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¿Puede Colombia sacar pecho por “Encanto”?

Sobre la real participación de colombianos en la producción de la película de Disney “Encanto”.

Daniel Carreño León
07 de marzo de 2022 - 05:28 p. m.
MEET THE MADRIGALS ñ Walt Disney Animation Studiosí ìEncantoî introduces the Madrigals, a compelling and complicated extended family who live in a wondrous and charmed place in the mountains of Colombia. Opening in the U.S. on Nov. 24, 2021, ìEncantoî features the voices of Stephanie Beatriz as the only ordinary child in the Madrigal family; MarÌa Cecilia Botero as Mirabelís grandmother, Abuela Alma; Angie Cepeda and Wilmer Valderrama as Mirabelís parents, Julieta and AgustÌn; Jessica Darrow and Diane Guererro as Mirabelís sisters Luisa and Isabela; Carolina Gaitan and Mauro Castillo as Mirabelís aunt and uncle, Pepa and FÈlix; and Adassa Candiani, Rhenzy Feliz and Ravi Cabot-Conyers as Mirabelís cousins Dolores, Camilo and Antonio, respectively. © 2021 Disney. All Rights Reserved.
MEET THE MADRIGALS ñ Walt Disney Animation Studiosí ìEncantoî introduces the Madrigals, a compelling and complicated extended family who live in a wondrous and charmed place in the mountains of Colombia. Opening in the U.S. on Nov. 24, 2021, ìEncantoî features the voices of Stephanie Beatriz as the only ordinary child in the Madrigal family; MarÌa Cecilia Botero as Mirabelís grandmother, Abuela Alma; Angie Cepeda and Wilmer Valderrama as Mirabelís parents, Julieta and AgustÌn; Jessica Darrow and Diane Guererro as Mirabelís sisters Luisa and Isabela; Carolina Gaitan and Mauro Castillo as Mirabelís aunt and uncle, Pepa and FÈlix; and Adassa Candiani, Rhenzy Feliz and Ravi Cabot-Conyers as Mirabelís cousins Dolores, Camilo and Antonio, respectively. © 2021 Disney. All Rights Reserved.
Foto: DISNEY - Disney

Con su explosiva popularidad a nivel mundial al aterrizar en Disney+, con la inevitable llegada del pegajoso tema “We Don’t Talk About Bruno” a la cima de la lista Billboard HOT 100, y aún más en los días que sucedieron al anuncio de sus tres nominaciones a los Premios de la Academia, Encanto, la película de Disney que no ha dejado de ser todo un tema de conversación en Colombia durante los últimos meses, tomó nueva fuerza.

Es con esta nueva ola de reportes, noticias, análisis y furor en las redes sociales —una marea que en realidad no ha disminuido del todo desde su lanzamiento— que surge una vez más la discusión sobre el rol de Colombia en torno al largometraje animado que inspiró.

Desde su primer tráiler oficial, las redes en Colombia se inundaron con todo tipo de publicaciones —gran parte de ellas marcadas por el orgullo— destacando las distintas referencias al país, tanto evidentes como ocultas, con que la película ambientaba la historia y hogar de los Madrigal. Entre el lanzamiento, su temporada teatral y su llegada a Disney+, como parte de acciones de promoción, el estudio ha sido explícito al revelar a través de contenidos y entrevistas qué tanto se inspiró en destinos, expresiones culturales, idiosincracias y otras características muy propias de Colombia a lo largo del desarrollo de esta película.

Sin embargo, como suele suceder con toda temática de discusión general en el país, al entusiasmo no tardó en llegarle un contrapunto. Opuesto al orgullo expresado por parte de numerosos colombianos al ver su país finalmente plasmado en una producción internacional de manera positiva y distinta a la que vienen acostumbrados a lo largo de las últimas décadas, llegaron también los reclamos de que Colombia realmente “no tiene nada que celebrar” —o al menos de qué sacar pecho— puesto que se trata de una producción “enteramente” gringa, con directores, productores, animadores, compositores, guionistas y demás gestores que no pertenecen al país, y la participación de “a penas” un puñado de actores colombianos.

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Es entonces que surge la pregunta: ¿en qué medida puede Colombia enorgullecerse de esta película que no produjo?

