Plumas de agua
Debido a que tiene una tensión superficial muy alta, la poesía se derrama por los bordes del poema. Tan leve y maleable que consigue colarse por las más delgadas grietas, en los más adversos bloqueos. Algunas disertaciones sobre agua y poesía, de camino por las calles de La Habana.
Julia Díaz Santa
Todo parece indicar que en Encelado hay un océano subterráneo. Algo verdaderamente sorprendente si tomamos en cuenta que estamos hablando de una luna que gira alrededor de Saturno. ¿A cuánto estamos de Encelado?, pregunta una señora con marcado acento cubano.
Por ahora los científicos celebran lo que parece una luz de esperanza para la supervivencia humana, más allá de la tierra. Hay otra luna en Júpiter, Europa. Ahí también se han encontrado agua y un hábitat que podría llegar a ser ideal para el desarrollo de microorganismos. Insisto, podría llegar a ser, pero no lo es ahora mismo.
Tres veces más grande que Encelado, esta otra luna mide alrededor de 1.500 km de diámetro. ¿Cuántos cabemos de pie ahí?, pregunta otra persona.
He leído que “viajando a Júpiter sin escalas, a la velocidad media de un jumbo, tardaríamos en llegar más de 60 años”, respondo a la primera pregunta.
Le invitamos a leer: Te llevaré a La Habana, amor…
Un profesor de una universidad colombiana dice que, en todo caso, quien se aventure a llegar allá tendrá que hacer una escala de un año de espera en marte. Entonces, criosuspender los organismos es una buena manera de llegar a esas aguas lunares sin envejecer o morir en el intento. Todo hay que decirlo, por ahora se sabe cómo suspender, pero no cómo resucitar un cuerpo.
Estamos ensamblados a partir de millones de átomos. Cerca del 99 % de nuestro organismo está compuesto de cuatro elementos químicos: carbono, hidrógeno, oxígeno y nitrógeno. Siendo el oxígeno el que más abunda con un aproximado del 65 % y seguido por el carbono que ocupa un poco más del 19 %.
“Al llegar aquí debemos recordar que la idea de que el mundo está constituido por átomos sin peso nos sorprende, porque tenemos experiencia del peso de las cosas”, escribía Italo Calvino en su capítulo sobre la levedad.
¿Para qué necesitamos ir en búsqueda de agua a Saturno cuando tenemos la tierra y el mar? ¿Para qué criogenizarnos en el intento? Parece que no hay otra alternativa. Como hemos ido cambiando el entorno natural por materialidades nocivas, algunos científicos aseguran que la sostenibilidad del ecosistema humano en este planeta es una utopía.
Le recomendamos leer: Víctor Hugo, una voz de la vaciante (El Cajón de Santaora)
Hace poco leí un titular en DW: “¿Cómo pueden 8 mil millones de personas compartir el planeta Tierra de forma sustentable? El constante crecimiento de la población mundial tiene un fuerte impacto sobre los recursos naturales del planeta. Expertos aseguran que es necesario enfocarse en evitar el sobreconsumo y no solo en la sobrepoblación”.
El medio también señala que, de acuerdo con la Red de Huellas Globales (Global Footprint Network), “si todos en el planeta vivieran como un ciudadano de Estados Unidos, necesitaríamos los recursos de por lo menos cinco Tierras”.
El agua moja: goma, tenis, plástico, polietileno, bolsa, chicle, látex, fibras sintéticas, estamos llenos de cosas ligeras que nos aplastan en un abismo universal, que nos lanzan fuera de nuestro hábitat natural. Y lamentablemente nos hacen falta cosas fundamentalmente leves, que nos sustenten como especie: pensamiento, conciencia, aire.
Acabo de llegar de un lugar en donde esta ecuación se invierte. Luego de unos días en la XXXI Feria Internacional del Libro de La Habana encontré otras cosas sin peso que abundan por las calles: pluma, gota, nube, hoja, uña, aire, luz, polvo, ala, pensamiento, idea, concepto, diálogo, saber, relato, canción y poema. Una ciudad con un índice de analfabetismo cero, que me empieza a dar vueltas en la cabeza.
Le puede interesar: Cambiar la mirada
¿A cuánto estamos de Encelado?, pregunta una señora con marcado acento cubano. Estamos dentro del taxi que ella maneja y vamos rumbo a una esquina de La Habana vieja, entre O'Reilly y Empedrado. Salimos de Regla, así que hay tiempo suficiente para conversar sobre los científicos que están buscando agua, plumas de agua, fuera de la Tierra.
