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                                                                                                                                ¿Por qué García Márquez se fue a México?

                                                                                                                                A propósito de un video donde se observa a los artistas Carlos Vives y Silvestre Dangond interpretando la canción Aracataca espera, que critica la posición de Gabriel García Márquez por vivir fuera de Colombia, revivimos esta nota donde se mencionan algunas de las razones por las cuales el escritor se fue del país.

                                                                                                                                Juan David Torres Duarte

                                                                                                                                Exiliado por razones políticas, García Márquez se instaló en México de manera definitiva en 1981. Admiró su literatura, que fue esencial para sus obras posteriores.
                                                                                                                                Foto: Archivo El Espectador
                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                Vives cantó “Al escritor García Márquez, le han regalado dos premios y no ha sido capaz de acordarse de Aracataca, su pueblo, y en vez de darle un colegio, que es lo que necesita su tierra, lo que hizo fue darle un premio”.

                                                                                                                                A continuación, algunas de las razones por las que el escritor salió de Colombia. Un repaso histórico por su vida y las situaciones que tuvo que afrontar antes de conseguir estabilidad gracias a su escritura.

                                                                                                                                Read more!
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                                                                                                                                A mediados de los años 60, sin un peso y mientras su esposa sustentaba la economía del hogar, Gabriel García Márquez escribió en México Cien años de soledad. Había puesto su suerte y su futuro en manos de una novela que, desde años atrás, lo había acosado con insistencia: eran las historias de sus abuelos, que aprendió con suficiencia y cierto fervor en sus primeros años en Aracataca. Por entonces, fuera del país con su esposa y sus dos hijos, García Márquez no era un perfecto desconocido: había escrito ya El coronel no tiene quien le escriba y La hojarasca y sus cuentos rodaban por semanarios y suplementos culturales.

                                                                                                                                Desde que llegó a México, el 2 de julio de 1961, García Márquez había hecho amistades en los círculos literarios. Conocía a Carlos Fuentes, uno de los renombrados literatos de México, y cuando arribó a ese país Álvaro Mutis —exiliado allí por líos judiciales en Colombia—, le entregó un ejemplar de Pedro Páramo de Juan Rulfo, que leyó con la misma intrépida ansiedad con que había repasado, años atrás, La metamorfosis de Kafka.

                                                                                                                                La novela de Rulfo fue quizá el primer contacto real que tuvo García Márquez con ese mundo rural y agresivo de México. ¿Qué era ese país, hijo de la revolución y de múltiples conjugaciones culturales? De modo que su primer encuentro allí fue un impulso de creación: en un incidente entre Ciudad de México y Cuernavaca, mientras corría en el auto con su familia, García Márquez vislumbró parte de Cien años de soledad. Así lo contó años después, y así quedó para su leyenda. “La tenía tan madura que hubiera podido dictarle ahí mismo —dijo—, en la carretera de Cuernavaca, el primer capítulo, palabra por palabra, a una mecanógrafa”.

                                                                                                                                Read more!

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                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                Por eso García Márquez se fue de Colombia: no porque odiara a sus conciudadanos —como muchos suelen decir hoy—, ni tampoco porque fuera un pretencioso que rechazaba a su patria —como se escucha cada tanto—, sino porque, en pleno gobierno del Estatuto de Seguridad divulgado por el gobierno de Julio César Turbay Ayala, una acusación de esas equivalía a tortura y cárcel. Eso sucedió, por ejemplo, con la artista plástica Feliza Bursztyn, quien después de ser torturada e interrogada por militares hubo de exiliarse en México y luego en París, donde murió mientras acompañaba en una cena a García Márquez. Bursztyn, como García Márquez, fue acusada por delitos que no tenían ningún soporte judicial ni probatorio: un arma inservible que encontraron en su casa sirvió para abrirle un proceso. Bursztyn, como García Márquez, tuvo que pedir asilo en la Embajada de México. Sobre este caso, el escritor dijo en 1982: “Es alarmante, pero ya se sabe: en Colombia, los militares guardan secretos que las autoridades civiles no conocen”.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                Esa enemistad tuvo cotas, sobre todo, políticas: era bien conocida la relación de García Márquez con la izquierda y su cercanía a Fidel Castro. Estados Unidos le había negado la visa a su país, al parecer, por estas mismas razones. El Universal de México informó el 19 de abril sobre una serie de documentos desclasificados de la inteligencia mexicana que describen cómo vigilaban las actividades del nobel. García Márquez fue siempre una ficha incómoda, aquí o en México, por el amplio poder que tendría una de sus palabras, que iban más allá del tan nombrado realismo mágico: eran críticas directas al agrio entorno de América Latina.

