“Porque se trataba de él, porque se trataba de mí”: la amistad en la filosofía
La filosofía se pregunta cómo debemos vivir. La amistad, fundamental en nuestra vida, es parte de esa pregunta. Desde el siglo IV antes de Cristo hasta el siglo XXI los pensadores han tratado de responder: ¿por qué amamos a nuestros amigos?
Daniela Cristancho Serrano
“Si comparo mi vida entera con los cuatro años que me fue dado disfrutar de la dulce compañía y amistad de La Boétie, el resto de mi existencia no es más que humo, noche oscura y tediosa. Me encontraba tan hecho, tan acostumbrado a ser siempre su doble en todas las cosas y lugares, que ahora no me considero más que la mitad de mí mismo”, escribió Michel de Montaigne en la segunda mitad del siglo XVI, tras la muerte de su amigo y colega filósofo Étienne de La Boétie. Tras esta pérdida, Montaigne publicó la obra de La Boétie, quien le hizo, en afectuoso recuerdo, heredero de sus papeles y biblioteca, y escribió Sobre la amistad, incluido en su libro Ensayos.
Ya lo había dicho antes Aristóteles: la amistad es necesaria para la vida. “Sin amigos nadie querría vivir, aunque tuviera todos los otros bienes”, afirmó el filósofo griego en Ética a Nicómaco. Para él los amigos mantienen unidas las ciudades y constituyen el único refugio ante las desgracias.
Le sugerimos: Las prohibiciones para “El guardián entre el centeno” y la necesidad de aprobación
Y es que para la ética, como disciplina filosófica que se pregunta cómo hemos de vivir, la amistad resulta fundamental, al ser uno de los elementos que hace valiosa la vida. Muchos siglos después de Aristóteles, Alexander Nehamas, otro filósofo griego, pero del siglo XXI, también trató de responder algunas de las preguntas que se desprenden del concepto de amistad. En su libro On Friendship, este profesor de Princeton explora por qué amamos a nuestros amigos y por qué las amistades determinan quiénes somos y en quién nos convertiremos.
Para Aristóteles, había tres tipos de amistades: aquellas que existen por utilidad, por placer y por virtud. Como las dos primeras solo responden a necesidades humanas, es el tercer tipo de amistad la que es auténtica y real. Así, las amistades más íntimas sucederían entre los virtuosos: los justos, los valientes y los sabios. El amor que sentimos por nuestros amigos depende de sus cualidades objetivas, afirmaría Aristóteles.
Pero esta idea es equivocada o incompleta, al menos eso diría Nehemas. Las personas no tenemos cualidades fijas. No somos justas, valientes o sabias durante toda nuestra vida. Nuestros atributos no son asignados en nuestro nacimiento e impresos de forma indeleble, por el contrario, tendemos al cambio y la evolución. Además, todos asumimos facetas ligeramente distintas dependiendo de las personas con las que compartimos, explica Nehemas. Cada amigo nos permite explorar un rol o un atributo diferente. Luego, no podemos ser amados solo en función a cualidades objetivas.
Podría interesarle: La arpista francesa Maia Darme se presentará en el Museo Nacional
Y Montaigne probablemente estaría de acuerdo con Nehemas. En Sobre la amistad, el filósofo se extiende explicando las características de su íntimo y difunto amigo La Boétie, aquellas que lo hicieron amarlo. Sin éxito, Montaigne optó por concluir:
“En la amistad de la que hablo, las almas se enlazan y confunden la una con la otra en una mezcla tan universal, que no hay manera de reconocer la costura que las une. Si alguien me obligase a decir por qué quería tanto a La Boétie, reconozco que no podría expresarlo más que respondiendo: porque se trataba de él, porque se trataba de mí”.
Así, el autor renuncia a la articulación explícita de por qué fue amigo de La Boétie. Ni su capacidad como escritor ni su bondad explican la relación. Sencillamente, cada amistad es una combinación única entre dos almas, ahí radica su valor. En su caso específico, una que surgió cuando Montaigne leyó La servidumbre y decidió conocer a su autor, el filósofo Étienne de La Boétie.
