¿Qué hace una foto de Duque y el “Ñeñe” Hernández en una exposición de arte?
“Narcolombia” es una exposición que reflexiona sobre el narcotráfico en Colombia más allá de su impacto económico y los moralismos sobre las drogas: la “narcoestética” como un signo del capitalismo, reflejado en la cultura popular. La muestra va hasta diciembre en la sala de exposiciones del edificio Julio Mario Santo Domingo de la Universidad de los Andes.
María Paula Lizarazo
En 2021 seguimos pensando las repercusiones del narcotráfico en Colombia que, no más en 2019, se calculaba que tenía un impacto del 2% en la economía, es decir, un peso de alrededor de 19.5 billones de pesos; yendo hacia más atrás, en 2017 su impacto fue de un 3%, mientras que un producto como el café impactó en un 1%. Para 2020 la pandemia afectó las redes de producción y distribución de drogas en Colombia: se estima que el valor del gramo de cocaína aumentó de 25 a 50% y el kilo incrementó entre un 150% y un 220%, según un informe de la Policía, apoyado por Interpol, Europol, Frontex y Estados Unidos.
Según la ONU, en el país se producen siete de cada diez gramos de cocaína que se trafican en el mundo. Y pese a esta alarmante cifra, el narcotráfico da para ser leído más allá de los fajos de billetes que mueve en el país y las víctimas que ha causado; y todavía un poco más allá de los discursos moralistas sobre las drogas o la eliminación de cultivos.
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Narcolombia, exposición curada por Andrea Infante, Ómar Rincón, Lucas Ospina, Xavier Andrade, Paula Leuro y Santiago Rueda explora los íconos y símbolos que el narcotráfico ha generado en Colombia, desde tres frentes: el arte, la antropología y el análisis de los medios. En una parte de la exhibición hay un gran mural en el que fueron juntadas varias caras influyentes. Desde Daneidy Barrera (Epa Colombia), Alejandra Azcárate, Amparo Grisales, Marta Lucía Ramírez, Uribe, Santos, Duque, la primera dama, Pastrana, Vicky Dávila, María Fernanda Cabal, Pacho Santos, Francisco el Matemático y Antonio Caro con una camiseta que dice “todo está muy facho”, entre otros rostros, hasta los mismos Xavier Andrade, Lucas Ospina y Ómar Rincón; un collage excéntrico que los espectadores podemos intervenir posando para una selfie, de modo que la muestra plantea una tesis central y es que todos somos parte de esa producción cultural de lo narco, la antecedemos, la alimentamos y la reproducimos en gracia a un concepto: capitalismo. Lo narco se analiza como un signo cultural y capitalista, expresado en lo popular, en las élites, en las producciones culturales y en las formas de consumo.
Esta exposición es el resultado de un proyecto de creación e investigación que se inició en 2017, en el que los visitantes formamos esa (esta) Narcolombia al comprender su sentido e identificarnos con sus narrativas, por lo que no hay un afuera ni un adentro de la muestra, como no lo hay de la Colombia simbolizada, ni del sistema capitalista. Las fotografías, las noticias, los personajes, los tuits y los memes que se exponen ya los hemos visto. Y la invisibilidad de ese polvo blanco en la economía, de la que todos somos o nos volvemos conscientes, aparece.
El proyecto interdisciplinario de los tres académicos parte de una premisa sobre la que Rincón escribió en una columna en 2018: “Nuestra ética a la colombiana tiene un criterio ambiguo: lo narco. Este adjetivo se usa para calificar negativamente nuestro gusto, nuestro exhibicionismo y la moral del todo vale, o sea, para exhibir una superioridad moral sobre los otros”.
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Sin un orden lineal temporal, la exposición exhibe las páginas de los periódicos colombianos de los años 80 y parte de los 90, cuyas primeras planas contaban lo último de los carteles, junto a revistas internacionales en las que se empezaba a hablar de cocaína y los rumores de ciertos rock stars que consumían. Estas piezas de archivo son intervenidas con algo de lo esencialmente más popular: el humor. También se recrean algunos momentos o conversaciones, como una llamada entre Elizabeth Montoya y Ernesto Samper, junto a ropa de marca Gucci, Mochino y Dior que la Monita Retrechera guardaba en una mansión en Santa Ana, en Bogotá: otra forma de la “narcoestética”.
