“El juicio”: ciento setenta minutos del Juicio de las Juntas en Argentina
El documental “El juicio” condensó las más de 500 horas de las audiencias orales y públicas en las que se juzgó a los integrantes de las tres primeras Juntas Militares por los crímenes cometidos durante la última dictadura en Argentina (1976-1983).
Laura Camila Arévalo Domínguez
Fueron 530 horas de grabación condensadas en 177 minutos. Los espectadores vemos a seis señores sentados en una especie de tarima. Las sillas son de madera, se ven pesadas y reflejan autoridad. Encima de ellos, un Jesucristo crucificado. Del centro a la derecha, unos señores vestidos de paño o uniformados. Eran muchos. Tantos, que se veían amontonados, ahogados por el humo de los cigarrillos que la sala completa desprendía por el hábito o la ansiedad. Estaban sentados, mirando hacia los señores de las sillas con autoridad. Se dirigían al costado derecho y hablaban por medio de un micrófono, por el que comenzaron diciendo que estaban tranquilos. Que a pesar de que habían ganado una guerra que los mandaron a librar y ahora eran acusados simplemente por eso, por cumplir con su deber, tenían paz, que no temían a su destino. Algunos hablaban indignados. Otros, con más calma, aseguraban confiar en la justicia. La misma que juraron procurar cuando integraron las fuerzas militares argentinas.
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Fueron 530 horas de grabación condensadas en 177 minutos. Los espectadores vemos a seis señores sentados en una especie de tarima. Las sillas son de madera, se ven pesadas y reflejan autoridad. Encima de ellos, un Jesucristo crucificado. Del centro a la derecha, unos señores vestidos de paño o uniformados. Eran muchos. Tantos, que se veían amontonados, ahogados por el humo de los cigarrillos que la sala completa desprendía por el hábito o la ansiedad. Estaban sentados, mirando hacia los señores de las sillas con autoridad. Se dirigían al costado derecho y hablaban por medio de un micrófono, por el que comenzaron diciendo que estaban tranquilos. Que a pesar de que habían ganado una guerra que los mandaron a librar y ahora eran acusados simplemente por eso, por cumplir con su deber, tenían paz, que no temían a su destino. Algunos hablaban indignados. Otros, con más calma, aseguraban confiar en la justicia. La misma que juraron procurar cuando integraron las fuerzas militares argentinas.
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A la izquierda, un pasillo por el que entraban personas. Civiles. Señoras y señores. Jóvenes. Ancianos y ancianas. Y un poco más cerca de las sillas con autoridad, dos hombres, dos fiscales. Uno mucho mayor que otro. El mayor fumaba mucho. El otro tenía una barba prominente y miraba a los militares con un gesto de desprecio que, seguramente, quiso disimular, pero no pudo. Cada tanto, se burlaba de los abogados de los militares. Se reía con la risa que suscita el absurdo.
Las imágenes son reales. Nadie está actuando. O tal vez sí, pero el desenlace de lo que sería el destino de sus vidas. O de sus muertes.
El documental “El Juicio. El proceso judicial a los comandantes de la última dictadura argentina”, dirigido por Ulises de la Orden, se basó en las grabaciones originales de las audiencias de este juicio histórico, una película que se presentó como un complemento para profundizar el tema del largometraje de ficción “Argentina 1985″, del argentino Santiago Mitre, nominado al Premio Óscar.
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Gracias a Memoria abierta (una organización encargada de preservar la memoria de lo que ocurrió durante la época de terrorismo en el país suramericano), y según registros de la Embajada de Noruega en Argentina, este material audiovisual prácticamente inédito, que también se compone de las copias de las grabaciones que habían sido resguardadas en el Parlamento de Noruega en 1988, fue revisado y organizado por Ulises De la Orden, que comenzó a trabajar en este documental hace diez años. El montaje del editor de esta película, Alberto Ponce, duró tres años.
La película se dividió en 18 partes, que se titularon con frases de los fiscales o de las víctimas que participaron en las sesiones. Antes y durante, la Fiscalía, liderada por Julio César Strassera, investigó las responsabilidades de los integrantes de las tres primeras Juntas Militares por los crímenes cometidos durante la última dictadura (1976-1983).
“Pensé varias cosas. Que al juicio de las juntas le faltaba un relato, que iba quedando olvidando y no estaba lo suficientemente narrado en nuestra cinematografía. Por otro lado, me seducía muchísimo saber que había un archivo de 530 horas que estaba seguro de que serviría para elaborar una película. Ya estaba filmada”, dijo De la orden durante un conversatorio realizado en el Palacio San Martín de la Cancilleria Argentina, antes del estreno internacional en el 73º Berlinale - Berlin International Film Festival.
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Por su parte, Alberto Ponce, el editor del filme afirmó: “Era un sueño y un desafío. Como montajista, no sé si haya algo más desafiante que una película de material de archivo. El proceso: selección, jerarquía, orden y ritmo. En el día a día, fueron los ocho primeros meses con jornadas de 10 a 7 de la tarde en las que veíamos el archivo: play, pausa, tomar notas. Por frases e intereses, seleccionemos temas: plan represivo, cuerpos, violaciones, etc. Y así fue que fuimos armamos todo”.
En una de las sesiones, una mujer se acercó al estrado. Contó que la montaron a un carro. Que era de noche y que estaba por dar a luz a su hija. Que los militares que la llevaron le decían que no gritara, que “qué le importaba”, si ella y su recién nacida morirían en pocos minutos. “No aguanto más, ya nace” les rogaba, pero ellos nunca pararon. Finalmente, nació su bebé, que cayó al piso mientras el carro se movía a toda velocidad hasta llegar a donde sea que llegaron, porque tampoco supo. La subieron a algún piso. Un médico la revisó, le cortó el cordón umbilical a su bebé y, sin medir palabra, de un apretón le sacó la placenta. La niña estaba llorando. Ella la veía, pero lejos. Solo pudo acercarse a ella después de que, por órdenes de esos hombres con armas y de ese médico, limpió con un trapo su sangre y sus entrañas. Estaba desnuda. Sobrevivió. ‘Después de ese día, me juré que, si mi hija y yo vivíamos, no descansaría hasta obtener justicia’, dijo en aquel juicio.
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Ni el testimonio de ella, ni el de las madres que, durante las audiencias orales del Juicio a las Juntas que duraron ocho meses, le preguntaron a los jueces si sus hijos estaban vivos, fueron reconocidos por los acusados. “No puedo responderle eso, señora”, le contestó un juez a una de las muchísimas madres que se acercaron al micrófono dispuesto para aquellos que se atrevieron a enfrentar a quienes les abrieron “las puertas del infierno”. Algunos se quebraron. Otros se enfurecieron. Varios fueron crudamente gráficos. Otros solo respondieron con monosílabos o frases cortas: “me torturaron”. “Sí”. “No”. “No sé”. “No los conocía”. “No sé dónde está mi hija”. “Me entregaron un saco lleno de huesos”.