Algunos recuerdos de penales insólitos en la historia del fútbol
En el capítulo uno del libro “Historias insólitas del fútbol” (Planeta), el escritor argentino Luciano Wernicke hace un recorrido por algunos de los disparos desde los once metros más recordados, elegantes y absurdos de la historia. Fragmento.
Luciano Wernicke - Especial para El Espectador
El punto
La zurda del talentoso escocés Archie Gemmill pintaba una tarde perfecta en la antigua casa de Derby County F.C., el desaparecido The Baseball Ground. Esa tarde lluviosa del 30 de abril de 1977, el club del “corazón” de Inglaterra vencía a Manchester City F.C. 3-0 y ninguno de los jugadores visitantes podía detener al habilidoso Gemmill. Al menos de manera legal, porque, a cuatro minutos del final, el mediocampista Gary Owen lo taló dentro del área, a la salida de un córner. Penal. El volante local Gerry Daly tomó la pelota y buscó el punto para colocarla, pero la marca de cal había desaparecido en el barro. El vivaz arquero “citadino” Joe Corrigan intentó convencer al árbitro para que colocara el balón casi al borde del área grande, mas su pillería solo recibió como premio una tarjeta amarilla. Como la búsqueda resultó infructuosa, el referí llamó al intendente del esta- dio, Bob Smith, quien se presentó con una cinta métrica, un pincel y un tacho con pintura blanca. Luego de estirar el listón hasta los once metros (en realidad, doce yardas, su equivalente según el sistema de medidas utilizado en Inglaterra), Smith tomó la brocha y dibujó un círculo sobre la tierra mojada. Daly colocó la pelota sobre la pintura húmeda, tomó carrera y sacó un derechazo cruzado imposible de detener para Corrigan. Un gol “a medida” para cerrar la victoria 4-0.
El silbato
A.A. Argentinos Juniors derrotaba a Quilmes A.C. 1-0 la tarde del 12 de mayo de 1929, en su viejo estadio porteño de Avenida San Martín y Punta Arenas, por el torneo de Primera División argentino que, en esa época, era “amateur”. Con el tiempo casi agotado, el referí sancionó un penal a favor de los visitantes y Emilio Quadrio asumió la responsabilidad de ejecutarlo. El delantero cervecero tomó carrera y, en cuanto escuchó el sil- bato, sacó un violento disparo que superó la estirada del portero Domingo Fossatti. Sin embargo, la conquista fue rápidamente anulada por el árbitro, quien le explicó al goleador que había disparado sin que él hubiera dado la orden. El jugador quilmeño, que en efecto había oído un pitazo, creyó que el juez actuaba de mala fe y trataba de perjudicar a su equipo. Por ello, volvió a colocar la pelota en el punto marcado con cal y, muy enojado, la mandó, a propósito, a la tribuna. Segundos después, el encuentro finalizó sin que se modificara el marcador a favor del con- junto local y los protagonistas se retiraron a los vestuarios. Allí, el técnico visitante calmó al fastidiado Quadrio y le indicó que, en efecto, el silbatazo había sonado, pero emitido por algún “vivo” de la cabecera de los “bichitos colorados” para confundirlo, y que el árbitro había procedido con corrección. El ata- cante, semidesnudo y volando de rabia, volvió a la carrera al campo de juego y se dirigió hacia la tribuna local para tratar de dar con el chistoso que lo había engatusado. Llegó tarde: todos los hinchas de Argentinos ya se habían retirado a festejar “su” victoria.
