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Paolo Sorrentino (Nápoles, 1970) echa hacia atrás ligeramente su cabeza para dejar salir de su boca una columna de humo. Fuma un puro que degusta como si se tratase de un elaborado plato de restaurante con estrellas Michelin.
A cielo abierto en una terraza de un séptimo piso en San Sebastián (España), el director italiano da caladas parsimoniosas y largas, aprovechando la traducción del italiano al inglés, un idioma que habla pero que no termina de proporcionarle la comodidad necesaria para expresarse en una entrevista. Sorrentino, piel tostada por el sol y pelo en constante revolución – la brisa tampoco ayuda a calmarlo-, se muestra además contento.
Parte del motivo de esa alegría se la debe a su más reciente película, Fue la mano de Dios (È stata la mano di Dio), historia autobiográfica inspirada en su adolescencia durante los años 80 en Nápoles, una época colorida que se tornó en dolor e incertidumbre a raíz del fallecimiento de sus padres.
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Pero también ese regocijo, especula el cineasta con un “quizás” como preámbulo, se deba a que “he madurado como persona, lo que me ha llevado a reflexionar sobre ciertas cosas y a restarle importancia a otras”. Una sonrisa franca pone punto final a la reflexión del autor de La Gran Belleza (2013) y Juventud (2015), un pensamiento expresado en voz alta, breve y conciso como casi todos en esta entrevista.
En el Festival Internacional de Cine de San Sebastián, tras el estreno y rotundo éxito de Fue la mano de Dios en la Mostra de Venecia, donde se le otorgó el Gran Premio del Jurado y el reconocimiento al mejor actor emergente para el protagonista Filippo Scotti, Sorrentino se somete a una tarea que no le da mucho placer como lo es hablar de su trabajo. Sin embargo, se puede intuir que está muy consciente de que esta vez es diferente.
Paolo Sorrentino ha lanzado al mundo su filme más personal, con el que ha liberado ángeles, saldado cuentas con sus demonios, como también le ha permitido abrir puertas y ventanas de su vida, eso sí, dándole ciertos toques de ficción a esta historia que se apoya en hechos reales y recuerdos para hacer más efectiva una trama que atrapa, encanta y emociona.
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La producción de Netflix, reconocida como una de las mejores películas de 2021 y escogida por Italia para la carrera por el Oscar, cuenta con la destacada actuación de Filippo Scotti (como Fabietto Schisa, alter ego de Sorrentino), además de su actor fetiche Toni Servillo (Severino Schisa), encabezando un notable elenco.
¿Qué le llevó a decantarse por darle tanta luminosidad a un momento trágico de su vida?
No fue una decisión calculada, más bien refleja mucho cómo era mi vida en mi adolescencia. Primero viví una especie de jolgorio, pero luego se tornó en una orgía de dolor. Sucedió así tal cual.
Al ver cómo ha sido su desarrollo personal, se puede entender mejor su identidad y gustos como cineasta. ¿Hubo alguna intención de mostrar sus raíces como cineasta?
No fue intencional porque eso carecía de importancia. Mi punto de partida es mi historia personal, abrigando la esperanza de que alcanzase una dimensión universal, ya que al fin y al cabo ese es el objetivo del cine.
¿De qué manera cree que el hecho de quedarse solo a tan temprana edad influenció en su posterior desarrollo y en su vida?
(reflexiona) La verdad es que ciertos dolores que te causan la vida tienen un efecto positivo. El dolor de la pérdida me hizo crecer y convertirme en adulto rápidamente, pero también es el motivo por el cual dentro de mí aún existe el chico de 17 años.
Es cierto que de repente te ves en primera fila, nadie te controla pero tampoco nadie te protege. Cuando vives una situación de libertad ilimitada, la diferencia la pone el miedo. La libertad se minimiza si tienes mucho temor o la puedes capitalizar. Para bien o para mal siempre tuve miedo de todo, ese sentimiento ha estado presente a lo largo de mi vida y es la razón por la cual he hecho uso dosificado de mi libertad.
¿Cuándo se dio cuenta de que usted tenía controlado su miedo?
