“Estos tiempos se van a llenar de muertos”: Federico García Lorca
Más de 40 años después de la muerte de Federico García Lorca, el crítico literario Rafael Martínez Nadal escribió su versión del último día que pasó con él en Madrid, antes de que se marchara a Granada, donde fue asesinado el 19 de agosto del 36. Esta es la quinta y última entrega del especial de entrevistas, vida, obra y muerte de García Lorca basado en el libro “Palabra de Lorca”, una compilación de Rafael Inglada con la colaboración de Víctor Fernández.
Fernando Araújo Vélez
“Reconcentrado, con los codos sobre el velador y la mirada fija en la lejanía, Federico fumaba incesantemente; torpe el cigarrillo entre los dedos, torpes las frecuentes chupadas. Cosa rara: Federico, que a veces fumaba muchísimo, nunca daba la impresión de fumador. Siempre parecía que el pitillo que tenía en los dedos era el primero que encendía en su vida. Y fue entonces cuando, sin cambiar de postura, ni alterar el tono de voz, me dijo: ‘Rafael, estos tiempos se van a llenar de muertos’”.
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“Reconcentrado, con los codos sobre el velador y la mirada fija en la lejanía, Federico fumaba incesantemente; torpe el cigarrillo entre los dedos, torpes las frecuentes chupadas. Cosa rara: Federico, que a veces fumaba muchísimo, nunca daba la impresión de fumador. Siempre parecía que el pitillo que tenía en los dedos era el primero que encendía en su vida. Y fue entonces cuando, sin cambiar de postura, ni alterar el tono de voz, me dijo: ‘Rafael, estos tiempos se van a llenar de muertos’”.
Rafael Martínez Nadal escribió sobre el último día que vivió Federico García Lorca en Madrid, poco antes de irse a Granada, su ciudad, y de decirle con cierto temor, “Está decidido. Me voy a Granada y sea lo que Dios quiera”. Habían estado juntos desde aquella mañana, la del 16 de julio de 1936, y se habían perdido por las calles y avenidas de Madrid, conversando sobre poesía, sobre teatro, literatura, política y sobre la vida, pero más que nada, dándose ánimos para soportar los sangrientos días que vivían.
García Lorca diría en varias ocasiones que Martinez Nadal era su amigo más leal, y el mejor conocedor de su obra. Cuando se encontraron, Martínez acababa de regresar de Estocolmo, donde había dado algunas conferencias sobre la obra de su amigo. Le comentó que algunos críticos estaban trabajando en la traducción al sueco de sus textos, o de parte de sus textos, y que esa información acababa de salir publicada en el periódico El Sol, de Madrid. García Lorca le respondió que sí, que había sabido de esa publicación.
La idea de viajar a Granada, de volver a su tierra, a su casa y su gente, había animado repentinamente a García Lorca. Y en el taxi, en palabras de Martínez Nadal, “me hablaba de sus proyectos, de la trilogía bíblica que hacía años venía rumiando”. Comentó que el drama de Thamar y Amnón le llamaba poderosamente la atención, y que desde “Tirso” no se había escrito ni creado nada serio “con ese estupendo incesto”. Luego se quedó mirando hacia lo lejos, y aclaró que tal vez escribiría primero “La destrucción de Sodoma”.
“Y en aquel taxi -recordó Martínez Nadal-, camino del centro de Madrid, su palabra creaba plaza y casa, las llenaba de conversación y vida, de poesía y sexo. En la galería se desarrollaba la conversación de Lot y su mujer con los dos ángeles, entrecortada por los apartes de las dos hijas, hambrientas de hombre, que se preguntaban si la frialdad de aquellos varones no se debería a la misma debilidad que aquejaba a los de Sodoma. De la galería la conversación saltaba a la plaza, donde los hombres de la ciudad se iban congregando…”.
Allí, García Lorca había pensado crear una escena repleta de murmullos, de maledicencia, señalamientos, envidia, vanidad, y más que nada, de deseo. La muchedumbre hablaba sobre la presencia en la ciudad de aquellos dos extranjeros, y se dejaba llevar por su belleza. El acto se dividía en dos planos, “con ritmo de creciente contrapunto que rompía un coro de voces pidiendo la entrega de los extranjeros. En la descripción de esta escena había ecos del ‘despierte la novia’ de Bodas de sangre”.
Mientras García Lorca iba contándole a Martínez Nadal su siguiente obra, se entusiasmaba y alzaba el tono de la voz. Movía las manos al ritmo de su tragedia, cerraba los ojos para concentrarse en las imágenes que había ideado, e iba intercalando en su relato algunos comentarios: “¡Qué magnífico tema! -decía-; Jehová destruye la ciudad por el pecado de Sodoma y el resultado es el pecado del incesto. ¡Qué gran lección contra los fallos de la justicia, y los dos pecados, que manifestación de la fuerza del sexo!”
Camino a su casa, se detuvieron en la librería alemana de la Gran Vía. García Lorca compró algunos de sus libros y se los entregó a Martínez Nadal para que se los llevara de su parte a sus amigos escandinavos. Luego reservó un coche cama en el tren que iba a Granada. Ya en su habitación, empezó a empacar ropas, libros y demás. La euforia con la que había relatado su “Destrucción de Sodoma” se había esfumado. Según decían quienes lo conocían bien, jamás le gustó aquello de hacer las maletas. Se sentía como en una especie de ensayo de la muerte.
“Con desgana y torpeza iba acumulando, en total desorden, libros, ropas y papeles. Las maletas no cerraban. Sudoroso, desalentado, se dejó caer en una silla. ‘Nada, que no me puedo ir’. Riendo -recordó Martínez Nadal-, saqué todas las cosas y se las puse un poco en orden. Las maletas cerraban perfectamente. ‘¿Sí ves, Rafael? Muchos viajes, muchos éxitos y muchos proyectos, pero yo cada día más cateto’. Cuando ya íbamos a salir, volvió a su cuarto, abrió el cajón de su mesa y sacando un paquete me dijo: ‘Toma. Guárdame esto’”.
Luego de una pequeña y profunda pausa, le pidió que lo destruyera todo si le llegaba a pasar algo. “Si no, ya me lo darás cuando nos veamos”. Pasadas unas cuantas horas, y ya instalado en el último tren de su vida, Federico García Lorca abrió el paquete de sus libros y escribió una dedicatoria en cada uno de ellos. Luego vio pasar a un hombre al que detestaba, y en voz baja repitió “lagarto, lagarto, lagarto”. Contrariado, le pidió a Martínez Nadal que se marchara. “Voy a echar las cortinillas y me voy a meter en cama para que no me vea ni me habla ese bicho”.
“Nos dimos un rápido abrazo y por primera vez dejé yo a Federico en un tren sin esperar la partida, sin reír ni bromear hasta el último instante”, recordó Martínez Nadal, que al regresar a su casa lo primero que hizo fue abrir el paquete que le había entregado García Lorca. “Entre papeles personales, estaba lo que parece primer borrador de cinco cuadros del drama, inédito hasta 1976, ‘El público’”. La obra, surrealista, imposible, como la definirían algunos críticos, era un repaso de sueños eróticos homosexuales, y como afirmó Martínez, “el encargo de destruirlo todo no podía aplicarse a este manuscrito”.