Esta necesidad de trascender el lugar de enunciación y construir universos narrativos paralelos y posteriores a ella es lo que Lemus logra con esta novela.
Hay otra evolución del deseo en la novela de Lemus: los referentes culturales. El autor lo describió así: “La manera en la que uno se relaciona con el amor y el deseo está totalmente condicionada por los referentes y son unos y no cualesquiera. Son diferentes para cada persona; es decir, yo no sería la persona que soy en términos de cómo me relaciono con el amor si no me hubiera aprendido las canciones que me aprendí”. En “Lo llamaré amor” los referentes culturales inundan las páginas de la novela: baladas románticas que suenan en la cocina, el vallenato de la radio del bus municipal, el póster de Belinda, las películas con George Clooney o Bruce Willis, la muerte de Simba y las composiciones de Shakira. Todas estas referencias, que como dice Lemus son unas y no cualesquiera, ubican la novela de Lemus temporal y socialmente: Barranquilla, Bogotá y Colombia a principios de los 2000. Y también ubican a los personajes: Pedro es un experto en telenovelas y baladas románticas; Simón, un experto en objetos y decoración.
Un lector apreciará las referencias que conoce, pero más allá de estar ahí (como una decoración), en la novela de Lemus tienen un propósito... o varios. Primero, la transversalidad de la cultura, el amor y el deseo. Segundo, son material narrativo en el que los personajes se desarrollan, pues Pedro no solo canta las canciones de Shakira con su mamá, él también busca a su padre en los personajes de las películas. Tercero, los referentes están ahí porque aportan a la lectura y no por capricho del autor. “Hay ciertas narrativas que no están solas, por eso hay que tomarse en serio los referentes populares. Estos unen a la gente y eso no es poca cosa. A veces, al editar textos de otras autoras, yo les preguntaba ‘¿por qué nombras esta banda? ¿Es porque te gusta o tiene un fin?’. No es que esté mal, pero yo sí sabía que quería tener una intención con ellas”, dijo.
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El autor dice que escribió este libro muy consciente de cómo lo hacía, “había una hiperconciencia de esto cómo se hace, cómo queda mejor”. Le queda la duda de cuál hubiera sido el resultado si se hubiese dejado llevar, cedido un poco más. Pero esto no lo desvela, sabe que en las páginas de su libro hizo lo mejor que pudo “hacer con la edad que tengo y con lo que me pasó”. Lemus no ha dejado ir su acento barranquillero, cierra los ojos cuando se ríe y las cosas le parecen “chéveres”. También cree que las señales no son una condena y que hay que poner atención y siempre crear relaciones. “En ese juego uno se convence de cosas”.
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