Pendejos asesinos (Cuentos de sábado en la tarde)

Desde aquella tarde solitaria de octubre, por fin, comenzaron a retumbar en todos los medios nacionales e internacionales las graves denuncias y las últimas palabras del valiente Rafo.

Luis Felipe Arango
13 de mayo de 2023 - 07:32 p. m.
Los viejos de la tribu estaban ya hartos de vivir en medio de los fantasmas de seres queridos acribillados, y aconsejaban a los más jóvenes no entrometerse, no andar preguntando necedades sobre la fortuna y los negociados de los poderosos, esa mezcla venenosa y repugnante de políticos corruptos con mafias de toda laya.
Los viejos de la tribu estaban ya hartos de vivir en medio de los fantasmas de seres queridos acribillados, y aconsejaban a los más jóvenes no entrometerse, no andar preguntando necedades sobre la fortuna y los negociados de los poderosos, esa mezcla venenosa y repugnante de políticos corruptos con mafias de toda laya.
Foto: Pexels

El comisario jadeó sediento. Una evocación de espanto lo perseguía haciendo aún más insoportable ese calor a las orillas del Sinú. Cerbelión, su esbirro más leal y peligroso, dejó caer la uzi sobre un costal a medio llenar de nísperos, y se anticipó al brusco ademán del patrón para que lo ayudara a descalzarse las botas apestadas por un maldito engrudo incrustado, mezcla de sangre y barro. Alguna cabeza sin cuerpo le había salpicado de vísceras el fino cuero cuando un mercenario la pateó contra el guacal atiborrado de extremidades humanas, aquel día macabro en la cancha de fútbol de San José de Uré.

Enmarcado por un arco iris que coloreaba la pertinaz lluvia, aterrizó en su hacienda El Apostol, piloteando un helicóptero Bell UH-1 que le prestaban las fuerzas militares para agilizar sus matanzas, allá por los confines del corregimiento Tinieblas de Montelíbano. Terminada la barbarie de ese día, Salvador quería vestirse algo seductor y arisco para recibir a su última amante, la extravagante Mafioly, como la apodaban los fanáticos de sus polvos maquillados. Ella era ahora la vedette escogida por la marrulla gamonal para repartir el tiempo entre las faenas de burdel y los caprichos del comisario político para que andara echando discursos vergonzosos e inverosímiles en cuanto club social y escuela él le indicaba. Se jactaba de ser guapa y sí que lo era con esa tez blanca y unas caderas templadas, la cautivadora perfecta. Entre su aura de pitonisa se mimetizaba también una cacatúa que con frenesí engañaba la ignorancia popular, repitiendo cuanta conspiración panfletaria surgía de los delirios etílicos de su clientela de capos, ganaderos y manzanillos en la serranía de Paramillo.

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Con el tiempo, su vagabundeo parlanchín la fue llevando a configurar una formidable red de espionaje, ciudadanos algunos, sapos la mayoría, dispuestos a ganarse la vida con cualquier calumnia, inquina o chismorreo cotidiano que por intrascendente o ridículo que pareciera, contribuía a nutrir la farsa conspiradora y el poder atrabiliario encarnado en el comisario Salvador. Esa sapiencia oral la había afinado a lo largo de su adolescencia creciendo al lado de su padre el tuerto Manzur, quien había perdido un ojo aserrando espléndidos ébanos a las orillas del río Sinú. Mafioly no se despegaba de las labores diarias que su viejo campesino y colono desempeñaba con la esperanza de encontrar algún mineral milagroso, pero también animado por la ilusión de depredar selva virgen para sumarla, a cambio de míseras dádivas, a las haciendas de los lánguidos hatos de poderosos intereses económicos. Esa tradición nómada hecha ya costumbre y maldición para el campesino, de andar tumbando monte para usufructo del patrón, le había impedido a la niña Mafioly asistir a la escuela y por ello, a pesar de su virtuosismo con la palabra oral, nunca pudo aprenderla a leer o escribir. Le bastaba con el placer de cantarla en festivales populares o gritarla en corralejas. Ya después con el tiempo descubrió el placer de ventilarla a los cuatro vientos aferrada a un micrófono.

