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La ventaja de otorgarse el Premio Nobel, especialmente el de Literatura, es que cada año, a comienzos de octubre, la gente del mundo, después de conocer el nombre del escritor escogido por los dioses del Olimpo sueco, se fija en el nombre de su país. Un país a veces muy fácil de localizar en un mapa, incluso con cierta apatía; otras veces bastante difícil, por no haber sido mencionado suficientemente en los manuales de geografía de la enseñanza básica. Y, con el paso del tiempo, con las vicisitudes de la historia, con la globalización, con el concepto de ciudadano universal, con el derecho de vivir donde uno quiera, el empeño de localizar al escritor galardonado en un cierto espacio geográfico se vuelve cada vez más difícil.
El caso de Herta Müller no es el primero en la historia del Nobel. Las agencias de noticias y los medios se lo arreglaron a su manera en los titulares hablando de la alemana de origen rumano / la rumano-alemana / ni rumana ni alemana, la alemana o, incluso, simplemente, la rumana que ganó sorpresivamente el Nobel 2009 de Literatura.
Por eso digo que al otorgarse el Nobel siempre hay ventajas para el país del supremamente feliz ganador. Al premiar a Gabriel García Márquez el mundo entero se fijó en Colombia; luego, el 10 de diciembre, en la ceremonia de Estocolmo, supo lo que era el liquiliqui y aprendió instantáneamente, por lo menos, tres palabras en español: “Colombia, tierra querida”.
Por eso, los rumanos recibieron con gran alegría la noticia del Premio Nobel para Herta Müller, escritora que nació y vivió 34 años en Rumania. Por eso estoy muy contenta de que la gente, en todas las partes del mundo, gracias a ella y a su Nobel, pensó también en Rumania, intentando saber más de este país latino del Este de Europa, del régimen dictatorial impuesto a la fuerza después de la Segunda Guerra Mundial, de por qué los temas de los libros de Müller vuelven siempre a los años pasados en una Rumania totalitaria, como en una pesadilla sin fin.
Perseguida por la Securitate por no aceptar cooperar y ser informante de la temida policía secreta de Ceausescu, en 1987, Herta decidió salir del país y vivió en lo que era en aquel entonces Alemania Federal y sigue viviendo en lo que es, después de la caída del Muro de Berlín (hace 20 años), una sola Alemania.
Escribió y publicó en Rumania dos libros y todo el resto de su obra fue escrita y publicada en Alemania. Tanto en Rumania como en Alemania escribió en alemán. Y aquí tengo que mostrarme muy agradecida con todos los periodistas del mundo que no sólo mencionaron el pueblo del oeste de Rumania (Nytzkydorf, en la provincia históricamente conocida como Banat) donde nació, sino también explicaron por qué en esta parte de Rumania (pero también en otras regiones del centro del país) hay germanohablantes. Y aún más: he leído en internet las más documentadas noticias con informaciones sobre las minorías étnicas de Rumania y en concreto sobre la de los suabos (una rama de los alemanes que emigraron hacia el sureste, a partir de la mitad del siglo XVII), a la que pertenecía la familia de Herta Müller.
Rabia al fracaso y al exilio
Es rumana, ama su país natal, sufre por los 20 años de transición complicada después del derrocamiento de Ceausescu, le dan rabia los fracasos, las complicidades, las dobles medidas frente al pasado y frente al presente. Ha vuelto a Rumania (la última vez en 2008), donde se publicaron en los últimos años sus libros; ha dado conferencias, ha concedido entrevistas, se ha reunido con sus antiguos amigos, con los escritores rumanos, ha visitado, además de Bucarest, la ciudad de Timisoara, la capital de la región de Banat, donde estudió, donde amó, donde sufrió la persecución de la Securitate, la policía política de Ceausescu que la obligó tomar la decisión de salir del país en 1987.
Pero, mientras un escritor libre (como Gabriel García Márquez o Mario Vargas Llosa) puede decidir dónde quiere tener su residencia e irse de su país porque así lo quiere, para Herta Müller (y tantos otros escritores de Rumania y de cualquier otro régimen dictatorial comunista del Este) salir significaba fugarse, escaparse, autoexiliarse o ser expulsado como una persona non grata de su propia comunidad por las decisiones arbitrarias e injustas de un dictador.
“Cada vez que regreso a Rumania me pregunto por qué tuve que salir (…) Yo no echo de menos el haberme ido de Rumania —confesó durante su visita a Rumania—, pero me da rabia el motivo de la salida. Si me hubiera ido por mi propia voluntad, si hubiera vivido en un país democrático y hubiera decidido mudarme a otro país, habría sido mi decisión, yo decidía lo que quería hacer con mi vida. Pero cuando otros deciden por ti, te destruyen”.