Un yerro magistral
La estadística es terminante. Si se patea un penal y la pelota no ingresa al arco, al jugador se le computa el tiro como “errado”. No importa si el balón pega en el arquero y, de rebote, el ejecutante lo manda a la red: el disparo de los once metros se juzga ineficaz. Mas los verdaderos apasionados del fútbol saben que la matemática puede ofrecer mucho en cuanto a números y cálculos, pero no entiende nada sobre belleza. El 5 de diciembre de 1982, Amsterdamsche F.C. Ajax derrotaba 1-0 en su estadio, Amsterdam Arena, a Helmond Sport por la “Premier League” holandesa. Hacia el final del primer tiempo, el danés Soren Lerby fue derribado dentro del área por el volante visitante Harry Lubse y el árbitro Jan Manuel otorgó la pena máxima para Ajax. El genial Hendrik Johannes Cruijff (Johan Cruyff, para los amigos) colocó la pelota en el punto marcado con cal para ejecutar el tiro libre directo. Sin embargo, en lugar de disparar hacia el arco defendido por Otto Versfeld, tocó con suavidad hacia la izquierda para la entrada a toda velocidad de otro dinamarqués, Jesper Olsen. Olsen amagó con sacar un zurdazo fulminante mas, con sutileza, devolvió el balón a Cruyff, quien marcó a puerta vacía mientras Versfeld, desconcertado, se despatarraba junto a un palo. “Yo no estaba seguro de que fuera a funcionar –recordó Olsen años más tarde, durante una entrevista–. Fue algo completamente diferente. El árbitro dudó porque, obvia- mente, nunca había visto algo así. Pero convalidó el gol”. La hermosa jugada (muy popular en Youtube) ocupa el podio de todas las listas de los mejores penales de la historia, ¡aunque no fue convertido!
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A Cruyff poco debe importarle que los ortodoxos estadistas le computen esa maravilla como un disparo errado. Sí es justo destacar que el holandés no fue su inventor. El primer registro oficial para este tipo de maniobra corresponde a un partido de eliminatoria para el Mundial de Suecia 1958, entre Bélgica e Islandia. El 5 de junio de 1957, en Bruselas, mientras el seleccionado local derrotaba 6-1 a la escuadra nórdica, el árbitro luxemburgués Léon Blitgen marcó un penal para Bélgica. El goleador Rik Coppens tomó carrera y se perfiló para rematar, pero tocó hacia su derecha para su compañero André Piters, quien devolvió la pared para que el “9″ convirtiera el sép- timo gol.
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En Inglaterra, una treta parecida fue ensayada el 6 de febrero de 1961 por Plymouth Argyle F.C. en su estadio Home Park ante Aston Villa F.C., en un choque por la League Cup. Argyle perdió 3-5, pero al menos patentó esta artimaña en Gran Bretaña con una variante: Wilf Carter tocó hacia Johnny Newman, quien marcó cuando el portero Nigel Sims se revolcaba por el suelo. Newman repitió con éxito la jugarreta ante Manchester City F.C., el 21 de noviembre de 1964, en un duelo de la segunda división. Argyle ganó 3-2 y fue justamente esta martingala la que permitió anotar el tanto de la victoria. En esta oportunidad, Newman doblegó al arquero Harry Dowd tras un toque de Mike Trebilcock.
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Muchos años más tarde, el 22 de octubre 2005, Manchester City debió enfrentar de nuevo un penal con toques, aunque esta vez el resultado fue diametralmente opuesto. En el estadio londinense Highbury, dos franceses de Arsenal F.C., Robert Pires y Tierry Henry, intentaron cristalizar en la red la jugada que tanto habían ensayado esa semana. Mas Pires, tal vez nervioso, solo rozó la pelota, que casi no se movió del punto de cal mientras Henry corría en vano hacia adelante. Para empeorar la cosa, cuando la defensa visitante ya se le había lanzado encima, Pires repitió el toque: no acertó a su compañero y, encima, obligó al referí Mike Riley a sancionar un indirecto para Manchester City porque el torpe ejecutante había pateado dos veces un tiro libre sin que la pelota fuera tocada por otro jugador. Muy enojado, el técnico de Arsenal, el también galo Arsène Wenger, rezongó minutos después del partido, durante la conferencia de prensa, que “Robert cometió un gran error, tuvo una decisión equivocada”. El enfado del entrenador estaba harto justificado: su equipo acababa de perder 0-1.
Doblete insólito
Pocas veces se ha visto un “blooper” semejante en un encuentro oficial como el sucedido el 24 de febrero de 1996, durante el Preolímpico jugado en la ciudad argentina de Mar del Plata. A los 27 minutos del segundo tiempo, con la pizarra 3-2 para Venezuela, el referí paraguayo Epifanio González dio un penal a Ecuador que le abría al equipo de camiseta amarilla la esperanza de igualar el match. El defensor Segundo Matamba, a cargo del tiro, colocó la pelota en su lugar, tomó carrera y con un zurdazo cruzado venció al guardameta “vinotinto” Rafael Dudamel. El árbitro, en lugar de marcar el centro de la cancha, ordenó la repetición de la “pena máxima” porque, al patear, a Matamba se le había salido el botín, que siguió la trayectoria de la pelota hasta el fondo del arco –algo que, en los potreros, los chicos suelen calificar, en broma, como un “vale doble”–. Matamba volvió a disparar y, aunque usted no lo crea, el zapato salió otra vez detrás del esférico, con una pequeña diferencia de trayectoria: el balón rebotó en el travesaño y fue rechazado por la defensa; el calzado, por su parte, pegó en el poste izquierdo de la valla venezolana. El referí, en este caso, dio por válida la ejecución –correspondía porque la incorrección no había sido provocada por el arquero ni por su defensa– y el encuentro siguió su marcha. El choque dejó margen para un doblete más: dos goles dentro del arco ecuatoriano, que redondearon un notable triunfo por 5 a 2 de la selección de Venezuela.