Cierto placer originado en su esencia analfabeta la llevó a desarrollar una memoria prodigiosa. Tenía grabados en su piel una infinidad de porros y vallenatos que cantaba con la cadencia y gracia suficientes para llenar de fiesta a sus poderosos amantes y de admiración a los paisanos del pueblo. De ahí el hecho de su notable popularidad y la razón por la que Salvador no dudó en escogerla para engatusar a la población, inmiscuyéndola en la política local y dándole atribuciones de espía profesional dentro de su organización criminal. Además del placer que le proveía al comisario la cadencia de sus caderas en los intervalos de lujuria, se había convertido tambien en sus ojos, oídos y archivo secreto de cuanta amenaza o sospechoso pudiera surgir en los entornos del inmenso feudo ganadero que abarcaba el dominio sin ley del comisario. Territorio que no era de poca monta si consideramos que el control férreo del comisario abarcaba una vasta extensión cordobesa de cinco mil hectáreas incluyendo ríos y quebradas forradas en oro y más de treinta mil hectáreas de plantaciones de coca. La amante del comisario era capaz de almacenar datos, rostros, lugares como el más sofisticado computador de la modernidad. Esta cualidad única le otorgaba una gran ventaja estratégica al ejército privado de Salvador por cuanto no tenía que disponer de arrumes de legajadores o de archivos electrónicos de sus operaciones criminales que pudieran ser interceptadas por los organismos de inteligencia estatal. Gracias a su sensual lazarilla podia avanzar con sus planes de vendettas, masacres y asesinatos selectivos sin dejarle mayor rastro a las pesquisas oficiales. La gran cibermemoria del prontuario de Salvador estaba pues alojada, quién lo creyera, en la vasta avenida sien de Mafioly.

El analfabetismo de la mata-hari cordobesa no era algo estrambótico en medio de esta edad oscura de la provincia caribeña. Si bien una buena parte de su población asistía a la escuela, no era esta una región que se destacara por tener habitantes letrados en el sentido de aficionados lectores o atraídos por la curiosidad de la información. Tantas años de violencia y masacres dejaron sembrado en la población un apego religioso al silencio, un aferramiento inconsciente al miedo. Los viejos de la tribu estaban ya hartos de vivir en medio de los fantasmas de seres queridos acribillados, y aconsejaban a los más jóvenes no entrometerse, no andar preguntando necedades sobre la fortuna y los negociados de los poderosos, esa mezcla venenosa y repugnante de políticos corruptos con mafias de toda laya. Si por Salvador fuera, el impondría una época de dictadura totalizante, donde el manto del terror se impusiera sobre la cultura y el progreso. Donde fuera lícito condenar a muerte por leer, por preguntar, por pensar. Hasta donde estuviese a su alcance, aprovecharía a la Mafioly y lo que encarnaban su sagacidad e ignorancia,para manipular a su antojo a esa masa inerte de población obediente.

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Además no entendía por qué los pobladores de este edén geográfico querrían complicarse el destino leyendo o educándose sobre el bien común, cuando bajo su manto letal el podía ampararlos de todo estigma o prejuicio que les sembrara tanto escritor y periodista leguleyo. Tales pretensiones solo lograban contaminar mentes ingenuas con pensamientos malignos contra una élite cuyo fin retórico no era nada distinto a decretarle la felicidad a quienes por las buenas escogieran someterse al silencio plácido, a ser vigilados y gobernados por los patrones de la artimaña.

Salvador suspiró una gran bocanada de alivio al terminar un generoso baño en la ducha exterior que mandó a construir en el deck de su mansión tropical. Bajo un perfume penetrante y la sombra amarilla de algarrobos y quebrachos sintió la paz profunda y una suerte de tranquilidad de cementerio, que él atribuía al cumplimiento responsable de su patriótica colusión con las fuerzas estatales del orden. Agradecido con esos resultados, estaba además en la cima del poder económico porque con lo que le aportaban las encopetadas élites de las principales capitales, había podido consolidar un ejército para-militar moderno, que aseguraba las rutas terrrestres y fluviales del interior hacia el mar para traficar ilegalmente maderas, minerales, cocaína y personas. Terminó de vestirse con una impecable guayabera de lino blanco, cuando Cerbelión se asomó desde la terraza para anunciarle el arribo de Mafioly. Venía vestida como siempre muy coqueta, con un sastre de seda anaranjado del que emanaban unas protuberantes flores con tintes púrpuras y rojos. Muy agraciada lo saludó con sendos besos en las mejillas y los labios. Sin pausa y sin darle oportunidad a Salvador de decir palabra, empezó una diatriba envalentonada, advirtiéndole que debían actuar con prontitud. Era una solicitud perentoria del ex-alcalde, quien se postularia nuevamente como candidato para las próximas elecciones.

