Reseña de “Allende el mar”: la otredad y sus orillas
Al sumergirse en las diez crónicas que constituyen el libro Allende el mar, de Óscar Osorio, sobreviene una fuerte sensación de vértigo y de incertidumbre: el libro conecta emocionalmente al lector con los personajes y sus travesías. La lectura de estas historias de la migración de colombianos a Estados Unidos se transforma en una experiencia corporal, táctil, y no solamente conceptual.
James Valderrama
La conexión emocional se hace más profunda en la medida en que la narración va develando al lector la complejidad de los personajes, su dimensión humana en momentos marcados por la adversidad y la violencia, donde las decisiones de abandonar su lugar de origen se imponen como puntos de giro irreversibles en sus vidas. Dejan su orilla para aventurarse, en un viaje más allá del mar, hacia otra en la que no sabrán si son lo que han sido o son las personas en las que se han convertido después de la travesía.
Le sugerimos leer: El arte cubano de conservar puros en cofres confeccionados a mano
Esta cartografía íntima, que se despliega en diez crónicas, se caracteriza por un detenido trabajo periodístico que permite inferir la confianza de los entrevistados en su entrevistador. Sin duda, Osorio iba descubriendo esta riqueza íntima a medida que recogía el material y logró que sus fuentes le ofrecieran información muy privada de sus vidas, incluso secretos guardados con dolor profundo, como la dolorosa violación de una hija en “Una inmensa tristeza”.
Esa intimidad conseguida y vertida al relato nos permite ser testigos de la búsqueda sin descanso de la justicia en “Que ningún otro niño viva lo que yo viví”; la profunda nostalgia y necesidad del retorno, a pesar de haber logrado una buena vida en Estados Unidos, en “Ya me están secando la madera”; la peligrosa relación con en el crimen y la violencia en “Soy primo de Jesucristo”; el duelo profundo por la pérdida de su ser amado en “Luna y Lucero”; la renuncia y la resignación al saber que es absurdo volver a Colombia en “Ya no hay forma de comenzar de nuevo”; la esperanza de una mejor vida depositada en una demanda a la oficina de empleos en Estados Unidos, como en “Elizabeth es un barrio popular de Cali”; la paradoja de cómo la bondad hace de una persona un objetivo militar en “El milagroso de San Calixto”; de igual forma, la impresionante resiliencia y tenacidad para construir un proyecto de vida alrededor de la literatura en “El niño que deseaba intensamente que su papá muriera”; o la increíble, maravillosa y solitaria transición de Sofía a Camilo en “Las reliquias de la muerte”.
En este sentido, en Allende el mar se construyen narraciones desde las que emergen las complejidades y contradicciones de los personajes, a partir de la inmersión de Osorio en el mundo privado de sus entrevistados, mediante una sensibilidad que facilita hablar sobre aspectos de su vida que, difícilmente, le contarían a su familia o a sus amigos.
Podría interesarle leer: Álvaro Medina: “Soy un removedor profesional del pasado”
Esta forma de acercarse al trabajo de campo es similar al trabajo de la periodista y escritora bielorrusa Svetlana Alexiévich en Voces de Chernóbil. Osorio dispone la información recogida con similar enfoque, priorizando los tonos, sentimientos y personalidades de los entrevistados. Esto hace que el lector aprecie la honestidad y autenticidad de las historias, y la capacidad de adaptación de estos seres humanos a esas nuevas realidades, también adversas. Se revela así el valor de los protagonistas de estas diez estupendas crónicas. Sin duda, estamos ante un periodismo de la vida diaria, en donde se capta la cotidianidad del alma como se presenta en la obra de Svetlana Alexiévich, premio Nobel de literatura en el 2015.
