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Sin duda, el sector cultural fue uno de los más afectados por el covid-19. De hecho, lo sigue siendo. Recientemente, la alcaldesa Claudia López anunció un aumento lo de los aforos a un 75% de su capacidad. Esta medida, que llega 18 meses después de haber sido “encerrados”, da razón de ser a la frase que todos hemos oído por estos días: “El sector cultural se ha visto gravemente afectado por la imposibilidad de mantener una relación con sus clientes primarios, con las audiencias, con sus públicos objetivos”. El panorama, en el año 2020, fue el de unos artistas y gestores culturales creando y participando de contenidos diseñados para el streaming o plataformas digitales. Es decir, su gran aliado fue la tecnología, pero ¿será que también fue su principal enemigo?
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En el 2021 todos esperábamos que, con el esquema de vacunación, se recuperara la actividad cultural con presencialidad. Gracias a la famosa reactivación, el sector entró en la agenda pública y se empezaron a formular preguntas en círculos cerrados, académicos y en el debate público: ¿cuál es el papel del arte y la cultura?
El debate público significa el campo de lo político. Tal y como lo mencioné en mi columna pasada -a propósito de la Feria del Libro en Madrid- lo político podría ser cómo se cura una muestra, cómo se distribuye un libro, cómo y con quiénes se produce una exposición. Finalmente, las artes se convirtieron en la manifestación de diversas lógicas: “El arte no está por fuera de la política, la política, en cambio, casi siempre está en su producción, su distribución y su recepción”. Esto nos permite a gestores, periodistas, artistas y ciudadanía pensarnos en ese delicioso y fértil campo de las artes y lo trascendental, armas para resignificar espacios e ideas.
Las manifestaciones artísticas y sociales nos brindan la posibilidad de pensarnos como integrantes de un sociedad que se diferencia de otras por la suma total de sus ideas, las pautas de conducta habitual y las reacciones emotivas condicionadas, que nos permiten asumir una postura crítica frente a la realidad.
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Me atrevería a decir que la reactivación se da, precisamente, en el campo de las ideas en las que las artes tienen el valor que muchos niegan. Narrar las migraciones (Ai Wei Wei), hablar sobre el cambio climático (Olafur Eliasson), narrar la violencia en Colombia (Ricardo Silva Romero), recordarnos las Injusticias Sociales (La Muchacha).
Llegó el momento de discutir, en una misma mesa, con economistas, expertos en infancia, tecnología y comunicaciones, sobre la cultura, que se reactiva porque entró en el debate público, y no precisamente por la Economía Naranja.