Arquero a tu zapato
El libro Curiosities of Football, del periodista inglés Jonathan Rice, rescata una jugosa anécdota de Robert Kelly, delantero del club Burnley F.C. en la década de 1920. Por ser dueño de una fortísima patada, Kelly era el encargado de ejecutar los penales. En una oportunidad, al cobrar un disparo de once metros, el atacante tomó carrera, pateó y lanzó a toda velocidad el balón y también su zapato, que había escapado del pie. El arquero rival se tiró y atrapó... ¡el botín! La pelota, en tanto, pasó derechito a la red, ayudada por la confusión del portero entre los dos cueros. Al revés de lo que ocurrió en Mar del Plata, en la historia precedente, aquí el juez se equivocó y avaló la conquista.
Festejo desmedido
Posiblemente, ver tantas imágenes de arqueros sudamericanos como Rodrigo Ceni, René Higuita y José Luis Chilavert nublaron el empeño del “1″ de TSV Bayer 04 Leverkusen, Hans-Jörg Butt. El 17 de abril de 2004, en el estadio Veltins Arena de Gelsenkirchen, Leverkusen vencía 1-2 al dueño de casa, Fußball-Club Gelsenkirchen-Schalke 04, en una nueva fecha de la Fußball- Bundesliga, la máxima categoría alemana. A los 75 minutos, el referí Jörg Kessler otorgó un penal a la escuadra visitante y hacia el área rival salió disparado Butt, con la cabeza bien alta, para hacerse cargo de la falta. Con un derechazo alto y cruzado, el por- tero doblegó a su colega Christofer Heimeroth y salió eufórico a abrazarse con todos sus compañeros para festejar el 1-3. El “bobi” de Butt no solo perdió mucho tiempo con su celebración, sino que la efectuó en su propio terreno, lo que habilitó al delantero local Mike Hanke a reiniciar el juego con un pelotazo directo desde el punto central, que se clavó en la desguarnecida red visitante. El marmota de Butt pudo festejar, al menos, que el encuen- tro se cerró sin nuevas conquistas y con la victoria de su equipo.
Sobre el autor de Historias insólitas del fútbol (Planeta)
Luciano Wernicke (Buenos Aires, Argentina, 1969) es periodista, escritor y guionista. Es autor de una veintena de libros sobre fútbol, entre ellos Historias insólitas de los Mundiales, Historias insólitas de la Copa Libertadores, James, nace un crack y ¿Por qué el fútbol se juega once contra once?, todos publicados por Editorial Planeta. Su trabajo ha sido traducido al inglés, francés, portugués, alemán, italiano, checo, árabe, finés, indonesio, malayo, eslovaco, estonio, húngaro, rumano, ruso e hindi.
Sinopsis
Historias insólitas del fútbol no pretende instalarse como «la historia» del fútbol, pero sí como un compendio de cosas curiosas, divertidas, sorprendentes: un futbolista marcó los cuatro goles de un partido que finalizó 2 a 2; un árbitro detuvo un match para buscar la dentadura postiza que había perdido; otro echó a un jugador porque se le había desprendido el número de la espalda; ¡un gol fue anotado por un perro y otro por una gaviota!; un equipo fue goleado por incluir un arquero manco y otro porque sus futbolistas habían llegado con varias copas de más por el casamiento de un compañero. Un defensor fue suspendido por una fecha a pesar de que, al momento del fallo, llevaba muerto más de una semana, y otro partido debió suspenderse por la aparición de un iceberg. Este es el espíritu de Historias insólitas del fútbol, un libro cuyos quilates no provienen de la calidad de los torneos, sino de los mágicos rebotes de la pelota, sin importar cancha, rivalidad o país. Aclarado esto, lo invito a adentrarse en un mundo asombroso, pero real.
