Pobre diablo gozoso
En Pelos de diablo (Panamericana Editorial, 2021) Triunfo Arciniegas nos regala una breve cátedra teatral en la que confluyen simpáticas referencias a personajes del canon literario y a la tradición oral.
Juan Pablo Mojica*
Un pobre diablo llega a este mundo a sufrir. Es un incomprendido, un pelele que será maltratado en el carnaval humano. Su padre se lo advierte: «Pronto conocerás todo y sentirás la nostalgia del calor del hogar». Pero Federico García, el hijo del diablo, no teme por sus pelos. Se enamora sin ser correspondido, pierde todos sus pelos (inútiles, en este mundo que nada tiene que ver con el de los Grimm), es apaleado por viejas camanduleras, recibe un baño a las malas (hábito que termina por adoptar, feliz); en otras palabras, como buen ángel caído, el joven diablo choca con la humanidad al tiempo que trata de entenderla.
Pelos de diablo es una obra de teatro con mucho humor físico. Está inspirada en el cuento de los hermanos Grimm, «Los tres pelos de oro del diablo», en el que el diablo es engañado por su propia esposa para beneficio de un astuto don nadie que quiere casarse con la hija de un rey. Aquí, aunque el pequeño diablo no resulta particularmente astuto, sí se queda con Margarita del Viento, la hija de una furibunda mujer que ahuyenta al pretendiente a escopetazos. La única arma de este diablo, sin embargo, son las cosquillas. Provoca cosquillas a todos en el pueblo, y esto lo mete en problemas, pero también lo convierte en un héroe.
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La puesta en escena tiene tres actos, el primero es la llegada del diablo y su desencuentro con Margarita. En el segundo, gracias a la charla disparatada de dos viejas chismosas, nos enteramos de cómo el diablito salvó el banco del pueblo a punta de cosquillas y pasa de pelele a «ejemplo para nuestra juventud». En el tercero, don Gerardo García, el padre del diablo, se lleva a su hijo de vuelta al infierno y todos en el pueblo se quedan extrañándolo, pero el pequeño diablo encuentra la manera de volver y seguir haciéndole chanzas a los humanos que le han cogido cariño.
Sin embargo, aunque los avatares del hijo del diablo son muy divertidos, el picante de esta obra está en los diálogos de Triunfo; son juegos de palabras llenos de eso que él llama «lógica poética» y que sacan una sonrisa al lector cuando remiten a otras obras (García Márquez, Ciro Alegría, Lorca) o simplemente a refranes populares que dan un ritmo especial a toda la historia. Son estos juegos los que dan carácter a los personajes y dinamismo a la obra.
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Luego, Triunfo nos regala una breve cátedra teatral en la que no solo nos cuenta el origen de la obra, sino que además comparte su experiencia de más de tres décadas trabajando teatro para niños y con los niños; un teatro que no es otra cosa que «un juego con reglas». Es justo después de leer este breve apartado —en el que Triunfo aborda los personajes, la lectura, el escenario y las luces—, que uno entiende la libertad sobre la que está basado este juego: la improvisación.
En esta historia el conflicto nunca escala a niveles dramáticos, todo se soluciona con un gesto, con un sombrero o con unas cosquillas. El quid de la cuestión, a donde parece querer llevarnos Triunfo, es a ponernos nosotros mismos sobre las tablas, bailar como diablos y ver qué pasa. Con rigor, claro está, «Hay una historia por contar y debe respetarse», pero dando el espacio y el tiempo precisos para la improvisación, para que los actores hagan otras lecturas posibles y hagan suya la obra que están interpretando. Este es el camino que Triunfo nos propone en Pelos de diablo: el puro goce de ser un diablo.
*Es editor independiente y traductor.
Un pobre diablo llega a este mundo a sufrir. Es un incomprendido, un pelele que será maltratado en el carnaval humano. Su padre se lo advierte: «Pronto conocerás todo y sentirás la nostalgia del calor del hogar». Pero Federico García, el hijo del diablo, no teme por sus pelos. Se enamora sin ser correspondido, pierde todos sus pelos (inútiles, en este mundo que nada tiene que ver con el de los Grimm), es apaleado por viejas camanduleras, recibe un baño a las malas (hábito que termina por adoptar, feliz); en otras palabras, como buen ángel caído, el joven diablo choca con la humanidad al tiempo que trata de entenderla.
Pelos de diablo es una obra de teatro con mucho humor físico. Está inspirada en el cuento de los hermanos Grimm, «Los tres pelos de oro del diablo», en el que el diablo es engañado por su propia esposa para beneficio de un astuto don nadie que quiere casarse con la hija de un rey. Aquí, aunque el pequeño diablo no resulta particularmente astuto, sí se queda con Margarita del Viento, la hija de una furibunda mujer que ahuyenta al pretendiente a escopetazos. La única arma de este diablo, sin embargo, son las cosquillas. Provoca cosquillas a todos en el pueblo, y esto lo mete en problemas, pero también lo convierte en un héroe.
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Sin embargo, aunque los avatares del hijo del diablo son muy divertidos, el picante de esta obra está en los diálogos de Triunfo; son juegos de palabras llenos de eso que él llama «lógica poética» y que sacan una sonrisa al lector cuando remiten a otras obras (García Márquez, Ciro Alegría, Lorca) o simplemente a refranes populares que dan un ritmo especial a toda la historia. Son estos juegos los que dan carácter a los personajes y dinamismo a la obra.
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Luego, Triunfo nos regala una breve cátedra teatral en la que no solo nos cuenta el origen de la obra, sino que además comparte su experiencia de más de tres décadas trabajando teatro para niños y con los niños; un teatro que no es otra cosa que «un juego con reglas». Es justo después de leer este breve apartado —en el que Triunfo aborda los personajes, la lectura, el escenario y las luces—, que uno entiende la libertad sobre la que está basado este juego: la improvisación.
En esta historia el conflicto nunca escala a niveles dramáticos, todo se soluciona con un gesto, con un sombrero o con unas cosquillas. El quid de la cuestión, a donde parece querer llevarnos Triunfo, es a ponernos nosotros mismos sobre las tablas, bailar como diablos y ver qué pasa. Con rigor, claro está, «Hay una historia por contar y debe respetarse», pero dando el espacio y el tiempo precisos para la improvisación, para que los actores hagan otras lecturas posibles y hagan suya la obra que están interpretando. Este es el camino que Triunfo nos propone en Pelos de diablo: el puro goce de ser un diablo.
*Es editor independiente y traductor.