Nehemas, en su libro, agrega otra característica: la posibilidad de futuro. Cuando conocemos a alguien y decidimos llamarlo “amigo”, tenemos la convicción instintiva de que, con él o con ella, hay en el futuro una posibilidad de ser mejor a su lado y, por lo tanto, una ilusión de seguir conociendo y construyendo en su compañía. Y lo mismo sucede en sentido contrario:
“Amamos a nuestros amigos no solo por lo que ya son, pero también por aquello que pueden ser, al menos en parte, fruto de nuestra relación. De la misma manera, amar a nuestros amigos, quienes son en sí mismos, es también esperar que nosotros vamos a amar aquello en lo que nos convertiremos. Es decir, aquello que seremos, fruto de nuestra relación con ellos”, afirma el profesor de Princeton.
Le sugerimos leer: Recordando a Luis Tejada
Alexander Nehemas dibuja la anología perfecta: los amigos son como un artista en su estudio. La amistad configura un espacio en el que podemos experimentarnos de distintas maneras y construir nuestra individualidad y forjar carácter sin miedo a ser juzgados. Como lo hizo Picasso en su estudio hasta descubrir su estilo. Los amigos son un lugar seguro.
Y es la grandeza de las amistades, a su vez, lo que hace tan dolorosa su pérdida. En ocasiones las amistades mueren porque se desvanece la promesa de futuro compartido. Quizás a su lado ya no podemos tantear las aguas de lo que podemos ser sin temor y, por eso, el duelo es tan doloroso. La amistad es un ingrediente de la individualidad. Otras veces las personas cambian de maneras tan drásticas, que aquella combinación perfecta entre almas se disuelve. “Porque se trataba de él, porque se trataba de mí”, afirmó Montaigne. Así, puede desvanecerse la amistad cuando ya no se trata del otro ni de quien yo era.
Pero cuando las amistades no mueren, concuerdo con Aristóteles, los amigos mantienen unidas las ciudades, son un refugio ante las tristezas. Son lo único necesario para la vida.
“Si comparo mi vida entera con los cuatro años que me fue dado disfrutar de la dulce compañía y amistad de La Boétie, el resto de mi existencia no es más que humo, noche oscura y tediosa. Me encontraba tan hecho, tan acostumbrado a ser siempre su doble en todas las cosas y lugares, que ahora no me considero más que la mitad de mí mismo”, escribió Michel de Montaigne en la segunda mitad del siglo XVI, tras la muerte de su amigo y colega filósofo Étienne de La Boétie. Tras esta pérdida, Montaigne publicó la obra de La Boétie, quien le hizo, en afectuoso recuerdo, heredero de sus papeles y biblioteca, y escribió Sobre la amistad, incluido en su libro Ensayos.
Ya lo había dicho antes Aristóteles: la amistad es necesaria para la vida. “Sin amigos nadie querría vivir, aunque tuviera todos los otros bienes”, afirmó el filósofo griego en Ética a Nicómaco. Para él los amigos mantienen unidas las ciudades y constituyen el único refugio ante las desgracias.
Le sugerimos: Las prohibiciones para “El guardián entre el centeno” y la necesidad de aprobación
Y es que para la ética, como disciplina filosófica que se pregunta cómo hemos de vivir, la amistad resulta fundamental, al ser uno de los elementos que hace valiosa la vida. Muchos siglos después de Aristóteles, Alexander Nehamas, otro filósofo griego, pero del siglo XXI, también trató de responder algunas de las preguntas que se desprenden del concepto de amistad. En su libro On Friendship, este profesor de Princeton explora por qué amamos a nuestros amigos y por qué las amistades determinan quiénes somos y en quién nos convertiremos.
