Recordando a Luis Tejada
Aventura juvenil del gran cronista de El Espectador con el maestro Adel López Gómez.
Jorge Emilio Sierra Montoya
Eran dos muchachos en plena adolescencia que solo querían asomarse, con osadía, a la edad adulta. Luis Tejada era uno; el otro, Adel López Gómez. El primero, un poco mayor, estaba cansado de dictar clases en el colegio de su padre en Circasia (Quindío, que entonces formaba parte del departamento de Caldas) y de enviar sus artículos al diario El Espectador, en Bogotá; el segundo, a su vez, confiaba en que el temprano éxito literario alcanzado en Armenia, su ciudad natal, se trasladaría a la capital de la República.
En tales circunstancias, ambos acordaron abandonar el hogar paterno e irse de aventuras a La Atenas Suramericana, aunque la decisión final en tal sentido dependía de sus padres, quienes les oyeron una y otra vez su anhelo de marcharse para ser escritores y consagrarse en los más exigentes círculos literarios del país.
Le sugerimos: La lucha de los artesanos discapacitados japoneses por existir y trabajar
La preocupación de sus familias era evidente, pero al fin, entre rabietas y lágrimas, dieron su consentimiento.
¡Viaje a pie hasta Bogotá!
López Gómez había vendido el único ternero de su propiedad, con lo cual obtuvo el dinero necesario para cubrir sus gastos básicos; a Tejada, en cambio, sus padres, hermanos y amigos le hicieron una colecta pública “para financiar su locura”, según afirmaban algunos, entre risas.
Al partir, no tenían de qué preocuparse: en sus casas los despacharon con fiambres suculentos, previendo la prolongada travesía que debían hacer, cruzando, en principio, por el Alto de La Línea.
Corría el año de 1919. Y como no había carretera en sentido estricto, sino un estrecho y peligroso camino de herradura; como por allí, además, no pasaba el tren, ni tampoco los buses o autos de ahora para el transporte intermunicipal, el único medio de movilización eran los caballos, de los que carecían los dos jóvenes de esta historia. Tenían, entonces, que hacer tan largo recorrido… ¡a pie!
Pero eso les tenía sin cuidado. Un día no lejano -pensaban, confiados- llegarían a la capital, lo único que les importaba, y ya sabrían cómo arreglárselas por el camino.
Le recomendamos: ‘Proyecto Silverview’, la novela póstuma de John Le Carré, sale a la luz
Tuvieron suerte, en verdad. Del pesado fiambre se libraron con facilidad: en el primer descanso que hicieron lo devoraron casi en su totalidad, y así, ligeros de equipaje, comenzaron a subir por la empinada montaña, con tan buena suerte que se toparon con el dueño de una finca, amigo de sus familias, quien les dio albergue en su casa para pasar la noche.
Al día siguiente, animados por la diosa fortuna, pudieron concluir el ascenso y bajar hacia las tierras de Tolima. Cuando caía la tarde llegaron a una posada: La Argentina, donde fueron bien recibidos; después, al entrar a Ibagué, se encontraron con otro viejo amigo, “como de la familia”, que ocupaba un alto puesto en el gobierno, del que aprovechó sus influencias para favorecer a los muchachos, consiguiéndoles pasaportes como celadores en la Oficina de Rentas… ¡y los despachó en tren a Bogotá!
En esas condiciones no tuvieron que pagar sus pasajes, mientras gozaban de una envidiable comodidad exclusiva, recibiendo el mejor trato durante el viaje.
Entrada a la capital
A Luis Tejada las cosas le resultaron muy simples: su vinculación a El Espectador fue inmediata, tanto por ser su colaborador como, especialmente, porque los Cano, propietarios del periódico, eran sus parientes; López Gómez, en cambio, perdió la buena suerte que traía: no consiguió empleo, el escaso dinero que llevaba no le alcanzó siquiera para pagar la modesta pensión que alquiló con su amigo en un hotel de tercera categoría y, finalmente, decidió regresar a su hogar, vencido y triste.
Antes de despedirse se repartieron sus pertenencias: Adel le dejó a Luis tal o cual vestido de paño para soportar el frío sabanero, al tiempo que le recibía su ropa más liviana.
Podría interesarle: La subasta del palacio con el único mural de Caravaggio acabó sin comprador
Al poco tiempo Luis Tejada se transformó en el mejor cronista del país, compitiendo con escritores de la talla de Luis Cano y Alberto Lleras Camargo; Adel López Gómez, por su lado, de regreso a Armenia una semana después de haber partido, estaba convencido de que tardaría poco en volver a Bogotá, ¡para triunfar como narrador y cuentista, brillando así, como una estrella, en la literatura nacional!
