“El tiempo que tenemos”, la memoria de una relación
¿De qué manera recordamos a quién amamos? Esta es, quizá, una de las preguntas que motivaron a Nick Payne a escribir y a John Crowley a dirigir el filme “El tiempo que tenemos”, estrenada el pasado 7 de noviembre.
Pablo Marín J.
Almut (Florence Pugh) es una chef competitiva, dueña de su propio restaurante que moderniza platos clásicos de los montes europeos. Tobias (Andrew Garfield) es un ejecutivo de servicios informáticos para la compañía de cereales Weetabix. Literalmente, su encuentro fue un choque: ella lo atropelló cuando él regresaba de la tienda, mientras se comía una naranja de chocolate. La naranja fue declarada muerta en el accidente.
Tobias se estaba divorciando. Su primer matrimonio no había funcionado y creía que aquella era su única oportunidad en el amor. Almut le mostró algo distinto. A lo largo de diez años, vemos varias etapas de la relación: las peleas, las primeras veces, el embarazo, la crianza de la pequeña Ella, pero el punto de partida de este filme es el diagnóstico de cáncer de ovario de Almut.
Esta película se atreve a ir más allá de las convenciones del género romántico, con un giro trágico que sabemos que viene, pero, el tiempo que tenemos desde la apertura de los créditos hasta el cierre, parece estar diseñado con precisión quirúrgica.
Nick Payne rompe la estructura lineal. Diseña brincos temporales que nos llevan desde cuando reciben el diagnóstico hasta cuando tienen a su hija, a su primera pelea y de regreso al inicio de su relación. Está narrada como un flujo de consciencia, un hilo de memorias desordenadas sobre alguien que nos ha dejado. Son puntos emocionales que conforman el universo único de Tobias y Almut.
Esta película, dirigida por John Crowley (Brooklyn, The Goldfinch), difícilmente puede considerarse solo como una obra dramática. Es cómica, romántica, trágica y, quizá, entra en un nuevo subgénero de las historias de romance, acompañando a filmes como Rye Lane (Raine Allen-Miller, 2023) o Good Luck to You, Leo Grande (Sophie Hyde, 2022).
Desde el primer momento, la química de Garfield y Pugh nos adentra en la idea de que son una pareja que lleva muchos años junta. El ponerlos en situaciones conocidas —por ejemplo, la labor de parto de Almut o el momento en que se conocen— pero en lugares poco comunes, genera una comedia delicada que prepara el “golpe emocional” que le sigue.
“El tiempo que tenemos” nos presenta la tesis que propuso Greta Gerwig y Noah Baumbach en “Frances Ha”: “Es como cuando estás con alguien y le quieres y él lo sabe, y él te quiere y tú lo sabes, pero, estás en una fiesta, y están hablando con otras personas, y se ríen, y brillan, y se miran a través de la gente y sus ojos se encuentran, pero no porque sean posesivos o sea algo sexual, sino porque ésta es tu persona en esta vida. Y es divertido y triste, pero solo porque esta vida terminará, y es ese mundo secreto que existe justo ahí, en público, imperceptible, que nadie más conoce”.
En la sala de cine existe la posibilidad de sintonizar con los demás espectadores: reír y llorar para salir de nuevo al mundo notando las pequeñas cosas que olvidamos por mirar hacia el futuro, reflexionar sobre nuestras maneras de relacionarnos con la gente y sobre cómo, aquellos que ya no están, viven en nuestra cotidianidad: sus formas de romper los huevos, cantar en la ducha, tomar el café o comer galletas.
Almut (Florence Pugh) es una chef competitiva, dueña de su propio restaurante que moderniza platos clásicos de los montes europeos. Tobias (Andrew Garfield) es un ejecutivo de servicios informáticos para la compañía de cereales Weetabix. Literalmente, su encuentro fue un choque: ella lo atropelló cuando él regresaba de la tienda, mientras se comía una naranja de chocolate. La naranja fue declarada muerta en el accidente.
Tobias se estaba divorciando. Su primer matrimonio no había funcionado y creía que aquella era su única oportunidad en el amor. Almut le mostró algo distinto. A lo largo de diez años, vemos varias etapas de la relación: las peleas, las primeras veces, el embarazo, la crianza de la pequeña Ella, pero el punto de partida de este filme es el diagnóstico de cáncer de ovario de Almut.
Esta película se atreve a ir más allá de las convenciones del género romántico, con un giro trágico que sabemos que viene, pero, el tiempo que tenemos desde la apertura de los créditos hasta el cierre, parece estar diseñado con precisión quirúrgica.
Nick Payne rompe la estructura lineal. Diseña brincos temporales que nos llevan desde cuando reciben el diagnóstico hasta cuando tienen a su hija, a su primera pelea y de regreso al inicio de su relación. Está narrada como un flujo de consciencia, un hilo de memorias desordenadas sobre alguien que nos ha dejado. Son puntos emocionales que conforman el universo único de Tobias y Almut.
Esta película, dirigida por John Crowley (Brooklyn, The Goldfinch), difícilmente puede considerarse solo como una obra dramática. Es cómica, romántica, trágica y, quizá, entra en un nuevo subgénero de las historias de romance, acompañando a filmes como Rye Lane (Raine Allen-Miller, 2023) o Good Luck to You, Leo Grande (Sophie Hyde, 2022).
Desde el primer momento, la química de Garfield y Pugh nos adentra en la idea de que son una pareja que lleva muchos años junta. El ponerlos en situaciones conocidas —por ejemplo, la labor de parto de Almut o el momento en que se conocen— pero en lugares poco comunes, genera una comedia delicada que prepara el “golpe emocional” que le sigue.
“El tiempo que tenemos” nos presenta la tesis que propuso Greta Gerwig y Noah Baumbach en “Frances Ha”: “Es como cuando estás con alguien y le quieres y él lo sabe, y él te quiere y tú lo sabes, pero, estás en una fiesta, y están hablando con otras personas, y se ríen, y brillan, y se miran a través de la gente y sus ojos se encuentran, pero no porque sean posesivos o sea algo sexual, sino porque ésta es tu persona en esta vida. Y es divertido y triste, pero solo porque esta vida terminará, y es ese mundo secreto que existe justo ahí, en público, imperceptible, que nadie más conoce”.
En la sala de cine existe la posibilidad de sintonizar con los demás espectadores: reír y llorar para salir de nuevo al mundo notando las pequeñas cosas que olvidamos por mirar hacia el futuro, reflexionar sobre nuestras maneras de relacionarnos con la gente y sobre cómo, aquellos que ya no están, viven en nuestra cotidianidad: sus formas de romper los huevos, cantar en la ducha, tomar el café o comer galletas.