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El estoicismo –una corriente filosófica que floreció durante dos siglos en la antigua Grecia y, alrededor del 100 A.C–, fue popular en Roma, ha vuelto a resurgir. Al parecer, tiene la capacidad de brindar herramientas ante la vida moderna. Sin embargo, en el fondo, la reinterpretación de esta filosofía parece ser la esclavitud voluntaria y la confusión entre realización personal y productividad.
Nacimos en la época de la incertidumbre. Ya no es suficiente con estudiar, trabajar, procrear y morir en un ciclo previsible caracterizado por estaciones estables, vientos alisios y conflictos que se han repetido como manuales de aprendizaje.
En medio del caos, el estoicismo ha surgido como respuesta a una agitación constante. Se ha vuelto la filosofía con forma de pieza de rompecabezas que ha encajado en los videos de Tiktok y tweets de superación que se olvidan a los cinco minutos. Y ha sido así porque, más allá de ser una filosofía abstracta, también es un conjunto práctico de herramientas para enfrentar los desafíos del día a día. Precisamente, en la antigua Grecia, el estoicismo surgió como respuesta a otras corrientes que no ofrecían ningún programa de vida válido.
La base del estoicismo es un sistema lógico. Para los estoicos, el universo era una estructura racional y comprensible y, el hombre, como parte de aquella estructura, debía vivir de forma disciplinada, autocontrolada y tolerante, empleando el coraje y la razón. Hubo estoicos maratonistas, esposos, solitarios, funcionarios públicos y emperadores, cada uno con una vida distinta, pero bajo la misma ley: el único camino hacia la felicidad era la práctica de la virtud.
Para ello, debías actuar de tal forma que pudieras alcanzar tu potencial: Mantener la serenidad, ser justo, separar la percepción de la realidad, ser consciente de los pensamientos y comportamientos propios, tolerar la adversidad y centrarse en lo que se podía controlar. No es extraño que los estoicos compararan la vida con un entrenamiento militar y el fin último de este entrenamiento era controlar las emociones, pues eran perturbaciones irracionales que debían ser controladas.
“Los que sólo hablan, prometen acción mañana. Los que hacen, obtienen resultados hoy”. “No culpes. No excuses. No te quejes. Asume la responsabilidad”. “No te distraigas, tienes sueños que cumplir”. “Tus malos hábitos están destruyendo tus sueños”. “El mayor riesgo es no tomar ningún riesgo”. “Come saludable. Haz ejercicio. Duerme 8 horas”. “Trabaja de 9 a.m. a 5 p.m. y bota tu excelencia a la basura”. Y así, se alarga cada vez más el manual de funciones de la vida moderna en una espiral de ilusiones que se encienden rápidamente, para luego apagarse en medio de la incertidumbre.
Al final, llega la desilusión, el espejismo de la debilidad, la autodestrucción. Esto es inevitable en la sociedad de la autoexplotación voluntaria. En la era de la incertidumbre, el amo se convierte en esclavo de sí mismo, al obligarse a superarse constantemente para alcanzar una supuesta certidumbre que no es más que una quimera. Lo que se alcanza es el cansancio, pero el estoicismo ordena no cansarse, ignorar las emociones y pensamientos negativos, vivir como si estuviéramos en unos juegos olímpicos eternos.
En la era de la incertidumbre, el estoicismo surge como un contenido más de las redes sociales, es decir, como un atrapasueños más, que condena al hombre a la productividad de sí mismo hasta deshidratarle el alma. El estoicismo es un conjunto de prácticas que, en efecto, deberían llevarse a cabo, pero, también, como dijo Nietzsche, es la tiranía sobre sí mismo.