Allende el mar también hace reflexionar al lector sobre grandes temas como la política, la guerra, el amor, el desarraigo, la violencia de los campos, de las calles y de los hogares colombianos; hace comprender el porqué de la diáspora con la idea de vidas posibles que no pudieron ser en Colombia y que fueron sustituidas por otras. Estas vidas posibles que se enfrentan más allá del mar (reales, bruscas y crueles también; alejadas de los recuerdos patrios) surgen en voces que persiguen a los protagonistas y que hablan todo el tiempo de esos otros que no pudieron ser. Esa otredad que se añora desde la distancia, que cubre con su manto cálido las noches de frío intenso y de soledad en las grandes urbes norteamericanas.
Le sugerimos leer: “La sonoridad que dan el fagot, el oboe y el piano juntos es única”: Yudy Bonilla
Las voces de las mujeres y hombres protagonistas aparecen en la primera persona del singular y están dispuestas en el libro a través de un uso del lenguaje preciso y riguroso; sin pirotecnia, pero con una cuidadosa técnica que facilita la conexión emocional del lector. Esa primera persona del protagonista a través de la cual se narra la diáspora es una voz híbrida que resulta de la confluencia de la voz del narrador y la voz de sus entrevistados. Se construye así una voz narrativa consistente, sostenida, para las diez crónicas y a la vez diferente, personal, para cada uno de sus diez protagonistas. Estas voces particulares se diferencian en sus giros lingüísticos, sus muletillas, sus idiolectos, sus ritmos y tonos, sus maneras de ejemplificar; sus particulares formas de expresar sus emociones, de hacer metáforas, de comparar. En fin, se trata de una filigrana literaria que da cuenta de una envidiable exactitud periodística.
La conciencia orientadora del periodista y del literato lleva al lector por los caminos, sorpresivos en su mayoría, de las travesías internas y externas de los protagonistas. Pasamos de un lugar a otro, de un trabajo a otro, de una injusticia a otra más humillante y dolorosa; la respiración se agita y la velocidad del relato cambia; todo lo conseguido en años puede perderse en un segundo; los protagonistas respiran con cuidado para no ser víctimas de la pandemia; expresan su desespero y buscan algo de que prenderse para seguir luchando; vuelven a sus recuerdos, pero el sentido de sus vidas ya no está allí. Todos y todas han cambiado de identidad en la soledad de las grandes urbes, pero sin olvidar lo que han sido.
Las vidas de los y las protagonistas de las crónicas del libro Allende el mar han pasado de ser comunes y anónimas, a ser interesantes y extraordinarias en el relato.
La conexión emocional se hace más profunda en la medida en que la narración va develando al lector la complejidad de los personajes, su dimensión humana en momentos marcados por la adversidad y la violencia, donde las decisiones de abandonar su lugar de origen se imponen como puntos de giro irreversibles en sus vidas. Dejan su orilla para aventurarse, en un viaje más allá del mar, hacia otra en la que no sabrán si son lo que han sido o son las personas en las que se han convertido después de la travesía.
Le sugerimos leer: El arte cubano de conservar puros en cofres confeccionados a mano
Esta cartografía íntima, que se despliega en diez crónicas, se caracteriza por un detenido trabajo periodístico que permite inferir la confianza de los entrevistados en su entrevistador. Sin duda, Osorio iba descubriendo esta riqueza íntima a medida que recogía el material y logró que sus fuentes le ofrecieran información muy privada de sus vidas, incluso secretos guardados con dolor profundo, como la dolorosa violación de una hija en “Una inmensa tristeza”.
Esa intimidad conseguida y vertida al relato nos permite ser testigos de la búsqueda sin descanso de la justicia en “Que ningún otro niño viva lo que yo viví”; la profunda nostalgia y necesidad del retorno, a pesar de haber logrado una buena vida en Estados Unidos, en “Ya me están secando la madera”; la peligrosa relación con en el crimen y la violencia en “Soy primo de Jesucristo”; el duelo profundo por la pérdida de su ser amado en “Luna y Lucero”; la renuncia y la resignación al saber que es absurdo volver a Colombia en “Ya no hay forma de comenzar de nuevo”; la esperanza de una mejor vida depositada en una demanda a la oficina de empleos en Estados Unidos, como en “Elizabeth es un barrio popular de Cali”; la paradoja de cómo la bondad hace de una persona un objetivo militar en “El milagroso de San Calixto”; de igual forma, la impresionante resiliencia y tenacidad para construir un proyecto de vida alrededor de la literatura en “El niño que deseaba intensamente que su papá muriera”; o la increíble, maravillosa y solitaria transición de Sofía a Camilo en “Las reliquias de la muerte”.