¿Es Herta Müller una escritora alemana? Por supuesto. En Alemania ha publicado sus libros que la hicieron famosa, en Alemania recibió la multitud de premios que precedieron el Nobel y que reconocen el valor de su escritura. Es hoy ciudadana alemana, en Alemania tiene su vida, allí vive su madre, con quien salió en 1987 de Rumania; allí tiene a su editor. Fueron los alemanes quienes la propusieron para el Premio Nobel, en cuyas listas estaba desde hace más de diez años.
Si fuera por nosotros, los rumanos, otros son los nombres que hemos enviado a Estocolmo: Nichita Stanescu, Marin Sorescu, Mircea Cartarescu. O Paul Goma —el Soljenitzin rumano, el verdadero símbolo de la oposición a la dictadura comunista, encarcelado varias veces en Rumania, residente hoy en París, después de haber sido expulsado por Ceausescu en 1977. Sus libros fueron traducidos y publicados en Francia, Italia, Suecia, Alemania, Holanda, Gran Bretaña—.
Esto no significa que el premio que ha recibido Herta Müller no es también para Rumania. En una entrevista concedida aquí durante su visita de 2008, al hacerle la pregunta “¿Cuál cree usted que es la primera identidad de Herta Müller, la alemana, la rumana o la étnico-alemana de Banat?”. Respondió: “Hay una mezcla. Tengo algo de cada una de las dos identidades. Nací de padres alemanes, pero crecí en Timisoara, en un ambiente rumano”.
Viene de su propia biografía
En todos sus libros este es el tema: una biografía en una zona del Este de Europa, abandonada casi 50 años en los tentáculos de unos regímenes cuyos crímenes contra la humanidad todavía no se conocen completamente en el mundo. Al premiar a Herta Müller se premia el sufrimiento colectivo de los pueblos bajo dictaduras. Todas sus declaraciones antes y después de recibir el Nobel hablan de esto: “La dictadura es el tema de todos mis libros. Creo que pertenezco a un grupo de autores que no han podido escoger su propia temática, les viene impuesta por las circunstancias. Todo el dolor y la destrucción humana que acarrean las dictaduras quedan grabados en las personas. El tiempo pasa, pero lo ocurrido sigue en las cabezas, no desaparece al pasar las hojas de los calendarios”.
En la rueda de prensa organizada en Berlín el jueves cuando recibió la noticia del Nobel, dijo que el régimen comunista de Rumania “ha destruido un país entero y ha aniquilado todos los derechos humanos”. Y con gran valor agregó: “En mi mente el comunismo no ha pasado, el comunismo es igual de nocivo que el nacionalsocialismo, que el período de Hitler, es como los campos de concentración, como las dictaduras religiosas que vemos hoy en muchos países musulmanes. Todas traen sufrimiento y la destrucción del ser humano”. También dijo: “No sé si el premio tiene que ver con que se cumplan 20 años del fin del régimen comunista. Pero todo lo que he escrito tiene que ver con que tuve que vivir 30 años bajo una dictadura”. Nadie sabe hoy cuáles son los criterios del jurado del Nobel. Cada año sus decisiones nacen más y más polémicas, especialmente si se trata de literatura o del premio por la Paz.
Mucha gente en varias partes del mundo se pregunta hoy quién es Herta Müller, de dónde salió y por qué no recibió el Nobel Amos Oz o Mario Vargas Llosa o tantos otros nombres internacionalmente más conocidos que él de ella. Están en su derecho de hacerlo. Tienen hoy la posibilidad de buscar en internet cuáles son sus libros. Los de habla española descubren con esta ocasión que fueron traducidos a su idioma En tierras bajas (Siruela, 1990), El hombre es un faisán en el mundo (Siruela, 1992), La piel del zorro (Plaza & Janés, 1996) y La bestia del corazón (Mondadori, 1997).
Andarán buscándolos, como lo hicieron varios periodistas para averiguar el “mercado” en las librerías de Madrid, de Buenos Aires, de Bucarest o de Estocolmo. Los pocos ejemplares perdidos en el espacio de “libros a precio rebajado” ya se agotaron. No hay nada malo en eso. Ocurrió igual en otros casos de escritores galardonados con el Nobel sin que “nadie” los conociera en un lugar u otro del mundo.
