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Eduardo Galeano, escritor y periodista nacido en Montevideo en 1940, es reconocido por su incisiva obra sobre la realidad latinoamericana. Inició su carrera periodística a los catorce años en el semanario socialista El Sol, y posteriormente desempeñó roles en la revista Marcha y el diario Época. Su trabajo, caracterizado por un enfoque crítico hacia las estructuras sociales y políticas, lo llevó al exilio en Argentina en 1973 y luego a España en 1976, tras el golpe de Estado en Uruguay. Regresó a su país en 1985, tras el retorno a la democracia, y continuó su labor literaria y periodística, fundando la editorial El Chanchito y publicando una columna en el diario mexicano La Jornada.
Galeano es conocido por su obra Las venas abiertas de América Latina (1971), un análisis detallado de la explotación del continente desde la llegada de Colón hasta la era contemporánea. Este libro, que ha tenido numerosas ediciones, es considerado una radiografía del continente. Además, recibió el Premio Casa de las Américas en dos ocasiones: en 1975 por la novela La canción de nosotros y en 1978 por el testimonio Días y noches de amor y de guerra. En estas obras, Galeano explora la lucha armada y las dictaduras en América Latina, reflejando tanto el sufrimiento como la resistencia en tiempos de represión.
Su trilogía Memoria del fuego, compuesta por Los nacimientos (1982), Las caras y las máscaras (1984) y El siglo del viento (1986), es un proyecto que combina poesía, historia y narración para ofrecer una visión integral de la identidad latinoamericana. A través de una estructura de mosaico que abarca cinco siglos, Galeano cuestiona la historia oficial y presenta una visión desde las perspectivas de los oprimidos. Su obra se caracteriza por una fuerte perspectiva crítica y partidista, reflejando la lucha por la emancipación y la resistencia frente a la explotación y opresión en el continente.
Algunos poemas:
La uva y el vino
Un hombre de las viñas habló, en agonía, al oído de Marcela. Antes de morir, le reveló un secreto: —La uva —le susurró— está hecha de vino.
Marcela Pérez-Silva me lo contó, y yo pensé: Si la uva está hecha de vino, quizá nosotros somos las palabras que cuentan lo que somos.
Fuegos
Cada persona brilla con luz propia
entre todas las demás.
No hay dos fuegos iguales.
Hay fuegos grandes y fuegos chicos
y fuegos de todos los colores.
Hay gente de fuego sereno,
que ni se entera del viento,
y hay gente de fuego loco,
que llena el aire de chispas.
Algunos fuegos, fuegos bobos,
no alumbran ni queman;
pero arden la vida con tantas ganas
que no se puede mirarlos sin parpadear,
y quien se acerca, se enciende.
Los nadies
Sueñan las pulgas con comprarse un perro y sueñan los nadies con salir de pobres, que algún mágico día llueva de pronto la buena suerte, que llueva a cántaros la buena suerte; pero la buena suerte no llueve ayer, ni hoy, ni mañana, ni nunca, ni en lloviznita cae del cielo la buena suerte, por mucho que los nadies la llamen y aunque les pique la mano izquierda, o se levanten con el pie derecho, o empiecen el año cambiando de escoba.
Los nadies: los hijos de nadie, los dueños de nada.
Los nadies: los ningunos, los ninguneados, corriendo la liebre, muriendo la vida, jodidos, re jodidos:
Que no son, aunque sean.
Que no hablan idiomas, sino dialectos.
Que no profesan religiones, sino supersticiones.
Que no hacen arte, sino artesanía.
Que no practican cultura, sino folklore.
Que no son seres humanos, sino recursos humanos.
Que no tienen cara, sino brazos.
Que no tienen nombre, sino número.
Que no figuran en la historia universal, sino en la crónica roja de la prensa local.
Los nadies, que cuestan menos que la bala que los mata.
La pequeña muerte
No nos da risa el amor cuando llega a lo más hondo de su viaje,
a lo más alto de su vuelo: en lo más hondo, en lo más alto,
nos arranca gemidos y quejidos, voces del dolor,
aunque sea jubiloso dolor, lo que pensándolo bien nada tiene de raro,
porque nacer es una alegría que duele.
Pequeña Muerte, llaman en Francia a la culminación del abrazo,
que rompiéndonos nos junta y perdiéndonos nos encuentra y acabándonos nos empieza.
Pequeña Muerte, la llaman; pero grande, muy grande ha de ser, si matándonos nos nace.
El mundo
Un hombre del pueblo de Neguá, en la costa de Colombia, pudo subir al alto cielo.
A la vuelta contó. Dijo que había contemplado, desde allá arriba, la vida humana. Y dijo que somos un mar de fueguitos.
El mundo es eso –reveló–. Un montón de gente, un mar de fueguitos.
Cada persona brilla con luz propia entre todos los demás.
No hay dos fuegos iguales. Hay fuegos grandes y fuegos chicos y fuegos de todos colores. Hay gente de fuego sereno que ni se entera del viento, y gente de fuego loco que llena el aire de chispas. Algunos juegos, juegos bobos no alumbran ni queman; pero otros arden la vida con tantas ganas que no se puede mirarlos sin parpadear, y quien se acerca, se enciende.