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“Una muerte honrosa es preferible a una vida vergonza”, Tácito.
Han pasado varios meses desde que llegó el 3 de diciembre de 2023. Fecha que se quedó grabada en los hinchas de Nacional como una puñalada tatuada en el centro del corazón, pero, al mismo tiempo será una fecha imborrable para los hinchas rojos porque su inédita épica aún resuena en sus entrañas. He dejado pasar el tiempo porque hubiera escrito bajo el imperio de la emoción unos improperios estridentes en contra de directivos, cuerpo técnico y jugadores que, tal vez, no alcanzarían a nombrar ese sentimiento que se produce entre los hinchas que pierden por ese resultado tan abultado. En ese momento recordé a Maradona, quien se paró en las gradas cuando terminó ese partido memorable Argentina-Colombia y Diego había dicho que la historia no cambiaba. Lo vi aplaudir a los jugadores colombianos. Eso fue lo que hice con los hinchas del Medallo, aplaudí muy a mi pesar. Reconocer esta superioridad es una necesidad humana. Me sentí como se sintió el Diego. Pero el título de esta columna no lo pensé por el 5 a 0, sino por el deplorable espectáculo que se viene presentando en los estadios de Colombia en las últimas décadas. Faltaban más de 15 minutos de juego y el partido se tuvo que cancelar por unos malandros que se pusieron a pelear entre sí, pues, paradójicamente, no había aficionados del Medellín en el estadio de Envigado. Por esta razón fui a buscar el origen de la palabra “vergüenza” y encontré que en la Edad Media se escribía vergüeña, que alternaba con vergüença, que corresponde al asturiano actual, y con el gallego vergoña, el catalán vergonya, el portugués vergonha y el italiano vergogna. Creo que he sentido todas estas acepciones del término y en todas sus dimensiones. Además, el partido que se jugó dos horas más tarde en Cali tampoco se pudo finalizar. Lamentable, por decir lo menos, que estos fenómenos sociales ingresen al deporte para desvirtuarlo de su sentido más primigenio. Vergüenza porque a este fútbol que intenta justicia con el VAR termina en unas decisiones arbitrarias en los estadios del mundo. Vergüenza porque llevamos a los estadios nuestros propios estad(i)os anímicos para desfogar la rabia y la iracundia por las inequidades socioculturales cotidianas. Vergüenza porque los horarios de los partidos son elegidos por la televisión, los estadios de fútbol se vienen prestando para conciertos multitudinarios y el fútbol ha cedido su encanto para darles paso a todos los géneros musicales. Vergüenza porque se oyen rumores de que las apuestas se han convertido en el gran monopolio del fútbol hasta que son ellas las que determinan ganadores y perdedores en el fútbol mundial. Repito, se oyen rumores y no existen pruebas explícitas, pero esas voces hacen eco. Vergüenza porque el 3 de diciembre de 2023 se hizo un despliegue mediático del mítico capo de capos Pablo Emilio Escobar Gaviria, porque ese día se cumplían 30 años de su muerte. Prensa, radio, televisión y redes sociales mencionaron del dato, otros hicieron apología de la vida de quien acabó con la vida de tantas personas en el mundo. Vergüenza porque han pasado varios meses y las reflexiones que se prometieron internamente en Nacional y las que se tendrían que hacer alrededor de la situación actual del fútbol colombiano no se han hecho o ya se olvidaron por los siglos de los siglos… ¡Qué vergogna!