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“Poeta, mi Poeta”: algunos poemas de Ciro Mendía (Verso a verso)

Como parte del especial en homenaje a Guillermo Cano, recordamos su gusto por la poesía, en particular aquella escrita por su gran amigo, su “Poeta, mi Poeta”, el colombiano Ciro Mendía.

06 de enero de 2025 - 02:00 p. m.
El busto de Ciro Mendía está exhibido en el parque Santander de Caldas en Antioquia.
El busto de Ciro Mendía está exhibido en el parque Santander de Caldas en Antioquia.
Foto: Wikicommons
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“1 de mayo. Un día como este, hace ya mucho, nací, en una aldea de Antioquia. No sé si en esa época se celebraba ya el Día del Trabajo, porque a mí me costó muy poco trabajo nacer, pues fui el último de los nueve hijos de mis padres”, escribió Carlos Edmundo Mejía Ángel, conocido como Ciro Mendía, en su diario sobre su nacimiento. Su hogar no rebosaba en riquezas, ya que su padre iba en contra del fanatismo conservador al predicar ideas liberales.

Por estos mismos ideales de su padre, quien publicaba un pequeño periódico y según Mendía “dándoselas de hombre libre”, la familia debió trasladarse a Yarumal, donde el joven poeta descubrió su pasión por la escritura durante su tiempo de instrucción en la academia militar.

Con el paso de los años, incursionó en la dramaturgia, con tal éxito que sus obras vendían la totalidad de las boletas —según el Banco de la República— por alrededor de siete noches consecutivas. Su trabajo para la interpretación sobre las tablas del escenario es quizá uno de los elementos más reconocidos de su trabajo, ya que la prensa de inicios del siglo XX le apodó cariñosamente como el “Tomás Carrasquilla de la escena”. Es por esto que se le considera uno de los iniciadores de la corriente del teatro regionalista en Colombia.

No solo se dedicó a la escritura dramática, sino también escribió trece libros de poesía entre los que se encuentran “Sor miseria” (1919), “En torno a la poesía popular” (1926) o “Caballito de siete colores” (1968). Una de las influencias más importantes para su obra literaria recae en el filósofo Friedrich Nietzsche, de quien fue un ávido lector, y no era extraño al uso de la sátira para la crítica hacia personajes de la sociedad y a sí mismo.

Colaboró para varios medios colombianos, la revista Arista, Colombia y el diario El Espectador, donde conoció a Guillermo Cano, con quien entablaría una fuerte amistad. “Yo le llamaba Poeta. Él me llamaba Negro. Creo que lo conocí de siempre y él de siempre me conoció”, escribió Cano en una columna titulada “Recuerdos muy personales”.

Para Cano, Mendía era “el Poeta, mi Poeta”, a quien conoció como era usual conocer a las personas, “es decir, cuando uno es apenas cosa nada”, pero que luego le llegaría a tener tal admiración y afecto que declamaba estos sentimientos públicamente.

“Cada arruga, desde la más pequeña e identificable, surgía cuando creaba un verso. No por dolor, como en los partos. Sino de tranquilidad. Yo me atrevería a decir que si se contaran hoy los versos y poemas del Poeta, mi Poeta, nos encontraríamos con que la cifra coincide, como lo podría certificar moderna calculadora, con el número de arrugas que su propia creación dejó de herencia para siempre”, apuntó Guillermo Cano.

A continuación, presentamos algunos de los poemas de Ciro Mendía:

Cambio de Escena

Yo vivía al derecho y buenamente,

era dueño y señor de mi pobreza,

pero nunca faltaron en mi mesa

el pan ni la botella de aguardiente.

Yo era el amigo de la buena gente,

yo no dejaba entrar a la tristeza

en mi sangre y reía con largueza

y era ingenioso y casi inteligente.

Me divertía con sabrosas ganas

y al aire echaba canas, tantas canas,

que invadió la calvicie mi cabeza.

Pero un día la muerte —actriz notable—

abrió otra vez mi puerta respetable

y la velada convirtió en tragedia.

Sacándole el Cuerpo

Permita el moribundo me retire

que a la muerte le tengo mucho miedo,

nunca en sus mañas viejas yo me enredo

y ni siquiera admito que me mire.

Mas yo quiero saber si cuando estire

mi ilustre pata —si es que hacerlo puedo—

y cuando quede por completo quedo,

mi modo de morirme se me admire.

Como homenaje póstumo quisiera

que amigos ebrios a mi cabecera

celebraran mi último suspiro.

No soy rey —ni de copas— te lo advierto,

pero qué grato oír después de muerto:

¡Ciro Mendía ha muerto! ¡Viva Ciro!

Natural

Con diez metros de tubo intestinal,

no extrañes que sea malo Pedronel,

que decente no sea Luis Miguel

y que un mezquino sea don Pascual.

Si es el hombre un magnífico animal,

espera lo que sepa darte él,

que hacen al día idéntico papel,

el rey, el cerdo, el asno, el mariscal.

El estómago es amo en lo civil,

priman el ignorante y el servil

y no ser buena gente es lo normal.

Todo será más sucio bajo el sol

mientras tengas que hinchar de carne y de col

tus diez metros de tubo intestinal.

Porque te quiero

Hasta me quiero yo porque te quiero,

espiga de la miel, flecha amorosa,

columna de perfumes que a la rosa

le ha erigido un alado jardinero.

Contra tus manos se quebró un lucero,

en tu boca el turrón, ebrio, reposa,

de tu pecho una gracia generosa

dice que aquel peral es el primero.

Bebí en las uvas de tus ojos vino

de una muy noble y clásica solera

que cosechara un ángel campesino.

Por ti del cielo oí todas las voces,

tú envolviste mi infierno en primavera

y por quererte a ti, me aman los dioses.

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