Posada-Swafford: ‘La crisis ambiental se afronta poniéndole atención a la ciencia’
La escritora y periodista de ciencia Ángela Posada-Swafford habla en entrevista para El Espectador sobre cómo ha vinculado la ciencia y la literatura, y de la importancia de la diplomacia de la ciencia para afrontar la crisis ambiental actual.
María Paula Lizarazo
Ha estado tres mil pies al fondo del Caribe y a quince mil de altura en el Cerro Paranal de Chile. Ha acompañado expediciones científicas que la han llevado al Polo Sur, al Círculo Ártico en Alaska, al volcán Mauna Kea de Hawaii, a la tundra de Newfounland y las piscinas de hipopótamos de Zimbabue. Ha conocido las temperaturas más frías y unos peligros inimaginables. Y sobre cada viaje escribe desde hace más de treinta años.
“Siempre me gustó escribir y describir las cosas, y eso me lo alimentó después una profesora de francés. Escojan el cuadro que más les guste, nos decía, y siéntense a escribir -en francés- qué les produce. Esa profesora me dio alas para escribir”, cuenta Ángela Posada-Swafford, en entrevista para El Espectador, recordando los orígenes de su pulsión periodística, cuando estudiaba Lenguas Modernas en la Universidad de los Andes.
“Me gustaban mucho las palabras, tenía una libretita de palabras que me gustaban. Yo hubiera querido ser bióloga marina, pero estaba mal informada, más que nada por falta de guía, pero fue mejor así. Mis amigos biólogos me dicen: ‘usted habría sido pésima bióloga’ porque un biólogo tiene que concentrarse en un campo ‘y usted salta mucho’. Entonces me dijo mi hermana: ‘usted tiene cara de periodista’”.
Tras setecientos años del fallecimiento de Dante Alighieri, le sugerimos: Dante Alighieri: “Los poetas son elegidos por Dios”
Luego de los Andes se fue a la Universidad de Kansas a estudiar periodismo. Volvió a Colombia y en 1988 regresó a Estados Unidos a colaborar con el Miami Herald. Inicialmente hacía trabajos de archivo y escribía como freelance. Después la nombraron editora de la sección de cocina: “a mí se me quema el agua, pero no me importó, yo tenía que poder”. Y a la par que escribía de gastronomía, hacía artículos sobre ecología, naturaleza y de medio ambiente. “Aprendí sola. Yo me rajaba en física y química, odiaba todo eso, no sabía cómo se conformaba una célula”. Y fue aplicando a becas cortas que muy poca gente conocía.
Tiempo después le escribieron del MIT y de Harvard y en el año 2000 se convirtió en la primera becaria hispanohablante de la Knight Science Journalism Fellowship. Durante ese año participó en experimentos de la Nasa: por diez dólares la hora se acostaba en una cama, le conectaban algunos cables en la cabeza y apagaban las luces; ahí estaban investigando sobre el mareo de los astronautas en las naves. Otros proyectos en los que participo durante la beca fue en una investigación de Noam Chomsky.
Aprendió de geología, paleontología y hasta de astrofografía: “Aprendí de ciencia. Aprendí dónde ponen los huevos las garzas para a la hora de uno como periodista científica saber cómo ir a preguntar sobre eso a una fuente de expertos”.
Ha colaborado con medios como Discovery Channel, CBS TeleNoticias, The Travel Channel, ABC NEWS, Latin Trade Magazine, Astronomy Magazine, WIRED Magazine, New Scientist Magazine, The Boston Globe, The Christian Science Monitor, National Geographic Spanish, Hispanic Magazine, Maxim, LOFT, Muy interesante, entre otros.
En 2004, cuando llevaba ya varios años escribiendo artículos periodísticos, decidió que los viajes no sólo debían ser geográficos, también literarios. Y empezó a escribir cuentos, que se volvieron novelas infantiles y juveniles. Tenía tantas experiencias consigo, “tanto material, que un amigo mío me dijo ‘usted no puede quedarse con esto por dentro’”. Quiso que sus historias se volvieran literatura infantil porque así le parecía que podía contar mucho más. Aún hoy, lo que más le cuesta es crear diálogos.