Venía recibiendo información cada vez más preocupante para la estabilidad del poder acumulado por los políticos Espedito y Calle. Sobre ellos cernían graves denuncias que venía haciendo un deslenguado conocido de ella desde los tiempos de gambusina a las orillas del Sinú y el San Jorge. Lo conocía bien por su apodo Rafo, pero le había perdido el rastro desde que decidió enrolarse como raspachín en alguna de las infinitas extensiones sembradas de coca al sur de Puerto Libertador, alrededor del Nudo de Paramillo. Había vuelto a saber de él y de su liderazgo cívico cuando asumió como presidente de la Junta de Acción Comunal de su vereda. Ahora navegaba a empellones metido de periodista y juez advenedizo, lanzando un temporal de denuncias contra todos los privilegiados. Denunciaba con sus averiguaciones a los gobernantes coludidos con las mafias contratistas y narcotraficantes que venían asaltando impunemente las millonarias arcas de las regalías, cuya destinación debía ser para beneficiar a los pueblos más miserables del Sinú. Se trataba de alcaldes y gobernadores que construían en el aire carreteras, malecones, coliseos, estadios, colegios, piscinas olímpicas, todo a través de una feria de licitaciones amañadas y adjudicadas a dedo a empresas piratas creadas por contratistas amangüalados con políticos que Rafo identificaba muy bien gracias a sus pesquisas.

El afán con que embestía la lengua de Mafioly le causó cierto incordio al impulso erótico que lo invadía mientras escaneaba las curvas sensuales de su cacatúa humana. Se sentía agotado después del desgaste corporal provocado por la última carnicería en Uré. En ese momento prefería mas bien salir al bar de la piscina y tomarse un Old Parr mientras le acariciaba los protuberantes senos al son de las cigarras. Pero comprendió que la ansiedad de los políticos exigía una decisión inmediata y en tono cáustico le pidió a la delatora que especificara más detallles sobre la urgencia. Él ya sabía de las denuncias que circulaban en torno a millonarias contrataciones corruptas que lo baneficiaban a él, pero también al gobernador, al alcalde, al congresista y a reconocidos empresarios de cuello blanco del interior. Pero eso no lo preocupaba realmente porque entre su nómina de cómplices cooptados estaba incuido el fiscal regional y tenía claro que el fiscal nacional era lo suficientemente cobarde como para no inmiscuirse en un tinglado tan sanguinario y aplastante.

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Ella lo puso al tanto de que hacía días venían arreciando las habladurías populares contra el fiscal de la provincia porque se sospechaba de su sumisión a los poderosos desde que había sido extorsionado para comprar su silencio en un caso de violación de una menor de trece años. El violador era nadie menos que el primogénito del exalcalde y próximo candidato nuevamente. La Comisaría de Familia lo había denunciado ante la fiscalía pero ésta extrañamente no actuaba desde que la administración le había tomado en arriendo un inmueble al fiscal regional. El caso quedó archivado en los anaqueles de la prescripción. En la emisora local ‘Ecos de Córdoba’ el periodista Rafo relataba cómo, no bastándole con acto tan salvaje contra una menor, el violador hijo del político enviaba matones a la casa de la víctima para amedrentar a la madre de la niña para que retiraran las denuncias y las intimidaba rompiéndoles los vidrios de su casa con pesadas piedras. Mafioly concluyó su versión reiterando que esa denuncia ponía en juego tanto el prestigio de la fiscalía como la dignidad y el futuro político del exalcalde y la prometedora carrera de su hijo. Denuncias sobre contrataciones corruptas era una manida costumbre de los periodistas a las que el público ya estaba acostumbrado y a las que las autoridades le hacían una cabriola mágica para burlar las investigaciones. Pero una violación causaba tal grado de ira popular y resentimiento entre la población que podría poner en riesgo la fidelidad de los electores a la hora de llegarles nuevamente a comprar su voto.

Perentoria era la orden de los mandamases, a modo de caballerosa solicitud a través de su pupila, para que Salvador silenciara defintivamente a Rafo. Al día siguiente, mientras se ocultaba el sol tras la suntuosa serranía y Rafael manipulaba en la puerta el candado de su modesto negocio de perros calientes, sintió de pronto en la espalda un impacto de calor que lo quemó y tumbó de un zarpaso contra el cemento. Con sangre fría, el sicario cubierto con una pañoleta se le acercó y le descerrejo un tiro de gracia. Desde aquella tarde solitiaria de octubre, por fin comenzaron a retumbar en todos los medios nacionales e internacionales las graves denuncias y las últimas palabras del valiente Rafo: “..yo no le asisto a ninguno a reunión con paracos, pueden venir por mí, pero a mi no me cita ningún pendejo para estar jodiendo que con reuniones con paracos, porque yo mis problemas los arreglo con la legalidad, no sean pendejos..”

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Por Luis Felipe Arango

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