El punto
La zurda del talentoso escocés Archie Gemmill pintaba una tarde perfecta en la antigua casa de Derby County F.C., el desaparecido The Baseball Ground. Esa tarde lluviosa del 30 de abril de 1977, el club del “corazón” de Inglaterra vencía a Manchester City F.C. 3-0 y ninguno de los jugadores visitantes podía detener al habilidoso Gemmill. Al menos de manera legal, porque, a cuatro minutos del final, el mediocampista Gary Owen lo taló dentro del área, a la salida de un córner. Penal. El volante local Gerry Daly tomó la pelota y buscó el punto para colocarla, pero la marca de cal había desaparecido en el barro. El vivaz arquero “citadino” Joe Corrigan intentó convencer al árbitro para que colocara el balón casi al borde del área grande, mas su pillería solo recibió como premio una tarjeta amarilla. Como la búsqueda resultó infructuosa, el referí llamó al intendente del esta- dio, Bob Smith, quien se presentó con una cinta métrica, un pincel y un tacho con pintura blanca. Luego de estirar el listón hasta los once metros (en realidad, doce yardas, su equivalente según el sistema de medidas utilizado en Inglaterra), Smith tomó la brocha y dibujó un círculo sobre la tierra mojada. Daly colocó la pelota sobre la pintura húmeda, tomó carrera y sacó un derechazo cruzado imposible de detener para Corrigan. Un gol “a medida” para cerrar la victoria 4-0.
El silbato
A.A. Argentinos Juniors derrotaba a Quilmes A.C. 1-0 la tarde del 12 de mayo de 1929, en su viejo estadio porteño de Avenida San Martín y Punta Arenas, por el torneo de Primera División argentino que, en esa época, era “amateur”. Con el tiempo casi agotado, el referí sancionó un penal a favor de los visitantes y Emilio Quadrio asumió la responsabilidad de ejecutarlo. El delantero cervecero tomó carrera y, en cuanto escuchó el sil- bato, sacó un violento disparo que superó la estirada del portero Domingo Fossatti. Sin embargo, la conquista fue rápidamente anulada por el árbitro, quien le explicó al goleador que había disparado sin que él hubiera dado la orden. El jugador quilmeño, que en efecto había oído un pitazo, creyó que el juez actuaba de mala fe y trataba de perjudicar a su equipo. Por ello, volvió a colocar la pelota en el punto marcado con cal y, muy enojado, la mandó, a propósito, a la tribuna. Segundos después, el encuentro finalizó sin que se modificara el marcador a favor del con- junto local y los protagonistas se retiraron a los vestuarios. Allí, el técnico visitante calmó al fastidiado Quadrio y le indicó que, en efecto, el silbatazo había sonado, pero emitido por algún “vivo” de la cabecera de los “bichitos colorados” para confundirlo, y que el árbitro había procedido con corrección. El ata- cante, semidesnudo y volando de rabia, volvió a la carrera al campo de juego y se dirigió hacia la tribuna local para tratar de dar con el chistoso que lo había engatusado. Llegó tarde: todos los hinchas de Argentinos ya se habían retirado a festejar “su” victoria.
Un yerro magistral
La estadística es terminante. Si se patea un penal y la pelota no ingresa al arco, al jugador se le computa el tiro como “errado”. No importa si el balón pega en el arquero y, de rebote, el ejecutante lo manda a la red: el disparo de los once metros se juzga ineficaz. Mas los verdaderos apasionados del fútbol saben que la matemática puede ofrecer mucho en cuanto a números y cálculos, pero no entiende nada sobre belleza. El 5 de diciembre de 1982, Amsterdamsche F.C. Ajax derrotaba 1-0 en su estadio, Amsterdam Arena, a Helmond Sport por la “Premier League” holandesa. Hacia el final del primer tiempo, el danés Soren Lerby fue derribado dentro del área por el volante visitante Harry Lubse y el árbitro Jan Manuel otorgó la pena máxima para Ajax. El genial Hendrik Johannes Cruijff (Johan Cruyff, para los amigos) colocó la pelota en el punto marcado con cal para ejecutar el tiro libre directo. Sin embargo, en lugar de disparar hacia el arco defendido por Otto Versfeld, tocó con suavidad hacia la izquierda para la entrada a toda velocidad de otro dinamarqués, Jesper Olsen. Olsen amagó con sacar un zurdazo fulminante mas, con sutileza, devolvió el balón a Cruyff, quien marcó a puerta vacía mientras Versfeld, desconcertado, se despatarraba junto a un palo. “Yo no estaba seguro de que fuera a funcionar –recordó Olsen años más tarde, durante una entrevista–. Fue algo completamente diferente. El árbitro dudó porque, obvia- mente, nunca había visto algo así. Pero convalidó el gol”. La hermosa jugada (muy popular en Youtube) ocupa el podio de todas las listas de los mejores penales de la historia, ¡aunque no fue convertido!