Para Aristóteles, había tres tipos de amistades: aquellas que existen por utilidad, por placer y por virtud. Como las dos primeras solo responden a necesidades humanas, es el tercer tipo de amistad la que es auténtica y real. Así, las amistades más íntimas sucederían entre los virtuosos: los justos, los valientes y los sabios. El amor que sentimos por nuestros amigos depende de sus cualidades objetivas, afirmaría Aristóteles.
Pero esta idea es equivocada o incompleta, al menos eso diría Nehemas. Las personas no tenemos cualidades fijas. No somos justas, valientes o sabias durante toda nuestra vida. Nuestros atributos no son asignados en nuestro nacimiento e impresos de forma indeleble, por el contrario, tendemos al cambio y la evolución. Además, todos asumimos facetas ligeramente distintas dependiendo de las personas con las que compartimos, explica Nehemas. Cada amigo nos permite explorar un rol o un atributo diferente. Luego, no podemos ser amados solo en función a cualidades objetivas.
Podría interesarle: La arpista francesa Maia Darme se presentará en el Museo Nacional
Y Montaigne probablemente estaría de acuerdo con Nehemas. En Sobre la amistad, el filósofo se extiende explicando las características de su íntimo y difunto amigo La Boétie, aquellas que lo hicieron amarlo. Sin éxito, Montaigne optó por concluir:
“En la amistad de la que hablo, las almas se enlazan y confunden la una con la otra en una mezcla tan universal, que no hay manera de reconocer la costura que las une. Si alguien me obligase a decir por qué quería tanto a La Boétie, reconozco que no podría expresarlo más que respondiendo: porque se trataba de él, porque se trataba de mí”.
Así, el autor renuncia a la articulación explícita de por qué fue amigo de La Boétie. Ni su capacidad como escritor ni su bondad explican la relación. Sencillamente, cada amistad es una combinación única entre dos almas, ahí radica su valor. En su caso específico, una que surgió cuando Montaigne leyó La servidumbre y decidió conocer a su autor, el filósofo Étienne de La Boétie.
Nehemas, en su libro, agrega otra característica: la posibilidad de futuro. Cuando conocemos a alguien y decidimos llamarlo “amigo”, tenemos la convicción instintiva de que, con él o con ella, hay en el futuro una posibilidad de ser mejor a su lado y, por lo tanto, una ilusión de seguir conociendo y construyendo en su compañía. Y lo mismo sucede en sentido contrario:
“Amamos a nuestros amigos no solo por lo que ya son, pero también por aquello que pueden ser, al menos en parte, fruto de nuestra relación. De la misma manera, amar a nuestros amigos, quienes son en sí mismos, es también esperar que nosotros vamos a amar aquello en lo que nos convertiremos. Es decir, aquello que seremos, fruto de nuestra relación con ellos”, afirma el profesor de Princeton.
Le sugerimos leer: Recordando a Luis Tejada
Alexander Nehemas dibuja la anología perfecta: los amigos son como un artista en su estudio. La amistad configura un espacio en el que podemos experimentarnos de distintas maneras y construir nuestra individualidad y forjar carácter sin miedo a ser juzgados. Como lo hizo Picasso en su estudio hasta descubrir su estilo. Los amigos son un lugar seguro.
Y es la grandeza de las amistades, a su vez, lo que hace tan dolorosa su pérdida. En ocasiones las amistades mueren porque se desvanece la promesa de futuro compartido. Quizás a su lado ya no podemos tantear las aguas de lo que podemos ser sin temor y, por eso, el duelo es tan doloroso. La amistad es un ingrediente de la individualidad. Otras veces las personas cambian de maneras tan drásticas, que aquella combinación perfecta entre almas se disuelve. “Porque se trataba de él, porque se trataba de mí”, afirmó Montaigne. Así, puede desvanecerse la amistad cuando ya no se trata del otro ni de quien yo era.
Pero cuando las amistades no mueren, concuerdo con Aristóteles, los amigos mantienen unidas las ciudades, son un refugio ante las tristezas. Son lo único necesario para la vida.