Perdonar para vivir en libertad
“La caída”, un cortometraje basado en el cuento homónimo de Hwang Jungeun, invita a los espectadores a cuestionarse sobre el perdón como un acto liberador. La película hace parte del ciclo de cine coreano que se está llevando a cabo en el Centro Cultural Gabriel García Márquez, en el marco de la Filbo Ciudad.
Danelys Vega Cardozo
Edith Eger, en su libro “La bailarina de Auschwitz”, relata como algunas personas que habían sido prisioneras en los campos de concentración nazi vivían en el pasado porque eran incapaces de perdonar a sus agresores, por mucho tiempo ella también fue uno de ellos, de esos que habían pausado su vida. Porque al final quien carga una pena está encadenado. El hombre es tan libre que siempre puede elegir su camino, diría Viktor Frankl. El hombre puede vivir con cadenas o sin ellas. Hay quienes eligen la primera opción. Hay quienes deciden ser como Yeji, el protagonista del cortometraje “La caída”.
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Edith Eger, en su libro “La bailarina de Auschwitz”, relata como algunas personas que habían sido prisioneras en los campos de concentración nazi vivían en el pasado porque eran incapaces de perdonar a sus agresores, por mucho tiempo ella también fue uno de ellos, de esos que habían pausado su vida. Porque al final quien carga una pena está encadenado. El hombre es tan libre que siempre puede elegir su camino, diría Viktor Frankl. El hombre puede vivir con cadenas o sin ellas. Hay quienes eligen la primera opción. Hay quienes deciden ser como Yeji, el protagonista del cortometraje “La caída”.
Yeji parece guardar rencor a su padre. Yeji no sonríe, su rostro, de hecho, es más bien inexpresivo. A ratos pareciera que las emociones estuvieran distanciadas de él. No se sabe a ciencia cierta qué pasó para que el joven no pueda perdonar a su padre. En la película se conoce lo que se produce en el presunto agredido, pero nunca lo que hizo el agresor. Se sabe que el padre del joven está hospitalizado. Él nunca lo ha ido a ver a ese sitio. “Al menos visítalo una vez”, le dice un señor con quien sostiene una conversación. Yeji se queda callado. Lo mismo sucede cuando charla con Soku, el novio de su hermana. Los dos se encuentran comiendo, entonces Soku le hace un comentario. Le dice que se parece a su padre. El rostro de Yeji se transforma, pero de su boca no se desprende ni una sola palabra. Soku se da cuenta que aquello que ha dicho parece haber disgustado a su acompañante, entonces le aclara que lo dice “por sus manos”. “Son igual de grandes”, le dice. Ahora, Yeji come en paz, como si una brisa refrescante hubiera cubierto su cara.
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La misma brisa que quizá sintió cuando llegó a su casa y se dio cuenta que su padre no estaba. El joven le había advertido a su madre por celular que esperaba no encontrarlo en su hogar. En su casa no halló a su padre, pero tampoco a su madre. Eso sí, una sorpresa lo esperaba: el novio de su hermana. Ese que descubrió en el jardín de su hogar. Aquel que parecía que residiera ahí de tiempos antaño. Yeji quedó en medio de un “extraño”. Lonji, su hermana, llega unas horas después. Parece ser que su madre está contenta con el nuevo miembro de la familia, según le cuenta Lonji a Yeji. Y es que Soku se siente agradecido con ella. El joven solía comer en la calle por lo que terminaba consumiendo alimentos poco saludables. Su estilo de vida no le daba para preparar su propia comida, según lo que cuenta. Un sentimiento de tristeza lo embargaba a ratos. Entonces, un día descubrió el restaurante de la madre de Lonji y Yeji. Desde la primera vez que comió ahí, dice que se sintió por fin en casa.
Pero la comida del restaurante ya no sabe igual. La madre de Yeji ya no cocina en aquel lugar. Ahora lo hace Lonji. A diferencia de su madre, la joven no pasa tanto tiempo en el restaurante. Dice ella que su sazón no es igual a la de su madre, por lo tanto, le queda tiempo para estar en casa. Aunque un día interrumpe su rutina para cumplir con una petición que le hace su madre: visitar a su padre. “Lo fui a ver solo porque me lo pidió mamá”, le dice Lonji a Yeji. La joven parece que, al igual que su hermano, guarda resentimientos hacia su padre. Quizá las dos únicas personas que tienen algo por rescatar del padre de Yeji es Soku y el señor que va a llevar unas cosas a su invernadero. Soku le relata a Yeji que su padre se subió hasta una montaña a cazar unos jabalíes y que luego preparó la carne, destacando el coraje y la buena sazón que tenía el susodicho. El señor del invernadero también rescata el coraje de esta persona. Le dice a Yeji que era un hombre fuerte, que no se dejaba vencer con facilidad. Sin embargo, parece que el carácter y la sazón no son suficientes para perdonar los “pecados” de su padre.
“La caída” deja preguntas sin resolver. El filme culmina con Yeji fumigando en el bosque. El bosque al que también acude para leer. Los espectadores deben acudir a su imaginación para saber qué ha ocurrido con el padre de aquel joven. Quién sabe cuál habrá sido el agravio. Quién sabe si algún día habrá ido Yeji a visitar a su padre al hospital. Quién sabe si habrá decidido seguir siendo un preso o más bien recorrer pasos en libertad. Como diría Edith Eger: “Podemos decidir ser nuestros propios carceleros o podemos decidir ser libres”.