Eran dos muchachos en plena adolescencia que solo querían asomarse, con osadía, a la edad adulta. Luis Tejada era uno; el otro, Adel López Gómez. El primero, un poco mayor, estaba cansado de dictar clases en el colegio de su padre en Circasia (Quindío, que entonces formaba parte del departamento de Caldas) y de enviar sus artículos al diario El Espectador, en Bogotá; el segundo, a su vez, confiaba en que el temprano éxito literario alcanzado en Armenia, su ciudad natal, se trasladaría a la capital de la República.
En tales circunstancias, ambos acordaron abandonar el hogar paterno e irse de aventuras a La Atenas Suramericana, aunque la decisión final en tal sentido dependía de sus padres, quienes les oyeron una y otra vez su anhelo de marcharse para ser escritores y consagrarse en los más exigentes círculos literarios del país.
Le sugerimos: La lucha de los artesanos discapacitados japoneses por existir y trabajar
La preocupación de sus familias era evidente, pero al fin, entre rabietas y lágrimas, dieron su consentimiento.
¡Viaje a pie hasta Bogotá!
López Gómez había vendido el único ternero de su propiedad, con lo cual obtuvo el dinero necesario para cubrir sus gastos básicos; a Tejada, en cambio, sus padres, hermanos y amigos le hicieron una colecta pública “para financiar su locura”, según afirmaban algunos, entre risas.
Al partir, no tenían de qué preocuparse: en sus casas los despacharon con fiambres suculentos, previendo la prolongada travesía que debían hacer, cruzando, en principio, por el Alto de La Línea.
Corría el año de 1919. Y como no había carretera en sentido estricto, sino un estrecho y peligroso camino de herradura; como por allí, además, no pasaba el tren, ni tampoco los buses o autos de ahora para el transporte intermunicipal, el único medio de movilización eran los caballos, de los que carecían los dos jóvenes de esta historia. Tenían, entonces, que hacer tan largo recorrido… ¡a pie!
Pero eso les tenía sin cuidado. Un día no lejano -pensaban, confiados- llegarían a la capital, lo único que les importaba, y ya sabrían cómo arreglárselas por el camino.
Le recomendamos: ‘Proyecto Silverview’, la novela póstuma de John Le Carré, sale a la luz
Tuvieron suerte, en verdad. Del pesado fiambre se libraron con facilidad: en el primer descanso que hicieron lo devoraron casi en su totalidad, y así, ligeros de equipaje, comenzaron a subir por la empinada montaña, con tan buena suerte que se toparon con el dueño de una finca, amigo de sus familias, quien les dio albergue en su casa para pasar la noche.
Al día siguiente, animados por la diosa fortuna, pudieron concluir el ascenso y bajar hacia las tierras de Tolima. Cuando caía la tarde llegaron a una posada: La Argentina, donde fueron bien recibidos; después, al entrar a Ibagué, se encontraron con otro viejo amigo, “como de la familia”, que ocupaba un alto puesto en el gobierno, del que aprovechó sus influencias para favorecer a los muchachos, consiguiéndoles pasaportes como celadores en la Oficina de Rentas… ¡y los despachó en tren a Bogotá!
En esas condiciones no tuvieron que pagar sus pasajes, mientras gozaban de una envidiable comodidad exclusiva, recibiendo el mejor trato durante el viaje.
Entrada a la capital
A Luis Tejada las cosas le resultaron muy simples: su vinculación a El Espectador fue inmediata, tanto por ser su colaborador como, especialmente, porque los Cano, propietarios del periódico, eran sus parientes; López Gómez, en cambio, perdió la buena suerte que traía: no consiguió empleo, el escaso dinero que llevaba no le alcanzó siquiera para pagar la modesta pensión que alquiló con su amigo en un hotel de tercera categoría y, finalmente, decidió regresar a su hogar, vencido y triste.
Antes de despedirse se repartieron sus pertenencias: Adel le dejó a Luis tal o cual vestido de paño para soportar el frío sabanero, al tiempo que le recibía su ropa más liviana.
Podría interesarle: La subasta del palacio con el único mural de Caravaggio acabó sin comprador
Al poco tiempo Luis Tejada se transformó en el mejor cronista del país, compitiendo con escritores de la talla de Luis Cano y Alberto Lleras Camargo; Adel López Gómez, por su lado, de regreso a Armenia una semana después de haber partido, estaba convencido de que tardaría poco en volver a Bogotá, ¡para triunfar como narrador y cuentista, brillando así, como una estrella, en la literatura nacional!