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A Cruyff poco debe importarle que los ortodoxos estadistas le computen esa maravilla como un disparo errado. Sí es justo destacar que el holandés no fue su inventor. El primer registro oficial para este tipo de maniobra corresponde a un partido de eliminatoria para el Mundial de Suecia 1958, entre Bélgica e Islandia. El 5 de junio de 1957, en Bruselas, mientras el seleccionado local derrotaba 6-1 a la escuadra nórdica, el árbitro luxemburgués Léon Blitgen marcó un penal para Bélgica. El goleador Rik Coppens tomó carrera y se perfiló para rematar, pero tocó hacia su derecha para su compañero André Piters, quien devolvió la pared para que el “9″ convirtiera el sép- timo gol.
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En Inglaterra, una treta parecida fue ensayada el 6 de febrero de 1961 por Plymouth Argyle F.C. en su estadio Home Park ante Aston Villa F.C., en un choque por la League Cup. Argyle perdió 3-5, pero al menos patentó esta artimaña en Gran Bretaña con una variante: Wilf Carter tocó hacia Johnny Newman, quien marcó cuando el portero Nigel Sims se revolcaba por el suelo. Newman repitió con éxito la jugarreta ante Manchester City F.C., el 21 de noviembre de 1964, en un duelo de la segunda división. Argyle ganó 3-2 y fue justamente esta martingala la que permitió anotar el tanto de la victoria. En esta oportunidad, Newman doblegó al arquero Harry Dowd tras un toque de Mike Trebilcock.
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Muchos años más tarde, el 22 de octubre 2005, Manchester City debió enfrentar de nuevo un penal con toques, aunque esta vez el resultado fue diametralmente opuesto. En el estadio londinense Highbury, dos franceses de Arsenal F.C., Robert Pires y Tierry Henry, intentaron cristalizar en la red la jugada que tanto habían ensayado esa semana. Mas Pires, tal vez nervioso, solo rozó la pelota, que casi no se movió del punto de cal mientras Henry corría en vano hacia adelante. Para empeorar la cosa, cuando la defensa visitante ya se le había lanzado encima, Pires repitió el toque: no acertó a su compañero y, encima, obligó al referí Mike Riley a sancionar un indirecto para Manchester City porque el torpe ejecutante había pateado dos veces un tiro libre sin que la pelota fuera tocada por otro jugador. Muy enojado, el técnico de Arsenal, el también galo Arsène Wenger, rezongó minutos después del partido, durante la conferencia de prensa, que “Robert cometió un gran error, tuvo una decisión equivocada”. El enfado del entrenador estaba harto justificado: su equipo acababa de perder 0-1.
Doblete insólito
Pocas veces se ha visto un “blooper” semejante en un encuentro oficial como el sucedido el 24 de febrero de 1996, durante el Preolímpico jugado en la ciudad argentina de Mar del Plata. A los 27 minutos del segundo tiempo, con la pizarra 3-2 para Venezuela, el referí paraguayo Epifanio González dio un penal a Ecuador que le abría al equipo de camiseta amarilla la esperanza de igualar el match. El defensor Segundo Matamba, a cargo del tiro, colocó la pelota en su lugar, tomó carrera y con un zurdazo cruzado venció al guardameta “vinotinto” Rafael Dudamel. El árbitro, en lugar de marcar el centro de la cancha, ordenó la repetición de la “pena máxima” porque, al patear, a Matamba se le había salido el botín, que siguió la trayectoria de la pelota hasta el fondo del arco –algo que, en los potreros, los chicos suelen calificar, en broma, como un “vale doble”–. Matamba volvió a disparar y, aunque usted no lo crea, el zapato salió otra vez detrás del esférico, con una pequeña diferencia de trayectoria: el balón rebotó en el travesaño y fue rechazado por la defensa; el calzado, por su parte, pegó en el poste izquierdo de la valla venezolana. El referí, en este caso, dio por válida la ejecución –correspondía porque la incorrección no había sido provocada por el arquero ni por su defensa– y el encuentro siguió su marcha. El choque dejó margen para un doblete más: dos goles dentro del arco ecuatoriano, que redondearon un notable triunfo por 5 a 2 de la selección de Venezuela.
