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Sobre dictaduras municipales

Presentamos una reseña de la novela Crímenes de provincia del escritor colombiano Pedro Badrán que recientemente fue publicada en Alemán.

Carlos Luis torres G
01 de agosto de 2024 - 09:55 p. m.
Pedro Badrán es un escritor, guionista y periodista. Ganó el Premio Nacional de Novela Breve en 2000.
Pedro Badrán es un escritor, guionista y periodista. Ganó el Premio Nacional de Novela Breve en 2000.
Foto: Cortesía: Pedro Baldrán
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Crímenes de provincia, la novela del escritor colombiano Pedro Badrán, publicada en el 2022 por Random House Mondadori, acaba de ser traducida al alemán y puesta en las librerías de lengua germánica junto a otras dos obras suyas. Es motivo de alegría, por ser este un texto cuidadoso y certero, donde la trama alrededor de un crimen permite describir los recovecos de la salvaje guerra que ha atravesado este país desde hace varias décadas. La novela garantiza el abordaje a buena parte de la cultura de nuestros poblados caribeños y se suma, en primera línea, a la aparición en los últimos años de una serie de novelas nacionales que abordan desde la literatura, el conflicto y sus dimensiones personales y colectivas.

Desde su inicio sabemos que se trata de la escritura del texto que leemos. Esta “autoconciencia narrativa” en primera persona, es la estrategia que permite el tono mesurado, preciso, adentrándose paso a paso en la realidad y verdad del asesinato, a pleno sol ardiente, del médico Horacio Maldonado. Con la habilidosa mirada de un detective, su amigo de infancia y profesión, decide aclarar la razón de la muerte, y de paso, se tropieza con detalles ocultos de su vida e identifica sentimientos desconocidos que le llevan al otro propósito de la historia narrada: la búsqueda del padre.

La novela seduce desde la primera página, pues allí aborda muchos de los elementos que ocurrirán en las siguientes, y los desarrolla a través de recuerdos, reflexiones, preguntas, deducciones y viajes, al seguir las pistas que den razón de esa muerte.

¿Quién lo mandó matar? Esa pregunta cruza cada página, aparece como puntada de bordado, una tras otra, grafía tras grafía, supuestos tras razones posibles, recuerdos de infancia, amores cruzados, correcciones al texto que leemos, lo que permite al autor construir la psicología y forma de los personajes y sus caras ocultas.

Es en la provincia donde el senador Maldonado, padre del médico asesinado, ejerce su poder, sus intrigas, donde gobierna a través de miradas o mensajes con intermediarios, donde efectúa actos corruptos, otorgamiento de puestos, gabelas, coimas, y donde es imposible actuar y pensar sin su consentimiento. El senador Maldonado controla todos los hilos, todas las vidas, todas las muertes de ese remoto pueblo que se denomina con la sencillez de clave literaria “Puerto E”.

La novela amarra muy bien los cabos sueltos. Toda la narración está calculada con la estructura de Novela criminal. No es el crimen o la búsqueda de la verdad la razón de esta, es la excusa para hablar de un escenario social donde su entrecruce es la novela que leemos, y aquí además participamos en la escritura de la misma. No se dice todo, la ambigüedad aparente se completa páginas adelante o al contrario, o no se completa.

Además, es una indagación sobre la razón y la autoría de la muerte del Dr. Horacio Maldonado. Esta pesquisa la realiza su mejor amigo, Rodolfo Cuesta (narrador de la misma), pero a medida que se avanza en su lectura, se percibe que el relato se transforma en la búsqueda del padre del narrador. Esta tarea, que han emprendido muchos escritores latinoamericanos, aquí se realiza con pulcritud literaria, pues aquel, el padre buscado, hace muchos años ha muerto y su aparición en la novela, es tan fugaz, tan el recuerdo, pero sí marginal e insurrecta.

El narrador en primera persona esculca en los recodos de sus indagaciones, pero además a través de sus ojos caminamos por calles polvorientas en medio de las amenazas de paramilitares, cuerpos arrojados a la ciénaga, noches oscuras y silenciosas, y el actuar de la guerrilla tras los Montes de María, que tradicionalmente han sido lugar asentamientos de diferentes grupos guerrilleros y, en medio de la amenaza y la zozobra, un pequeño rayo de erotismo surge sobre un cuerpo femenino, e ilumina.

En la segunda mitad de la novela el lector está sumergido en el interior de la provincia y su violencia: pueblos lejanos, amenazas, volantes anunciando que no se puede salir de las viviendas; el río que limita, casas de ladrillo, la ausencia de agua y hospital, la miserable escuela, los cadáveres bajando con gallinazo, la playa del río con las barcas, la sensualidad silvestre, las frases cortas. Pero no hay costumbrismos aquí, está escrita sin pensar ser local, logro que hace que su lectura ruede, se lleve fácil. A excepción de particularidades, como el nombre de algunas frutas, lugares o expresiones sencillas y rítmicas, que se dejan ser, por sí solas.

Son dos hombres instruidos que nacieron en provincia. Su mirada está al mismo nivel que los ojos de sus habitantes y sus costumbres; por eso la novela juega conscientemente con el entrecruce de historias y nudos de telenovela, y se recrea en ello al lograr con astucia que la realidad se parezca a esa historia televisada de la novela de las tres de la tarde que mira con emoción Doña Eufemia. Esa serie de coincidencias forzadas, aparece aquí de forma consciente y el autor lo hace con el propósito cuidadoso de jugar en esa franja criminal-comedia, que permite, entre la autoconciencia de la escritura surgir el Diario de Horacio, que leemos e indagamos sus secretos, muy íntimos (Puerto Escondido, pienso).

Para respaldarlo, el escritor lo señala: “… pero me gusta el ritmo provinciano de estas páginas, lento respirar de tardes largas y veraneras. Así soy. A veces.” (pág. 135)

Sus últimos capítulos nos llevan al país rural actual: fosas comunes, hornos crematorios, cadáveres sobre el río, enfrentamientos de grupos armados, ganaderos financiando paramilitares, corrupción, ocultamientos, desapariciones. La violencia del país, novela imposible de soltar, pues está escrita en la línea de fuego, lo dice explícitamente el narrador: “Su cuerpo quedó tendido a pocas cuadras del lugar donde escribo estas páginas. Y no me olvido de aquella fecha.”

Es una novela actual, escenario de provincia, con un lenguaje sencillo y preciso, sin bamboleo, mejor, repasando lo acontecido para encontrar una luz que permita continuar, escarbar en el sustrato de los recuerdos un dato que explique y permita poner con tranquilidad una flor sobre aquellas tumbas masculinas.

Pedro Badrán escribió una novela que pone una señal clara en el camino de la literatura colombiana y que su lectura deja un silencio de abismo, que invita a su segunda mirada.

Por Carlos Luis torres G

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