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                                                                                                                                  Primer capítulo de la novela “La mujer del canciller”, de Dora Glottman


                                                                                                                                  Es la historia de Bárbara Medina de Palacios, esposa del canciller de Colombia, madre de sus hijos y una mujer que no conoce el placer sexual.
En librerías con el sello Ediciones B.

                                                                                                                                  Dora Glottman * / Especial para El Espectador

                                                                                                                                  Dora Glottman y la portada de su primera novela.
                                                                                                                                  Foto: Cortesía Penguin
                                                                                                                                  PUBLICIDAD

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                                                                                                                                  Gracias por ser nuestro usuario. Apreciado lector, te invitamos a suscribirte a uno de nuestros planes para continuar disfrutando de este contenido exclusivo.El Espectador, el valor de la información.

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                                                                                                                                  Foto: Cortesía Penguin
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                                                                                                                                  Atravesaba la ciudad al lado de su esposo y un séquito de escoltas repartidos en varias camionetas y motos. Iban rumbo a Palacio, donde el mandatario y la primera dama ofrecerían una cena privada en honor del recién nombrado ministro de Relaciones Exteriores. Era un evento protocolario que pretendía afianzar los lazos de amistad entre los hombres que liderarían el país por los siguientes años.

                                                                                                                                  PUBLICIDAD

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                                                                                                                                  Read more!

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                                                                                                                                  su reciente promoción lo convertía en una de las mejores opciones para la presidencia en el próximo periodo. En el vehículo iba contento. Sobreexcitado, pensaba su mujer.

                                                                                                                                  Después de treinta y cinco años de matrimonio lo conocía bien. Cuando estaba entusiasmado, hablaba casi gritando y con un marcado acento caribeño. Ignorándola, su esposo seguía contando por teléfono los pormenores de su nombramiento días antes. Esa noche no lo culpaba por querer llamar a sus amigos de toda la vida para compartirles con orgullo que brindaría con el presidente el haber llegado al cargo de ministro.

                                                                                                                                  Aunque ensimismada, Bárbara lo oía transmitir las felicitaciones que le enviaban sus amigos y sus señoras, pero no se sentía partícipe de su éxito, mucho menos esa noche. Solo recordaba sus denigrantes palabras mientras la ayudaba a vestirse antes de dejar la casa. Reflexionaba sobre cómo el vestido que llevaba puesto había dejado de ser un símbolo de unión entre ella y su pareja para convertirse en el recuerdo de una humillación.

                                                                                                                                  “Un grotesco contraste”, pensó, “no podía haber sido menos diplomático el recién nombrado máximo representante de la diplomacia colombiana”. Con esos momentos aún presentes en su mente, Bárbara revisó por última vez su cara en el espejo que cargaba en la cartera y notó la tristeza que escondían sus ojos verdes delicadamente maquillados.

                                                                                                                                  PUBLICIDAD

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                                                                                                                                  Read more!

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                                                                                                                                  No ad for you

                                                                                                                                  Con cada botón repasó momentos memorables. Como el día que le propuso casarse con él. Su esposa recordó cómo le pidió también que renunciara a la universidad y a su sueño de ser diseñadora de interiores. El político quería tener familia cuanto antes, favorecía su imagen. Asegurando los otros botones, Andrés recordó las Navidades juntos, los cumpleaños de los niños, y reconoció el esfuerzo de su mujer cuando la familia entera lo acompañaba en sus campañas políticas.

                                                                                                                                  En la camioneta blindada, mientras miraba por la ventanilla oscura, pensaba que en Nueva York su esposo había cumplido con vestirla como le gustaba y con hacer de su vida, de sus alegrías y frustraciones un inventario. El improvisado ritual que repasó en la mente le sirvió para darse cuenta de cuánto había sacrificado por la ambición política de su marido.

                                                                                                                                  Esa noche, en Bogotá, la historia del vestido cambió. Con cada botón que le abrochó antes de la cena, Andrés le hizo una cruel advertencia:

                                                                                                                                  No ad for you

                                                                                                                                  —No le hables al presidente a menos que él te hable primero —le dijo, mientras cerraba el botón más cercano a la ranura de su trasero—. Tampoco des opiniones políticas o de economía, haces el ridículo —le advirtió y la abotonó en la columna baja—. No trates de hacerte amiga de la primera dama, eso es ser arribista —agregó cuando iba por la mitad de la espalda. Y en tanto abotonaba en su nuca el último botón, le dio la estocada final—: Y no hables de ti.

