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En la madrugada del 17 de enero pasado murió el reconocido escritor, columnista de opinión y profesor universitario Ramón Illán Bacca en su vivienda de Barranquilla. Siempre lo recordaremos como un personaje de novela con un humor a flor de piel. Era un gusto conversar con él por la chispeante ironía que imprimía a su narrativa y columnas de prensa, como en su manera de comentar los sucesos de la vida cotidiana. No voy a referirme aquí a su extensa obra narrativa, sino a los episodios de los que fui testigo de excepción en mi larga amistad con el escritor, nacido en Santa Marta el 21 de enero de 1938.
Uno de sus primeros trabajos, después de graduarse de Derecho en la Universidad Libre, fue como abogado de baldíos con el Instituto Colombiano de la Reforma Agraria en La Guajira. Un día recibió la llamada de su jefe en Bogotá y a la pregunta: “Doctor Bacca, ¿cómo marchan las cosas por la costa?”, contestó con una expresión que revelaba su impenitente mamagallismo: “Aquí, doctor, playa, brisa y mar”. Para su sorpresa, al día siguiente fue notificado de que su cargo había sido declarado insubsistente. Tiempo después me comentó que el problema de los bogotanos era que su solemnidad no les permitía entender el espíritu festivo del Caribe, pero nada lo alegró más, pues ya estaba cansado de aquel trabajo.
Siempre consideré a Ramón como el hombre de las vicisitudes a quien le pasaban las cosas más insólitas. Después de un tiempo de estar cesante y necesitando dinero con carácter urgente, se encontró con un amigo caminando por el centro de Barranquilla, quien le comentó que tenía un cheque para cobrar en un banco en Santa Marta, pero que le era imposible viajar, si él quería le dejaba esa plata con la única condición de que fuera a hacerlo efectivo en su ciudad natal. Ramón aceptó, tomó el cheque y lo metió entre las páginas del libro que llevaba en la mano. Al día siguiente, se embarcó en uno de aquellos buses con ventanas de vidrio que el pasajero subía o bajaba a voluntad.
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Cuando iba por la Isla de Salamanca, Ramón quería refrescarse con la brisa y abrió la ventana al tiempo que quiso seguir leyendo. En el momento de abrir el libro, una ráfaga de viento le arrebató el cheque sin que él pudiera evitarlo. Lo vio volar dando tumbos por la carretera y penetrar en la espesa vegetación. Cuando por fin el chofer se dio por aludido ya el cheque había desaparecido entre el manglar y las olas del mar, así que no tuvo más remedio que devolverse desde Santa Marta, más pobre y desconsolado.
La historia que pocos conocen es la razón por la que adoptó Illán como segundo nombre, un caso realmente singular. Desde 1962 hasta 1994 Barranquilla tuvo el noticiero radial más sintonizado de la región Caribe. Su presentador era el periodista y locutor Marcos Pérez Caicedo (Calamar, 1921, Miami, 1997), quien tenía una voz prodigiosa y una dicción diáfana. Era crítico de la clase política y poseía un sentido del humor que contribuyó a cuestionar la corrupción y poner apodos a jugadores y políticos locales. También aceptaba noticias y quejas que sus oyentes denunciaban desde barrios marginales de la ciudad. Uno de sus habituales colaboradores decía llamarse Ramón Bacca, así que después de alguna de sus intervenciones sobre la falta de agua o de electricidad en algún barrio periférico de la ciudad, los amigos llamaban a Ramón para felicitarlo por su espíritu cívico, a lo que el escritor contestaba que no era él sino un homónimo.
Después de soportar por largo tiempo la usurpación de su nombre, fue tal su irritación que un día decidió que en adelante agregaría Illán a su primer nombre, un personaje extraído del cuento XI: “Lo que sucedió a un deán de Santiago con don Illán, el mago de Toledo”, del libro El conde Lucanor, obra narrativa de la literatura castellana medieval, escrita en el siglo XIV por don Juan Manuel, príncipe de Villena. Esa fue la razón por la que adoptó ese segundo nombre para diferenciarse del corresponsal del noticiero Radioperiódico Informando.
Un día que escribí en un mensaje su apellido como Vacca, me llamó para quejarse porque era con b; yo le respondí que había sido un error, que perdonara. Entonces me respondió con una canción popular: “No es una vaca cualquiera, me da leche condensada, ay que vaca tan salada”. Así era Ramón, un mamagallista de tiempo completo que siempre tenía un chascarrillo para defenderse de la ingratitud o la indiferencia.La obra de Ramón está compendiada en sus novelas Deborah Kruel (1990), Maracas en la ópera (1996), Disfrázate como quieras (2002), La mujer del defenestrado (2008) y La mujer barbuda (2011), así como en sus libros de cuentos: Marihuana para Goering (1980), Tres para una mesa (1991), Señora Tentación (1994) y El espía inglés (2001), además de libros de ensayo e investigación literaria. En 1976 el escritor adaptó Marihuana para Goering, su primer cuento, para obra de teatro cuyo montaje y dirección estuvieron a cargo del dramaturgo Jairo Aníbal Niño.