                                                                                                                                jtorres@elespectador.com

                                                                                                                                @acayaqui

                                                                                                                                Exiliado por razones políticas, García Márquez se instaló en México de manera definitiva en 1981. Admiró su literatura, que fue esencial para sus obras posteriores.
                                                                                                                                Foto: Archivo El Espectador
                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                Vives cantó “Al escritor García Márquez, le han regalado dos premios y no ha sido capaz de acordarse de Aracataca, su pueblo, y en vez de darle un colegio, que es lo que necesita su tierra, lo que hizo fue darle un premio”.

                                                                                                                                A continuación, algunas de las razones por las que el escritor salió de Colombia. Un repaso histórico por su vida y las situaciones que tuvo que afrontar antes de conseguir estabilidad gracias a su escritura.

                                                                                                                                Read more!
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                                                                                                                                A mediados de los años 60, sin un peso y mientras su esposa sustentaba la economía del hogar, Gabriel García Márquez escribió en México Cien años de soledad. Había puesto su suerte y su futuro en manos de una novela que, desde años atrás, lo había acosado con insistencia: eran las historias de sus abuelos, que aprendió con suficiencia y cierto fervor en sus primeros años en Aracataca. Por entonces, fuera del país con su esposa y sus dos hijos, García Márquez no era un perfecto desconocido: había escrito ya El coronel no tiene quien le escriba y La hojarasca y sus cuentos rodaban por semanarios y suplementos culturales.

                                                                                                                                Desde que llegó a México, el 2 de julio de 1961, García Márquez había hecho amistades en los círculos literarios. Conocía a Carlos Fuentes, uno de los renombrados literatos de México, y cuando arribó a ese país Álvaro Mutis —exiliado allí por líos judiciales en Colombia—, le entregó un ejemplar de Pedro Páramo de Juan Rulfo, que leyó con la misma intrépida ansiedad con que había repasado, años atrás, La metamorfosis de Kafka.

                                                                                                                                La novela de Rulfo fue quizá el primer contacto real que tuvo García Márquez con ese mundo rural y agresivo de México. ¿Qué era ese país, hijo de la revolución y de múltiples conjugaciones culturales? De modo que su primer encuentro allí fue un impulso de creación: en un incidente entre Ciudad de México y Cuernavaca, mientras corría en el auto con su familia, García Márquez vislumbró parte de Cien años de soledad. Así lo contó años después, y así quedó para su leyenda. “La tenía tan madura que hubiera podido dictarle ahí mismo —dijo—, en la carretera de Cuernavaca, el primer capítulo, palabra por palabra, a una mecanógrafa”.

                                                                                                                                Read more!

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                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                Por eso García Márquez se fue de Colombia: no porque odiara a sus conciudadanos —como muchos suelen decir hoy—, ni tampoco porque fuera un pretencioso que rechazaba a su patria —como se escucha cada tanto—, sino porque, en pleno gobierno del Estatuto de Seguridad divulgado por el gobierno de Julio César Turbay Ayala, una acusación de esas equivalía a tortura y cárcel. Eso sucedió, por ejemplo, con la artista plástica Feliza Bursztyn, quien después de ser torturada e interrogada por militares hubo de exiliarse en México y luego en París, donde murió mientras acompañaba en una cena a García Márquez. Bursztyn, como García Márquez, fue acusada por delitos que no tenían ningún soporte judicial ni probatorio: un arma inservible que encontraron en su casa sirvió para abrirle un proceso. Bursztyn, como García Márquez, tuvo que pedir asilo en la Embajada de México. Sobre este caso, el escritor dijo en 1982: “Es alarmante, pero ya se sabe: en Colombia, los militares guardan secretos que las autoridades civiles no conocen”.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                Esa enemistad tuvo cotas, sobre todo, políticas: era bien conocida la relación de García Márquez con la izquierda y su cercanía a Fidel Castro. Estados Unidos le había negado la visa a su país, al parecer, por estas mismas razones. El Universal de México informó el 19 de abril sobre una serie de documentos desclasificados de la inteligencia mexicana que describen cómo vigilaban las actividades del nobel. García Márquez fue siempre una ficha incómoda, aquí o en México, por el amplio poder que tendría una de sus palabras, que iban más allá del tan nombrado realismo mágico: eran críticas directas al agrio entorno de América Latina.

                                                                                                                                jtorres@elespectador.com

                                                                                                                                @acayaqui

                                                                                                                                Por Juan David Torres Duarte

                                                                                                                                Ver todas las noticias
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