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Razones de fondo para sumarse al Festival de Teatro Alternativo

Uno de los dramaturgos que lo promueven explica la importancia del FESTA 2022, que cumple 32 años y se realizará de manera presencial del 8 al 17 de abril.

Carlos Satizábal * / Especial para El Espectador
04 de abril de 2022 - 08:53 p. m.
La imagen oficial del Festival de Teatro Alternativo, que este año incluirá funciones de 22 grupos nacionales, 30 grupos de Bogotá y 12 obras internacionales.
La imagen oficial del Festival de Teatro Alternativo, que este año incluirá funciones de 22 grupos nacionales, 30 grupos de Bogotá y 12 obras internacionales.
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“…al igual que la peste, el teatro es un delirio, y es contagioso.” Antonin Artaud

Vuelve el FESTA, el Festival de Teatro Alternativo, del 8 al 17 de abril. Y esta vez será presencial: más de 80 funciones presenciales. Pero también con 10 presentaciones virtuales de acceso libre, para el público que no tiene otra posibilidad y se acercó al teatro en la pandemia, en la versión virtual del FESTA 2020.

El FESTA es un Festival Encuentro. En él nos encontramos la gente teatrera y compartimos entre nos y con el público nuestras obras: 22 grupos de las regiones de Colombia, 30 grupos de Bogotá y 11 grupos internacionales. Un Festival encuentro para compartir y gozar juntos -público y grupos teatrales- el encanto y el misterio de la energía de la presencia, su fuerza reveladora que está más allá de la palabra, del sonido, de la acción, de la mirada, de la respiración. Tendremos también cada día encuentros, foros y talleres de trueque de experiencias y visiones sobre el teatro y el contexto y los tiempos que vivimos.

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Volvemos a la presencia sin que termine aún la peste planetaria que nos obligó al confinamiento, y, al contrario, se agrave con la amenaza de la peste de la guerra: una vez más el gran sistema financiero militar mediático en busca de ahondar su hegemonía y mantener un solo orden planetario, una sola mirada patriarcal, amenaza a la humanidad con propagar una guerra que ahondará el hambre y las pestes en el planeta.

El teatro nos entrega singulares memorias pensativas sensibles de la contradictoria condición humana, crónicas y memorias poéticas de los hechos de la vida colectiva y de la vida personal, de los grandes dramas humanos; nos recuerda e interpela desde su lenguaje de la presencia en sus obras sobre las preguntas fundamentales que avivan nuestra sensibilidad y nuestro deseo de vivir y compartir la vida: preguntas sobre el orden cultural, sobre el poder, sobre la justicia, sobre las guerras, sobre la sexualidad, sobre los lazos sociales, sobre las relaciones con la naturaleza, con lo sagrado, con la muerte, con el amor.

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El encanto iluminador de la presencia es condición insustituible de nuestro arte. En la presencia reside la fuerza y la fragilidad contaminante del teatro, la peste contagiosa que nos lleva a sentir, a soñar otra vida posible con el público contagiado por la poesía viva de la acción teatral, de la presencia. Esta fuerza de contagio de la presencia es bellamente analizada por Sócrates al dialogar sobre la poesía con Ión de Éfeso. La compara Sócrates a la fuerza de la piedra imán capaz de contagiar de magnetismo a los eslabones de una cadena de hierro.

La fuerza del arte para arrebatar nuestras emociones y hacernos ver lo que antes estaba oculto a nuestra sensibilidad no reside simplemente en unos recursos técnicos del artista, sino, sobre todo en su inspiración, en el furor o la embriaguez con la que contagia a los presentes como la piedra imán a los eslabones de la cadena. Es un furor y una embriaguez sagrada que la isufla en el cuerpo del poeta o danzante o actor o cantante un daimon o divinidad, porque, dice Sócrates, “el poeta es un ser alado, ligero y sagrado” que despierta en nosotros la emoción y la iluminación cuando el entusiasmo de la divinidad lo contagia y le arrastra y le hace salir de sí mismo. Platón expulsó de su República a los poetas y teatreros y artistas porque el saber con que nos iluminan sus obras proviene del contagio y no del arte del preguntar y de hacer parir la inteligencia.

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San Agustin sigue, quizás, a Sócrates en este descubrimiento bello de que la poesía nos contagia poesía. Y Artaud en El teatro y la peste le sigue a su vez, cuando San Agustín le recuerda a los infieles que los dioses de la Roma imperial pedían que se les honrara con espectáculos: “para apaciguar la peste que mataba los cuerpos”, y les recuerda que el Pontífice Escipión “para evitar la peste que corrompe las almas, prohibió hasta la construcción de escenarios”. Y destruyó muchos teatros. Porque los espectáculos, dice San Agustín “son un flagelo mucho más peligroso, que no ataca el cuerpo sino las costumbres.” En su escritura reconoce el santo el deseo y la necesidad humana del contagio del teatro y del arte, y, como observa que es mayor aún ese deseo cuando estamos en la frontera de la muerte y de la disolución de la vida colectiva, escribe: " tal es la corrupción que los espectáculos producen en el alma, que aún en estos últimos tiempos gentes que escaparon del saqueo de Roma y se refugiaron en Cartago, y a quienes domina esta pasión funesta, estaban todos los días en el teatro, delirando por los histriones”.

La peste que vivimos ha llevado al cierre de varios teatros independientes. Y ha dejado a todos los teatristas, grupos y salas de teatro en una situación muy crítica, mientras el gobierno actúa como una especie de nuevo Escipión: no hace nada para proteger los teatros de la crisis causada por la pandemia.

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Artaud termina “El teatro y la peste” invocando el poder de contagio y de claridad colectiva que tienen tanto la peste, que nos pone frente a la muerte colectiva, como el teatro. La peste planetaria que vivimos nos ha dejado ver que el verdadero desastre no es la pandemia sino el modo injusto y destructivo en que está organizada la sociedad y su idealización del consumo: los derechos convertidos en mercancías: la salud, la educación, la vivienda, las artes, la vida; y las riquezas, creadas colectivamente por el trabajo de la sociedad, expropiadas y ultraconcentradas en unas pocas manos; y la vida de la naturaleza y de las especies, incluida la especie humana, en peligro de desaparecer, por el consumismo, por las basuras, por el modelo energético y de extracción de los minerales del corazón de la tierra y por la industria de alimentos que derriba los bosques para sembrar monocultivos y apacentar vacas.

Dice Artaud al final de su escrito: “La acción del teatro, como la de la peste, es beneficiosa, pues al impulsar a los hombres a que se vean tal como son, hace caer la máscara (…) le revela a las comunidades su oscuro poder, su fuerza oculta, las invita a tomar, frente al destino, una actitud heroica y superior…”

Y, como nos muestran Antígona o Hamlet, para actuar y restaurar lo sagrado y lo justo en la vida colectiva se requiere de decisión y de cierta locura. Y de arte, de poesía. De la saludable y contagiosa peste del teatro. Vamos a encontrarnos en el FESTA 2022, que este año hace la versión XVI y cumple 32 años y está en su plena y contagiosa salud. Viva el teatro.

* Más información: https: Corporación Colombiana de Teatro, Sala Seki Sano, calle 12 #2-65, Bogotá, teléfono 2848687.

(*) Carlos Satizábal es escritor, actor y director de teatro. Premio Nacional de Poesía 2012 por “La llama inclinada”, Premio Iberoamericano de Textos Dramáticos y Premio Iberoamericano de Ensayo Pensar a Contracorriente. Director de la Maestría de Escrituras Creativas de la Universidad Nacional.

Por Carlos Satizábal * / Especial para El Espectador

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