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Ha escrito Un enemigo invisible; En busca del calamar del abismo; Terror en el Cosmos; 90° de latitud sur; Detectives del ADN; El dragón del espacio; En el corazón de las ballenas; Dinosaurios sumergidos. Y actualmente adelanta un libro sobre el cambio climático. “Todo esto lo he vivido yo. Lo único que no he hecho es ir al espacio, pero hasta he trabajado con astronautas en aviones de gravedad cero. Es totalmente mi experiencia, sé cómo huele, cómo se siente”. Algunos de sus libros han sido premoniciones, por ejemplo, frente a temas petroleros y de virosis.
Y sus personajes están basados en científicos que ha conocido. Por ejemplo, En busca del calamar del abismo y En el corazón de las ballenas resultaron de su estancia de meses en buques oceanográficos acompañando a biólogos: “Me hice freelance porque al no tener el yugo de ir a la oficina puedo durar meses entre un buque”; se suele decir a sí misma: “búsquese usted la plata para la hipoteca, pero vaya”.
Sus novelas, además de tratar sobre hipótesis científicas y obsesiones de algunos personajes, están relacionadas con Colombia o América Latina. Defiende la importancia de contar con contexto. “La ciencia no sucede en un vacío: si vamos a hablar, por ejemplo, de cómo funciona el corazón de una ballena, tú tienes que saber física, química, teoría de fluidos, incluso comportamiento del sonido debajo del agua. Tienes que conocer el entorno y el contexto, no puedes saber cómo funciona un planeta sin tener en cuenta todos los sistemas. La combinación de ciencias se ve porque este animal emite un sonido: el océano es oscuro, opaco, entonces ellas se comunican con sonidos”.
Dice que la relación del arte y la ciencia es su maridaje favorito: “Yo me he dado cuenta de que todo entra por los ojos, los oídos, por varios sentires. Y el arte tiene el poder de despertarnos las emociones y abrirnos el corazón, y la ciencia, la mente. Es como el arequipe con el dulce de mora”.
Entre sus lecturas de cabecera destaca Diane Ackerman -ecóloga, bióloga y poeta- y su libro “Una historia natural de los sentidos”, y Bill Bryson -autor de libros de viajes y divulgación científica- con “Una breve historia de casi todo”.
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En el último tiempo dicta conferencias sobre la diplomacia de la ciencia. Las últimas han sido en las embajadas de Colombia en Canadá, Estados Unidos, Noruega y Suecia. “El mar nace en la alta montaña, allí es donde nacen los océanos. El deshielo de los glaciares contribuirá a una tercera parte del aumento del nivel del mar. Razón de más para que Colombia se interese no sólo en estudiar sus glaciares sino la relación con la Antártida: eso para la gente que dice que para qué nos vamos a gastar la plata el club de almirantes ricos en yate yendo a estudiar la Antártida. Hay que estudiarla, es importantísima. Ahora se está descongelando el Ártico y los buques van a pasar muy fácil por el Ártico sin rompehielos, sin usar el Canal de Panamá y eso es una cosa geopolítica enorme y que le sirve a los trópicos también y a Colombia, muchísimo”.
Para Posada-Swafford la crisis ambiental se puede afrontar poniéndole atención y apoyo a la ciencia: “Fíjate, el corovanirus nos lo dejó claro: la ciencia nos salvó el cuello, punto; que la gente no se quiere poner la vacuna es otra cosa. Y educación. Son los dos caballos de batalla que tienen que ir de la mano. Tenemos que inspirar a los investigadores a que quieran contar su trabajo”.
Del papel de la educación, defiende que sin nociones de geografía física nadie va a entender el cambio climático. Y añade que sin institucionalizar más la relación entre la ciencia y la política en Colombia, ni comprender la necesidad de respuestas rápidas ante las crisis, las emergencias ambientales serán cada vez peores.
