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¿De dónde surgió la duda de “Cómo alimentar a la humanidad sin depredar al planeta”?
Hace varios años, cuando comencé el trabajo de campo en La Guajira, me llamó la atención el escandaloso contraste entre el hambre asfixiante de los niños wayuus y la variedad gastronómica que se ofrece a los turistas en esa región. Esas asimetrías, que se dan en un paisaje saturado por los empaques plásticos en la península, desnudan una relación entre la producción de alimentos, el hambre como forma de violencia y los impactos de la dieta humana sobre el clima y la biodiversidad. Alimentar a 8.000 millones de humanos y sacar del hambre a más de 830 millones, sin depredar el planeta, constituye uno de los mayores desafíos de nuestra especie.
¿Cuáles alternativas hay en términos de ganadería?
La segunda causa de emisiones de gases efecto invernadero en Colombia, después de la deforestación, es la ganadería, la cual es responsable de al menos el 14,8 % del total. En la actualidad, producir un kilogramo de carne de res en Colombia genera 66,5 kg de CO2, según los cálculos de la FAO. Sin duda, nuestro país debe mejorar sus prácticas transitando hacia prácticas diferentes a la ganadería extensiva. Vale la pena implementar técnicas como los sistemas silvopastoriles intensivos que hacen un uso más eficiente del suelo y reducen las emisiones de gases efecto invernadero. Es claro, para transitar hacia la descarbonización el Gobierno Nacional debe mirar hacia el campo.
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¿Y en términos de pesca?
Debo resaltar que la única actividad humana que se aprovecha sistemáticamente y a escala industrial de la fauna silvestre es la pesca por arrastre. Al año, esta técnica depredadora barre 1.500 millones de hectáreas de suelo marino. Por ejemplo, la pesca en aguas abiertas ha llevado a que en los últimos 50 años las poblaciones de rayas marinas y tiburones se hayan reducido un 71 %. Es fundamental que quienes consumen peces busquen que sean capturados por métodos artesanales o que sean especies nativas criadas en áreas continentales.
¿Las dietas veganas o vegetarianas, en cualquier caso, serían la mejor opción?
No soy partidario de universalizar las dietas. Por ejemplo, sería absurdo pedirles a quienes viven en el Pacífico colombiano o en La Guajira que se vuelvan vegetarianos, pero sí es clave fortalecer los conocimientos del uso sostenible de la biodiversidad. Ahora bien, sin duda las dietas vegetarianas y veganas en las ciudades tienen menores emisiones de gases efecto invernadero y menor relación con el sufrimiento animal que aquellas en las que abunda la carne. Es ideal que nuestros patrones dietarios se asimilen a lo que he denominado “la economía de la teta”. Formulando una analogía con la lactancia materna: usar envases reutilizables, buscar una proximidad entre el productor y consumidor, alto valor nutricional del alimento y bienestar para el productor y para el consumidor.
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¿Qué tan cerca está Colombia de estas alternativas?
Si bien existe mayor conciencia del problema que hace 20 años, necesitamos acelerar la transición hacia una producción y consumo de alimentos mucho más responsable. El 61 % del suelo en nuestro país se usa de manera inadecuada. Por ejemplo, tenemos una vocación agrícola para más de 20 millones de hectáreas y solo empleamos entre 5 a 7 millones, y en el caso de la ganadería la vocación es cercana a los 15 millones de hectáreas y usamos más de 38 millones. Mientras en ciudades como Bogotá y Medellín llenamos con agua potable los tanques de los sanitarios, en La Guajira los niños siguen muriendo de sed y hambre. Tengo la esperanza de que en los próximos años estas cifras puedan mejorar.
¿De dónde nació el interés por el tema ambiental?
Cuando hacía consulta en mi año rural, hace más de dos décadas, siempre veía por la ventana del consultorio a los niños de Pubenza (Cundinamarca) jugar con la espuma tóxica del río Bogotá mientras comían frutas. Desde ese momento he vivido atravesado por una pregunta: ¿cómo hacer para que los niños dejen de jugar con esa espuma? La nutrición sostenible y el acceso al saneamiento básico son estrategias de la salud ambiental que permiten erosionar los muros de la inequidad. Así que vale la pena reformular el principio hipocrático pensando en los retos que demanda la actual crisis ambiental global: debemos buscar que nuestra medicina sea nuestro alimento y que nuestro alimento sea medicina para el planeta.
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