Poesía museológica para un museo alado
El Museo Itinerante de la Memoria y la Identidad de los Montes de María, con su exposición “El vuelo de El Mochuelo”, llega al Museo Nacional de Colombia en Bogotá.
Carolina Quintero Agámez
El museo tiene una naturaleza esencialmente poética. El origen de la palabra museo (Museion) viene concretamente del templo dedicado a las musas, fuentes de inspiración en las artes y las ciencias, sobre todo en la música y la poesía. Dicho templo estaba situado en la antigua ciudad de Alejandría. Así mismo, en la antigua Grecia existía un cantor mítico llamado Mousaios (Museo), hijo de Selene (la luna) y educado por las nueve musas. Cabe advertir, además, que la palabra griega mousa significa canción o poema. Mousaios, quien con sus melodías era capaz de curar las enfermedades, al parecer también era hijo de Orfeo, una representación metafórica de la expresión poética de la cultura humana. Cuenta la tradición griega que cuando Orfeo tocaba su lira, los pájaros dejaban de volar para escuchar su música. Estos personajes míticos que dan origen a la palabra museo nos recuerdan la esencia que tienen desde sus inicios estos espacios culturales de crear, por medio de la palabra, la música y el canto, nuevos sentidos poéticos de nuestra realidad.
El museo, en su proceso creativo, experimenta la museología como poiesis –término griego que significa creación-producción– y tiene la capacidad de movilizar todos los sentidos y emociones humanas en las más diversas representaciones. Como dice la museóloga Teresa Scheiner, en los museos encontramos la figura del poeta, aquel que tiene la capacidad creativa de narrar lo real y lo imaginado. En ese sentido, el museo es al mismo tiempo la poesía y el poeta, el que narra y el mismo acto de narrar. De esta manera, la exposición se convierte en el itinerario poético que construye y manifiesta, con todos sus recursos materiales e inmateriales, la producción de nuevos sentidos y significados.
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El Museo Itinerante de la Memoria y la Identidad de los Montes de María, con el vuelo del Mochuelo, es el museo-poeta con alas. Cuando el Mochuelo canta, los Montes de María escuchan atentamente. En su canto, lleva música, arte e historias vibrantes de fortaleza y sanación. A su vez, esos cantos viajan con sus voces a otros lugares y escuchan, dialogan y acogen nuevos relatos y cantos de distintos territorios, entre ellos, el del gorrión copetón. Este es un museo en movimiento, que se cimienta en el autoconocimiento y en la experiencia individual y colectiva, comprometida con la felicidad y el bienestar social de sus comunidades, y que nos muestra que en el campo y en las ciudades es posible liberarse y sanar la injusticia.
El museo como potencia política implica una “museología de la acción”, por lo que debe agenciar una acción transformadora que acompañe a los individuos y a las comunidades en la manifestación de sus más sabias expresiones, a favor de la vida en sociedad y como lugar de creación y resistencia. En su movimiento, el museo se actualiza, se transforma y vuela con libertad, a partir de lo cual genera la sintonía entre cuerpo y espíritu, entre lo que cada individuo es, percibe, siente y realiza conjugado con el anhelo colectivo.
Mientras va cantando, el Mochuelo despierta la dimensión política de la poiesis, al impulsar acciones transformadoras para las comunidades que habitan los Montes de María y dando ejemplo de gobernanza para todo nuestro territorio. De esta forma, reluce en el museo la potencia política vista en su extensión más plena: como forma de pensar lo colectivo, actuando como lugar de creatividad y transformación a favor de la vida.
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Con la llegada de este museo desde los Montes de María, confirmamos, como propósito inaplazable en el Museo Nacional y en todos nuestros museos, que es preciso seguir abriendo la puerta a una poética de lo inédito. Una poética transformadora y cómplice de otras realidades y otros cantares. Una poética en todo su significado de acción–creación, ya que la realidad no se transforma por una proposición teórica, sino por la actuación en la cotidianidad. Esto implica reconocer las voces que aún están en silencio y otros lenguajes que pueden ser conjugados en espacios híbridos dialogantes, que respetan las representaciones que son significantes para cada quien.
La llegada del Museo Itinerante de la Memoria y la Identidad de los Montes de María, con su exposición “El vuelo de El Mochuelo”, al Museo Nacional de Colombia en Bogotá, es un acto político y poético.
