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¡Ay!, Rincón del Mar, volver a ti me refresca el ánimo y me embelesa. Tu mar me rapta y arrulla. Tus caminos me llaman; no suelto la cámara cuando te recorro. Aminoro el paso, te veo, siento tus voces en las mañanas y la música en las esquinas durante las tardes y las noches. ¿Qué tienes tú que me imantas y logras que caiga en tu cotidianidad? Es tu gente, sí. Son los rinconeros que saben acoger al paisano y al forastero.

Me reconcilio con tu arena, con tu arena que canta. Le creo a la canción de Natalia Lafourcade:

Canta la arena tan bonito cuando bailo con ella

Escucho la corriente, cómo va y viene

Si me besa el mar, todita ya me tiene

Tu mar —que a veces se mueve con ferocidad y en ocasiones es una oda a la calma— me trae estrofas de canciones de Toto La Momposina, Cesária Évora, Susana Baca, Omara Portuondo, Natalia Lafourcade, Nidia Góngora, Concha Buika y Aida Bossa. Melodías que consiguen quitarme la amargura de cualquier parte del cuerpo y del alma.

Tu brisa tierna me desarma, me entiende, me vuelve atemporal. Me duermo en tu playa y dejo que se viertan mis melancolías y miedos. Camino descalza muy cerca de la orilla y me provoca bailar Chi chí maní. No puedo ser más feliz cuando llega el ocaso. Lo percibo solemne y complaciente; se deja palpar y saborear en medio de una espontaneidad inventada por ti, Rincón del Mar.

Cuando estoy sentada frente al mar me reduzco a un solo deseo: no irme, no dejarte.

Sí: este pudo haber sido un viaje sin fotografías ni relato, pero me pasa lo que Almodóvar, quien lo resume así: “A veces solo creo que vivo para contar alguna cosa”.

 

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