Recorriendo el “Viacrucis”, de Fernando Botero
El Museo Santa Clara de Bogotá tendrá abierta la exposición hasta el próximo 17 de octubre de una muestra del “Viacrucis”, una de las series más recientes del pintor. Crónica.
Jorge Emilio Sierra Montoya*
La serie Viacrucis, del pintor Fernando Botero, trata obviamente sobre la Pasión de Cristo, la misma que se revive cada Semana Santa a lo largo y ancho del mundo cristiano, donde precisamente Jesús es protagonista, como lo ha sido durante los últimos dos mil años, en la historia de la humanidad y en la propia historia del arte.
Gánale la carrera a la desinformación NO TE QUEDES CON LAS GANAS DE LEER ESTE ARTÍCULO
¿Ya tienes una cuenta? Inicia sesión para continuar
La serie Viacrucis, del pintor Fernando Botero, trata obviamente sobre la Pasión de Cristo, la misma que se revive cada Semana Santa a lo largo y ancho del mundo cristiano, donde precisamente Jesús es protagonista, como lo ha sido durante los últimos dos mil años, en la historia de la humanidad y en la propia historia del arte.
Sus diferentes escenas resultan bastante familiares o conocidas: el prendimiento y el juicio, la condena y la flagelación, pero sobre todo el camino de la cruz -significado exacto de viacrucis-, con las tres caídas de Jesús, el llanto incontenible de las mujeres, la Verónica con su manto, la ayuda del Cirineo y la crucifixión -clavos en manos y pies, herida en un costado…-, el descendimiento y la Pietá que no podía faltar, el velorio y el entierro, sin llegar a la etapa posterior de la resurrección.
Ahí solo hay dolor. Es un personaje central, sin duda. Y está representado en la sangre, chorros de sangre que en ocasiones quieren salirse de los cuadros; en las lágrimas, desproporcionadas sobre unos rostros deformes por la angustia, y en la presencia brutal de la violencia y la muerte, con buitres y calaveras sonrientes que siguen al cortejo fúnebre.
Es una obra teatral, una tragedia escrita en las paredes, un drama que grita de principio a fin, que conmueve al espectador, no lo deja respirar por momentos, le golpea, lo obliga a abrir los ojos para ver esta realidad espantosa, terrible, molesta, insoportable, que no podemos evitar.
Le sugerimos: “Sólo el amor nos permite saber de qué estamos hechos realmente”: Lilly de Ungar
La belleza, de la que Botero ha hecho gala en múltiples pinturas, pasa a un segundo plano. Es como si no le importara. O como si prefiriera caer en el feísmo, dejando a un lado la magia del color que le ha hecho famoso en el mundo entero, porque las circunstancias lo exigen, porque no hay lugar sino para la protesta, porque ante la flagrante violación de los derechos humanos no puede responder sino con rabia, con ira.
El artista recupera así su rebeldía juvenil, donde la libertad no tiene límites.
¿Metáfora del país?
Por cierto, no es de extrañar que muchas escenas de la serie sean comunes en nuestro país, con estrechas calles empedradas, casas de ladrillo con tejas de barro, puertas y ventanas de madera, confundiéndose sus personajes con las gentes sencillas, humildes, de regiones como Antioquia, tierra natal del popularmente llamado “pintor de las gordas”.
Es como si Jesús padeciera su viacrucis entre nosotros, en nuestros pueblos y ciudades, por lo cual no resulta descabellado afirmar que la serie alude, en realidad, a problemas contemporáneos, a fenómenos como el narcotráfico que aún nos golpea con rigor, a la violencia que campea a sus anchas y a la pérdida de valores como el respeto a la vida, la libertad y la dignidad de las personas.
Las preguntas, por lo tanto, son obligadas: ¿Botero describe la tragedia nacional, sin tapujos? ¿La Pasión de Cristo es también la de hoy, signada por la guerra, la muerte y el dolor? ¿Jesús es de nuevo crucificado por nuestros pecados, por flagelos como el narcotráfico que tanto daño causa en toda la nación, desde Medellín y Cali hasta Nariño y la Costa?
Le puede interesar: El patrimonio cultural afgano: una historia en vilo constante
De veras, es un viacrucis que ahora exhibe su tragedia en el territorio colombiano, extiende su sombra espectral por América Latina en medio de la pobreza y llega hasta Nueva York, la capital del mundo, en cuyo Central Park, con los edificios de Manhattan al fondo Dios se alza en la cruz, sangrante y torturado, víctima indefensa de la maldad humana.
Es un viacrucis universal, en plena globalización.
El humor y algo más
A pesar de la tragedia descrita, el humor característico de Botero no se pierde. Es una tragicomedia, con mucho de humor negro. Usted sonríe en el Central Park, viendo allí a Jesús crucificado; ante Judas, pintado con pantalón jean, correa y reloj; en un cementerio similar a los nuestros, y en la herida del costado, al pasar de la derecha a la izquierda, en una tácita alusión política.
Entramos, pues, en el lenguaje original del artista, cuyos símbolos -en opinión de los críticos- tienen múltiples interpretaciones, todas ellas válidas, desde las más obvias (calaveras y buitres que representan la muerte, por ejemplo) hasta las más complejas (rechazo del narcotráfico y el terrorismo de Estado con su correspondiente abuso de autoridad, según lo denunció en la serie anterior sobre Abu Ghraib, un juicio implacable contra la presencia de Estados Unidos en Irak).
Es decir, lo que a fin de cuentas hallamos en la exposición es a un pintor extraordinario, comprometido con nuestro tiempo, que a su avanzada edad no da tregua, ni es indiferente a las dificultades que afrontan las inmensas mayorías populares, ni se sirve de la fama y la riqueza para permanecer indiferente, disfrutar solitario de sus privilegios y hacerse el de la vista gorda -como sus figuras emblemáticas, inconfundibles- ante las injusticias sociales. ¡Qué maravilloso ejemplo de vida!
Le sugerimos: “Changó, el gran putas”: Sentido de cooperación vs. prurito de acumulación (II)
De otra parte, mantiene su técnica insuperable no solo en el manejo del color -él, que ha inventado colores-, sino también en el volumen, el cual logra dimensiones espectaculares por el contraste con las formas pequeñas, diminutas, como los paseantes del Central Park, el Cristo crucificado en perspectiva opuesta a la del célebre cuadro de Dalí y el soldado insignificante, acaso ridículo, que hunde su lanza en el costado.
Pero, por encima de todo, en todas partes, dolor y más dolor, sangre y más sangre, más y más llanto, con imágenes desgarradoras que usted nunca podrá borrar de su mente, de su retina, de su memoria histórica.
*Escritor y periodista. Miembro correspondiente de la Academia Colombiana de la Lengua.