Ya esto no es una entrevista, ¡es un sicoanálisis! (se ríe) No tuve conciencia de controlarlo, más bien hice lo que pude, intenté minimizarlo, por ejemplo, y aún estoy en ello, se trata de intentar hacer cosas a ver si resultan. Cuando te conviertes en huérfano a temprana edad, es cierto que te priva de una educación afectiva más intensiva en comparación con la que pueden tener otras personas. No hice terapia, más bien fue un ensayo y error, modificando sobre la marcha. Pudo haber salido todo mal, pero tuve la suerte de que las cosas resultaron bien.
Ha sido muy valiente rodar la escena de los últimos minutos de vida de sus padres, ¿siempre la tuvo en mente de esa manera?
La escribí para la película, y sí, me la imaginé tal cual así. En efecto, cuando te planteas hacer un filme como este, tienes que ser lo suficientemente valiente para trasladar la historia a la pantalla. Como espectador me molesta mucho que ese tipo de escenas se escondan o se obvien, por lo que me propuse mostrar momentos como esos.
¿Qué tan importante era mostrar la iniciación sexual del joven Fabietto con una mujer mayor?
Para mí uno de los problemas de mi adolescencia era el librarme de la virginidad. No sé si sigue siendo un apuro para los chicos hoy en día, pero para mí sí que lo fue.
La escena de la iniciación sexual evoca cómo antaño un padre le hablaba a su hijo de la importancia de esa primera vez, de las dificultades que podría tener y de aceptar la experiencia tal cual como viniese. Puede que no sea la mejor manera para mostrar esa iniciación, pero me parece que la escena es muy bonita. La Baronesa (interpretada por Betty Pedrazzi) es como una guía y lo que le ofrece es liberarlo de un problema más, porque la virginidad era para él un problema, sobre todo en esas circunstancias.
En Fue la mano de Dios se corrobora la gran influencia que tienen en su trabajo el cine de Federico Fellini, así como de las comedias italianas de los 50 y 60.
Definitivamente me he rendido porque durante toda la vida me la pasé diciendo que no quiero hacer películas como Fellini, ¡y mira! (se ríe) No es de extrañar, ya que fundamentalmente crecí con el cine italiano, Fellini y las comedias italianas, aunque adoré la cinematografía de otros países. La influencia de Fellini siempre ha estado presente en mi desarrollo como cineasta, por lo que debe ser cierto que mi trabajo destila mucho de él.
Toni Servillo ha sido una constante en su cinematografía, ¿cómo fue esta vez dirigirle si se piensa que interpreta a su padre?
Para mí Servillo es más que un amigo, es una figura paterna por lo que fue algo natural proponerle que interpretara a mi padre en esta película. A decir verdad, él se lo inventó un poco porque me di cuenta de que yo no era capaz de contar quién y cómo era mi padre, ya que para mí siempre fue un hombre misterioso. Hay que llegar a la adultez para entender quiénes son tus padres, y el tiempo no dio para tanto, a los 17 años no puedes terminar de entender quiénes son esas personas. Mi padre era poco cristalino, nada obvio, a diferencia de mi madre que era transparente, por lo que le supe explicar muy bien a la actriz (Teresa Saponangelo) lo que tenía que hacer. Definitivamente Toni fue una gran ayuda al inventarse la figura de mi padre.
Maradona es la otra figura que siempre ha estado en su vida y en su trabajo. Más que un ídolo, usted dice que le salvó la vida.
Los napolitanos, aunque también mucha gente alrededor del mundo y en Latinoamérica en especial, siempre hemos visto a Maradona como una figura religiosa, como una especie de un ícono semi divino. En mi caso es porque me salvó la vida, pero en su comportamiento Maradona tiene mucha analogía con las figuras religiosas. En Nápoles (Diego Armando Maradona llegó a la Società Sportiva Calcio Napoli en 1984) era un hombre que aparecía, no se decía que llegaba, también resucitó un par de veces y hasta se convirtió en un mártir.
¿Ha sentido alguna la tentación de hacer una película sobre Maradona?
Me gustaría tanto, pero… ¿dónde encuentro un actor que juegue fútbol como Maradona? (se ríe haciendo el gesto de duda) Hasta usando efectos especiales me voy a quedar con la sensación de que no sería suficiente. Y me vuelvo a preguntar, ¿quién podría interpretarlo? (se encoje de hombros) ¿Leonardo Di Caprio? (se ríe a carcajadas).