La respuesta, claramente, no es tan sencilla, y, al igual que la apreciación del filme en sí, esta puede y suele verse afectada más por la percepción que se tiene del país que por una lógica pura. Tiene sentido, puesto que una película de esta índole busca más evocar una respuesta emotiva que un análisis intelectual. Es válido que la cuestión de si la película gustó o no, si se considera buena o no, parta de una interpretación subjetiva; pero determinar si el país puede legítimamente celebrar los éxitos de esta como logros propios, o al menos que lo benefician, sí es posible con una mirada a ciertos hechos y puntos clave.

Salgamos de una vez de la cuestión principal: Encanto no es una producción colombiana, es verdad. Es el 60.º largometraje de Walt Disney Animation Studios, una productora estadounidense desde su concepción, basada en California y que no posee ninguna relación histórica o actual con Colombia. Es cierto también que ninguno de los directores, productores o guionistas es colombiano o de ascendencia colombiana, y poco valdría la pena estudiar más a fondo los créditos de la película en busca de quien lo fuere, puesto que estos suelen ser los roles a los que se le atribuye la creación de un filme. Se podría decir que el talento colombiano de alta visibilidad directamente involucrado se limita —como se mencionó previamente— a unos cinco actores (cuatro, para los que no consideran a John Leguizamo “realmente” colombiano), pero en realidad es ahí donde la influencia del país ya comienza a sentirse.

Claro, hay quienes argumentarán que los actores —en particular en una película animada— simplemente interpretan personajes ajenos, palabras escritas por alguien más, pero es evidente que el verdadero éxito (o fracaso) de un personaje en cualquier producción recae fuertemente en el actor y la capacidad de este para brindarle un rendimiento creíble, que verdaderamente se apropie del personaje. Los diálogos y canciones habrán sido escritos por otros, pero los personajes pertenecen a quienes los interpretan, y esto lo evidencia aún más el hecho de que quienes asisten a los eventos, dan entrevistas y promocionan la película son los mismos actores. Ellos son una parte indeleble de la película, y, en el caso de Encanto, diez de los doce Madrigal son interpretados por colombianos o hijos de colombianos.

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Ahora bien, también se podría decir que Disney, acorde a su compromiso hacia la representación justa en sus producciones, hizo un llamado específico, un casting exclusivo de actores colombianos o de ascendencia colombiana. Pero esto mismo es en sí una muestra de lo conscientes que eran los creadores sobre la importancia de Colombia para el desarrollo de esta película. Ya con eso, son las mismas personas detrás de ella las que nos dejan claro que el país sí contaba con un rol significativo; empuñaron la ineludible presencia de Colombia a lo largo de la producción para brindarle mayor autenticidad a una historia que buscaba reflejarla. Los mismos directores fueron claros al declarar que deseaban lograr interpretaciones que pudieran “representar y resonar con la gente de Colombia”.

Lo cual nos lleva al siguiente punto: lo que tienen para decir los creadores. Por más que ninguna de las seis personas a las que se les atribuye la creación de la historia (Charise Castro Smith, Jared Bush, Byron Howard, Jason Hand, Nancy Kruse y Lin-Manuel Miranda) tenga lazo alguno con Colombia, todos han sido bastante abiertos en numerosas ocasiones sobre lo mucho que el país los inspiró a lo largo de la realización. Los directores, ante el deseo de contar una historia que reflejara la cultura latinoamericana con toda su riqueza, descubrieron que todos los caminos llevaban a Colombia, ese “crisol de cultura, música, baile, arte y comida latina, con alguna de la mayor biodiversidad del planeta”. El encuentro entre orígenes amerindios, africanos y europeos ofrecía una oportunidad de crear una familia diversa, y la variedad de ritmos se prestaba perfectamente para una película musical; ¿el entorno? Poco sabían lo que les deparaba.

El genio detrás de los éxitos de la banda sonora, Lin-Manuel Miranda, contó que, antes de investigar, lo que más claro tenía sobre la música colombiana, era su increíble diversidad. Citando como favoritos personales a Carlos Vives, Shakira y el Joe Arroyo —los cuales sabemos a duras penas cubren una fracción de la variedad rítmica del país— buscó dar una idea de lo diferentes que pueden ser artistas icónicos de Colombia, y argumentó que ritmos modernos como el reggaetón y el rock —que podemos oír en la canción de Luisa, con una producción más contemporánea, y en la de Isabella, que se asemeja al temprano estilo de Shakira en los 90— “también son música latina”. Por el lado de la música incidental, la compositora Germaine Franco se inspiró fuertemente en los cantos e instrumentos típicos de Colombia, inclusive mandando a hacer una auténtica marimba de chonta en el Pacífico colombiano y llevándola a Los Ángeles para poder usarla en la composición y grabación del score.