No he hablado del valor literario de la obra de Herta Müller. Lo haré con motivo de sus varias ediciones y reediciones en español, que seguramente no tardarán. Pero si en la decisión del jurado de Estocolmo prevaleció este año un criterio extraliterario —los 20 años de la caída del Muro de Berlín y el derrocamiento del régimen de Ceausescu y de otros regímenes comunistas (en Alemania de Este, en Polonia, Checoslovaquia, Hungría y Bulgaria)—, veo en esto un homenaje a los cien millones de muertos por represión en los distintos regímenes comunistas —según El libro negro del comunismo, Stéphane Courtois, Editorial Planeta, 1998—, sin contar a las víctimas que lograron sobrevivir. Como Herta Müller. Sobrevivir para contarlo.
* Embajadora de Rumania en Colombia, licenciada en filología rumana y española de la Universidad de Bucarest. Es escritora, miembro de la Unión de los Escritores de Rumania y ha sido periodista.
El pensamiento de Herta Müller: La parábola del faisán
“Yo pude mantener con el idioma rumano una distancia bastante clara, en parte porque el rumano no es mi lengua materna, en parte porque lo aprendí con quince años y fue entonces que vine a escuchar lo hermoso que sonaba, lo sensual que era, con todas sus metáforas y figuras del lenguaje, muchas de ellas mezcladas a la superstición.
El idioma rumano posee muchos niveles inexistentes en las lenguas germánicas. No todo en él se vuelve en seguida vulgar. Puede ser frívolo pero no vulgar, lo cual es absolutamente imposible en mi lengua materna. Cuando traduzco algo del rumano al alemán todo se vuelve ordinario, obsceno. No se corresponde en absoluto con lo traducido, simplemente porque ese plano lingüístico no existe en alemán. Y eso es lo que me fascina del idioma rumano. Igual que sus contradicciones. He escrito un libro titulado ‘El hombre es un gran faisán en el mundo’. Ese es un giro rumano. En rumano es muy frecuente decir “He vuelto a ser un faisán”, que significa: “He vuelto a fracasar”, “No lo he logrado”. O sea, en rumano el faisán es un perdedor, mientras en alemán es un arrogante fanfarrón. Como se sabe, el faisán es un ave incapaz de volar, vive en el suelo. Cuando empiezas a cazar y todavía no sabes hacerlo bien, cazas faisanes. La presa más fácil, puesto que el faisán no puede escapar. Los rumanos han incorporado ese rasgo a su metáfora. ¿Y cuál han tomado los alemanes para la suya? Las plumas, el plumaje, lo cual es muy superficial. La vida del animal no interesa a la metáfora alemana; a los rumanos les interesa la existencia del ave, y eso me fascina. El faisán rumano ha estado siempre más cerca de mí que el faisán alemán.
Lo mismo me pasa con otras cosas. A menudo me da la sensación de ser, atendiendo a mi estructura, realmente una rumana. Hablo mal el rumano pero, estructuralmente, por mi tesitura interna y por lo que realmente me convence, también en poesía y sensualidad, soy rumana”.
Fragmento de una conversación con Carlos A. Aguilera, en ‘Critica’, revista de la Universidad Autónoma de Puebla, junio de 2008.
Rumania en la historia de la literatura
El talento narrativo rumano ha marcado la historia de la novela y la poesía. Liviu Rebreanu, autor de Rascoala, se inspiró primero en la revolución popular de 1907 y luego publicó Padurea Spânzuratilor (1922) a raíz de la participación de Rumania en la Primera Guerra Mundial. Camil Petrescu formó parte del nacimiento de la novela moderna a través de Última noche de amor, primera noche de guerra. Mihail Sadoveanu es un símbolo europeo de la corriente del realismo. El poeta y ensayista Tristan Tzara hizo historia al crear el movimiento nihilista del dadaísmo. Son más conocidos Eugène Ionesco y Émile Michel Cioran. El primero, uno de los más famosos dramaturgos del teatro del absurdo y el segundo ícono de la filosofía. Marin Preda noveló en Morometii la vida de una familia de campesinos antes de la Segunda Guerra Mundial y luego, en Cel mai iubit dintre pamânteni, hizo una cruel descripción de la sociedad comunista. Este año estuvo en Colombia Dorin Tudoran, escritor, periodista y analista político rumano que dictó en Medellín, en la Universidad de Antioquia, y en Barranquilla, en la Universidad del Norte, la conferencia “¿Qué es un disidente?”. Él también se opuso a la dictadura de Nicolae Ceaucescu y tuvo que exiliarse en Estados Unidos donde es profesor.