De nuestra absurda obsesión por el éxito: una mirada a “La sociedad del cansancio”
En su ensayo “La sociedad del cansancio” (Herder), el filósofo surcoreano Byung-Chul Han plantea la tesis de la autoexplotación humana. Habla de los comportamientos autodestructivos que no requieren de un verdugo con mano de hierro para ser infringidos. Una sociedad con sed de rendimiento y éxito.
Joseph Casañas Angulo
Por: Joseph Casañas
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Por: Joseph Casañas
Por sus actos recientes, pasados y futuros, Nayib Bukele es el “dictador más cool del mundo mundial”, pero bastará con pensar en cualquier otro mandatario de propias o ajenas tierras, de buenos o malos modales, de carnes amplias o comprimidas, de procederes torpes o sagaces, de dedos calientes para el Twitter o con cara de yo no fui. No importa ya el nombre del dictador o dictadora de turno. No los necesitamos, pues vivimos, según explica el filósofo surcoreano Byung-Chul Han, en una sociedad repleta de individuos amantes de la autoexploración. Una enfermedad de la sociedad neoliberal del rendimiento.
En su ensayo “La sociedad del cansancio”, publicado por primera vez hace más diez años, Han plantea que, en realidad y lejos del imaginario utópico de libertad, pertenecemos a una sociedad que optó por autoflagelarse con tal de generar rendimiento y productividad. Una sociedad conformada por individuos con la salud mental reventada que al mismo tiempo son sus propios verdugos y víctimas.
Para graficar el asunto, Chul Han recurre a la mitología griega. Al dolor, al castigo y al sufrimiento de un titán amigo de los mortales que fue encadenado por atreverse a robar el fuego de los dioses. “El mito de Prometeo puede reinterpretarse considerándolo una escena del aparato psíquico del sujeto de rendimiento contemporáneo, que se violenta a sí mismo, que está en guerra consigo mismo. En realidad, el sujeto de rendimiento, que se cree en libertad, se halla tan encadenado como Prometeo. El águila que devora su hígado en constante crecimiento es su álter ego, con el cual está en guerra. Así visto, la relación de Prometeo y el águila es una relación consigo mismo, una relación de autoexplotación. El dolor del hígado, que en sí es indoloro, es el cansancio. De esta manera, Prometeo, como sujeto de autoexplotación, se vuelve presa de un cansancio infinito. Es la figura originaria de la sociedad del cansancio”. Le invitamos a leer: Simón Bolívar, tras el rastro de un libertador con la libido exacerbada
Pero ¿por qué nos explotamos? ¿cuál es el objetivo de esa autodestrucción? ¿somos conscientes de ellos? ¿nos importa? Para responder estas y otras preguntas que apuntan en ese sentido, el filósofo surcoreano habla de un cambio de paradigma. Según dice, pasamos de la sociedad disciplinaria a la que se refería Foucault, a una sociedad de rendimiento en donde los sujetos ya no son más “sujetos de obediencia”, sino “sujetos de rendimiento”.
Las sociedades de los sujetos de obediencia contemplaban en su infraestructura de hospitales, psiquiátricos, cárceles, cuarteles y fábricas. En su lugar, dice Chul Han, se ha establecido una sociedad de gimnasios, torres de oficinas, bancos, aviones, grandes centros comerciales y laboratorios genéticos. “Aquellos muros de las instituciones disciplinarias, que delimitan el espacio entre lo normal y lo anormal, tienen un efecto arcaico. El análisis de Foucault sobre el poder no es capaz de describir los camios psíquicos y topológicos que han surgido con la transformación de la sociedad disciplinaria en la de rendimiento”, se lee en “La sociedad del cansancio”.
En este sentido, escribió Han en un texto publicado en El País de España: “Nos explotamos voluntaria y apasionadamente creyendo que nos estamos realizando. Lo que nos agota no es una coerción externa, sino el imperativo interior de tener que rendir cada vez más. Nos matamos a realizarnos y a optimizarnos, nos machacamos a base de rendir bien y de dar buena imagen”.
En la segunda edición ampliada de este ensayo, de la editorial Harder, se incluyen reflexiones en torno a la pandemia y sobre cómo los aislamientos afectaron directamente el concepto de libertad o, mejor, de falsa libertad. “Lo que caracteriza al sujeto de esta sociedad, que al verse forzado a rendir se explota a sí mismo, es la sensación de libertad. Explotarse a sí mismo es más eficaz que ser explotado por otros, porque conlleva la sensación de libertad”.
En el capítulo “Más allá de la sociedad disciplinaria”, el autor hace referencia, entre otras cosas, a los efectos que tiene la obsesión por el rendimiento y la productividad, en la salud mental de los miembros de esa sociedad que describe. Es, en esencia, el resultado de aquel adagio replicado y repetido sin cansancio: “no hay cosas imposibles, sino seres incapaces”. En efecto, a la luz de la obra de Chul Han, esa seguridad que a veces tenemos por poder hacerlo todo y que nada nos queda grande, produce al final del camino sujetos depresivos y fracasados.
“El sujeto de rendimiento se encuentra en guerra consigo mismo y el depresivo es el inválido de esta guerra interiorizada. La depresión es la enfermedad de una sociedad que sufre bajo el exceso de positividad (entendida esta como la creencia de poder hacerlo todo). En realidad, lo que enferma no es el exceso de responsabilidad e iniciativa, sino el imperativo del rendimiento, como nuevo mandato de la sociedad del trabajo tardomoderna (…). El hombre depresivo es aquel animal laborans que se explota a sí mismo, a saber: voluntariamente, sin coacción externa. Él es, al mismo tiempo, verdugo y víctima”. Entonces, la depresión se desata en el momento en el que el sujeto de rendimiento ya no puede poder más.
Basta darle una mirada a los hábitos que adquirimos durante la pandemia. Creímos erróneamente tener tiempo para todo. Entonces, además de las largas jornadas laborales, pretendimos encontrar espacios para hacer cursos online sobre marketing, redes sociales, cocina, fotografía o lo que sea.
De todo esto se aprovecha y se aprovechará el capitalismo salvaje y sus demonios. Un ejemplo: En el informe el “Futuro de los Empleos” presentado por el Foro Económico Mundial, se advierte que para el año 2025 el 50% de los colaboradores que hacen parte de las organizaciones necesitarán volver a formarse. Somos una sociedad dopada. Obsesionada por los resultados, las mediciones, las métricas, el éxito, el ego. “El dopaje en cierto modo hace posible el rendimiento por el rendimiento”.
De fondo, muy en el fondo, y sin los reflectores apuntándole, subyace la problemática de la cultura o la ausencia de ella.
“Los logros culturales de la humanidad, a los que pertenece la filosofía, se deben a una atención profunda y contemplativa. La cultura requiere de un entorno en el que sea posible una atención profunda. Esta es reemplazada progresivamente por una forma de atención por completo distinta, la hiperatención. Esta atención dispersa se caracteriza por un acelerado cambio de foco entre diferentes tareas, fuentes de información y proceso. Dada, además, su escasa tolerancia al hastío, tampoco admite aquel aburrimiento profundo que sería de cierta importancia para un proceso creativo”.