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El viaje de investigación —una visita de quince días en 2018 que llevó a los creadores por Bogotá, Cartagena, Barichara, Palenque y Salento— se trató de una experiencia “cambiante y profundamente inspiradora” que los hizo querer “celebrar las personas que [conocieron], los amigos que [hicieron], y las familias que [los] acogieron en sus hogares”. Entre las muchas anécdotas que han compartido sobre esta experiencia —incluyendo la de cómo Byron Howard compró su propio tiple tras quedar enamorado de la música de Barichara—, la que más se destaca podría ser la de cómo, en el momento en que llegaron al Valle del Cocora, con sus majestuosas palmas de cera elevándose sobre las dramáticas montañas, “simplemente [supieron]” que la película debía ambientarse allí. Posterior al viaje, los directores consumirían el grueso de la obra de Gabriel García Márquez, lo que terminó por cimentar el realismo mágico, esas ocurrencias extraordinarias, poderes alucinantes, y manifestaciones fantásticas que hacen parte del día a día sin requerir explicación alguna, como un elemento central de la historia.

Dos semanas bastaron para dejarlos con un fuerte sentimiento de “admiración y respeto” que los llevó a querer capturar la esencia del país que acababan de experimentar —una ínfima fracción de este—, porque se trataba de exactamente lo que estaban buscando; en sus palabras, en Colombia “hubo música, hubo comida... y hubo magia”.

¿Pero cómo llegaron a Colombia en primer lugar? Es verdad que la película comenzó preproducción cerca de dos años antes de que sus creadores vinieran a recorrer montañas y calles empedradas, jugar tejo, tomar aguardiente, y sentir la música “en todas partes”. Fue trabajando en un documental sobre el desarrollo de su proyecto previo para Disney, Zootopia, que los directores Bush y Howard conocieron a dos cineastas colombianos: Natalie Osma y Juan Rendón. Consultándolos sobre cultura latina para este proyecto aún sin entorno, se dieron cuenta de cómo Colombia se iba perfilando como la elección ideal. Fue con, y también gracias a, Osma y Rendón, quienes acompañaron a los creadores en porciones del viaje, que empezó a desarrollarse una red de consultores expertos en diversos temas, la cual tenía como propósito garantizar que cada pequeño aspecto cultural y natural estuviera representado de manera auténtica.

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Entre los muchos conocimientos que conformaron este grupo, las respuestas sobre nuestra diversidad de especies florales y demás temas botánicos se trataron con Felipe Zapata, mientras que arquitectos como María Inés García-Reyes y Stefano y Martín Anzellini brindaban información clave sobre no sólo los materiales y diseños presentes en las casas tradicionales, sino también la misma estructura de los pueblos en el país. Antropólogos como Andrés Góngora y Sara Zamora ofrecieron su expertise en torno a atuendos típicos y simbología tradicional, la coreógrafa colombiana Kai Martínez asistió en la creación de cada baile que luego sería animado, y la periodista Edna Liliana Valencia fue la abanderada de la representación afrocolombiana en la película; la participación de esta última fue fundamental para que los peinados, ropa y otros aspectos de la identidad que pertenece a —según ella— más de 13 millones de colombianos se viera fielmente retratada.

Y, por supuesto, no puede obviarse la contribución de Alejandra Espinosa, hija de la historiadora Diana Uribe, quien, además de llevar a cabo una gran labor investigativa para complementar el conocimiento que ya estaba aportando a la producción, de haber informado sobre detalles colombianísimos como expresiones y gesticulaciones —incluyendo la famosa apuntada con la boca—, y de haber sido parte de la inspiración física para el personaje de Mirabel, tuvo otra influencia crucial en la concepción de la historia final. Al ver que las ideas iniciales ponían a una temprana versión del personaje de Agustín como el centro de la historia y de la familia Madrigal, Espinosa les comentó que sería muchísimo más acertado estructurar las dinámicas familiares como un matriarcado, con una mujer “verraca” en el medio de todo. ¿No lo habían notado ya con Úrsula Iguarán siendo la principal gestora de la familia Buendía?

Según Byron Howard, hacer Encanto “fue un proceso de cinco años de aprendizaje” durante el cual la gente de Colombia se mantuvo como una parte consistente del desarrollo, y el amor por la familia y por Colombia siempre estuvo en el medio; “queríamos que nuestros amigos colombianos se sintieran orgullosos de esta película y como que realmente tuvieron una voz en el proceso de darle la vida”.

