Remedios para el imperio: la quina de Mutis
En el siglo XVIII la Corona española financió ambiciosos proyectos de exploración con el propósito de aprovechar la riqueza medicinal de la flora americana. Bajo la dirección de José Celestino Mutis, la Real Expedición Botánica del Nuevo Reino de Granada tuvo como resultado una extraordinaria colección de láminas que tenían el propósito de reconocer la riqueza natural del imperio en el continente americano.
Cuando trabajaba en la escritura de mi tesis de doctorado sobre las reales expediciones botánicas españolas del siglo XVIII, pasé muchas horas en archivos observando dibujos y leyendo textos sobre las virtudes medicinales de la quina sin haber visto un árbol de manera directa. En una visita al Jardín Botánico de Bogotá quise conocer de primera mano la planta de la cual creía saber muchas cosas. En el ingreso me guiaron a un sector del jardín donde deberían estar los árboles de quina y en el camino le reiteré mi interés a un hombre mayor ocupado en alguna labor de jardinería. Le pregunté dónde encontrar la Cinchona oficinalis. Quise usar el nombre científico para ser preciso, pero con cierta humildad el jardinero me respondió que no estaba seguro: “Aquí vienen los doctores y le cambian los nombres a todo”. Le aclaré que estaba buscando una planta de quina y de inmediato me señaló un árbol que teníamos justo enfrente. Yo había visto muchos dibujos similares a la lámina que es objeto de este artículo, pero con cierta vergüenza, por mi pobre entrenamiento como botánico, me di cuenta de que me costó identificar el árbol correcto. Para reconocer una especie hay que aprender a ver, lo cual, para un botánico del siglo XVIII, es una práctica inseparable de la pintura.
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Cuando trabajaba en la escritura de mi tesis de doctorado sobre las reales expediciones botánicas españolas del siglo XVIII, pasé muchas horas en archivos observando dibujos y leyendo textos sobre las virtudes medicinales de la quina sin haber visto un árbol de manera directa. En una visita al Jardín Botánico de Bogotá quise conocer de primera mano la planta de la cual creía saber muchas cosas. En el ingreso me guiaron a un sector del jardín donde deberían estar los árboles de quina y en el camino le reiteré mi interés a un hombre mayor ocupado en alguna labor de jardinería. Le pregunté dónde encontrar la Cinchona oficinalis. Quise usar el nombre científico para ser preciso, pero con cierta humildad el jardinero me respondió que no estaba seguro: “Aquí vienen los doctores y le cambian los nombres a todo”. Le aclaré que estaba buscando una planta de quina y de inmediato me señaló un árbol que teníamos justo enfrente. Yo había visto muchos dibujos similares a la lámina que es objeto de este artículo, pero con cierta vergüenza, por mi pobre entrenamiento como botánico, me di cuenta de que me costó identificar el árbol correcto. Para reconocer una especie hay que aprender a ver, lo cual, para un botánico del siglo XVIII, es una práctica inseparable de la pintura.
El gobierno de Carlos III auspició grandes proyectos de exploración de la flora americana con la idea de aprovechar la riqueza comercial y las virtudes medicinales de las plantas americanas. José Celestino Mutis llegó a la Nueva Granada en 1760 como médico del entonces Virrey Pedro Mecía de la Cerda, pero sus labores en América fueron mucho más allá de sus obligaciones como galeno. Permaneció en América hasta su muerte en 1808, con un legado en la historia de la botánica ampliamente celebrado.
Después de varias solicitudes a la Corona, Mutis fue nombrado director de la Real Expedición Botánica del Nuevo Reino de Granada en 1783. El resultado fue una colosal colección de más de cinco mil láminas de plantas americanas bellamente ilustradas. Esta colección de dibujos elaborados bajo la supervisión de Mutis en casi 30 años de trabajo, fue embargada por el “pacificador” Pablo Morillo, quien envió el valioso cargamento de 104 cajones a Madrid en 1817. Desde entonces y hasta el día de hoy, las láminas originales y los bocetos y manuscritos de la Expedición se conservan en el Archivo del Real Jardín Botánico de la capital española.
