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Hace apenas unas horas, el cineasta brasilero Karim Aïnouz presentó en el Festival de Cannes Motel Destino, la única película latinoamericana que compite por la Palma de Oro en esta cita cinematográfica, Motel Destino.
“En Brasil hemos estado viviendo, durante cuatro años, en el horror bajo el último mandato presidencial. Una de las razones que me llevaron a hacer esta película fue celebrar la vida, la alegría y la paz. ¡Basta ya!”, proclamaba Aïnouz, rodeado de sus actores Iago Xavier, Nataly Rocha y Fabio Assunção, tras la proyección de su cinta en el Grand Théàtre Lumière una vez amainada la correspondiente ovación.
La historia de un joven perseguido por un grupo criminal que se refugia en un motel de alterne situado en un apartado paraje de una ciudad costeña, es una propuesta estridente, colorida y explosiva, con mucho sexo y violencia a varias velocidades y niveles.
Pero más allá de esto, Motel Destino (también escrita por Aïnouz) refleja una parte de los cuatro años de Jair Bolsonaro en el poder y los problemas sociales del coloso del sur: el hombre blanco poderoso y abusador, la violencia hacia las mujeres, la desesperanza y abandono de la juventud, la impunidad de grupos criminales.
Motel Destino encuentra un lugar para estos puntos de vista en la competición oficial, además de su muy arriesgada propuesta visual.
Durante estos largos, agotadores, pero emocionantes 12 días, hemos constatado que las 22 películas que compiten por la Palma de Oro en la 77° edición del Festival de Cannes, de alguna u otra manera, se entrelazan por hilos, a veces imperceptibles, otros más evidentes.
Algunos de estos filmes están firmados por leyendas como Francis Ford Coppola, Paul Schrader o David Cronenberg, por directores en plena conquista de Hollywood (Yorgos Lanthimos, Sean Baker y Ali Abbasi), como también por contundentes directoras emergentes (Payal Kapadia, Agathe Riedinger y Coraline Fargeat). Por cineastas con paso seguro (Magnus von Horn, Kirill Serebrennikov) y por realizadores consagrados (Mahammad Rasoulof, Emanuel Parvu, Paolo Sorrentino, Karim Aïnouz, Michel Hazanavicius, Miguel Gomes, Andrea Arnold, Jia Zhang-Ke, Jaques Audiard, Christophe Honoré o Gilles Lellouche).
En lo que hemos visto en Cannes se han retratado las perversiones del poder y las aberraciones de sistemas opresores, como vidas, luchas y procesos de liberación de mujeres, también fragmentos de hechos históricos con resonancia en el presente, exploraciones de la condición humana y de estructuras socio-culturales.
Ha sido un verdadero banquete de cine, de películas que tendrán relevancia internacional y a las que los espectadores les asignarán los adjetivos que consideren más certeros.
Megalopolis
La más reciente película de Francis Ford Coppola es un buen ejemplo de adjetivos y recorridos épicos.
A pocas horas de la gala de clausura de la 77° edición del Festival de Cannes, sorpresivamente Coppola –aún en la Riviera francesa- se acercó a la sala Agnés Varda, donde se proyectaría la reposición de Megalopolis.
Su intención, además de dejar en shock y de sumarle anécdota a los mañaneros, era presentar la película, algo que no suele suceder a menos de que seas una vaca sagrada del cine como lo es él.
Después de la ovación de pie, y de mandar a sentar a quienes aún atónitos le seguían aplaudiendo, dio las gracias a los presentes por levantarse tan temprano un sábado para ir a ver su película en una sala de cine con público.
“Esta es la manera de conformar una unión, porque los seres humanos conformamos una familia y todos ustedes se convierten en mis primos”, declaraba el inmenso Coppola emocionado, generando otra oleada de aplausos.
Sobre el mensaje de Megalopolis, quizás la gran última epopeya del director de Apocalypse Now y El Padrino, proclamó que “es un juramento de lealtad a la humanidad y a todas las especies que protegemos en la tierra, indivisible, con una la vida, educación y justicia para todos”.
Con estas palabras, Coppola se entretejió con la declaración de Karim Aïnouz aquella noche de estreno mundial de Motel Destino en la sala Lumière. El horror, la opresión e impunidad están a la orden del día. En ese sentido, el cine constituye un arma educativa y política.