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Su paso como juez municipal de Fonseca (La Guajira) fue instrumental en el desarrollo de su narrativa. De hecho, el escenario de algunas de sus novelas y cuentos es el mar y el desierto de La Guajira. El protagonista de su cuento Marihuana para Goering es un juez recién llegado a un municipio guajiro dominado ya por los marimberos (traficantes de marihuana). El juez Goering Bermúdez Díaz Granados (típicos apellidos samarios) es un abogado erudito que cita desde la música clásica de Bach, Brahms, Beethoven, Wagner hasta la popular Sonora Matancera y Rolando Laserie, pasando por la literatura en novelas como La montaña mágica o Guerra y paz, artistas como Amadeo Modigliani, actores de cine como Ava Gardner, sin escatimar la psiquiatría en la figura de Sigmund Freud cuando una prostituta se queja de su inútil marido: “¡A Freud lo que le faltó fue trópico!”, exclama el juez Goering.
En un momento del argumento el juez se pregunta: “Qué hago aquí en medio de La Guajira, buscando un cultivo de marihuana y esperando un tiro, si mi lugar era en El Cisne [famoso tertuliadero bogotano en las décadas del 60 y 70] hablando de marxismo, cine o sexo”. Su soliloquio es premonitorio, pues un disparo de revólver termina con su vida cuando se proponía encarcelar a uno de esos peligrosos marimberos. En general, Bacca combina en su narrativa el rigor histórico con la sátira de situaciones más triviales, que imprimen un carácter entre cómico y crítico a sus argumentos. En este sentido, sus novelas se pueden catalogar como una parodia entre la novela negra o detectivesca y su inclinación por el humor mamagallista, típico del Caribe colombiano.
Uno de los primeros tropiezos con sus editores surgió a raíz de la primera edición del libro de cuentos Marihuana para Goering, a finales de la década del 70. Ramón estuvo largo tiempo buscando un editor para su manuscrito sin que nadie se interesara por su publicación en Barranquilla, una ciudad donde a través de su larga historia solo han sobrevivido escasas editoriales. Hasta que un día Ediciones Lallemand-Abramuck, a través de su propietario Otto Lallemand, se interesó en publicarla. La edición en rústica, de ochenta páginas, con papel ordinario, pésima encuadernación y letra microscópica, por fin salió de la imprenta y sus ejemplares empacados en cajas fueron colocados en un depósito del empresario alemán. Días después de salir de la imprenta, Ramón me invitó a visitar el local donde se almacenaban para obsequiarme un ejemplar.
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Para nuestra sorpresa, encontramos cerrada la esterilla metálica con un enorme candado y el aviso de “sellamiento”. Ninguna persona podía entrar porque Lallemand había sido demandado por deudas y todo cuanto estaba dentro fue secuestrado por un juez. No lo podíamos creer, después de tanto luchar por sacar su primer libro, ahora la edición en su totalidad estaba secuestrada sin la menor posibilidad de sacarla. Les contamos la historia a un grupo de amigos, quienes de inmediato contestaron que tal cosa era una injusticia y una ofensa a la literatura. Entonces, después de discutir algunas alternativas, se decidieron por una solución que parecía peligrosa, pero aceptamos con tal de rescatar los libros recién impresos.
La noche siguiente nos reunimos con los cuatro amigos y nos fuimos al depósito situado en la zona industrial de la Vía 40. La pandilla de amigos llevaba largas cuerdas y herramientas de construcción. Dos de ellos se subieron por la rama de un árbol cercano y procedieron a abrir un hueco en el techo de tejas. Allí amarraron una cuerda a uno de los travesaños y se deslizaron hacia el piso. Encontraron las cajas y alcanzaron a sacar cerca de cien ejemplares, que Ramón guardó en una mochila grande, no sin antes regalar un ejemplar a cada uno de nuestros amigos y obsequiarme a mí un libro que aún conservo con esta dedicatoria: “Para Eduardo Márceles, el colega, el artista, el amigo de siempre, afectuosamente, Ramón. Enero de 1981”. Así logramos rescatar los únicos ejemplares de la primera edición de Marihuana para Goering, que tiempo después fue reciclada en pulpa de papel. El libro de nueve cuentos y la obra de teatro, con prólogo del escritor Juan Gossaín, titulado Los cuentos de un desadaptado, está ilustrado con imágenes de la rumbera Tongolele sacadas de fotogramas de películas mexicanas. La obra de la portada la donó el artista visual Efraín Arrieta: un collage elaborado con el papel de unas colillas de marihuana.
Reproduzco aquí el primer párrafo del prólogo de Gossaín, por considerar que es el vivo retrato de Ramón: “Lo veo venir, con su legajo bajo el brazo, con ese andar un poco extraño, entre rítmico e indeciso, tan parecido al de un pájaro que camina sobre un montón de piedras. Ramón Illán Bacca Linares, que siempre produce la sensación de andarle huyendo a alguien, escondiéndose del mundo, sacándole el cuerpo a la vida”.
*Escritor, periodista e investigador cultural, es autor de una docena de libros entre novela, cuentos, biografías y ensayos sobre artes visuales, que vive y trabaja en Salgar (Puerto Colombia), Atlántico.