                                                                                                                                  No ad for you

                                                                                                                                  El convoy se detuvo frente a la entrada del palacio presidencial y, antes de que Bárbara pudiera desearle a Andrés buena suerte, poniendo a un lado su resentimiento, dos edecanes abrieron al tiempo las puertas traseras y él se bajó sin voltearse a mirarla. Ella tomó la mano enfundada en el guante blanco del edecán que la ayudaría a bajarse del vehículo, y olvidó su malestar al poner los dos pies sobre el pavimento y sentirse emocionada por estar frente al majestuoso edificio que era el centro del poder en el país, donde no descartaba vivir algún día.

                                                                                                                                  Andrés, acompañado por otro edecán, la esperaba unos pasos más adelante y juntos caminaron hasta la entrada. El corazón de Bárbara latió con más intensidad al atravesar la puerta de Palacio y a medida que sus acompañantes los guiaban hacia la imponente escalera con tapete rojo. Los llevarían al segundo piso y más adelante al tercero, donde está la residencia privada de la primera familia de la nación.

                                                                                                                                  No ad for you

                                                                                                                                  La mujer del canciller no lograba contener los nervios que fácilmente habría podido calmar su marido con una palabra amable, de no ser porque, desde que entraron, no la volvió a mirar. Para ella no era inusual estar rodeada por personas influyentes, pero esa noche era diferente: haría parte de una mesa en la que estarían los hombres más poderosos del país y donde se esperaba de ella un comportamiento que hiciera lucir al nuevo canciller.

                                                                                                                                  Bárbara era una mujer alta y delgada que jamás se preocupó por su peso. Pertenecía a la familia Medina, caracterizada por sus figuras esbeltas y por ser de un gusto tan refinado que eran un referente de distinción en la alta sociedad desde la era de la Colonia. De sus antepasados españoles había heredado un tono de piel blanca como la porcelana, y la intensidad de sus ojos verdes la convertía en una mujer hermosa en cualquier lugar del mundo.

                                                                                                                                  No ad for you

                                                                                                                                  A sus cincuenta y tres años, Bárbara era impactante. Caminó erguida frente a los retratos deslumbrantes de presidentes anteriores. Se detuvo y sonrió al encontrarse ante el enorme cuadro “La Monja”, del maestro Fernando Botero, y al recordar cómo su mejor amiga, que se llamaba Raquel, se burlaba de ella, llamándola “la monjita”.

                                                                                                                                  No ad for you

                                                                                                                                  El edecán la guio hasta el Salón Amarillo, donde la esperaba su esposo, quien había subido con más agilidad la escalera que su mujer, limitada por sus altos tacones. Andrés se había quitado el anillo y jugaba con él entre sus dedos, un gesto que revelaba lo nervioso que estaba. “Tu papá estaría orgulloso de ti”, le dijo Bárbara, pretendiendo ser dulce, aunque sabía que su comentario le dolería. Después de la denigrante escena con el vestido antes de salir para la cena, herir a su marido era casi satisfactorio. Sabía que el canciller detestaba a su padre y que, secretamente, su afán de éxito había nacido de la obsesión de no ser como él.

                                                                                                                                  No ad for you

                                                                                                                                  * Se publica con autorización de Penguin Random House Grupo Editorial. Dora Glottman se graduó como periodista de The New School en Nueva York y estudió en la Universidad Hebrea de Jerusalén y en la Universidad de Kansas. Trabajó durante treinta años en medios de comunicación, quince de ellos como reportera. Su carrera inició como corresponsal de Sábados Gigantes, de Univisión, en Nueva York, y después en el noticiero de ese mismo canal. En Miami trabajó como reportera y presentadora de NBC/Telemundo. Su trabajo periodístico Relato de un secuestro ganó un premio EMMY. En Colombia trabajó más de una década con Caracol Televisión, parte del tiempo como editora internacional. Ese mismo cargo lo ejerció en la revista Semana y escribió para la revista Jet-Set. Fue columnista de El Espectador y ha publicado artículos en El Tiempo. En radio trabajó en La FM y en Blu Radio, donde fue parte de la mesa de “Mundo Blu” y dirigió su propio programa de análisis internacional.

                                                                                                                                  Por Dora Glottman * / Especial para El Espectador

                                                                                                                                  Ver todas las noticias
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