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Rebeldes y pioneros del grafiti en Bogotá (Reseña)

Presentamos una reseña de “Grafiteros, historia oral de la escena bogotana que redefinió la ciudad”, el primer libro del periodista Jorge Pinzón Salas. En este le da voz a los protagonistas del grafiti en Bogotá, pioneros y valientes que colorearon la ciudad con mensajes personales y políticos.

Juan Sebastián Lozano
08 de junio de 2024 - 03:18 p. m.
Cubierto del libro "Grafiteros: historia oral de la escena bogotana que redefinió la ciudad".
Cubierto del libro "Grafiteros: historia oral de la escena bogotana que redefinió la ciudad".
Foto: Archivo Particular

Bogotá, para muchos una ciudad gótica, es colorida y alegre gracias a los grafitis. “Las pintadas”, los murales, amplían la ciudad, la hacen infinita en lo visual, contribuyen a la imaginación y el pensamiento crítico de los transeúntes. Hay grafitis básicos, de equipos de fútbol o de corazones flechados que para muchos son simple vandalismo y afean a Bogotá, pero los artísticos o que están muy elaborados tienden a ser aceptados por la gente y las “autoridades”: la alcaldía ha convocado a grafiteros para embellecer la ciudad. Los tags, los stencils y demás tipos de grafiti, el procedimiento del “bombardeo”, también son rebeldía, expresan inconformismo social, son la manera de descargarse de jóvenes que padecen la desigualdad social y las ideas conservadoras, características de Colombia.

El libro “Grafiteros, historia oral de la escena bogotana que redefinió la ciudad”, del periodista Jorge Pinzón Salas, recoge los testimonios de grafiteros emblemáticos de Bogotá, de los pioneros y más destacados, aunque falten varios porque el grafiti se expandió y ya es una moda en parte tolerada por los ciudadanos. Pinzón le dio voz a los rebeldes pioneros que lograron vivir de sus pintadas o ayudarse económicamente con estas; ellas y ellos contaron sus historias, sus motivaciones, su filosofía, en primera persona, con argumentos y desde el corazón. Para el libro, Pinzón se inspiró, entre otros, en el trabajo de Svetlana Aleksiévich, periodista que obtuvo el Premio Nobel de Literatura en 2015. La escritora le dio voz a gente del común que vivió los momentos históricos más importantes de la antigua Unión Soviética.

Se puede decir que el grafiti comenzó en las cavernas, con los primeros hombres que pintaron un bisonte o el contorno de una mano. Roma, durante su imperio, fue famosa por las pintadas en lugares públicos. El grafiti moderno empezó en Filadelfia y Nueva York en los 60, y se consolidó con la cultura Hip Hop en los 80. En Colombia se vieron grafitis modernos a finales de los 80, aunque desde los 60 rebeldes con aerosol dejaban mensajes políticos en los muros públicos. Los grafiteros entrevistados en el libro nacieron a finales de los 70 o en los 80, y se alimentaron de la televisión, el punk y el hip hop. Stinkfish, Fear, Ospen, Hueso, Era, Toxicómano, Bastardilla, tienen ideas e influencias en común, pero cada quien reflexionó a su manera sobre lo que es el grafiti, y vive acorde a unos principios.

Pinzón Salas, en la introducción del libro, hizo un análisis del fenómeno del grafiti en los últimos años, de su expansión. Contó algo de historia, explicó las ideas fundamentales en torno a esta manifestación artística y/o popular y destacó su importancia. En los capítulos siguientes, los siete entrevistados relataron sus biografías, motivaciones para atreverse a salir a la calle a pintar sus ideas sobre el mundo y el arte, y el estado actual de su actividad. Para unos el grafiti no es un arte, no les interesa ser llamados “artistas”, un estatus tal vez burgués o que remite a lo minoritario y momificado. Algunos rehuyen de hacer trabajos para empresas, sobre todo multinacionales, no les gusta que sus trazos estén al servicio del capital; otros ven esto como una manera de vivir de lo que les gusta. Hay quien prefiere el anonimato y lo justifica con sabiduría, a otra le gusta mostrarse, que su cara y su actitud social sean respetadas como su tag.

Muchos admiramos la rebeldía artística, a los iconoclastas, a los que critican la sociedad a través del arte visual, la música y la literatura, con honestidad, sin miedo. Nos gusta el punk por su rabia contra un sistema económico global que ha generado una gran desigualdad, en el que millones de individuos padecen hambre, y falta de oportunidades laborales y de desarrollo personal. El grafiti es un arte que encaja en lo punk, en la verdadera rebeldía, es expresión obrera y popular. El grafiti ha implicado riesgos físicos para el que lo hace, no se crea en la comodidad; varios de los grafiteros relatan en el libro cómo sufrieron el abuso policial. Además de ser bello –en muchos casos–, el grafiti es político, no solo por mensajes explícitos: hacerlo es difícil, la mayoría de veces ilegal. El objetivo es que llegue a mucha gente, que “todos” lo vean, lo que dinamita la idea de élite, de que el arte solo es algo apreciado por élites ilustradas. Aunque, como se ha dicho, algunos grafiteros no quieran llamarse artistas. En esto último, sin duda, hay un núcleo de crítica al sistema.

Los grafiteros que hacen pintadas elaboradas, ya sean tags o mensajes profundos, son héroes para muchos. El grafiti, junto al Hip Hop, del que también hace parte, tal vez sean las últimas artes importantes, las expresiones culturales que mejor definen las últimas tres décadas.

“Grafiteros, historia oral de la escena bogotana que redefinió la ciudad”, es un libro necesario para entender el fenómeno en lo local. Es un acierto que los protagonistas de la escena hablen de manera amplia, para entender mejor por qué pintan, para admirarlos más. Pinzón Salas, con este libro, dejó su tag bien hecho en el periodismo cultural, un bombardeo de ideas de quienes colorearon a “ciudad gótica”.

Por Juan Sebastián Lozano

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