Piedad Bonnett: la soledad que se transmuta en conciencia
El pasado 19 de noviembre, Piedad Bonnett recibió el Reina Sofía de poesía, el mayor premio a este género a nivel iberoamericano. Este es un reconocimiento por su trabajo de vida y su obra, que ha pasado por el desamor, la guerra, el duelo, la ciudad y la cotidianidad. La autora ha demostrado que la poesía es la música del lenguaje que revela, estremece y destapa bellezas donde antes solo se podía ver una tragedia vacía.
Juliana Vargas
Al recibir el premio Reina Sofía, Piedad Bonnett relató que no había cumplido siete años cuando ya el tiempo, la muerte y su propia pequeñez se le habían revelado. Durante su adolescencia, aquella revelación la llevaría a la conclusión de que todos estamos inconmensurablemente solos. “Podemos tener muchos amigos, amor, bondad, compasión y caridad que suavicen nuestro camino en la vida diaria; aun así, en las tragedias y los triunfos de la experiencia humana todo mortal está solo (…) En la solemne soledad del ser, la que nos une a lo inconmensurable y lo eterno, cada persona vive sola siempre”, dijo alguna vez Elizabeth Cady, una pionera del feminismo a la que Piedad Bonnett le hizo eco al recibir el premio.
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Al recibir el premio Reina Sofía, Piedad Bonnett relató que no había cumplido siete años cuando ya el tiempo, la muerte y su propia pequeñez se le habían revelado. Durante su adolescencia, aquella revelación la llevaría a la conclusión de que todos estamos inconmensurablemente solos. “Podemos tener muchos amigos, amor, bondad, compasión y caridad que suavicen nuestro camino en la vida diaria; aun así, en las tragedias y los triunfos de la experiencia humana todo mortal está solo (…) En la solemne soledad del ser, la que nos une a lo inconmensurable y lo eterno, cada persona vive sola siempre”, dijo alguna vez Elizabeth Cady, una pionera del feminismo a la que Piedad Bonnett le hizo eco al recibir el premio.
Estamos en el mundo con otros, junto a otros, alrededor de otros y, sin embargo, somos conscientes de la tragedia que nos envuelve a punta de la soledad. “Cuánto ruido trajiste a esta casa”, recita Piedad Bonnett en su poema “Desolación”. “Todos los corredores se poblaron de ti y olvidaron de golpe su soledad de siglos”. “No podía saber que cuando el aire barriera el polvo en todos los rincones y de olor a manzanas se llenara la huerta, te marcharías sin sonar de aldabas, dejando tus silencios y las puertas abiertas”.
La poesía es entonces revelación y estremecimiento. Es una forma de conocer el mundo, ese que se esconde detrás de los sueños y los miedos, y las tazas de café. Es la manera que tiene la humanidad para agarrar la vida, como si de pronto se hubiese convertido en una niña jugando a la Lleva. Es la sorpresa que sale de detrás de las cinco de la tarde. Ay, “con qué cuidado y doméstico afán, entre el alba y la ducha, meticulosamente aceitamos los goznes, a los grilletes damos brillo, nos aseguramos que aprieten las cadenas –por si acaso–, que no hagan ruido sus eslabones (“Se molesta el prójimo”). Con qué aire laborioso sonreímos a la mañana urgente y caminamos”. Caminamos por los domingos de ciudad que bostezan al sol adormecido, por las miserias que se asoman por los paseos y las calles, por los cines donde se encuentran los besos que se copian unos a otros para poder tener dulces sueños en la noche, como lo ha hecho ver Bonnett a través de sus poemas.
La poesía también es una forma del lenguaje que no tiene equivalencia. La poesía es el arte de hacer explicable lo inexplicable, es llamar a lo que no tiene nombre y es la música del duelo. “La oscura disonancia” es la última antología de poemas de Piedad Bonnett y la obra que le dio el Reina Sofía, que también es denuncia, que también es abrir las heridas y entender qué hay detrás de ellas, que también es mirar de frente a las soledades de los prisioneros del ruido y la hiperconectividad, de los viejos desechados, de las mujeres encerradas en casa, de los hombres que se saben solos junto a otros, de las madres que perdieron a sus hijos cuando decidieron tener una salida digna de este mundo saltando de un quinto piso, como si se hubieran zambullido en el mar con la esperanza de volver a emerger.
El premio Reina Sofía es el mayor reconocimiento que se le puede dar a un poeta vivo a nivel iberoamericano. De hecho, es llamado el “Nobel de la poesía en español y portugués”. Si Piedad Bonnett fue la ganadora de este año, es por la construcción no solo de una carrera, sino también por una manera de entender y enfrentar la vida. Es hija de César Vallejo y las calles polvorientas de Baudelaire; es una hija de Sylvia Plath y Alejandra Pizarnik con su poética de lo cotidiano; es una de las elegidas del destino para encontrar el valor de las palabras y expresar su musicalidad; es una de las mujeres que para el duelo más grande vuelve a la poesía. “Mi faltriquera llena de penas traigo, desbordada de penas infinitas de dolor”, dice, cansada. “De los desiertos vengo con los labios ardidos y la mirada ciega de tan duro viento y ardua arena”. Pero a la poesía se puede volver siempre a pesar de las más grandes pérdidas. “Abrasada de sed, vengo a beber de tus profundos manantiales, a rendirme en tus hondos brazos de madre, y en tu pecho de amante, misterioso, donde late tu corazón como un enigma”.
Si Piedad Bonnett fue la ganadora del premio Reina Sofía, entonces se ha convertido en uno de los personajes del año. Si todavía se tenía alguna duda de que es una de nuestras más grandes poetas contemporáneas, este premio lo confirmó. Ella es la poeta que nos repite que, a pesar de la inconmensurable soledad a la que estamos condenados, la poesía nos recuerda que la vida también es la belleza del atardecer que estalla detrás de un sol candente, de la mano infantil que sujeta un algodón, de las luces que juegan por entre una vidriera, del paso del tiempo que todo lo borra:
“No hay cicatriz, por brutal que parezca,
que no encierre belleza.
Una historia puntual se cuenta en ella
algún dolor. Pero también su fin.
Las cicatrices, pues, son las costuras
de la memoria,
un remate imperfecto que nos sana
dañándonos. La forma
que el tiempo encuentra
de que nunca olvidemos las heridas”.