En este sentido, en Allende el mar se construyen narraciones desde las que emergen las complejidades y contradicciones de los personajes, a partir de la inmersión de Osorio en el mundo privado de sus entrevistados, mediante una sensibilidad que facilita hablar sobre aspectos de su vida que, difícilmente, le contarían a su familia o a sus amigos.
Podría interesarle leer: Álvaro Medina: “Soy un removedor profesional del pasado”
Esta forma de acercarse al trabajo de campo es similar al trabajo de la periodista y escritora bielorrusa Svetlana Alexiévich en Voces de Chernóbil. Osorio dispone la información recogida con similar enfoque, priorizando los tonos, sentimientos y personalidades de los entrevistados. Esto hace que el lector aprecie la honestidad y autenticidad de las historias, y la capacidad de adaptación de estos seres humanos a esas nuevas realidades, también adversas. Se revela así el valor de los protagonistas de estas diez estupendas crónicas. Sin duda, estamos ante un periodismo de la vida diaria, en donde se capta la cotidianidad del alma como se presenta en la obra de Svetlana Alexiévich, premio Nobel de literatura en el 2015.
Allende el mar también hace reflexionar al lector sobre grandes temas como la política, la guerra, el amor, el desarraigo, la violencia de los campos, de las calles y de los hogares colombianos; hace comprender el porqué de la diáspora con la idea de vidas posibles que no pudieron ser en Colombia y que fueron sustituidas por otras. Estas vidas posibles que se enfrentan más allá del mar (reales, bruscas y crueles también; alejadas de los recuerdos patrios) surgen en voces que persiguen a los protagonistas y que hablan todo el tiempo de esos otros que no pudieron ser. Esa otredad que se añora desde la distancia, que cubre con su manto cálido las noches de frío intenso y de soledad en las grandes urbes norteamericanas.
Le sugerimos leer: “La sonoridad que dan el fagot, el oboe y el piano juntos es única”: Yudy Bonilla
Las voces de las mujeres y hombres protagonistas aparecen en la primera persona del singular y están dispuestas en el libro a través de un uso del lenguaje preciso y riguroso; sin pirotecnia, pero con una cuidadosa técnica que facilita la conexión emocional del lector. Esa primera persona del protagonista a través de la cual se narra la diáspora es una voz híbrida que resulta de la confluencia de la voz del narrador y la voz de sus entrevistados. Se construye así una voz narrativa consistente, sostenida, para las diez crónicas y a la vez diferente, personal, para cada uno de sus diez protagonistas. Estas voces particulares se diferencian en sus giros lingüísticos, sus muletillas, sus idiolectos, sus ritmos y tonos, sus maneras de ejemplificar; sus particulares formas de expresar sus emociones, de hacer metáforas, de comparar. En fin, se trata de una filigrana literaria que da cuenta de una envidiable exactitud periodística.
La conciencia orientadora del periodista y del literato lleva al lector por los caminos, sorpresivos en su mayoría, de las travesías internas y externas de los protagonistas. Pasamos de un lugar a otro, de un trabajo a otro, de una injusticia a otra más humillante y dolorosa; la respiración se agita y la velocidad del relato cambia; todo lo conseguido en años puede perderse en un segundo; los protagonistas respiran con cuidado para no ser víctimas de la pandemia; expresan su desespero y buscan algo de que prenderse para seguir luchando; vuelven a sus recuerdos, pero el sentido de sus vidas ya no está allí. Todos y todas han cambiado de identidad en la soledad de las grandes urbes, pero sin olvidar lo que han sido.
Las vidas de los y las protagonistas de las crónicas del libro Allende el mar han pasado de ser comunes y anónimas, a ser interesantes y extraordinarias en el relato.