Así que, después de analizar los hechos, y con estas palabras finales en mente, se puede decir que la respuesta a la pregunta del título es “sí”. Colombia sí tuvo diversos pero evidentes grados de influencia sobre la creación de esta película que ha logrado conquistar al mundo: tanto una pasiva como fuente de inspiración para una historia, como una activa al haber contado con numerosos expertos colombianos que, con su conocimiento y amor por el país, ayudaron a orientar y dar forma al producto final. Viendo los bocetos iniciales realizados hace casi seis años, los cuales muestran diseños de personajes y espacios más asemejados a las culturas mexicana y peruana, es evidente que sin esta intervención por parte de colombianos, habríamos podido terminar con una más de las abismales distorsiones de nuestro país que tanto nos hierven la sangre a los colombianos .

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Pero queda una pregunta más, una que aún no se ha hecho y que la respuesta a la inicial de cierta forma trae a colación: ¿por qué nos importa tanto? Más allá de si el país puede o no enorgullecerse de una película, ¿por qué siente la necesidad de hacerlo?

Tomando como ejemplo otra producción del año pasado —esta producida por el estudio hermano, Pixar, y que estará compitiendo por el Óscar a Mejor película animada—, Luca no generó en Italia una discusión sobre si se trata o no de una fuente de orgullo para el país, ni siquiera cuando el mismísimo director es italiano. Sí generó, sin embargo, una discusión que, como la de Encanto en Colombia, es sintomática de la relación que tiene el país con su imagen internacional y con los estereotipos perpetuados por la industria de entretenimiento estadounidense. Sin embargo, cabe resaltar que esta discusión no tuvo las mismas magnitudes que acá, y que, ciertamente, caer en clichés errados no es algo que le quite el sueño al pueblo italiano, incluso cuando estos pueden ser negativos.

Pero tal vez esto se debe también a que el peso de los estereotipos positivos es muchísimo mayor en el caso de un país como Italia, que cuenta con una reputación mucho más antigua, establecida y —se podría decir— influyente, que la de Colombia. Entre finales del siglo pasado y las primeras dos décadas de este, nuestro país pasó de ser relativamente desconocido en la escena internacional a volverse casi sinónimo de viles cualidades humanas que no hace falta mencionar. Es más fácil desestimar despropósitos y desplantes hacia la imagen de uno cuando se cuenta con una reputación establecida y por lo general favorable, pero el ver que la identidad ante el mundo se ve reducida a atrocidades y tragedias es capaz de minar la autoestima de cualquiera.

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Nos encontramos ante una producción que pone a Colombia, su cultura, su riqueza, su calidez y su talento en primer plano. No será una creación propia, pero llegar al escenario global con un sello de aprobación como el de Disney es tal vez incluso una mejor entrada que nos abrirá las puertas para construir sobre lo que podemos denominar como un gran “papayazo”. Es el primer paso hacia una reestructuración profunda de la imagen que el mundo tiene del país, capaz de potenciar el ya creciente turismo, brindar un respaldo adicional a nuestros productos (sobre todo los que aparecen en pantalla), generar mayor interés por nuestra cultura, transformar por completo las interacciones y el trato que reciben colombianos en el extranjero, y, en síntesis, fortalecer lo que se conoce como poder blando.

Algunos ven esta obsesión por la imagen del país como inseguridad y una triste necesidad de aprobación. Pero tal vez sería más acertado interpretarla como la manifestación de un amor profundo por la identidad, por lo propio, de una conciencia clara sobre las maravillas que conforman este país y de las que es capaz, y un anhelo por que estas sean conocidas por todo el que esté dispuesto a parar oreja. Es por eso que una película como Encanto, una representación positiva —así no parta de nosotros mismos— y que es inspirada por ese mismo amor —ese con el que se logra impregnar a quienes se atreven a visitar a Colombia— es capaz de hacernos desbordar con el más fervoroso orgullo y devolvernos la ilusión de que realmente somos un país encantador.

Por Daniel Carreño León

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Usuario(76420)10 de marzo de 2022 - 04:24 a. m.
Se presenta el problema, de que difumina cosmovisiones mucho mas valiosas para nuestro desarrollo ya que inevitablemente nuestro modo de generar historias es diferente a la de los libretistas de disney, y que las lógicas promocionadas como propias en realidad son ajenas a nuestra idiosincrasia, por muy asesoradas que estuvieran, en verdad creo que los beneficios para los colombianos son muy pocos
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