La historia de Tumaco contada a través de la moda
Una prenda de vestir puede ser mucho más que solo tela. En Tumaco, se convierte en una declaración de identidad, resistencia y un tributo a la historia. El Museo vivo de la Escuela Taller abrió sus puertas para hacer de la moda una memoria viva.
Samuel Sosa Velandia
“¿Ella es la ministra de qué?”, preguntó una joven mientras observaba con atención a la ministra de Vivienda, Ciudad y Territorio, Helga Rivas, recorrer cada rincón de la Escuela Taller de San Andrés de Tumaco. La curiosidad de esa mujer, que se presentó como María Estupiñán, dio pie a una conversación sobre el asombro y la alegría que le causaba ver a una “política” visitar su tierra.
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“¿Ella es la ministra de qué?”, preguntó una joven mientras observaba con atención a la ministra de Vivienda, Ciudad y Territorio, Helga Rivas, recorrer cada rincón de la Escuela Taller de San Andrés de Tumaco. La curiosidad de esa mujer, que se presentó como María Estupiñán, dio pie a una conversación sobre el asombro y la alegría que le causaba ver a una “política” visitar su tierra.
Con un tono de voz melodioso, dijo tener plena consciencia de que no era algo muy usual ver a alguien así, pero que había que aprovechar esas pocas oportunidades para mostrar que Tumaco no es todo lo malo que se ha dicho y hecho en su nombre.
“Aquí hay mucho por hacer y por conocer... Mañana Tumaco está de cumpleaños, debería quedarse para celebrarlo”. Esa invitación la recibí el 29 de noviembre, cuando María y otros tumaqueños estaban presentes en la inauguración de la exposición “Aires de moda: entre raíces y saberes del Pacífico”, que se albergaría en el Museo Vivo de la Escuela Taller, el cual abría por primera vez sus puertas.
“El turbante en mi cabeza / Una historia esconde / Lo que llevo oculto / Hará que te confrontes”, esa es una de las estrofas de “¿Qué vendrá mañana?”, la canción que sonaba al interior del museo. La letra de esta melodía es de Harold Tenorio Quiñonez, quien la compuso para el Programa Raíz, en el que se gestó todo lo que hasta ese momento habían visto nuestros ojos.
Raíz, como la que sostiene a un árbol, como la que se hunde en la tierra para que crezcan las hojas y sus flores, así se llamó esta iniciativa que reivindicó el paradigma frívolo con el que se ha concebido la moda. Todo comenzó como un proyecto del Ministerio de las Culturas, las Artes y los Saberes, para fortalecer el ecosistema cultural de la moda, dialogar sobre las economías populares y comunitarias, y repensar las dinámicas del turismo. Y sí, fue así, pero ese día fue evidente que también se hizo algo más.
Marcela Aragón Valencia, directora de la Escuela Taller de Tumaco, convirtió al proyecto en “un potrillo que navegó en un mar de sueños”. Así lo llamó. Ese 29 de noviembre, el último viernes del mes, la inauguración de la exposición estuvo precedida por una ceremonia en la que se entregaron los certificados a artesanos, diseñadores, costureras, joyeros, maestros y maestras, sabedores y sabedoras que durante varios meses se prepararon para presentar lo que ese día nuestros ojos admiraban. La mamá de María fue una de las graduadas.
Cada una de esas personas pertenece a una comunidad afro e indígena de los municipios de Barbacoas, Tumaco, Olaya Herrera, El Charco y otros que se extienden por el Litoral Pacífico nariñense. Todos ellos hicieron de la moda un vehículo para transitar por su historia, su identidad cultural y la posibilidad de reivindicar todo lo que les ha costado y lo que les ha dolido.
“Nuestras raíces, lo que hemos vivido y lo que sentimos nos permitieron crear una prenda que no solo sirve para vestir, sino que contribuye a la reconstrucción del tejido social, porque estamos narrando nuestra historia y reflejando nuestra idiosincrasia. Aquí se conserva la memoria viva de estos territorios”, explicó Viana Dalila Sevillano, tumaqueña, abogada y una de las diseñadoras del proyecto, mientras me daba un recorrido por el museo, que en su estructura rinde homenaje a los palafitos que abundan en el municipio.
A la entrada del lugar se veía un vestido blanco adornado con unas muñecas llamadas “La Tolita”, que son negras y tienen el cabello afro. Sobre la tela había una frase: “Quería una muñeca que fuera como yo, con ojos de chocolate y la piel como un carbón”. Sevillano contó que esta pieza fue creada por una mujer de avanzada edad, quien quiso reivindicar la representación de mujeres y niñas negras. Según ella, este proyecto hizo de la moda un espacio para resignificar lo que ha sido narrado de otras formas, pero también para recuperar y reconocer las luchas y esfuerzos de quienes los antecedieron.
En Raíz había personas de todas las edades. Entre tantas cosas que destacó Aragón sobre el proyecto, optó por detenerse a conversar sobre el diálogo intergeneracional que se propició, porque para Tumaco, aunque lo hayan quemado, como lo dice aquella canción del Grupo Naidy, el pasado pertenece al presente. No se renuncia a él, sino que se honra.
“La Escuela Taller también contribuye a la dignificación de los maestros y los sabedores locales, ya que les damos un lugar muy relevante. Aquí intentamos trabajar con personas del territorio, no con profesionales externos, quienes suelen ser considerados los portadores del saber ‘aceptado’ debido a su título académico. Para nosotros, los sabedores y las personas que realmente pueden transmitir el conocimiento de manera efectiva son aquellas que saben hacer las cosas. Hemos tenido incluso maestros que no cuentan con formación en lectoescritura, pero que, a través de la oralidad y de sus manos, pueden transmitir perfectamente un oficio y enseñar a hacer algo”, dijo la directora.
Durante toda la jornada quedó claro que, aunque la historia de las comunidades negras ha estado marcada por la violencia y la discriminación, lo cual ha desencadenado circunstancias que han impedido su acceso a ciertas esferas, esto no ha sido un impedimento para hacer las cosas a su modo y con sus propias formas. La moda quizás es la señal de eso. “Son los artífices de la transformación de lo que antes fueron ropas de esclavizados: grandes faldas y trapos que cubrían sus cabezas, que han pasado a ser trajes coloridos y turbantes que enaltecen la africanía de estos pueblos. El oro recogido en las minas, que en otro tiempo se destinaba a comprar la libertad de algunos de sus miembros, hoy se convierte en filigrana simbolizando estatus y libertad”, se lee en la revista publicada por el mismo programa.
No se despojan del pasado, pero tampoco pierden la esperanza. En Tumaco, el arte y la moda se traducen en una posibilidad para soñar en grande, como aseguró Sevillano, que en cada diseño deposita el anhelo de que el lugar que la ha visto crecer siga creciendo en paz y oportunidades.