Piedad Bonnett: escribir desde el borde
La escritora colombiana recibió el tres de junio la noticia de ser la ganadora del XXXIII Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana, un reconocimiento que les hace justicia al cuidado, la convicción y la entrega por su obra literaria.
Andrés Osorio Guillott
Ya Rainer Maria Rilke nos había enseñado que lo bello “es esa forma de lo terrible que todavía podemos soportar”. Quizás es difícil en un primer momento pensar que de lo terrible puede emanar belleza, además habría que preguntarse cada uno qué es lo terrible y qué es lo bello, pero una posible respuesta pueda estar en la poesía de Piedad Bonnett.
Gánale la carrera a la desinformación NO TE QUEDES CON LAS GANAS DE LEER ESTE ARTÍCULO
¿Ya tienes una cuenta? Inicia sesión para continuar
Ya Rainer Maria Rilke nos había enseñado que lo bello “es esa forma de lo terrible que todavía podemos soportar”. Quizás es difícil en un primer momento pensar que de lo terrible puede emanar belleza, además habría que preguntarse cada uno qué es lo terrible y qué es lo bello, pero una posible respuesta pueda estar en la poesía de Piedad Bonnett.
Decía también William Ospina en el libro que acaba de publicar, Donde crece el peligro, que “la búsqueda de la belleza se convierte también en la búsqueda de la extrañeza, en la búsqueda del asombro y de la maravilla, que los poemas no están tejiendo filigranas decorativas sobre el mundo, sino produciendo palabras que nos estremecen y nos hacen sentir que estamos viendo al mundo por primera vez”.
Piedad Bonnett ya nos había hablado de El prestigio de la belleza, pero, sobre todo, en su poesía nos ha venido mostrando que igual hay belleza en lo que parece contrario a ella, que, en las pérdidas, en los duelos, en los conflictos y en los vacíos hay espacio para lo bello, en la tragedia también hay un sentido de la estética.
“Todo / cuanto tiembla en el borde es nacimiento”, dice Bonnett en un poema en el que nos dice que no es el abismo, sino que “Lo terrible es el borde”, pues “Nunca estamos más huérfanos” que cuando estamos en él. Y quizá no hay mejor metáfora para su obra que esa. Piedad Bonnett vive y escribe en ese borde, en el risco de un acantilado, no le teme a la caída, tampoco se ha incomodado con adaptarse a ese límite entre la vida y la muerte, lo bello y lo feo, lo bueno y lo malo, lo cierto y lo incierto.
El País de España registró las palabras de María Dolores Menéndez, gerente del Patrimonio Nacional de ese país, sobre Piedad Bonnett cuando dijo que ella es “una voz actual de referencia en la poesía iberoamericana con un trato elaborado del lenguaje que le permite acercarse a la experiencia vital con profundidad y belleza, y a responder con humanidad a la tragedia de la vida. Su poesía es luminosa, aun cuando trata temas arduos, como el desamor, la guerra, la pérdida o el duelo”.
No es nuevo pensar que la literatura que cada quien hace es el reflejo de la literatura que siempre buscó, que siempre leyó y que siempre supo cambiarle en algo la vida. En el caso de Bonnett, su poesía, pero también sus novelas, exploran los lazos familiares, las figuras del padre, de la madre, del hijo, de la pareja. Pocas personas logran hacer radiografías de la cotidianidad y de las vidas privadas, pero la escritora antioqueña ha podido hacerlo en verso y en prosa. En verso, en libros como El hilo de los días, Para otros es el cielo; en poemas en los que dice, por ejemplo, que “Una cocina puede ser el mundo, / un desierto, un lugar para llorar”, pero también lo ha dicho en prosa, en textos como Lo que no tiene nombre, Donde nadie me espere, Qué hacer con estos pedazos, entre otros.
Hace ya varios años, hablando sobre el libro Donde nadie me espere, Bonnett afirmó para este diario: “La literatura me dio el soporte. Se me puso como un riel en el que yo podía ir sin descarrilarme. Por supuesto, con incertidumbres, con cansancio, pero con la pasión. Si tú tienes una pasión estás salvado de la náusea. (…) La literatura es la forma más bonita de huir. Es huir en su posibilidad positiva, porque siempre pensamos que huir es una cosa negativa. Desde que era una niña empecé a huir. Leía los cuentos de hadas y ya estaba huyendo. Y no porque mi entorno fuera especialmente problemático. Pero de todas maneras era muy sensible al autoritarismo de mi papá, a los miedos, a la religión castigadora. Para mí, cuando la vida se pone conflictiva, encuentro que un libro es un refugio”.
El jurado del Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana, galardón que se entrega a un autor vivo para reconocer el valor literario de su obra y su aporte a la cultura española y de Iberoamérica, aseguró que la obra de Piedad Bonnett “muestra una trayectoria sólida y orgánica, con gran coherencia en su obra poética”.
No es el primer premio que recibe Bonnett por su poesía. En 1994 se ganó el Premio Nacional de Poesía por el libro El hilo de los días, así como en 2011 se ganó el premio Casa de América por Explicaciones no pedidas; o el premio Generación del 27 por Los habitados. Y sí, los premios son una forma de revalidar la importancia de una obra, pero más que las estatuillas que podrán adornar la casa de la poeta colombiana al nororiente de Bogotá, lo que todo esto nos puede sugerir es que tenemos entre nosotros a una escritora que ha universalizado nuestra literatura. Que ha puesto los ojos del mundo en las páginas que se escriben desde la incertidumbre que nos ha acompañado con el paso del tiempo y que ha reafirmado lo que alguna vez dijo Jorge Luis Borges: “Ser colombiano es un acto de fe”.
“El trabajo de los escritores nos lo inventamos nosotros y es la cosa más absurda. Sin tener seguridad en mi talento ni que esto le interese a un editor ni mucho menos al lector. Pasando dificultades económicas porque, al principio, las cosas son complicadísimas, pero no importa, decido dedicarme seis horas del día a imaginarme cosas, ponerlas en un papel y darles sentido. Por eso este oficio será tan recompensado. Nosotros decimos cosas que los otros hubieran querido decir y las escribimos de una manera en la que los otros las hubieran querido escribir”, señaló Bonnett en otra entrevista concedida a este diario en 2022.
Leonard Cohen nos dijo con su poesía que “Todo tiene una grieta: / Así es como entra la luz”, y es tal vez por eso que la obra de Piedad Bonnett resulta luminosa, como aseguró Dolores Menéndez, pues está plagada de grietas, de aperturas en las que brotan otras revelaciones y nuevos deseos de soñar, algo que para la poeta colombiana es imprescindible; además, es consciente, como lo señaló en El comienzo de las cosas, que “la felicidad siempre husmea su muerte”, y es por eso que de pronto halló en la literatura, tanto en lo que lee como en lo que escribe, el escape perfecto para no dejarse alcanzar tan pronto de la certidumbre del dolor.