Pisar La Cueva, un acto de justicia poética para Meira Delmar (Tras bambalinas)
En su centenario, la poeta barranquillera vuelve con la obra “Yo, Meira Delmar: a nadie doy mi soledad”, que va hasta hoy en Casa E Borrero.
María José Noriega Ramírez
Daniela Cristancho Serrano
Los hermanos Karamazov, de Fiódor Dostoyevski, llevó a Maribel Abello Banfi a conocer a Meira Delmar. Una tarea de español, cuando tenía 14 años, la condujo hacia la casa de la poeta barranquillera, pues, según su madre, ella podía ser de las pocas personas en la capital del Atlántico en tener la obra del escritor ruso. “¿Qué necesitas, mijita?”, fueron las primeras palabras que le dijo. Y aunque el libro no lo tenía allí, se lo consiguió. “Ella era así: tocabas a su puerta y te abría el corazón”.
Sobre el escenario del Teatro Arlequín, en el Park Way, los versos y pensamientos de Meira Delmar, cuyo nombre de pila es Olga Isabel Chams Eljach, una mujer de ascendencia árabe que usó dicho seudónimo para escribir y vivir a través de su pluma, se traducen en un monólogo a dos voces que, mezclando música y baile, la sacaron de la intimidad de sus poemarios y la introdujeron al misticismo de las tablas, justo el año en el que se celebra su centenario, a través de la obra Yo, Meira Delmar: a nadie doy mi soledad.
Si quiere leer más del Festival Iberoamericano de Teatro, le sugerimos: “El bunde del agua” o la apología a la solidaridad (Tras bambalinas)
Casi como una deidad, atesorando como una biblia la segunda edición del libro que la Universidad del Norte publicó con su obra, Abello Banfi confiesa que la poetisa no solo fue su tutora en la exploración de la cultura barranquillera, sino también uno de sus grandes amores. Siguiendo el féretro en el que en 2009 le dio el último adiós, le hizo una promesa: publicar el libro en el que venía trabajando sobre la historia de mujeres del Caribe colombiano. Así, narrando la inmigración, el amor y la vida de ellas, Hasta ahora te creo incluye la voz de quien hoy es recordada por ser un puente entre el mar Mediterráneo y el mar Caribe, aterrizando en dos lenguajes universales: la poesía y el teatro.
Fue entre esos dos lugares, los versos y las tablas, que Isabella Gómez Girón, la actriz que encarna a Meira Delmar en su versión de niña y joven, la conoció. “Alguien pasa y pregunta por los jazmines, madre. / Y yo guardo silencio. / Las palabras no acuden /en mi ayuda, se esconden /en el fondo del pecho, / por no subir vestidas/ de luto hasta mi boca, /y derramarse luego/en un río de lágrimas”, fueron los primeros versos que recitó de la poeta barranquillera. El poema Alguien pasa fue parte de una obra que desarrolló en Nueva York junto a Germán Jaramillo, el cofundador del Teatro Libre de Bogotá. “Era un poema sobre la muerte de una madre, algo totalmente desgarrador. Yo me sorprendí de cómo ella logró expresar así el luto y cuando regresé a Colombia me enteré del nivel de mujer que fue”.
Así, la voz madura de Meira Delmar tocó, en dos épocas distintas, las fibras de dos barranquilleras, que, aunque de diferentes generaciones, hoy se disponen a contar su historia en el escenario. “Esto es más o menos así”, dice Abello Banfi, quien personifica a la poeta en su época adulta. En su pecho, lleva la medalla ‘Orden de la Democracia Simón Bolívar’, que le fue otorgada a Delmar por la Cámara de Representantes en 2003. “Un, dos, tres. Un, dos, tres. Un, dos, tres”, dicen al unísono las dos actrices, mientras sostienen sus manos en el aire y simulan bailar el vals. Una de ellas agarra la revista Vanidades de La Habana, el medio que publicó los primeros poemas de Meira Delmar. Como un espejo, la pareja se desplaza sobre las tablas. Se ríen y se miran con una complicidad que pareciera solo existir entre reflejos de uno mismo.
Meira niña, adolescente y adulta, las tres facetas de una misma mujer que en el escenario susurra versos y canta canciones, como Quizás, quizás, quizás o Te olvidé. Y sí, estábamos en Bogotá, en un teatro, pero con esas piezas viajamos, en cuestión de segundos, a Cuba y, en otros tantos, a Barranquilla, casi percibiendo el clima cálido y la brisa del mar. Alonso Villa, con sus instrumentos, que desde los asientos del público no se pueden identificar, es quien está detrás de estas sensaciones. Con el kanun, que lo describe como un arpa invertida, y el laúd, que también es un instrumento de cuerda, está ubicado al lado derecho del escenario.