Ha estado tres mil pies al fondo del Caribe y a quince mil de altura en el Cerro Paranal de Chile. Ha acompañado expediciones científicas que la han llevado al Polo Sur, al Círculo Ártico en Alaska, al volcán Mauna Kea de Hawaii, a la tundra de Newfounland y las piscinas de hipopótamos de Zimbabue. Ha conocido las temperaturas más frías y unos peligros inimaginables. Y sobre cada viaje escribe desde hace más de treinta años.
“Siempre me gustó escribir y describir las cosas, y eso me lo alimentó después una profesora de francés. Escojan el cuadro que más les guste, nos decía, y siéntense a escribir -en francés- qué les produce. Esa profesora me dio alas para escribir”, cuenta Ángela Posada-Swafford, en entrevista para El Espectador, recordando los orígenes de su pulsión periodística, cuando estudiaba Lenguas Modernas en la Universidad de los Andes.
“Me gustaban mucho las palabras, tenía una libretita de palabras que me gustaban. Yo hubiera querido ser bióloga marina, pero estaba mal informada, más que nada por falta de guía, pero fue mejor así. Mis amigos biólogos me dicen: ‘usted habría sido pésima bióloga’ porque un biólogo tiene que concentrarse en un campo ‘y usted salta mucho’. Entonces me dijo mi hermana: ‘usted tiene cara de periodista’”.
Tras setecientos años del fallecimiento de Dante Alighieri, le sugerimos: Dante Alighieri: “Los poetas son elegidos por Dios”
Luego de los Andes se fue a la Universidad de Kansas a estudiar periodismo. Volvió a Colombia y en 1988 regresó a Estados Unidos a colaborar con el Miami Herald. Inicialmente hacía trabajos de archivo y escribía como freelance. Después la nombraron editora de la sección de cocina: “a mí se me quema el agua, pero no me importó, yo tenía que poder”. Y a la par que escribía de gastronomía, hacía artículos sobre ecología, naturaleza y de medio ambiente. “Aprendí sola. Yo me rajaba en física y química, odiaba todo eso, no sabía cómo se conformaba una célula”. Y fue aplicando a becas cortas que muy poca gente conocía.
Tiempo después le escribieron del MIT y de Harvard y en el año 2000 se convirtió en la primera becaria hispanohablante de la Knight Science Journalism Fellowship. Durante ese año participó en experimentos de la Nasa: por diez dólares la hora se acostaba en una cama, le conectaban algunos cables en la cabeza y apagaban las luces; ahí estaban investigando sobre el mareo de los astronautas en las naves. Otros proyectos en los que participo durante la beca fue en una investigación de Noam Chomsky.
Aprendió de geología, paleontología y hasta de astrofografía: “Aprendí de ciencia. Aprendí dónde ponen los huevos las garzas para a la hora de uno como periodista científica saber cómo ir a preguntar sobre eso a una fuente de expertos”.
Ha colaborado con medios como Discovery Channel, CBS TeleNoticias, The Travel Channel, ABC NEWS, Latin Trade Magazine, Astronomy Magazine, WIRED Magazine, New Scientist Magazine, The Boston Globe, The Christian Science Monitor, National Geographic Spanish, Hispanic Magazine, Maxim, LOFT, Muy interesante, entre otros.
En 2004, cuando llevaba ya varios años escribiendo artículos periodísticos, decidió que los viajes no sólo debían ser geográficos, también literarios. Y empezó a escribir cuentos, que se volvieron novelas infantiles y juveniles. Tenía tantas experiencias consigo, “tanto material, que un amigo mío me dijo ‘usted no puede quedarse con esto por dentro’”. Quiso que sus historias se volvieran literatura infantil porque así le parecía que podía contar mucho más. Aún hoy, lo que más le cuesta es crear diálogos.
