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Cualquier contratenor que se enfrente al rol del joven faraón egipcio, Akenatón, en la ópera del mismo nombre del compositor Philip Glass tiene el desafío de cantar durante seis minutos la misma letra, “a”, en diferentes tonos y repitiendo una estructura musical que caracteriza esta obra en tres actos. Esto es precisamente lo que hizo que el compositor estadounidense alcanzara el reconocimiento como uno de los músicos más influyentes del siglo XX.
Pasó de trabajar en la tienda de discos de su padre y manejar taxis en Nueva York para sobrevivir a ser uno de los compositores más galardonados. A lo largo de su carrera colaboró con artistas como David Bowie y Martin Scorsese y sus óperas, hoy en día, llenan los escenarios. Según le contó a Lola Fadulu, en una entrevista para The Atlantic, durante su infancia tanto él como su hermano llamaban a su padre, Ben, por su primer nombre para evitar que se conociera su identidad en la ciudad, a pesar de que todos sabían quiénes eran.
Nacido en Baltimore en 1937, Glass proviene de una familia de inmigrantes lituanos. Luego de la Segunda Guerra Mundial, su madre se dedicó a ayudar a sobrevivientes del holocausto, ofreciéndoles un lugar de paso; mientras que su padre era dueño de una tienda de discos en la que trabajó desde los doce años, y afirma que allí aprendió a distinguir la buena música.
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“Mi padre fue autodidacta, pero terminó teniendo un conocimiento muy refinado y rico de la música clásica, de cámara y contemporánea. Por lo general, llegaba a casa y cenaba, y luego se sentaba en su sillón y escuchaba música hasta casi la medianoche. Me di cuenta de esto muy temprano, e iba y escuchaba con él”, escribió en su autobiografía.
Sin embargo, el futuro compositor supo desde antes que su vocación estaba en la música y por ello tomó clases de flauta y entró al programa universitario acelerado de la Universidad de Chicago, donde estudió matemáticas y filosofía. Su obra comenzó a desarrollarla en Chicago, aunque al llegar a Julliard se dedicó al teclado como instrumento principal. Durante su periodo como estudiante ganó un premio de la Fundación Broadcast Music Incorporation y participó en la escuela de verano del Festival de Música de Aspen, antes de mudarse a Pittsburgh en 1962, donde trabajó como compositor en residencia del sistema de educación pública y compuso piezas de música coral, de cámara y orquestal.
Dos años más tarde obtuvo una beca Fulbright, la cual le permitió estudiar composición en París bajo la instrucción de la conductora de orquesta, Nadia Boulanger. En su autobiografía Glass reveló que con Boulanger estudió a los compositores que se consolidaron como sus mayores influyentes: Mozart y Bach. París marcó la vida del compositor y cuando dejó la ciudad de las luces en 1966 para viajar al norte de India, ya tenía varias piezas a su nombre y comenzó a involucrarse en prácticas budistas antes de mudarse a Nueva York en 1967.
La ciudad que nunca duerme fue un desafío para Glass. A pesar de que ya se había hecho una reputación, su estilo musical de estructuras repetitivas no causó furor entre los habitantes de la jungla de cemento. Tocaba sus composiciones en galerías y estudios pequeños que no le proporcionaban lo suficiente para sobrevivir y sostener a su familia. A pesar de las dificultades económicas, fundó el Philip Glass Ensamble en 1968, que involucraba teclados, saxofones y voces de sopranos, con el cual llegó a tocar sus piezas, que evidenciaban un estilo más complejo, en el Museo Whitney de Arte Americano en 1969 y en 1970 en el Museo Guggenheim.
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“Tenía un conjunto en ese momento. Saldría de gira durante tres semanas. Regresábamos de la gira y, por lo general, perdíamos dinero, así que tenía que ganar dinero de inmediato. Puse un anuncio en el periódico. Mi primo y yo dirigíamos la empresa, y movía muebles durante unas tres, cuatro o cinco semanas. Luego me fui de gira de nuevo. Una vez más, perdimos dinero”.
La falta de oportunidades en el mundo musical llevó a Glass a tomar trabajos en diferentes campos, durante una temporada fue plomero y luego sacó su licencia para conducir un taxi en Nueva York entre 1973 y 1978. “Me interesaban los trabajos que fueran de medio tiempo, donde tuviera mucha independencia, donde pudiera trabajar cuando quisiera. No estaba interesado en trabajar en una oficina donde todo estuviera muy reglamentado”.
Estas nuevas profesiones no impidieron que el compositor siguiera desarrollando su carrera musical o su estilo minimalista, que demostró en “1+1″, “Dos páginas” y “Música en doce partes”. Con esta última Glass afirmó que “había roto las reglas del modernismo y pensé que era hora de romper algunas de mis propias reglas”, la obra que comenzó como una pieza en solitario con doce partes instrumentales terminó convirtiéndose en una recopilación de los logros musicales y de su estilo. Fue esta la que marcó el fin de su minimalismo musical y con la que comenzó a describir su música como “estructuras repetitivas”.
1976 fue el año que vio su debut en la composición de óperas con el estreno de “Einstein en la playa” en el Festival de Avignon, en la que no hay una trama central y el reconocido científico es interpretado por un violinista. Fue la primera de la trilogía de “óperas retrato”, en las que su objetivo era centrarse en figuras históricas que influenciaron el mundo con su forma de pensar. La segunda de ellas “Satyagraha” tiene como personaje principal a Mahatma Ghandi y fue compuesta en 1980, esta fue la primera ópera que compuso en la que usó un ensamble tradicional de orquesta y solistas.
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Así empezaron a llegar más y más comisiones hasta que se dio cuenta de que podía vivir de su música y abandonar su taxi. “Me encargaron escribir Satyagraha, una ópera sobre Gandhi, y la compañía de ópera me pagó. Así que no volví a trabajar durante cuatro o cinco meses, y luego tuve otro trabajo. Aproximadamente un año después me di cuenta de que no había conducido un taxi en un año. Renové mi licencia de taxi por otro año más o menos, pero nunca tuve que volver a conducir”.
La última de esta trilogía se enfocó en el faraón del antiguo Egipto, Akenatón, quien durante su reinado impuso una religión monoteísta que adoraba al dios del sol. Esta fue estrenada en 1984 y, como otras de sus obras, no sigue una narrativa convencional. Además, el libreto está escrito en hebreo, egipcio, acadio e inglés.
Pero su música no se limita a las salas de concierto o escenarios de casas de ópera, también se puede apreciar en diferentes películas. Comenzó a componer bandas sonoras en 1970 y su nombre aparece en largometrajes como “El show de Truman” y la serie de horror “Candyman”. La música que compuso para la película de 1997 sobre el Dalai Lama, “Kundun”, le dio su primera nominación a un premio Oscar, la segunda vino en el 2002 con “Las Horas” y la tercera la obtuvo con el drama psicológico “Escándalo”.
Aún con 85 años recién cumplidos, el compositor estadounidense parece no tener intenciones de retirarse del campo que le apasiona, a pesar del éxito y la fama tardía que obtuvo. Con conciertos programados en diferentes partes del mundo y el regreso de la ópera nominada a un Grammy, “Akenatón”, al escenario del Metropolitan Opera en junio, Philip Glass continúa construyendo su legado de “música con estructuras complejas”.