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Este paisa, teniendo una mamá que baila flamenco y danza árabe, desarrolló un gusto especial por esos sonidos y, a los 14 años, empezó a explorar la percusión con la darbuka y el cajón flamenco. Autodidacta, usando fotocopias y sin tener las facilidades de acceder a internet, empezó a explorar, y explorando llegó a España y Egipto, y también a Chile, donde estudió música con la comunidad palestina.
Con La jarana, lo que traduce “fiesta improvisada”, su agrupación de música con la que trabaja desde hace más de 18 años empezó a musicalizar obras, y haciéndolo, participó en el montaje de Las mil y una noches junto con Leonardo Muñoz, cuentero antioqueño y licenciado en lengua castellana de la Universidad de Antioquia, el mismo que lo llevó a descubrir los versos de Meira Delmar. Allá y Breve encuentro fueron los poemas que acompañó con sus sonidos. YouTube alberga este material y fue a través de esta plataforma que Abello Banfi encontró al músico que, en Barranquilla, explorando restaurantes libaneses, no halló. Eso fue Meira Delmar: un símbolo de unión, no solo entre el Líbano y Colombia, sino también entre Barranquilla y Medellín.
“Contando la biografía de Meira Delmar podíamos también contar la historia de Barranquilla y de este país tan diverso, porque ella fue parte de una comunidad muy importante para nuestra cultura: la comunidad árabe”, asegura Carolina Ethel Martínez, directora de la Fundación Cultural La Cueva, parte clave en la concepción de la pieza teatral. Así, la obra se constituye como un monólogo a tres voces: entre el músico que la alimenta con sus composiciones y las actrices que le dan vida a la poetisa, como una muestra histórica y, sobre todo, como un acto de justicia poética. “Ella fue una mujer a la par intelectual de los miembros del Grupo de Barranquilla, pero en esos tiempos no le permitieron entrar. Por eso tenemos ese parqués ahí”, dice Ethel Martínez, mientras señala una de las telas colgantes que hacen parte de la escenografía en la que se visualizan cuadrados blancos y negros. “Ese es el suelo de La Cueva. Por fin lo pisó y ya está ahí con los demás”.
Yo, Meira Delmar se preestrenó en Barranquilla, en la calle de La Cueva, aquel mítico lugar de encuentro de los pensadores de la capital del Atlántico. A este asistieron las amigas de la poetisa, un grupo de mujeres que se autodenominan “El aquelarre”. “Sí, así era Meira Delmar”, se les escuchó decir cuando finalizó la función.
Los hermanos Karamazov, de Fiódor Dostoyevski, llevó a Maribel Abello Banfi a conocer a Meira Delmar. Una tarea de español, cuando tenía 14 años, la condujo hacia la casa de la poeta barranquillera, pues, según su madre, ella podía ser de las pocas personas en la capital del Atlántico en tener la obra del escritor ruso. “¿Qué necesitas, mijita?”, fueron las primeras palabras que le dijo. Y aunque el libro no lo tenía allí, se lo consiguió. “Ella era así: tocabas a su puerta y te abría el corazón”.
Sobre el escenario del Teatro Arlequín, en el Park Way, los versos y pensamientos de Meira Delmar, cuyo nombre de pila es Olga Isabel Chams Eljach, una mujer de ascendencia árabe que usó dicho seudónimo para escribir y vivir a través de su pluma, se traducen en un monólogo a dos voces que, mezclando música y baile, la sacaron de la intimidad de sus poemarios y la introdujeron al misticismo de las tablas, justo el año en el que se celebra su centenario, a través de la obra Yo, Meira Delmar: a nadie doy mi soledad.
Si quiere leer más del Festival Iberoamericano de Teatro, le sugerimos: “El bunde del agua” o la apología a la solidaridad (Tras bambalinas)
Casi como una deidad, atesorando como una biblia la segunda edición del libro que la Universidad del Norte publicó con su obra, Abello Banfi confiesa que la poetisa no solo fue su tutora en la exploración de la cultura barranquillera, sino también uno de sus grandes amores. Siguiendo el féretro en el que en 2009 le dio el último adiós, le hizo una promesa: publicar el libro en el que venía trabajando sobre la historia de mujeres del Caribe colombiano. Así, narrando la inmigración, el amor y la vida de ellas, Hasta ahora te creo incluye la voz de quien hoy es recordada por ser un puente entre el mar Mediterráneo y el mar Caribe, aterrizando en dos lenguajes universales: la poesía y el teatro.
