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Las imágenes y el drama mostraban a un Carlos de Gales lampiño, con un eterno aire de melancolía, indeciso casi siempre y generalmente a la espera de una tragedia, mientras pasaba sus días en el internado de Gordonstoun, adonde lo habían enviado sus padres, la reina de Inglaterra y Felipe de Edimburgo, para que fortaleciera su carácter. Sus días allí eran, por lo menos, confusos, tanto para él como para sus maestros, compañeros, y más que nada, para su familia. Carlos vivía y se desvivía por el arte, y en la medida en que se ilusionaba con ser un escritor o un pintor, leía y volvía a leer a Shakespeare, a Charles Dickens, a los griegos y a Chesterton, entre tantos y tantos dramaturgos, poetas y ensayistas que lo habían cautivado.
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Según los autores de The Crown, quienes se basaron en testimonios de algunos de sus compañeros y profesores, Carlos, consideraba que el arte era esencial para la humanidad, y sostenía largas conversaciones en el internado defendiendo las milenarias y clásicas teorías de Platón, Sócrates y Aristóteles, a quienes leía a veces en griego, a veces en inglés. Se debatía entre el clasicismo y las vanguardias del Siglo XX, hasta el punto de que su primer discurso como príncipe de Gales, televisado por la BBC para 50 millones de personas, en 1969, lo dijo en galés, como un homenaje a la lengua ancestral de los galeses, y como una manera de marcar un distanciamiento con aquellos que abogaban por una división definitiva con Inglaterra.
Carlos tomó clases de galés con el profesor Edward Millward, fallecido en abril de 2020, y quien había dicho que el heredero al trono de Gran Bretaña había demostrado ser un joven sensible, inteligente y de mente abierta. “Creo que desarrollaron un respeto mutuo el uno con el otro”, manifestó su hija Llio Millward, luego de que Carlos le expresara sus condolencias. “Tengo muy buenos recuerdos de mi época en Aberystwyth con el Dr. Millward hace más de cincuenta y un años -dijo-. Aunque me temo que no fui el mejor estudiante, aprendí mucho de él sobre el idioma galés y sobre la historia de Gales. Después de todos estos años, siempre le estaré agradecido por ayudarme a fomentar mi profundo amor y permanente por Gales, su gente y su cultura. Mi más sincero cariño para su familia”.
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En Gordonstoun, algunos años antes de que pasara por Aberystwyth y fuera coronado como el primer príncipe de Gales desde 1911, cuando el príncipe Eduardo recibió ese título, que desde el siglo XII determina al heredero al trono de Gran Bretaña, Carlos se impregnó de algunos de los valores e ideas que lo marcarían a lo largo de su vida, y leyendo, e incluso interpretando a Shakespeare, empezaría a comprender que ser rey no era un asunto de privilegios ni de amores o fiestas, sino que era un deber. De una u otra manera, cargaba con la lejana y ajena cruz de la abdicacón de su tío, Eduardo VIII, quien había renunciado al trono y a sus deberes con la historia y el pueblo por el amor de una mujer, Wallis Simpson, y se debatía entre su amistad con él y los innumerables compromisos que ya había comenzado a adquirir.
A fin de cuentas, ser rey era mucho más que recibir honores, tener privilegios y comodidades, y mucho más que fiestas y la supuesta felicidad del amor. Entre los consejos de la reina Isabel, y los textos de Shakespeare y Marlowe, Carlos fue tomando partido por Inglaterra, el pueblo, Dios, sus antepasados, todo ello definido en una sola palabra que jamás ha dejado de seducirlo y asombrarlos, el destino. Cuando interpretó a Macbeth en Gordonstoun, se impregnó del concepto destino cuando las diosas fatídicas le anunciaron al personaje de la obra que debía asesinar a su rey, el rey Duncan, y tomar la corona de Escocia, apoyado, motivado, y casi que impulsado por su esposa, Lady Macbeth. Al final, y luego de infinitas y sangrientas escenas, Macbeth llega a la sabia conclusión de que “La vida no es más que una sombra ambulante, un pobre jugador que sostiene y agita su hora sobre el escenario y luego no se oye más. Es un cuento contado por un idiota, lleno de sonido y furia, que no significa nada”.
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En algunas de las escenas de The Crown, Carlos aparecía como un joven dubitativo que no terminaba de encontrarle una razón de ser a la vida, a su vida, pero que estaba en permanente búsqueda. El arte era su principal aliado, y lo ha seguido siendo desde entonces. A comienzos de los 70, se matriculó en la Universidad de Cambridge para estudiar Arte, y luego cursó una maestría para convertirse en el primer monarca de Gran Bretaña en obtener un título universitario, pero más allá del cartón, lo quesiempre le importó a Carlos de Gales fue hacer arte, crear, comprender, descubrir. En enero pasado, por ejemplo, exhibió 79 de sus acuarelas en la capilla The Garrison, de Londres, con un recorrido por sus últimos 50 años de viajes, impresiones, colores y observaciones, en una especie de homenaje al arte.
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