Arquero a tu zapato
El libro Curiosities of Football, del periodista inglés Jonathan Rice, rescata una jugosa anécdota de Robert Kelly, delantero del club Burnley F.C. en la década de 1920. Por ser dueño de una fortísima patada, Kelly era el encargado de ejecutar los penales. En una oportunidad, al cobrar un disparo de once metros, el atacante tomó carrera, pateó y lanzó a toda velocidad el balón y también su zapato, que había escapado del pie. El arquero rival se tiró y atrapó... ¡el botín! La pelota, en tanto, pasó derechito a la red, ayudada por la confusión del portero entre los dos cueros. Al revés de lo que ocurrió en Mar del Plata, en la historia precedente, aquí el juez se equivocó y avaló la conquista.
Festejo desmedido
Posiblemente, ver tantas imágenes de arqueros sudamericanos como Rodrigo Ceni, René Higuita y José Luis Chilavert nublaron el empeño del “1″ de TSV Bayer 04 Leverkusen, Hans-Jörg Butt. El 17 de abril de 2004, en el estadio Veltins Arena de Gelsenkirchen, Leverkusen vencía 1-2 al dueño de casa, Fußball-Club Gelsenkirchen-Schalke 04, en una nueva fecha de la Fußball- Bundesliga, la máxima categoría alemana. A los 75 minutos, el referí Jörg Kessler otorgó un penal a la escuadra visitante y hacia el área rival salió disparado Butt, con la cabeza bien alta, para hacerse cargo de la falta. Con un derechazo alto y cruzado, el por- tero doblegó a su colega Christofer Heimeroth y salió eufórico a abrazarse con todos sus compañeros para festejar el 1-3. El “bobi” de Butt no solo perdió mucho tiempo con su celebración, sino que la efectuó en su propio terreno, lo que habilitó al delantero local Mike Hanke a reiniciar el juego con un pelotazo directo desde el punto central, que se clavó en la desguarnecida red visitante. El marmota de Butt pudo festejar, al menos, que el encuen- tro se cerró sin nuevas conquistas y con la victoria de su equipo.
Sobre el autor de Historias insólitas del fútbol (Planeta)
Luciano Wernicke (Buenos Aires, Argentina, 1969) es periodista, escritor y guionista. Es autor de una veintena de libros sobre fútbol, entre ellos Historias insólitas de los Mundiales, Historias insólitas de la Copa Libertadores, James, nace un crack y ¿Por qué el fútbol se juega once contra once?, todos publicados por Editorial Planeta. Su trabajo ha sido traducido al inglés, francés, portugués, alemán, italiano, checo, árabe, finés, indonesio, malayo, eslovaco, estonio, húngaro, rumano, ruso e hindi.
Sinopsis
Historias insólitas del fútbol no pretende instalarse como «la historia» del fútbol, pero sí como un compendio de cosas curiosas, divertidas, sorprendentes: un futbolista marcó los cuatro goles de un partido que finalizó 2 a 2; un árbitro detuvo un match para buscar la dentadura postiza que había perdido; otro echó a un jugador porque se le había desprendido el número de la espalda; ¡un gol fue anotado por un perro y otro por una gaviota!; un equipo fue goleado por incluir un arquero manco y otro porque sus futbolistas habían llegado con varias copas de más por el casamiento de un compañero. Un defensor fue suspendido por una fecha a pesar de que, al momento del fallo, llevaba muerto más de una semana, y otro partido debió suspenderse por la aparición de un iceberg. Este es el espíritu de Historias insólitas del fútbol, un libro cuyos quilates no provienen de la calidad de los torneos, sino de los mágicos rebotes de la pelota, sin importar cancha, rivalidad o país. Aclarado esto, lo invito a adentrarse en un mundo asombroso, pero real.