*Carolina Quintero Agámez, Museóloga del Museo Nacional de Colombia
El museo tiene una naturaleza esencialmente poética. El origen de la palabra museo (Museion) viene concretamente del templo dedicado a las musas, fuentes de inspiración en las artes y las ciencias, sobre todo en la música y la poesía. Dicho templo estaba situado en la antigua ciudad de Alejandría. Así mismo, en la antigua Grecia existía un cantor mítico llamado Mousaios (Museo), hijo de Selene (la luna) y educado por las nueve musas. Cabe advertir, además, que la palabra griega mousa significa canción o poema. Mousaios, quien con sus melodías era capaz de curar las enfermedades, al parecer también era hijo de Orfeo, una representación metafórica de la expresión poética de la cultura humana. Cuenta la tradición griega que cuando Orfeo tocaba su lira, los pájaros dejaban de volar para escuchar su música. Estos personajes míticos que dan origen a la palabra museo nos recuerdan la esencia que tienen desde sus inicios estos espacios culturales de crear, por medio de la palabra, la música y el canto, nuevos sentidos poéticos de nuestra realidad.
El museo, en su proceso creativo, experimenta la museología como poiesis –término griego que significa creación-producción– y tiene la capacidad de movilizar todos los sentidos y emociones humanas en las más diversas representaciones. Como dice la museóloga Teresa Scheiner, en los museos encontramos la figura del poeta, aquel que tiene la capacidad creativa de narrar lo real y lo imaginado. En ese sentido, el museo es al mismo tiempo la poesía y el poeta, el que narra y el mismo acto de narrar. De esta manera, la exposición se convierte en el itinerario poético que construye y manifiesta, con todos sus recursos materiales e inmateriales, la producción de nuevos sentidos y significados.
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El Museo Itinerante de la Memoria y la Identidad de los Montes de María, con el vuelo del Mochuelo, es el museo-poeta con alas. Cuando el Mochuelo canta, los Montes de María escuchan atentamente. En su canto, lleva música, arte e historias vibrantes de fortaleza y sanación. A su vez, esos cantos viajan con sus voces a otros lugares y escuchan, dialogan y acogen nuevos relatos y cantos de distintos territorios, entre ellos, el del gorrión copetón. Este es un museo en movimiento, que se cimienta en el autoconocimiento y en la experiencia individual y colectiva, comprometida con la felicidad y el bienestar social de sus comunidades, y que nos muestra que en el campo y en las ciudades es posible liberarse y sanar la injusticia.
El museo como potencia política implica una “museología de la acción”, por lo que debe agenciar una acción transformadora que acompañe a los individuos y a las comunidades en la manifestación de sus más sabias expresiones, a favor de la vida en sociedad y como lugar de creación y resistencia. En su movimiento, el museo se actualiza, se transforma y vuela con libertad, a partir de lo cual genera la sintonía entre cuerpo y espíritu, entre lo que cada individuo es, percibe, siente y realiza conjugado con el anhelo colectivo.
Mientras va cantando, el Mochuelo despierta la dimensión política de la poiesis, al impulsar acciones transformadoras para las comunidades que habitan los Montes de María y dando ejemplo de gobernanza para todo nuestro territorio. De esta forma, reluce en el museo la potencia política vista en su extensión más plena: como forma de pensar lo colectivo, actuando como lugar de creatividad y transformación a favor de la vida.
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Con la llegada de este museo desde los Montes de María, confirmamos, como propósito inaplazable en el Museo Nacional y en todos nuestros museos, que es preciso seguir abriendo la puerta a una poética de lo inédito. Una poética transformadora y cómplice de otras realidades y otros cantares. Una poética en todo su significado de acción–creación, ya que la realidad no se transforma por una proposición teórica, sino por la actuación en la cotidianidad. Esto implica reconocer las voces que aún están en silencio y otros lenguajes que pueden ser conjugados en espacios híbridos dialogantes, que respetan las representaciones que son significantes para cada quien.
La llegada del Museo Itinerante de la Memoria y la Identidad de los Montes de María, con su exposición “El vuelo de El Mochuelo”, al Museo Nacional de Colombia en Bogotá, es un acto político y poético.
*Carolina Quintero Agámez, Museóloga del Museo Nacional de Colombia