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Ha escrito Un enemigo invisible; En busca del calamar del abismo; Terror en el Cosmos; 90° de latitud sur; Detectives del ADN; El dragón del espacio; En el corazón de las ballenas; Dinosaurios sumergidos. Y actualmente adelanta un libro sobre el cambio climático. “Todo esto lo he vivido yo. Lo único que no he hecho es ir al espacio, pero hasta he trabajado con astronautas en aviones de gravedad cero. Es totalmente mi experiencia, sé cómo huele, cómo se siente”. Algunos de sus libros han sido premoniciones, por ejemplo, frente a temas petroleros y de virosis.
Y sus personajes están basados en científicos que ha conocido. Por ejemplo, En busca del calamar del abismo y En el corazón de las ballenas resultaron de su estancia de meses en buques oceanográficos acompañando a biólogos: “Me hice freelance porque al no tener el yugo de ir a la oficina puedo durar meses entre un buque”; se suele decir a sí misma: “búsquese usted la plata para la hipoteca, pero vaya”.
Sus novelas, además de tratar sobre hipótesis científicas y obsesiones de algunos personajes, están relacionadas con Colombia o América Latina. Defiende la importancia de contar con contexto. “La ciencia no sucede en un vacío: si vamos a hablar, por ejemplo, de cómo funciona el corazón de una ballena, tú tienes que saber física, química, teoría de fluidos, incluso comportamiento del sonido debajo del agua. Tienes que conocer el entorno y el contexto, no puedes saber cómo funciona un planeta sin tener en cuenta todos los sistemas. La combinación de ciencias se ve porque este animal emite un sonido: el océano es oscuro, opaco, entonces ellas se comunican con sonidos”.
Dice que la relación del arte y la ciencia es su maridaje favorito: “Yo me he dado cuenta de que todo entra por los ojos, los oídos, por varios sentires. Y el arte tiene el poder de despertarnos las emociones y abrirnos el corazón, y la ciencia, la mente. Es como el arequipe con el dulce de mora”.
Entre sus lecturas de cabecera destaca Diane Ackerman -ecóloga, bióloga y poeta- y su libro “Una historia natural de los sentidos”, y Bill Bryson -autor de libros de viajes y divulgación científica- con “Una breve historia de casi todo”.
Le invitamos a leer: Marithea, más allá de los titulares y un campeonato nacional de freestyle
En el último tiempo dicta conferencias sobre la diplomacia de la ciencia. Las últimas han sido en las embajadas de Colombia en Canadá, Estados Unidos, Noruega y Suecia. “El mar nace en la alta montaña, allí es donde nacen los océanos. El deshielo de los glaciares contribuirá a una tercera parte del aumento del nivel del mar. Razón de más para que Colombia se interese no sólo en estudiar sus glaciares sino la relación con la Antártida: eso para la gente que dice que para qué nos vamos a gastar la plata el club de almirantes ricos en yate yendo a estudiar la Antártida. Hay que estudiarla, es importantísima. Ahora se está descongelando el Ártico y los buques van a pasar muy fácil por el Ártico sin rompehielos, sin usar el Canal de Panamá y eso es una cosa geopolítica enorme y que le sirve a los trópicos también y a Colombia, muchísimo”.
Para Posada-Swafford la crisis ambiental se puede afrontar poniéndole atención y apoyo a la ciencia: “Fíjate, el corovanirus nos lo dejó claro: la ciencia nos salvó el cuello, punto; que la gente no se quiere poner la vacuna es otra cosa. Y educación. Son los dos caballos de batalla que tienen que ir de la mano. Tenemos que inspirar a los investigadores a que quieran contar su trabajo”.
Del papel de la educación, defiende que sin nociones de geografía física nadie va a entender el cambio climático. Y añade que sin institucionalizar más la relación entre la ciencia y la política en Colombia, ni comprender la necesidad de respuestas rápidas ante las crisis, las emergencias ambientales serán cada vez peores.