Fue entre esos dos lugares, los versos y las tablas, que Isabella Gómez Girón, la actriz que encarna a Meira Delmar en su versión de niña y joven, la conoció. “Alguien pasa y pregunta por los jazmines, madre. / Y yo guardo silencio. / Las palabras no acuden /en mi ayuda, se esconden /en el fondo del pecho, / por no subir vestidas/ de luto hasta mi boca, /y derramarse luego/en un río de lágrimas”, fueron los primeros versos que recitó de la poeta barranquillera. El poema Alguien pasa fue parte de una obra que desarrolló en Nueva York junto a Germán Jaramillo, el cofundador del Teatro Libre de Bogotá. “Era un poema sobre la muerte de una madre, algo totalmente desgarrador. Yo me sorprendí de cómo ella logró expresar así el luto y cuando regresé a Colombia me enteré del nivel de mujer que fue”.
Así, la voz madura de Meira Delmar tocó, en dos épocas distintas, las fibras de dos barranquilleras, que, aunque de diferentes generaciones, hoy se disponen a contar su historia en el escenario. “Esto es más o menos así”, dice Abello Banfi, quien personifica a la poeta en su época adulta. En su pecho, lleva la medalla ‘Orden de la Democracia Simón Bolívar’, que le fue otorgada a Delmar por la Cámara de Representantes en 2003. “Un, dos, tres. Un, dos, tres. Un, dos, tres”, dicen al unísono las dos actrices, mientras sostienen sus manos en el aire y simulan bailar el vals. Una de ellas agarra la revista Vanidades de La Habana, el medio que publicó los primeros poemas de Meira Delmar. Como un espejo, la pareja se desplaza sobre las tablas. Se ríen y se miran con una complicidad que pareciera solo existir entre reflejos de uno mismo.
Meira niña, adolescente y adulta, las tres facetas de una misma mujer que en el escenario susurra versos y canta canciones, como Quizás, quizás, quizás o Te olvidé. Y sí, estábamos en Bogotá, en un teatro, pero con esas piezas viajamos, en cuestión de segundos, a Cuba y, en otros tantos, a Barranquilla, casi percibiendo el clima cálido y la brisa del mar. Alonso Villa, con sus instrumentos, que desde los asientos del público no se pueden identificar, es quien está detrás de estas sensaciones. Con el kanun, que lo describe como un arpa invertida, y el laúd, que también es un instrumento de cuerda, está ubicado al lado derecho del escenario.
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Este paisa, teniendo una mamá que baila flamenco y danza árabe, desarrolló un gusto especial por esos sonidos y, a los 14 años, empezó a explorar la percusión con la darbuka y el cajón flamenco. Autodidacta, usando fotocopias y sin tener las facilidades de acceder a internet, empezó a explorar, y explorando llegó a España y Egipto, y también a Chile, donde estudió música con la comunidad palestina.
Con La jarana, lo que traduce “fiesta improvisada”, su agrupación de música con la que trabaja desde hace más de 18 años empezó a musicalizar obras, y haciéndolo, participó en el montaje de Las mil y una noches junto con Leonardo Muñoz, cuentero antioqueño y licenciado en lengua castellana de la Universidad de Antioquia, el mismo que lo llevó a descubrir los versos de Meira Delmar. Allá y Breve encuentro fueron los poemas que acompañó con sus sonidos. YouTube alberga este material y fue a través de esta plataforma que Abello Banfi encontró al músico que, en Barranquilla, explorando restaurantes libaneses, no halló. Eso fue Meira Delmar: un símbolo de unión, no solo entre el Líbano y Colombia, sino también entre Barranquilla y Medellín.
“Contando la biografía de Meira Delmar podíamos también contar la historia de Barranquilla y de este país tan diverso, porque ella fue parte de una comunidad muy importante para nuestra cultura: la comunidad árabe”, asegura Carolina Ethel Martínez, directora de la Fundación Cultural La Cueva, parte clave en la concepción de la pieza teatral. Así, la obra se constituye como un monólogo a tres voces: entre el músico que la alimenta con sus composiciones y las actrices que le dan vida a la poetisa, como una muestra histórica y, sobre todo, como un acto de justicia poética. “Ella fue una mujer a la par intelectual de los miembros del Grupo de Barranquilla, pero en esos tiempos no le permitieron entrar. Por eso tenemos ese parqués ahí”, dice Ethel Martínez, mientras señala una de las telas colgantes que hacen parte de la escenografía en la que se visualizan cuadrados blancos y negros. “Ese es el suelo de La Cueva. Por fin lo pisó y ya está ahí con los demás”.
Yo, Meira Delmar se preestrenó en Barranquilla, en la calle de La Cueva, aquel mítico lugar de encuentro de los pensadores de la capital del Atlántico. A este asistieron las amigas de la poetisa, un grupo de mujeres que se autodenominan “El aquelarre”. “Sí, así era Meira Delmar”, se les escuchó decir cuando finalizó la función.