En Cuba, donde ciertamente también faltan cosas de peso, materialidades indiscutiblemente necesarias, ella suelta una carcajada y luego cierra con Emily Dickinson:
“Un sépalo, un pétalo y una espina
Sobre una común mañana de verano -
Un frasco de rocío- una abeja o dos -
Una brisa- un brinco en los árboles -
¡Y ya soy una rosa!”.
Todo parece indicar que en Encelado hay un océano subterráneo. Algo verdaderamente sorprendente si tomamos en cuenta que estamos hablando de una luna que gira alrededor de Saturno. ¿A cuánto estamos de Encelado?, pregunta una señora con marcado acento cubano.
Por ahora los científicos celebran lo que parece una luz de esperanza para la supervivencia humana, más allá de la tierra. Hay otra luna en Júpiter, Europa. Ahí también se han encontrado agua y un hábitat que podría llegar a ser ideal para el desarrollo de microorganismos. Insisto, podría llegar a ser, pero no lo es ahora mismo.
Tres veces más grande que Encelado, esta otra luna mide alrededor de 1.500 km de diámetro. ¿Cuántos cabemos de pie ahí?, pregunta otra persona.
He leído que “viajando a Júpiter sin escalas, a la velocidad media de un jumbo, tardaríamos en llegar más de 60 años”, respondo a la primera pregunta.
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Un profesor de una universidad colombiana dice que, en todo caso, quien se aventure a llegar allá tendrá que hacer una escala de un año de espera en marte. Entonces, criosuspender los organismos es una buena manera de llegar a esas aguas lunares sin envejecer o morir en el intento. Todo hay que decirlo, por ahora se sabe cómo suspender, pero no cómo resucitar un cuerpo.
Estamos ensamblados a partir de millones de átomos. Cerca del 99 % de nuestro organismo está compuesto de cuatro elementos químicos: carbono, hidrógeno, oxígeno y nitrógeno. Siendo el oxígeno el que más abunda con un aproximado del 65 % y seguido por el carbono que ocupa un poco más del 19 %.
“Al llegar aquí debemos recordar que la idea de que el mundo está constituido por átomos sin peso nos sorprende, porque tenemos experiencia del peso de las cosas”, escribía Italo Calvino en su capítulo sobre la levedad.
¿Para qué necesitamos ir en búsqueda de agua a Saturno cuando tenemos la tierra y el mar? ¿Para qué criogenizarnos en el intento? Parece que no hay otra alternativa. Como hemos ido cambiando el entorno natural por materialidades nocivas, algunos científicos aseguran que la sostenibilidad del ecosistema humano en este planeta es una utopía.
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Hace poco leí un titular en DW: “¿Cómo pueden 8 mil millones de personas compartir el planeta Tierra de forma sustentable? El constante crecimiento de la población mundial tiene un fuerte impacto sobre los recursos naturales del planeta. Expertos aseguran que es necesario enfocarse en evitar el sobreconsumo y no solo en la sobrepoblación”.
El medio también señala que, de acuerdo con la Red de Huellas Globales (Global Footprint Network), “si todos en el planeta vivieran como un ciudadano de Estados Unidos, necesitaríamos los recursos de por lo menos cinco Tierras”.
El agua moja: goma, tenis, plástico, polietileno, bolsa, chicle, látex, fibras sintéticas, estamos llenos de cosas ligeras que nos aplastan en un abismo universal, que nos lanzan fuera de nuestro hábitat natural. Y lamentablemente nos hacen falta cosas fundamentalmente leves, que nos sustenten como especie: pensamiento, conciencia, aire.
Acabo de llegar de un lugar en donde esta ecuación se invierte. Luego de unos días en la XXXI Feria Internacional del Libro de La Habana encontré otras cosas sin peso que abundan por las calles: pluma, gota, nube, hoja, uña, aire, luz, polvo, ala, pensamiento, idea, concepto, diálogo, saber, relato, canción y poema. Una ciudad con un índice de analfabetismo cero, que me empieza a dar vueltas en la cabeza.
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¿A cuánto estamos de Encelado?, pregunta una señora con marcado acento cubano. Estamos dentro del taxi que ella maneja y vamos rumbo a una esquina de La Habana vieja, entre O'Reilly y Empedrado. Salimos de Regla, así que hay tiempo suficiente para conversar sobre los científicos que están buscando agua, plumas de agua, fuera de la Tierra.
En Cuba, donde ciertamente también faltan cosas de peso, materialidades indiscutiblemente necesarias, ella suelta una carcajada y luego cierra con Emily Dickinson:
“Un sépalo, un pétalo y una espina
Sobre una común mañana de verano -
Un frasco de rocío- una abeja o dos -
Una brisa- un brinco en los árboles -
¡Y ya soy una rosa!”.