La riqueza de la flora americana fue evidente desde el arribo de los primeros conquistadores que se interesaron por los usos locales de la vegetación. Más que probar o experimentar sobre las posibles propiedades de plantas desconocidas, los exploradores europeos se beneficiaron de la experiencia nativa, y sus “descubrimientos” de las virtudes de la naturaleza americana fueron siempre el resultado de observar e imitar prácticas locales.
Entre todas las plantas americanas, la que despertó mayor interés científico y comercial en el siglo XVIII por sus propiedades medicinales sobre las fiebres tropicales, fue el árbol de quina, cuyos usos hicieron parte de tradiciones locales ajenas a la medicina del viejo continente. La traducción de estos saberes y la incorporación de nuevos remedios en la farmacia europea fue un proceso complejo. Para empezar, las plantas específicas debieron ser reconocidas, clasificadas y nombradas en términos familiares a la ciencia europea y sus usos tuvieron que ser incorporados como parte de tradiciones médicas, que eran muy distintas a las de los nativos.
Las plantas eran objetos delicados y su transporte y aclimatación en suelos europeos fue, en la mayoría de los casos, imposible. A diferencia de las plantas vivas, sus ejemplares disecados y los dibujos fueron fáciles de transportar y conservar. De ahí la importancia de la representación visual que hizo posible la movilización de la naturaleza en hojas de papel. La forma de presentación científica de las plantas durante los siglos XVIII y XIX se mantuvo constante y fiel a los criterios taxonómicos de Carlos Linneo (1707-1778). Una planta por página con un texto en la página opuesta que destacaba las características más importantes para su reconocimiento.
Por ejemplo, si vemos el dibujo de la especie Cinchona cordifolia, lo primero que podemos señalar es que la lámina no representa nada similar a un árbol de quina. Lo que sobresale es la parte terminal de una rama que contiene los elementos necesarios para su identificación dentro de la taxonomía del sistema linneano. La lámina es visiblemente esquemática y casi geométrica en su composición. Las ramas en flor nos permiten ver flores y frutos en diferentes estadios de desarrollo, el cáliz, número de pétalos, y la posición relativa de los tallos. Sin embargo, la caracteréstica más evidente del dibujo son las hojas, cuya forma es esencial para una correcta diagnosis de la especie. De hecho, la forma de las hojas nos da el nombre de la especie (C. cordifolia, hojas en formade corazón). Según Linneo, “las hojas poseen las diferencias más elegantes y más naturales […] diferencias tomadas de las hojas son las más fáciles, las más obvias, las más abundantes, y las más ciertas”. Fiel a las recomendaciones de Linneo, Mutis tomaría la forma de las hojas como una característica fundamental para reconocer y nombrar distintas especies del género Cinchona. Otro elemento central de la lámina son las disecciones en la base de la lámina. A la luz dela botánica del siglo XVIII es allí donde Linneo encuentra las claves fundamentales para ordenar el reino vegetal. Una disección de la flor muestra el número de los órganos masculinos (cinco estambres), de donde sabemos que la especie hace parte de la clase pentandria. También aparece el único órgano femenino (un pistilo) que determina que la especie pertenece al orden monogynia.
En una sola lámina podemos ver más que al observar especímenes vivos. En una hoja de papel, el botánico puede acumular espacio y tiempo en una sola representación ideal con sus rasgos esenciales para su identificación. No olvidemos que el verbo ilustrar conserva parte de su antiguo significado latino: iluminar, explicar, aclarar. Aprender a dibujar una planta es, en cierto sentido, aprender a verla. En el proceso de elaboración del dibujo, la planta adquiere una identidad, un nombre y una familia.
Entre miles, la quina es un ejemplo de cómo la taxonomía lineana y la manufactura de dibujos científicos hizo posible la movilización y acumulación de especies de todos los rincones del planeta en los jardines y museos de historia natural de las capitales europeas.
Lecturas recomendadas:
Sobre la Real Expedición Botánica y la manufactura de las láminas, recomiendo mi libro Remedios para el imperio. Historia natural y la apropiación del Nuevo Mundo, 2019.