Relaciones “yo-tú”, la apuesta de Martin Buber
Los postulados del filósofo fueron fundamentales para la psicología humanista en la medida en que le daba relevancia a la libertad del hombre, alejándose de los determinismos. Además, recalcaba la importancia de relaciones “yo-tú”, guiadas por el riesgo y la apertura al cambio.
Danelys Vega Cardozo
Martin Buber fue de aquellos que se centraron en la libertad y en las posibilidades del ser humano. Fue de esos que impartió seminarios y conferencias en diferentes partes de Alemania con el objetivo de trasmitirle al pueblo judío que la “tormenta” es pasajera y que las adversidades son una oportunidad para mostrar la fortaleza, pero que dependía de cada uno elegir este camino. “La necesidad tuvo siempre en nuestra historia una fuerza motivadora. Lo peor no es que al principio haya una necesidad y una obligación. Depende de que nosotros hagamos de ella una libertad y una bendición”. Su filosofía se desarrolló alrededor de su propia experiencia.
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Martin Buber fue de aquellos que se centraron en la libertad y en las posibilidades del ser humano. Fue de esos que impartió seminarios y conferencias en diferentes partes de Alemania con el objetivo de trasmitirle al pueblo judío que la “tormenta” es pasajera y que las adversidades son una oportunidad para mostrar la fortaleza, pero que dependía de cada uno elegir este camino. “La necesidad tuvo siempre en nuestra historia una fuerza motivadora. Lo peor no es que al principio haya una necesidad y una obligación. Depende de que nosotros hagamos de ella una libertad y una bendición”. Su filosofía se desarrolló alrededor de su propia experiencia.
Entre 1938 y 1947, durante la fundación del Estado de Israel, luchó porque judíos y árabes construyeran un Estado regido por una coexistencia pacífica y encaminado hacía un mismo fin. Y es que ambos pueblos tenían algo en común: Palestina. Buber, a pesar de ser judío, consideraba que los dos tenían derecho a reclamar esta tierra como su patria, pero que aquello no debía ser motivo de disputa, sino de unión; “una colaboración entre ambos pueblos”. Sin embargo, su deseo de construir una “comunidad verdadera”, no fue tomado en serio para aquella época, para esa transcurrida durante 1947, cuando todavía se alcanzaba a respirar los aires de la guerra.
Mientras se desarrollaba la Segunda Guerra Mundial y el miedo vital invadía a las personas, las animaba a que no buscaran alivio a través del individualismo erróneo, ese que le daba protagonismo a la soledad, pero tampoco por medio del colectivismo, ya que anulaba la responsabilidad individual pues el hombre terminaba absorbido por la masa. Tal vez con esto, Buber se refería a que el verdadero camino hacia la “salvación” estaba en la comunidad, en donde sus integrantes trabajan en equipo, guiados por un objetivo compartido, aquel que solo es posible lograr si cada uno asume su responsabilidad.
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Creía en la dualidad del ser humano, concepto que explicó a través de la actitud fundamental “realizadora” y “orientadora”. Esta última se centra en la seguridad, mientras que la primera acepta la angustia y la incertidumbre, permite una apertura al cambio. Para el filósofo ambas están presentes en el ser humano, por eso vive en un constante “abismo de la dualidad”, entre la seguridad y el riesgo, entre la permanencia y la creación. Sin embargo, pensaba que el hombre debía hacer uso de su libertad y decidir siempre cuál camino tomar.
Pero lo cierto es que Buber no veía la dualidad del ser humano como algo necesariamente negativo, consideraba que de hecho era una unidad. “La dualidad es la esencia fundamental del mundo”. El problema según el filósofo es que esta unidad solo podría alcanzarse siempre y cuando las personas fueran capaces de confrontar estas polaridades y no lucharan por apartar la angustia de su vida. “El yo de la tensión es obra y realidad”.
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Esa misma dualidad se repite cuando habló de la actitud “yo-ello” y “yo-tú”. La primera (yo-ello) vendría siendo la misma “actitud orientadora”, mientras que la segunda (yo-tú) hace referencia a la “actitud realizadora”. Martin Buber afirmaba que el “yo” como tal no existía, pues siempre estaba atravesado por alguien o por algo, el “yo” siempre estaba en relación con el “tú” o acompañado del “ello”, de algún elemento. Tanto en el “yo-ello” como el “yo-tú” se construye un vínculo, pero la diferencia es que este último trasciende y es capaz de transformarse en una relación. Por eso, decía este filósofo que solo a través del “yo-tú” se puede originar el encuentro, pues el hombre para ser con otros necesita desprenderse de la seguridad y caminar hacía el riesgo.
Buber pensaba que toda relación “yo-tú” se convertía, luego de cierto punto, en “yo-ello”, ocasionando en los seres humanos una sensación de seguridad. Aquello era visto por él como un peligro, pues de esta forma tanto los hombres como la sociedad se quedan estancados, ya que para su realización y desarrollo necesitan de una actitud creadora, de una relación “yo-tú”.
Hizo una distinción entre “persona” y “ser propio”. Para él, aquellos que se basan en una relación “yo-tú” pueden ser denominados como “persona”, pues asumen una actitud participativa, se preocupan por lo que sucede a su alrededor. Quienes viven guiados por la relación “yo-ello” son merecedores del “ser propio”, pues están vinculados únicamente consigo mismos. La “persona” no se queda con determinismos, parte del “yo soy”, a diferencia del “ser propio”, que suele presentarse bajo el “yo soy así”.
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Buber se mantuvo esperanzador: creía que el hombre estaba llamado a la autorrealización; por lo tanto, tarde o temprano se convertiría en “persona”. “En tiempos como éstos la persona, en el hombre y en la humanidad, lleva una existencia subterránea, escondida, en cierto modo inválida hasta que es llamada”.