Por otro lado, se exponen videos, tuits, titulares, caricaturas y hasta memes sobre las noticias del narcotráfico en los últimos años en Colombia, cargadas, claro, de su propio humor: como la noticia de las falsas monjas que se prestaron para transportar seis kilos de cocaína y decían que solo con una orden del papa se dejarían requisar; los 468 kilos de cocaína encontrados dentro de pepas de aguacates en Santa Marta en marzo de 2020; las vírgenes incautadas en 2018 que fueron construidas con empastes de cocaína; la recreación del famoso “usted no sabe quién soy yo”; la noticia que contaba la metamorfosis de narco a youtuber de Popeye; y hasta la foto en la que aparecen Iván Duque y el Ñeñe Hernández, en la época de campaña para las elecciones de 2018.
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Narcolombia se propone desde un diálogo entre el arte y la historia, que cuestiona las formas convencionales de entender lo que es arte y la narrativa oficialista de la historia: como un péndulo entre el pasado y el presente, lo que se expone son las intervenciones —desde una mirada popular—, de las formas en que comunicamos el narcotráfico y expresamos la “narcoestética”, que no es sino un espejo del capitalismo: “Lo narco no es solo un tráfico o un negocio; es, sobre todo, un estilo, una estética, una ética que cruza y se imbrica con la cultura y la historia de Colombia, una revolución que cambió los patrones de gusto en una sociedad altamente clasista, racista y patriarcal. El efecto temporal de este embale, de este alucine colectivo, produce una de las expresiones más puras del capitalismo actual: el yo, el yo valgo por el billete, yo soy mi visaje, mi discurso, mi violencia; no es un producto colombiano, es la selfi mundial del capital”, afirman los curadores de la exposición.
Todos los materiales de archivo empleados fueron tomados como un espacio de creación en el que se recontextualizaron y se renarraron buscando poner al espectador ante un vidrio que refleja algunas muestras de la cultura popular actual. Narcolombia muestra la doble vía en que, desde ciertos lugares culturales abstractos rechazamos la “narcoestética” y sus excesos, a la vez que, en cierta medida, dormimos sobre el colchón económico del narcotráfico. La exposición invita a una reflexión crítica que excede y cuestiona la simpleza del desdén por la “narcoestética”, y nos acerca a comprender el vínculo de esta con una ética capitalista, en la que el capital y el consumo son el fin y también el medio: “Trump, Bolsonaro, Bukele, Berlusconi, Uribe, Chávez, Zuckerberg, Bezos, Maluma no son narcos, pero habitan los valores de la ‘narcocultura’ y expresan en sí mismos y en sus modos de actuar la ‘narcoestética’. No es la estética colombiana, es la capitalista”, concluye la exposición.
En 2021 seguimos pensando las repercusiones del narcotráfico en Colombia que, no más en 2019, se calculaba que tenía un impacto del 2% en la economía, es decir, un peso de alrededor de 19.5 billones de pesos; yendo hacia más atrás, en 2017 su impacto fue de un 3%, mientras que un producto como el café impactó en un 1%. Para 2020 la pandemia afectó las redes de producción y distribución de drogas en Colombia: se estima que el valor del gramo de cocaína aumentó de 25 a 50% y el kilo incrementó entre un 150% y un 220%, según un informe de la Policía, apoyado por Interpol, Europol, Frontex y Estados Unidos.
Según la ONU, en el país se producen siete de cada diez gramos de cocaína que se trafican en el mundo. Y pese a esta alarmante cifra, el narcotráfico da para ser leído más allá de los fajos de billetes que mueve en el país y las víctimas que ha causado; y todavía un poco más allá de los discursos moralistas sobre las drogas o la eliminación de cultivos.
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Narcolombia, exposición curada por Andrea Infante, Ómar Rincón, Lucas Ospina, Xavier Andrade, Paula Leuro y Santiago Rueda explora los íconos y símbolos que el narcotráfico ha generado en Colombia, desde tres frentes: el arte, la antropología y el análisis de los medios. En una parte de la exhibición hay un gran mural en el que fueron juntadas varias caras influyentes. Desde Daneidy Barrera (Epa Colombia), Alejandra Azcárate, Amparo Grisales, Marta Lucía Ramírez, Uribe, Santos, Duque, la primera dama, Pastrana, Vicky Dávila, María Fernanda Cabal, Pacho Santos, Francisco el Matemático y Antonio Caro con una camiseta que dice “todo está muy facho”, entre otros rostros, hasta los mismos Xavier Andrade, Lucas Ospina y Ómar Rincón; un collage excéntrico que los espectadores podemos intervenir posando para una selfie, de modo que la muestra plantea una tesis central y es que todos somos parte de esa producción cultural de lo narco, la antecedemos, la alimentamos y la reproducimos en gracia a un concepto: capitalismo. Lo narco se analiza como un signo cultural y capitalista, expresado en lo popular, en las élites, en las producciones culturales y en las formas de consumo.
