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En la hondura del acervo salsero, en esa marejada que sacude cuando asaltan los ritmos afroantillanos, hay una expresión que emerge al pensar en el pianista colombiano Edy Martínez: acariciar las blancas y las negras.
En esta ya se advierte la destreza del intérprete; una sensibilidad que va mucho más allá de la técnica. Se trata de una comunión auténtica entre la persona y el piano; una ejecución bien afincada que va haciendo de la música un torrente cadencioso. Así sucede cada vez que uno vuelve sobre las canciones donde está la huella de Manuel Eduardo Martínez Bastidas, “Edy”, el compositor y arreglista que figura como uno de los nombres claves en la efervescencia de la música latina durante los años sesenta y setenta. Y así también queda demostrado en el documental Viva Edy: la historia de una música indestructible, dirigido por Carlos Ospina en coproducción con Telepacífico, y cuyo estreno será en el marco del Festival Internacional de Cine de Cali 2021.
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No era tarea fácil abrirse paso entre el junte de artistas que dejaron su impronta en ese sonido experimental que cargó consigo la diversidad de imaginarios del pueblo latinoamericano.
Estados Unidos -el otro lado del charco- fue el epicentro de este fenómeno cultural propiciado por las migraciones principalmente de cubanos y puertorriqueños, a partir de los años treinta. Asentarse en los barrios marginales de La Gran Manzana y desde ahí competir contra una industria que ya contaba con figuras estelares del sector musical anglosajón, es cuanto menos intentar bailar en la casa del trompo; una hazaña que vale la pena distinguir como el origen de ese intercambio cultural que hoy permanece vigente.
En ese sentido, el caso de Edy Martínez es excepcional: nace en 1942 en Pasto, una ciudad fría como un bloque de hielo, pero en el calor de una casa sostenida por la música. Desde muy temprano sus padres lo bautizaron con toques de conga porque anticiparon en él a un futuro percusionista. A los siete años ya repicaba los cueros y mostraba destrezas con la batería, aunque alentado por su madre fue inclinándose por los compases del piano, que finalmente le darían el reconocimiento internacional. Hasta ahí la historia es en cierta forma conocida; al menos dentro del gremio se alude frecuentemente a su participación en la orquesta de Ray Barreto, donde también se cuenta una y otra vez los premios Grammy que obtuvo siendo parte de agrupaciones como las de Tito Puente, Machito y Eddie Palmieri. Con especial énfasis en este último que, siendo también un pianista estelar, le cede el protagonismo en los arreglos y el piano para el tema “Resemblance” del álbum “Unfinished Masterpiece”, ganador del Grammy (1977).
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Y, sin embargo, no alcanza uno a dimensionar lo que significa este hecho. La pista se llena cuando suena “Margie” y es Edy Martínez quien acaricia las teclas de ese piano; alguien programa “Rareza en guajira” en un encuentro de melómanos; todos cabecean efusivos y es Edy Martínez el compositor de semejante cañonazo. Suena el clásico “Sofrito” de Mongo Santamaría y Edy también está ahí, sazonando ese emplatado musical. Es así como, tras una extensa lista, su nombre va propagándose por los trabajos de los músicos emblemáticos del movimiento salsero y los elogios que uno ha escuchado en distintos espacios, se quedan cortos, apenas si alcanzan a dar cuenta de una mínima faceta de su enorme legado.
Es precisamente desde esta orilla donde considero que el documental de Carlos Ospina acierta. En la recopilación de un buen número de voces –todas ellas protagonistas- se nos permite comprender la grandeza del maestro. La dramatización de un sueño referido por el mismo Edy Martínez, el recorrido por las calles de Nueva York y La Habana, una secuencia de escenas animadas y el mosaico de testimonios de sus amistades y colegas son los hilos narrativos de La historia de una música indestructible que hacen de esta producción un documento que revela los detalles íntimos del artista integral; sus anhelos y sus pasiones; su ímpetu y su soledad; su nobleza y su amor incesante por la música. No solo el poeta es un pequeño dios, como lo refería Vicente Huidobro, un músico de la talla de Edy Martínez. Por esa capacidad de imaginar los sonidos, de soñarlos y llevarlos al pentagrama para que de ahí surja la música en todo su esplendor.
Hay un aspecto esencial que aborda el documental y permite comprender los alcances de los arreglos e interpretaciones de Edy: su profundo conocimiento del jazz. En palabras del percusionista estadounidense Jhonny “El Dandy” Rodríguez, Edy tiene dos cabezas: la del Jazz y la de la música latina. Esa intuición creativa siempre le permitió combinar ambas sonoridades con un estilo envidiable. Tuvo la fortuna de trabajar y entablar amistad con grandes del género entre los que se destacan Dizzi Gillespie, Ron Carter, Gato Barbieri y Paquito D’ Rivera.
A partir de la década del sesenta la guapería de la música latina se centraba en esa onda experimental que pretendía atender los gustos de un público diverso. Las raíces antillanas cada vez encontraban nuevas vertientes –a despecho de los cubanos- que daban origen a otros ritmos en los que la cultura anglo y el eco de los tambores africanos se fusionaban. Edy siempre estuvo a la vanguardia, y no por eso ignoraba la potencia de los sonidos autóctonos. No le bastó con la participación en el álbum “Homenaje a Benny Moré” de Tito Puente; siempre anheló poder grabar en Cuba junto a músicos de la isla. Y así lo hizo, con el respeto, la distancia y categoría que exige probar finura en la cuna del son.
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Ante un artista como Edy Martínez, se me ocurre parafrasear los versos de El Gran Combo de Puerto Rico: “Lo que le vayan a dar/ que se lo den en vida / No vayan a esperar /después de su partida.” Al terminar de ver el documental uno siente que el pecho se ensancha aún más al saber que el prodigio del maestro no es meramente un orgullo local y sobre todo que la distinción se ha hecho mientras está con nosotros.
Observar los gestos de los músicos entrevistados y escuchar las palabras con las que se refieren a él corroboran el tamaño de su grandeza; es la expresión sincera del asombro y el agradecimiento.
Agúcense a buscar entradas para la función de este documental que está por la maceta.
*El estreno de ¡Viva Edy! Es este viernes 19 de noviembre en Charco azul, Aguablanca, en el marco del programa Cine sin límites, que trasladas las pantallas de cine a barrios, parques, plazas públicas y escenarios no convencionales.