Esta exposición es el resultado de un proyecto de creación e investigación que se inició en 2017, en el que los visitantes formamos esa (esta) Narcolombia al comprender su sentido e identificarnos con sus narrativas, por lo que no hay un afuera ni un adentro de la muestra, como no lo hay de la Colombia simbolizada, ni del sistema capitalista. Las fotografías, las noticias, los personajes, los tuits y los memes que se exponen ya los hemos visto. Y la invisibilidad de ese polvo blanco en la economía, de la que todos somos o nos volvemos conscientes, aparece.
El proyecto interdisciplinario de los tres académicos parte de una premisa sobre la que Rincón escribió en una columna en 2018: “Nuestra ética a la colombiana tiene un criterio ambiguo: lo narco. Este adjetivo se usa para calificar negativamente nuestro gusto, nuestro exhibicionismo y la moral del todo vale, o sea, para exhibir una superioridad moral sobre los otros”.
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Sin un orden lineal temporal, la exposición exhibe las páginas de los periódicos colombianos de los años 80 y parte de los 90, cuyas primeras planas contaban lo último de los carteles, junto a revistas internacionales en las que se empezaba a hablar de cocaína y los rumores de ciertos rock stars que consumían. Estas piezas de archivo son intervenidas con algo de lo esencialmente más popular: el humor. También se recrean algunos momentos o conversaciones, como una llamada entre Elizabeth Montoya y Ernesto Samper, junto a ropa de marca Gucci, Mochino y Dior que la Monita Retrechera guardaba en una mansión en Santa Ana, en Bogotá: otra forma de la “narcoestética”.
Por otro lado, se exponen videos, tuits, titulares, caricaturas y hasta memes sobre las noticias del narcotráfico en los últimos años en Colombia, cargadas, claro, de su propio humor: como la noticia de las falsas monjas que se prestaron para transportar seis kilos de cocaína y decían que solo con una orden del papa se dejarían requisar; los 468 kilos de cocaína encontrados dentro de pepas de aguacates en Santa Marta en marzo de 2020; las vírgenes incautadas en 2018 que fueron construidas con empastes de cocaína; la recreación del famoso “usted no sabe quién soy yo”; la noticia que contaba la metamorfosis de narco a youtuber de Popeye; y hasta la foto en la que aparecen Iván Duque y el Ñeñe Hernández, en la época de campaña para las elecciones de 2018.
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Narcolombia se propone desde un diálogo entre el arte y la historia, que cuestiona las formas convencionales de entender lo que es arte y la narrativa oficialista de la historia: como un péndulo entre el pasado y el presente, lo que se expone son las intervenciones —desde una mirada popular—, de las formas en que comunicamos el narcotráfico y expresamos la “narcoestética”, que no es sino un espejo del capitalismo: “Lo narco no es solo un tráfico o un negocio; es, sobre todo, un estilo, una estética, una ética que cruza y se imbrica con la cultura y la historia de Colombia, una revolución que cambió los patrones de gusto en una sociedad altamente clasista, racista y patriarcal. El efecto temporal de este embale, de este alucine colectivo, produce una de las expresiones más puras del capitalismo actual: el yo, el yo valgo por el billete, yo soy mi visaje, mi discurso, mi violencia; no es un producto colombiano, es la selfi mundial del capital”, afirman los curadores de la exposición.
Todos los materiales de archivo empleados fueron tomados como un espacio de creación en el que se recontextualizaron y se renarraron buscando poner al espectador ante un vidrio que refleja algunas muestras de la cultura popular actual. Narcolombia muestra la doble vía en que, desde ciertos lugares culturales abstractos rechazamos la “narcoestética” y sus excesos, a la vez que, en cierta medida, dormimos sobre el colchón económico del narcotráfico. La exposición invita a una reflexión crítica que excede y cuestiona la simpleza del desdén por la “narcoestética”, y nos acerca a comprender el vínculo de esta con una ética capitalista, en la que el capital y el consumo son el fin y también el medio: “Trump, Bolsonaro, Bukele, Berlusconi, Uribe, Chávez, Zuckerberg, Bezos, Maluma no son narcos, pero habitan los valores de la ‘narcocultura’ y expresan en sí mismos y en sus modos de actuar la ‘narcoestética’. No es la estética colombiana, es la capitalista”, concluye la exposición.